Capítulo 18

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Al mismo tiempo que percibía un profundo olor a descomposición, fogonazos de un intenso rojo poseyeron lo que quedaba de su mente y sonidos estridentes se propagaron por los restos de su consciencia.

Quiso ordenar los pensamientos, pero no consiguió más que notar cómo se descomponían los recuerdos. Luchó cuanto pudo, aunque en aquel lugar daba igual lo que alargara la resistencia; el tiempo no existía y su derrota ya se había manifestado en el mismo instante en el que empezó a combatir contra la esencia de la nada.

Cuando todo parecía perdido, cuando su ser no era más que millones de partículas dispersas por una corriente de energía, un estallido lo sacó de ese estado y lo materializó en el plano físico.

Desorientado, sintiendo cómo le ardían los músculos, parpadeó con gran esfuerzo e inspiró notando pinchazos en los pulmones.

—¿Dónde...? —al pronunciar la palabra padeció un dolor punzante en las cuerdas vocales.

La cabeza le dio vueltas, sufrió un fuerte mareo y sintió cómo la mente estaba a punto de apagarse. Aunque antes de perder el conocimiento, le dio tiempo de ver al recluso novecientos noventa y nueve tirado en el suelo.

***

El sol se hallaba en lo alto del firmamento y proyectaba con fuerza el calor sobre Woklan. El crononauta, sintiendo como si el cuerpo se estuviera quemando, abrió los párpados, separó la cara del suelo reseco y se incorporó mareado.

Tras unos segundos eternos, en los que intentó humedecerse los labios cortados mientras dirigía la visión borrosa hacía su compañero, preguntó con voz ronca:

—¿Sigues inconsciente...? —Aunque le dolió, forzó los músculos de las piernas y consiguió levantarse—. Tienes que despertarte. —Caminó tambaleándose hacia el recluso novecientos noventa y nueve—. Debes despertarte.

Se dejó caer de rodillas a su lado y lo zarandeó. Al ver que no reaccionaba, lo volteó y lo puso boca arriba.

—Vamos, amigo. —Le dio varias palmadas en la cara—. Venga.

El recluso, aun teniendo los ojos abiertos, se hallaba con la mirada perdida, observando el infinito. Woklan meneó la cabeza y volvió a zarandearlo.

—Vamos. —Lo movió con más fuerza—. ¡Vamos!

Mientras el crononauta intentaba despertarlo, la piel de recluso empezó a despedir pequeñas chispas de color carmesí. Woklan, aun notando calambres producidos por las descargas energéticas, continuó empeñado en sacar a su compañero de ese estado comatoso.

—No te rindas —dijo desesperado.

Cuando el cuerpo del recluso se cubrió de energía Gaónica, las manos de Woklan comenzaron a calentarse. El teniente apretó los dientes, ignoró el dolor y siguió moviendo a su compañero.

—¡Despierta! —bramó.

Después de unos segundos, en los que a causa de la temperatura el crononauta tuvo que separar un par de veces las manos de la piel, el recluso novecientos noventa y nueve parpadeó, vio cómo lo cubría la energía Gaónica y dijo con la voz ahogada:

—Aléjate.

—¿Qué? —Las facciones reflejaban incomprensión—. ¿Por qué?

—Mi cuerpo tiene acumulada demasiada energía y está a punto de enviar a mis átomos a otra realidad.

Woklan dudó.

—Pero... puedo saltar contigo.

—No creo que funcione. El salto anterior fue diferente, mi cuerpo sufrió una implosión que atrajo lo que había a su alrededor y lo trasladó a este mundo. Esta vez explotará y destruirá lo que haya cerca de mí.

—¿Cómo estás tan seguro?

Con mucho esfuerzo, el recluso movió la cabeza, lo miró y contestó:

—Porque tengo la misma sensación que tuve en mi primer salto... —Los ojos se le humedecieron—. En el salto en el que exploté cerca de mi familia... —Hizo una breve pausa—. Aléjate.

Woklan, aunque al final se levantó, tardó un par de segundos en reaccionar

—Amigo... —Se dio la vuelta y se alejó todo lo rápido que le permitía su cuerpo cansado y dolorido.

Cuando estaba a una veintena de metros, el recluso explotó y la onda de la deflagración empujó al crononauta por el aire. Antes de impactar con la vieja estructura de un edificio casi derruido, a Woklan le dio tiempo de manifestar un pensamiento:

«Weina...».

***

Hacía un par de horas que la noche había caído. Woklan seguía inconsciente entre un amasijo de metal, vidrios y hormigón. El cuerpo del crononauta se hallaba repleto de cortes que aun sin ser profundos le habían hecho perder una cantidad de sangre importante.

A causa del impacto, tenía una contusión cerebral, una fisura en el fémur y dos costillas rotas. Entre las lesiones y las heridas que se estaban infectando, la vida de Woklan empezaba a apagarse poco a poco.

Al mismo tiempo que el ritmo cardíaco se ralentizaba y la tensión arterial se alteraba cada vez más, se escuchaba lo mucho que le costaba a su organismo llenar los pulmones de aire.

La caída de la temperatura en la superficie del planeta, aunque frenada ligeramente por la estructura del viejo edificio, no hacía más que empeorar el estado al que estaban sometidos los órganos del cuerpo de Woklan.

Cuando todo parecía perdido, cuando tan solo podría haber aguantado unos minutos más, dos figuras cubiertas por el manto nocturno llegaron a la altura del teniente.

—Te dije que era cierto —pronunció el más bajito y regordete.

—Tenías razón —contestó el alto y delgado—. Después de tanto tiempo había empezado a dudar de que se cumpliera la predicción. —Miró a su compañero—. Debemos estabilizarlo y llevarlo al refugio. —Dirigió la mirada hacia Woklan—. Tiene el cuerpo muy dañado.

—Sí. —Se agachó y pasó la mano por encima de la espalda del teniente—. Acerca el transporte, voy a sanar las heridas, las hemorragias internas e intentaré recolocarle las costillas.

—¿Estás seguro de que podrás? Hace mucho tiempo desde la última vez que sanaste a un humano y el tiempo puede haber borrado parte de tus conocimientos de anatomía.

El bajito y regordete abrió un maletín y contestó:

—Tranquilo, ve a buscar el transporte. —Lo miró—. No se me ha borrado nada sobre lo esencial del organismo humano... —Bajó la cabeza y observó a Woklan—. Creo...

El alto y delgado se quedó un par de segundos en silencio y dijo:

—De acuerdo, estaré de vuelta en tres minutos y cincuenta y cuatro segundos.

Mientras su compañero se alejaba, al mismo tiempo que le inyectaba a Woklan algunas sustancias y comenzaba a limpiarle las heridas, el bajito y regordete dijo:

—No te preocupes, humano. Te salvaremos y así podrás cumplir la predicción. —Hizo una breve pausa—. Así podrás activar la estructura y llevarnos con nuestro creador.

***

Cerca de la tenue frontera que separa la vida de la muerte, cubierto por una oscuridad que lo helaba, sin saber muy bien quién era ni por qué estaba ahí, Woklan caminaba despacio temeroso de tropezar en aquel paraje de intensa negrura.

Después de dar unos pasos, a lo lejos pudo escuchar una risa familiar. Se detuvo, parpadeó y se concentró. Quería saber por qué le era conocida.

—¿Quién...? —Dejó de hablar al venirle varias imágenes a la mente—. No puede ser...

La risa sonó con más fuerza.

—¿Papá? ¿Eres tú? —Woklan se dio la vuelta y contempló perplejo a su hija—. Al fin has venido.

El ver de nuevo el rostro de su pequeña lo llenó de alegría.

—Princesa...

Mientras iba rápido hacia ella, mientras llegaba a su altura, se arrodillaba y la abrazaba, los recuerdos reprimidos afloraron desde lo más profundo de su ser.

—Papá, te quiero.

Una lágrima resbaló por la mejilla de la representación del cuerpo del teniente.

—Y yo. —Sollozó.

El dolor, la impotencia y la angustia emergieron junto con los recuerdos reprimidos. El ver a su pequeña había logrado devolverle la memoria y mostrarle lo que ocurrió en el suceso originario.

Mientras multitud de imágenes lo bombardeaban, al mismo tiempo que las emociones se apoderaban de él, aseguró:

—No volveré a fallarte. —No pudo evitar atragantarse con el sufrimiento y ahogarse con la culpa.

Durante un segundo, el silencio se adueñó de aquel paraje entre la vida y la muerte.

—Te quiero, papá —le dijo la pequeña antes de darle un beso en la mejilla y retroceder unos pasos.

Woklan no entendía por qué se alejaba su hija; en ese momento lo único que le importaba era aferrarse a ella y no volverla a perder nunca más.

—Y yo también te qui... —Se calló después de intentar acercarse y chocar con una pared invisible—. No entiendo... —pronunció perplejo mientras veía cómo seguía alejándose.

Un ruido ensordecedor se propagó y lo obligó a taparse los oídos. A la vez que sufría viendo cómo la oscuridad engullía a su pequeña, lo envolvió una potente luz que casi consiguió cegarlo.

—No, no, no. —Separó las manos de la cabeza y golpeó la barrera invisible—. ¡No!

Por un breve instante, antes de que su hija se perdiera en la oscuridad, vio cómo la sangre le resbalaba por el cuero cabelludo y le teñía la cara de rojo.

—¡Noooo! —bramó, lanzando los nudillos contra el muro invisible.

