3: Una daga y su canción

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Alice

Estoy obligada a ser mucama, en la casa de un caníbal, qué horror. Debería sentirme afortunada de no ser un objeto sexual, pero la verdad las arcadas que me dan empujar la carne humana en el suelo, no tienen nombre. En estos días, Asthur se ha traído más gente muerta de lo que jamás he visto en toda mi vida. Tengo la suerte de no ver cuando las asesina, pero en cualquier momento podría perder esa tranquilidad.

Entro a un cuarto, está lleno de objetos que desconozco, algunos supongo que son armas. Esta, por ejemplo, parece una daga. Tiene piedritas y tubos circulares, alrededor de la hoja, con un muy antiguo decorado.

―Auch. ―Me pincho al tocar el filo.

Cierro mi ojo derecho, por mi habitual tic, el cual reacciona cuando siento malas sensaciones.

Leo la placa, tiene un idioma extraño, pero lo entiendo. Nunca he estudiado ningún tipo de dialecto, sin embargo, los comprendo todos a la perfección. Curioso, es un arma contra demonios. Más que intrigante, es gracioso, ¿quién se cree esas cosas? Aunque quizás la trampa alrededor de la casa sea algo demoniaco.

Oigo gritos y me paralizo. Tardo en reaccionar, corro hasta la puerta y espío en la leve abertura, veo como un muerto es arrastrado dentro de la habitación. Trago saliva cuando Asthur sale del cuarto, observa a todas partes, así que me sobresalto y salgo rápido de donde me escondí.

―¿Qué haces? ―pregunta, luego ordena―. Ponte a limpiar.

Observo la sangre y mantengo el arma en mi espalda. Mi corazón palpita muy rápido. Su mirada se impregna en mí y no sé cómo, pero creo que lo sabe. Se aproxima e inclina su cabeza, luego me sonríe.

―¿Qué tienes ahí? ―consulta.

No lo pienso mucho.

―¡Esto! ―Le clavo la daga y salgo corriendo.

Sé que la puerta está abierta porque acaba de entrar al cadáver. Salgo, viendo los pentagramas, mientras me limpio la sangre, intento evitar que las garras me atrapen. Esquivo el último dibujo, así que llego al final de la trampa.

Se me ocurre mirar hacia atrás. ¿Para qué? Me paralizo, viendo como Asthur cambia de forma desde la puerta de su casa. Es un monstruo, tiene un hocico lleno de dientes, tres ojos rojos, sus garras son enormes, su cola tiene como una zarpa más al final. Como si fuera un escorpión, pero con varios aguijones. Además de la infinidad de cuernos.

Reacciono cuando salta, entonces empiezo a huir. Debí haber corrido antes, pero me dejó en shock el cambio tan drástico. Avanzo por el bosque, perdiéndome en este. Ni siquiera sé dónde podría estar mi coche o alguna carretera, quizás el pueblo, no sé.

Estoy segura de que sigo en Norville, pero la vegetación es inmensa por aquí, sería imposible encontrar la casa más cercana sin un mapa.

El viento sopla y me detengo. El tic llega a mi ojo. Estoy segura, me encontró. Me giro mientras mis cabellos oscuros se mueven. El enorme bicho salta de la nada, entonces caemos al suelo.

Forcejeo y grito. Espera, tranquilo, pues cuando reacciono, veo que ha vuelto a su forma humana y está bastante quieto. Qué vergüenza, se encuentra desnudo. Mantiene la sonrisa mientras mis manos están aprisionadas.

―¿Cómo supiste que la daga me lastimaría? ―pregunta, interesado.

Observo que su pectoral está oscurecido, como envenenado. Se le ven las venas que sobresalen de la cortada que le hice.

―Yo... yo lo leí.

―Qué casualidad. ―Se levanta de sobre mí y de repente agarra mi pierna―. Volvamos.

―¡Oye, espera! ¿Qué? ―chillo mientras me arrastra por el suelo―. ¡¡No te atrevas!! ―suplico cuando se aproxima a donde están los pentagramas.

―Sí, son tus amiguitos los condenados, otra vez.

¿Condenados? ¿Cómo la canción?

―¡¡Ah!! ―grito cuando las garras me tocan y los dientes intentan morderme―. ¡No, no, no! ―Golpeo para todos lados para que no me lastimen―. ¡¡Ah, no!!

El miedo se disipa cuando me titila el ojo y entonces suena la melodía en mi cabeza. Todo se vuelve oscuro y claro en segundos. Asthur sale del baño, ya está vestido y me observa, extrañado.

―¿Terminaste? ―pregunta―. Cantas raro, no se te entiende nada.

Me siento, rápido.

―Yo... ¿Ya pasó?

―¿Te desvinculas del mundo o qué? ―Me tira la escoba en la cara―. Ya ponte a limpiar.

―Eres un ser despreciable.

Sonríe.

―Un placer.

Vale, es imposible huir, pero quién me dice que mi comprador no sea peor o que termine siendo comida de este loco. En todo caso, no puedo rendirme. He huido de todo en la vida, y aunque esta situación sea de la más extraña, también escaparé.

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