La viuda negra: picadura

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Cuando te acaba de picar una araña, ver otra de tamaño humano y con tetas no es tranquilizador. Iván chilla más fuerte y retrocede hasta caer tumbado en uno de los enormes sofás; solo después reconoce el disfraz pintado por Reyes.

—¿Qué pasa? ¿Qué pasa? —La mujer dentro del traje tiene los labios henchidos de colágeno, dentadura blanca y unos preciosos ojos de gacela, todo enmarcado en pulcros círculos de látex. Más abajo brotan dos pechos operados, cada pezón enhiesto y amenazante como un aguijón.

—¡El tirador! —chilla Iván—. ¡¡Me ha picado el tirador!!

—¿Estás drogado? —Ella retrocede un paso, asustada. Iván le muestra la palma, que se ha inflamado y está tomando a toda velocidad un color violeta. Tiene dos pequeños puntos de sangre, como si le hubiera mordido el vampiro más diminuto del mundo. La visión tiene el efecto de asustar aún más a la mujer-araña.

—¡Santi! ¡Santi, que Manuela se ha escapado! ¡Hay Dios, cuidado no la pises!

Por la puerta entra el hombre que Iván ya conoce. Sólo lleva puesta una pernera del traje, adherida como la muda al gusano, y carga el resto bajo el brazo.

—A ver, nada de perder la calma. Esto es sólo un problema a resolver, es cuestión de dividirlo en trozos pequeños—. Se ata el látex a la cintura, para tener los brazos libres, y habla con el tono de alguien acostumbrado a dirigir—. ¿La has visto esconderse?

—A la derecha, debajo de ese sofá —explica de inmediato Iván, obediente. Un pinchazo de dolor en la mano le recuerda que hay un asunto más urgente.

—¡Pero me ha picado! ¡Me voy a morir!

—Ea, ea. —La mujer-araña se sienta a su lado y le rasca la coronilla con el dedo índice—. Un chico tan grandullón... el veneno de la viuda negra rara vez es mortal, y ordeñamos a Manuela cada doce horas para que no se concentre. No va a pasarte nada.

Con ganas de contrariar, el brazo de Iván comienza a sufrir calambres, como si los músculos del antebrazo levantasen pesas sin contar con el resto.

—¡Pues esto duele! —protesta.

Con un suspiro, la mujer se levanta contoneándose hacia el mueble-bar, y saca una almohadilla de gel.

—De acuerdo, igual eres más sensible de lo normal. —Iván suspira aliviado cuando le coloca la almohadilla helada sobre la palma. Aún duele, pero al menos ya no parece que tenga la mano en el fuego. La mujer repite el gesto de rascarle con un solo dedo—. Cuchichuchi.

Entre tanto Santi se ha agachado junto al sofá con el culo en pompa, buscando al bicho. Al mover las nalgas, su madriguera y el aguijón dormido quedan bien visibles e Iván aparta la vista; no es que no haya visto a Quique en la misma postura... pero bueno, es Quique.

Y a pesar de ello, y del dolor que los nervios están inyectando a su estómago, su pinza se remueve, acechando la comida a la que últimamente le tiene acostumbrado.

—No la veo —determina Santi, incorporándose de rodillas—. Me temo que esa tarea queda bloqueada de momento. Vamos a por el segundo problema.

Vigilando con mucho cuidado dónde pone los pies, se acerca a Iván y examina con ojo crítico la picadura.

—Tenemos suerte, no es una reacción exagerada.

—¿Cómo que no? —protesta Sofía— ¿No ves cómo se le ha puesto?

Apunta con un gesto hacia la bragueta de Iván, que efectivamente tiene montada una cúpula envidiable en el pantalón. Aunque lo que tenga que ver esa reacción con la picadura, es algo que se le escapa.

—Esta mañana se me olvidó ordeñar a Manuela —explica Santi con el mismo tono relajado y profesional—. Se ha llevado una dosis de casi veinticuatro horas.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro