Capítulo 26

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Antes de desaparecer, la puerta se cerró muy despacio produciendo un fuerte chirrido. Cuando el sonido se silenció, Woklan se giró y comprobó que a su espalda había una entrada tapiada con ladrillos con marcas de palmas ensangrentadas.

Dhagmarkal... —el teniente escuchó un susurro que se desplazó junto a una brisa helada que lo estremeció.

Miró hacia delante y vio cómo una neblina oscura se movía hacia el otro extremo del pasillo. Sin que la visión lo turbara, observó las paredes sucias repletas de arañazos y se fijó en los viejos candelabros que no paraban de encenderse y apagarse.

Tras unos segundos, dirigió la mirada hacia las ventanas que daban al vacío y vio cómo seres compuestos de bruma se aferraban a los alfeizares en un vano intento de adentrarse en el edificio.

En otro momento, el miedo lo habría paralizado haciéndole sucumbir a la locura que emanaba del lugar, pero en ese instante, mientras observaba a un hombre raquítico caminar por el pasillo con movimientos erráticos, sabía con certeza que aquello no era más que un producto de la paradoja.

Aunque todavía no conocía la razón de ser de ese infierno, tenía la certeza de que no era más que un reflejo deformado de la realidad; un reflejo producido por el miedo irracional irradiado por una fuerza capaz de abrir una brecha en la creación.

Miró al frente, empezó a caminar y susurró:

—Nada de esto es real. —Cuando el hombre raquítico intentó aferrársele a una manga, lo apartó y murmuró—: Nadie cae en un infierno si es dueño del mismo.

La neblina oscura se detuvo unos metros delante de él y fue tomando forma. Al cabo de unos segundos que se le hicieron eternos, la niebla adquirió el aspecto de Weina.

—Wokli... —sollozó—. ¿Por qué? —El rostro se llenó de lágrimas de sangre—. ¿Por qué nos abandonaste?

Mientras contemplaba el reflejo distorsionado de su mujer, al mismo tiempo que una mano gélida se le posaba en el hombro, escuchó una siniestra voz:

Nunca podrás borrar lo que hiciste. Por más que intentes recrear lo que sucedió, aunque logres evitarlo, aunque construyas una nueva realidad, jamás podrás deshacerte del resultado de tus acciones. —La mano gélida se separó del hombro del crononauta—. Mientras lo recuerdes, mientras la memoria de tus actos te devore las entrañas, ese pasado seguirá existiendo. —La voz empezó a alejarse—. Da igual lo que hagas, da igual el futuro que crees, estás condenado y tendrás que sufrir tu condena. Cumplirás el castigo que te impusiste.

Aunque sabía que nada de aquello era real, enfrentarse a lo que más dolor le causaba lo golpeó de tal manera que tuvo girar un poco la cabeza para que no escapara ninguna lágrima de los ojos humedecidos.

En ese instante, después de que las fisuras de su mente hubieran desaparecido, era consciente de por qué se ofreció como voluntario para comandar la misión de la Ethopskos; era consciente de los motivos por los que quiso generar una paradoja y ayudar a construir un universo nuevo.

Durante casi todo el tiempo que había durado su travesía por la creación en ruinas, el pasado se había mantenido envuelto en un manto oscuro que le ocultó la verdad que escondía. Aunque le costó lograrlo, aunque el liberarse del no recordar le generó mucho sufrimiento, ya era libre de las ataduras de no acordarse de sus actos y podía cargar de nuevo con el peso de la culpa.

—No os abandoné... —Apretó los labios y contuvo el llanto—. Vosotras lo hicisteis. —Centró la mirada en la representación de su mujer y prosiguió—: Primero nuestra pequeña, después tú. —No pudo reprimir más las lágrimas y estas le recorrieron las mejillas—. Nuestra hija murió por mi culpa... —Caminó hacia ella—. Y tú también... —Le cogió el vestido a la altura de los hombros y tiró un poco de la tela hasta que en la piel del cuello quedó a la vista la marca de una soga—. ¿Por qué tuviste que abandonarme? ¿Por qué te quitaste la vida? Te necesitaba... —Pasó los pulgares por las mejillas de Weina y apartó como pudo las lágrimas de sangre—. Te amo. Por eso me uní al proyecto. Por eso ayudé a generar la paradoja. No quiero vivir en un universo en el que tú no existas... en el que nuestra pequeña y tú estéis muertas.