Impotente, luchó con la fuerza que lo agarró y lo dirigió hacia la luz que se proyectaba desde su espalda.

—¡Dejadme! —Forcejeó—. ¡Debo salvar a mi hija!

Aunque no obtuvo respuesta, empezó a maldecir y siguió gritando.

***

Woklan abrió los ojos, miró nervioso el lugar en el que estaba y al ser consciente de que se hallaba en una cápsula repleta de un líquido trasparente, al alejarse de la experiencia que acababa de tener y sentir la presión que hacía contra parte de su rostro una mascarilla que le proporcionaba oxígeno, al notar el cuerpo lleno de pequeñas ventosas, golpeó el vidrio que lo encerraba y lo separaba de la sala de metal oxidado.

«Debo evitar que ocurra» pensó mientras lanzaba las palmas contra el cristal.

Después de medio minuto, tras cerciorarse de que era inútil seguir golpeando, miró los aparatos que se hallaban cerca de la cápsula y se fijó en que marcaban sus constantes.

«Es de locos, pero es la única forma de forzar que se abra esta cosa».

Aguantó la respiración, agarró la mascarilla, tiró de ella y rompió las gomas que la mantenían sujeta a la cabeza. A medida que su cuerpo consumía el oxígeno, el ritmo cardíaco empezó a dispararse y los monitores comenzaron a parpadear.

Cuando estaba a punto de soltar el aire, cuando la presión de los pulmones le estaba quemando, golpeó una última vez el cristal y este se replegó.

A la vez que el líquido transparente salía de la cápsula, Woklan fue empujado por él y cayó contra el suelo. Inspiró y espiró con fuerza varias veces, se limpió la sustancia acuosa de la cara y se levantó.

—¿Qué es este lugar? —Ladeó la cabeza y observó cómo chisporroteaban los cables de los aparatos de medición de las constantes—. Esto se hace pedazos.

La compuerta se abrió y quienes le habían rescatado entraron en la sala oxidada.

—Nos alegra que estés bien, humano —dijo el bajito y regordete.

—Ahora podrás cumplir la predicción. —El alto y delgado extendió el brazo y le ofreció ropa.

Woklan los miró, los examinó y dijo:

—Robots... —Se fijó en las piezas azules que daban forma al androide bajito—. Sois robots. —Dirigió la mirada hacía el alto y observó el color rojo de sus componentes.

—Somos formas de vida artificiales —pronunció el regordete.

—Vida robótica —le corrigió el delgado.

Woklan volvió a observar la sala y preguntó:

—¿Dónde estoy? —Los miró—. Este lugar está a punto de desmoronarse.

—Llevamos siglos esperando. —El bajito avanzó hasta llegar a la altura del crononauta—. Nuestro creador nos construyó para que viviéramos lo suficiente para ver llegar al humano que podría activar y adentrarse en la estructura.

—¿La estructura? —soltó el crononauta.

El robot delgado caminó hasta llegar a un monitor, pulsó unos botones, se apartó y dijo:

—Una estructura gigantesca que se adentra en el planeta y se hunde en el núcleo.

Woklan observó la imagen del inmenso objeto y susurró:

—Una reliquia de la antigua era...

—¿Antigua era? —preguntó el regordete.

Antes de que el teniente pudiera contestar, el monitor parpadeó y se activó una grabación que mostraba a un anciano.

—Sé que estarás desorientado, sé que esto te resultará extraño, pero eres nuestra última esperanza. —El hombre hizo una breve pausa y continuó sin poder ocultar la tristeza que le embargaba—: Woklan... Hijo... Pon freno a esta locura. Eres el único que puede lograrlo... —La imagen tembló—. Siento no habértelo dicho más en vida, pero estoy muy orgulloso de ti. —Una lágrima resbaló por la mejilla del anciano—. Te quiero.

Con los ojos humedecidos, observando cómo la grabación se apagaba y su padre desaparecía de la pantalla, poseído por la emoción, olvidó por el momento las miles de preguntas y pronunció con pesar:

—Yo también te quiero.

Los robots aguardaron a que Woklan dejara fluir sus emociones. Cuando notaron que estaba más tranquilo, el regordete le tocó la espalda y le dijo:

—Nuestro creador dejó todo preparado para que se cumpliera la predicción.

El crononauta lo miró.

—Él dejó instrucciones para ti —señaló el delgado.

Woklan cogió la ropa que le ofrecía y empezó a vestirse. Mientras se ponía las prendas, acordándose de lo que desencadenó el suceso originario, padeciendo por lo que acababa de ver, sintiendo cierta compasión por los guardianes robóticos y sus siglos de espera, dijo:

—Pondré fin a esta locura. Investigaré ese cubo, usaré la energía Gaónica si la tiene, viajaré a través de la paradoja, la atravesaré e impediré que las realidades se descompongan.


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