Capítulo 35

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Dos años y cuatro meses antes del suceso originario.

El sonido de las gotas impactando contra un cubo metálico era continuo. En un principio, ese repiqueteo incesante le había hecho perder la cabeza. Sin embargo, tras pasar mucho tiempo atrapado allí, encerrado en aquella fría habitación de paredes húmedas y luces parpadeantes, con la única compañía de una litera oxidada, dos colchones agujereados y una gruesa puerta sellada, poco a poco consiguió mantener la calma y recuperar el juicio que había empezado a perder.

De vez en cuando, cuando el cansancio le permitía descansar, cuando sentía los párpados tan pesados que las dudas e inquietudes pasaban a un segundo plano, cuando caía rendido sobre el colchón corroído de muelles oxidados, percibía cierta liberación y entre sueños impregnados por una felicidad deformada creía que la siniestra celda era algo ilusorio.

No obstante, aunque muchas veces cabeceando lograba alcanzar esa sensación, aunque por breves momentos conseguía acariciar una libertad que rápidamente se le escapaba entre los dedos, siempre abría los ojos imbuido por una agonía punzante que se le clavaba en el pecho y le obligaba a gritar.

Daba igual lo mucho que creyese alejarse de la habitación entre imágenes difusas de seres queridos, entre olores que lo trasportaban a un pasado feliz, entre sonidos de voces cariñosas y recuerdos de besos de amor.

Por mucho que durante el tiempo que conseguía conciliar el sueño alcanzaba una felicidad ilusoria, la realidad no le permitía distanciarse y con rapidez lo alcanzaba para devolverlo al lugar siniestro en el que se hallaba atrapado.

Había perdido la cuenta de los meses que llevaba allí. Durante un largo tiempo, cada vez que despertaba, hacía marcas en las paredes para intentar orientarse. Sin embargo, una vez que no le quedó más espacio para seguir apuntando, cuando los muros estuvieron llenos de rayas, lo único que pudo hacer fue contemplar con impotencia cómo el tiempo seguía pasando y padecer por hallarse aprisionado en aquella habitación en la que sonaba de forma continua el molesto ruido de las gotas impactando contra el cubo de metal.

Asfixiado por la atmósfera que apestaba a orín y heces de rata, con la barba empapada en sudor y las prendas de tela fina desgarradas y sucias, se levantó del suelo y caminó con los pies descalzos hacía la gruesa puerta.

Mientras sentía el frío tacto en las plantas, mientras escuchaba corretear a los rodeadores y oía el sonido de las bombillas al parpadear, posó las manos en el metal que le impedía salir de ahí y susurró con una voz impregnada con desesperación e impotencia:

—Por favor... —Por un segundo, lo único que se escuchó fue el lento sonido del aire llenándole los pulmones—. Necesito salir de aquí...

Apoyó la frente en la gruesa puerta de metal y cerró los ojos. Aunque no quería perder la esperanza, aunque se aferraba a la idea de que alguien lo sacaría de ese maldito lugar, los segundos convertidos en minutos fueron pasando y nadie respondió a sus súplicas.

—Por favor... —susurró.

Resignado, con las lágrimas recorriéndole la piel sucia de las mejillas, estaba a punto de darse la vuelta y dirigirse a la litera oxidada cuando le pareció escuchar un sonido que provenía de fuera de la habitación.

Abrió los ojos, se separó un poco de la puerta y afinó el oído para asegurase que su mente no le había jugado una mala pasada. Se mantuvo inmóvil medio minuto hasta que volvió a escuchar algo.

—¡¿Hay alguien ahí?! —Se echó hacia delante y golpeó la puerta—. ¡Estoy atrapado! —Lanzó la palma con más fuerza contra el metal—. ¡Ayuda! —En el momento en que los sonidos que oía empezaron a sonarle a pisadas, aumentó la intensidad de los golpes y gritó con más fuerza—: ¡Sacadme de aquí!

Tras unos segundos, cuando le pareció que alguien le hablaba, dejó de golpear la aleación y prestó atención a lo que repetía la persona que se hallaba detrás de la puerta:

—¿Woklan? ¿Woklan, eres tú?

Aunque la voz le resultó familiar, era tal el cúmulo de emociones que sentía que no llegó a pensar en la identidad de la persona y tan solo contestó eufórico:

—Sí, soy yo. —Las palabras se le atragantaron—. Soy yo —volvió a decir mientras los ojos se le humedecían.

Lentamente, en la gruesa puerta de metal apareció una pieza rectangular que se movió hacia un lado y dejó a la vista los ojos del hombre que había hallado a Woklan.

—Hijo... Por fin...

El teniente se quedó sin habla durante unos instantes.

—¿Padre? —Tragó saliva—. ¿Eres tú?

—Sí, hijo. Soy yo. —La mirada del General Supremo trasmitía los sentimientos que lo poseían—. Te he echado de menos. —Una mueca de tristeza y alegría se apoderó de su rostro.

Woklan no pudo contener las emociones y las lágrimas le resbalaron por la cara ennegrecida y la barba sucia. Mientras las mejillas se le humedecían, el sonido que producían los roedores recorriendo la celda lo alejó por un instante del cúmulo de sensaciones que se habían apoderado de él.

Inmerso en un mar de dudas, ladeó la cabeza, observó el lúgubre lugar en el que se hallaba recluido y le preguntó a su padre:

—¿Qué es este lugar?

Galken, el General Supremo, meditó cómo explicarle a su hijo cuál era la naturaleza de ese sitio.

—Perdimos tu rastro poco antes de que la Dhareix explotara... —Aunque era un hombre de carácter fuerte al que pocas cosas le perturbaban, la voz de Galken denotaba lo mucho que le costaba narrar lo sucedido—. Durante meses buscamos por el multiverso tu huella energética hasta que la encontramos en una línea temporal axótica. —Ladeó la cabeza—. Envié a una unidad de Soldados de Impacto para que te trajeran de vuelta... —Cerró los párpados mientras rememoraba lo ocurrido—. Creí que lo único que encontrarían sería tu cuerpo sin vida encerrado en el traje de salto dimensional. —Volvió a centrar la mirada en los ojos de su hijo—. Pero no fue así. Te encontraron vivo.

A la vez que las palabras de Galken despertaron imágenes de un pasado que no recordaba, al mismo tiempo que sentía una leve migraña, Woklan se acarició las sienes y pronunció titubeando:

—Había un alienígena en la Dhareix... —Una mueca de dolor se apoderó de su rostro—. Ese ser... me replicó...

—¿Qué quieres decir? ¿A qué te refieres con que te replicó?

Woklan parpadeó e intentó ver con más claridad los recuerdos que permanecían difusos. Tras unos instantes, apretó los dientes, negó con la cabeza, llegó a visualizar la forma del rostro de su doble y respondió:

—Creó alguien igual a mí. —Dirigió la mirada hacia la pieza rectangular de la puerta y observó a su padre—. Era yo.

El General Supremo susurró sorprendido:

—Un doble...

Durante unos segundos, los únicos sonidos que se escucharon fueron los de los roedores y los de las gotas impactando en el cubo. Padre e hijo permanecieron inmersos en sus pensamientos. Uno intentando averiguar qué pasó en la nave y el otro volviendo a preguntarse por qué estaba atrapado en ese lugar.

Poco a poco, la sordidez de la celda y el hecho de que la puerta permaneciera cerrada trajeron de nuevo la ansiedad a la mente del crononauta. Al ver a Galken pensativo, sin la aparente intención de liberarlo, un mar de dudas se adueño de él.

Woklan miró a los ojos de su padre y le preguntó dudando de sus intenciones:

—¿Por qué después de encontrarme me encerraste aquí?

Galken se sobresaltó, meneó la cabeza y contestó con rapidez:

—No te he encerrado. Jamás te encerraría. —Woklan no terminaba de creerlo—. Hijo, si alguna vez se me pasara por la cabeza hacerte daño, ten por seguro que me quitaría la vida antes de hacerte nada.

Sin dejar de desconfiar, el crononauta posó las manos en el frío metal y preguntó:

—¿Entonces por qué no abres la puerta?

Galken agachó la cabeza y susurró:

—Hijo...

Woklan golpeó el metal y dijo enfurecido:

—Padre, ¿por qué no me liberas?

El General Supremo elevó la mirada y contestó con tristeza:

—Porque no puedo. —Antes de que a Woklan le diera tiempo a replicar, Galken continuó hablando—: Este lugar es una recreación de tu mente. La celda es una proyección creada por ti.

—¿Qué...? —El crononauta retrocedió unos pasos—. No... —Observó las paredes sucias llenas de marcas y repitió—: No...

—Lo siento. —Galken se acercó todo lo que pudo a la puerta, casi pegó la cabeza al metal—. Estamos trabajando para poder liberarte.

—No entiendo —dijo Woklan, sintiendo por momentos que su prisión se empequeñecía—. ¿Cómo es posible que yo haya creado esto?

Galken, padeciendo por el dolor y la angustia de su hijo, dijo:

—Los Soldados de Impacto consiguieron traerte con vida, pero...

Lleno de confusión, al ver que su padre se callaba, Woklan preguntó:

—¿Pero qué?

El General Supremo inspiró despacio por la nariz e intentó explicarse:

—Hijo, tu cuerpo estaba fusionado con una gran cantidad de energía Gaónica. —Se separó un poco de la puerta—. Nadie, ni siquiera Ragbert, puede explicar la razón de que sigas vivo.

Woklan meditó lo que acababa de decir su padre y contestó:

—Fusionado con energía atemporal... Es imposible.

—Eso pensaba hasta que comprobé que tu consciencia no había muerto. No creí los informes preliminares hasta que vi con mis propios ojos los análisis que indicaban la actividad de tu mente.

Pensativo, el crononauta se volteó, caminó unos pasos y volvió a dirigirse a la puerta.

—Entonces, ¿has conseguido crear una proyección dentro de mi consciencia?

—Sí, nos ha llevado meses lograr unificar mis campos mentales con los tuyos, pero al final lo hemos conseguido. —Apoyó las manos en el metal—. Estaba deseando poder llegar a ti y hablar contigo. —Por primera vez, el dolor de Galken se manifestó en forma de una lágrima que le surcó la mejilla—. Hijo, voy a hacer todo lo que esté en mi mano para sacarte de aquí. No voy a dudar en llegar a donde haga falta. Te sacaré de aquí, te lo prometo.

Los sentimientos desbordaron a Woklan. Con los ojos enrojecidos y la cara humedecida, dijo:

—Gracias, padre. Siento mucho haber dudado de ti.

Galken inspiró con fuerza para evitar manifestar las intensas emociones que lo invadían.

—No pasa nada, hijo. No pasa nada.

A lo lejos empezó a sonar una alarma y el crononauta comprendió qué significaba.

—¿El aviso de que el enlace se vuelve inestable? —preguntó con la mirada fija en los ojos de su padre.

Galken asintió.

—Sí... —Antes de separase de la puerta y perderse por el pasillo oscuro, prometió—: Volveré, te juro que volveré y que te sacaré de aquí.

Mientras su padre se alejaba, Woklan susurró:

—Sé que lo harás.

Cuando la alarma dejó de sonar y la pieza rectangular de la puerta desapareció, el crononauta se quedó con la mirada perdida observando una celda que solo existía en su mente.

***

Galken inspiró con fuerza, se incorporó y se quitó con rapidez la mascarilla que le suministraba oxígeno. Con la respiración agitada y el corazón golpeándole el pecho, observó a las personas ataviadas con batas blancas que se movían por la habitación.

—Hijo... —susurró dirigiendo la mirada a una cápsula refrigerada.

Mientras el General Supremo contemplaba con dolor el lugar donde se hallaba confinado el cuerpo de su hijo, Ragbert entró en la sala, hizo un gesto y el personal abandonó la sala.

—Galken, estamos cerca —dijo el científico, sacando al oficial de sus pensamientos.

Al escucharlo, el General Supremo lo miró y preguntó:

—¿Has logrado descifrar la información oculta de la energía contenida?

Al científico se le dibujó una ligera sonrisa en el rostro.

—He accedido al núcleo donde se conectan las partículas Gaónicas y he empezado a entender lo que ocultan. —Sin esconder la alegría que sentía, Ragbert gesticuló ligeramente—. No solo vamos a liberar a tu hijo, vamos a poder alcanzar los cimientos de la realidad.

Galken volvió a mirar la cápsula y dijo:

—De momento, solo me importa liberar a mi hijo. —Mientras Ragbert se daba la vuelta y se dirigía a la salida, añadió—: Aunque haré lo que haga falta para sacarlo de ahí.

Antes de dejar la sala, en la cara del profesor se marcó una siniestra sonrisa.

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