Tras unos segundos, la representación de Weina sonrió y desapareció. Mientras la niebla que había dado forma a su mujer se evaporaba, Woklan siguió liberando su dolor, recordando una y otra vez cómo perdió a lo único que le importaba en la vida.

—Os quiero... Os necesito... —susurró con una intensa angustia presionándole el pecho.

Aunque no se dio cuenta, el pasillo se deshizo y se convirtió en polvo que cayó en el suelo. Pasados unos instantes, dentro de la negrura que envolvía al crononauta, un brillo blanco iluminó a un ser grotesco que estaba rodeado de cunas.

La criatura, musculosa, tenía la piel roja y los dientes afilados. En el fino cartílago de las orejas puntiagudas se hallaban incrustadas anillas doradas. Los ojos eran de un negro intenso y los labios morados. No portaba mucha ropa y la poca que le cubría el cuerpo estaba hecha jirones.

Al notar el tacto de la cálida luz, el ser dejó de mecer una de las cunas, miró a Woklan y dijo:

—Vaya, todavía quedan humanos. Interesante. —Un rugido emergió del interior de la cuna y el ser volvió a mecerla—. Ya empezaba a pensar que lo único que quedaba en píe era este criadero en ruinas.

Woklan tardó unos instantes en reaccionar, el dolor que sentía era tan intenso que tuvo que esperar para serenarse y recordar por qué estaba ahí. Cuando logró apartar el sufrimiento, se secó la cara y dijo:

—La creación está siendo consumida. Si eres real, quizá los únicos que sigamos existiendo seamos tú y yo.

—Tú y yo.... —Bajó la cabeza y observó las cunas—. Tú, yo y ellos: los vástagos de las pesadillas. —Elevó la mirada—. Ellos y yo somos reales. Somos lo único que queda del reflejo oscuro del alma humana. —El ser volvió a mirar a las criaturas que había en las cunas, ignoró al crononauta y siguió meciéndolas.

Woklan meditó las palabras del ser, pensó en los distintos planos de realidad y en cómo estos colapsaban chocando los unos con los otros. Sin poder apartar de la mente la imagen de un universo agonizante, susurró:

—Si algo me ha enseñado mi camino por el infierno es que hay dimensiones más oscuras de las que me pensaba.

El ser sonrió y contestó:

—Todo es tan complejo y a la vez tan sencillo. Habéis luchado durante vuestra existencia por la supervivencia. Habéis invadido universos y destruido culturas, pero ni con todo el conocimiento que conseguisteis acumular fuisteis conscientes de que la existencia se sustenta en un fundamento muy simple. —Extendió la mano y una pequeña esfera negra flotó sobre la palma—. Esto, mi esencia oscura, no es más que un reflejo de la humanidad. Un reflejo de una inmensa multitud de mentes humanas. —Lo miró a los ojos—. Lo que os llevó a la perdición y nos arrastró a la catástrofe fue que no fuisteis capaces de alcanzar la verdad. Buscasteis con vuestras naves las respuestas que se encontraban en vuestro interior. —El ser cerró la palma y la esfera se le unió a la mano—. Todos somos reflejos, todos somos proyecciones, todos somos mente.

Woklan lo miró en silencio sin entender qué quería decir.

—¿Todos somos mente...?

—Así es. Los lugares infernales por los que has pasado, los mundos lejanos que pisaste, las líneas temporales que destruiste; todo eso no son más que reflejos que se proyectan dentro de la mente que sustenta la creación. —Ante la cara de incredulidad del crononauta, añadió—: Tu voluntad y la de todos los seres moldea y crea una versión de lo que anida en el interior de la consciencia donde nace. —El ser gesticuló con la mano—. Las consciencias son como un espejo que se refleja en el infinito y se proyecta durante la eternidad creando incontables réplicas. Imágenes que van cambiando en cada proyección hasta adquirir aspectos muy diferentes.

Woklan bajó un poco la cabeza, observó el suelo negro y preguntó:

—¿Quieres decir que este lugar es un reflejo de mi mente? ¿Que tú y los seres que hay en las cunas también lo sois? —Elevó la mirada—. ¿Que todo lo que queda en pie del multiverso es un reflejo de mí mismo?

El ser negó con la cabeza.

—No solo de tu consciencia. Somos un reflejo de todas las consciencias. Incluso siendo independientes y moldeando la realidad con nuestros pensamientos, incluso poseyendo mentes propias, todos somos reflejos proyectados a través del espacio mental. —Hizo una breve pausa—. Somos mente dentro de mente.

Woklan se quedó pensativo. Aunque tenía la certeza de que el ser le decía la verdad, de que lo que le contaba aun sonando descabellado tenía lógica, le costó un poco asimilar que el origen de la realidad tuviese esa naturaleza.

—Un universo mental... —murmuró.

—Así es. —El crononauta lo miró a los ojos—. Los pensamientos son los encargados de hacer crecer lo que existe. Yo y el plano donde nací somos parte de una realidad que tomó forma a través de la oscuridad de las mentes de los humanos y otros seres. —Bajó la mirada y observó a la criatura que estaba meciendo—. Cualquier ser vivo proyecta y crea. —Dirigió la mirada hacia Woklan—. Esa es la esencia de la eternidad.

Woklan, comprendiendo que si quería cambiar de verdad el pasado no bastaba con retroceder en el tiempo, repitió:

—La esencia de la eternidad...

Un crujido emergió de la oscuridad y una fuerte ráfaga de aire azotó al ser. Mientras la corriente lo golpeaba, la criatura sonrió y comenzó a desvanecerse.

—Dentro de poco, lo único que existirá en este plano serás tú. —Se miró la mano y vio cómo se agrietaba—. He aguantado cuanto he podido, pero la enfermedad es imparable. —Antes de convertirse en ceniza y ser absorbido por el suelo, pudo decir—: El orden de los antiguos era imperfecto, pero al menos permitía que existiéramos.

Aunque Woklan llegó a dar dos pasos en un vano intento de ayudarlo, se detuvo al ver cómo las cunas también eran engullidas por la oscuridad.

—La enfermedad cósmica... —Observó cómo se apagaba la luz que había iluminado al ser—. La paradoja...

Sintió en la espalda los dedos helados de una presencia y escuchó una voz:

La única forma de avanzar es renunciar. La única forma de salvar lo que te importa es abandonándolo. —El crononauta dejó de sentir el gélido tacto al mismo tiempo que las palabras se alejaban—: Asume lo que eres, asume lo que somos, asume tu naturaleza y sé consciente de porqué existimos.

Woklan cerró los párpados, inspiró despacio por la nariz, abrió los ojos y comenzó a caminar. Con cada paso que daba, aunque no veía hacia dónde se dirigía, sentía que se alejaba de ese plano vacío de existencia, que dejaba atrás ese lugar en el que había sido testigo de la muerte de sus últimos habitantes.

—Somos mente dentro de mente... —dijo, sin dejar de andar—. La única forma de evitar la paradoja es ser consciente de ello.

Cuando acabó de pronunciar la frase, poco a poco, unos metros delante de él, se fue materializando un pasillo metálico. Al alcanzarlo, una vez empezó a recorrerlo, acarició la pared y dijo:

—La Ethopskos.

Escuchó un ruido detrás de él, se giró y vio cómo desaparecía la oscuridad dejando paso a la sala de hibernación. Caminó hacia las cápsulas, pasó por delante de dos y se detuvo en la tercera. Limpió el cristal de vaho, contempló al humano que descansaba en ella, movió ligeramente la cabeza y se preguntó:

—¿Esto es real? —Observó el rostro de la persona criogenizada—. ¿Soy yo?

El sonido de la compuerta exterior abriéndose lo apartó de la cápsula y de sus pensamientos. Recorrió las pequeñas salas que lo separaban del exterior, se asomó y, mientras contemplaba el templo coronado por un gigantesco árbol muerto, dijo:

—Dhagmarkal. —Echó la vista atrás, miró una última vez el interior de la nave y se quedó pensativo—. La paradoja nació en el templo. —Volvió a observar la inmensa construcción y salió de la Ethopskos—. Esta vez no te alimentaras con la paradoja. Esta vez no te alimentaras de mi alma. —Sin dejar que la rabia lo poseyera, sin dejar que el dolor por la pérdida de su familia le nublara la mente, pronunció con serenidad—: Esta vez te destruiré.

Mientras el viento silbaba, al mismo tiempo que el sol y el cielo se teñían con tonos rojos, Woklan dio los últimos pasos que lo separaban del templo y se adentró en él.

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