Capítulo 37

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Los afluentes de sangre se unían dando forma a un inmenso río rojo que serpenteaba un terreno plagado por grandes estacas. Bordeando el cauce y adentrándose tierra adentro,

había infinidad de desdichados empalados en las afiladas puntas de los palos de madera. Las personas atrapadas en ese sufrimiento eterno emitían un sinfín de sonidos desgarradores. Las súplicas, las respiraciones agónicas y los débiles gemidos de dolor se propagaban por la atmósfera.

Ante aquel grotesco espectáculo, sin ser impregnado por el dolor de las almas en pena, padeciendo su propia tortura, Woklan caminaba siguiendo el cauce del río.

Inmersos en sus pensamientos, mientras avanzaba, el fango rojizo se le pegaba a las botas. Estaba tan absorto que ni siquiera era consciente de que aquel terreno, aquel lugar repleto de angustia, poco a poco empezaba a trasformarse.

A cada paso que daba, el macabro paisaje cambiaba su forma y, aunque la tierra conservaba el tono carmesí y el río seguía igual de caudaloso, los empalados disminuían su número.

Ignorando el entorno, sumido en un profundo sufrimiento que le desgarraba el alma, guiado por un impulso que lo movía a reencontrarse con su pasado, andaba casi sin darse cuenta de que lo hacía.

—Mi pequeña... —soltó con tristeza al recordar a su hija—. Todo fue culpa mía...

La mirada de Woklan, con los ojos inyectados en un intenso rojo, daba la sensación de estar mimetizada con el entorno. La única diferencia entre lo que desprendía aquel macabro terreno y lo que emanaba del crononauta era que en él el dolor se manifestaba en forma de lágrimas y no en forma de sangre. Por lo demás, aquel paraje y Woklan parecían estar fundidos en una inmensa proyección de sufrimiento mutua.

El teniente, guiado por un impulso primario, interrumpiendo el silencio de vez en cuando nombrando a su mujer o a su hija, caminó durante días por el borde del río. Anduvo sin percibir el paso del tiempo, sin sentir cómo le crecía la barba, cómo se le ensuciaba la cara y cómo se le desgastaban las botas.

Era tal el grado de ensimismamiento que tan solo se dio cuenta de que había alcanzado el borde de un acantilado cuando ya tenía un pie sobre el vacío.

—¿Dónde estoy...? —soltó casi sin fuerzas mientras retrocedía unos pasos.

En el momento en que se detuvo, prestó atención al ruido de la sangre golpeando las rocas, se giró y observó la inmensa catarata que escupía el caudal hacia la espesa niebla que cubría las profundidades del acantilado.

Se quedó quieto unos minutos, paralizado con la imagen del río siendo tragado por el abismo a la vez que sentía que no era capaz de evitar sucumbir ante la desgracia. Allí, frente al espectáculo del caudal de sangre perdiéndose para siempre en el vacío, se dio cuenta de cuánto se odiaba y al mismo tiempo de cuánto se compadecía. Aunque era un hombre sobrepasado por fuerzas ancestrales, él creía que eso no era suficiente razón para ser exculpado de sus pecados.

Era tal la intensidad del sufrimiento que emanaba de su interior, tan desgarradora la proyección de dolor, que no tardó en aparecer alguien que se sintió atraído por la agonía del crononauta.

El recién llegado se mantuvo unos instantes detrás de Woklan, examinando al humano que fundía su sufrimiento con el del lugar. Cuando se cercioró de que el hombre que tenía delante era el causante de la lenta muerte de la existencia, caminó hasta ponerse a su lado y dijo:

—Por más tiempo que pase, por más que ande por este lugar perdido y recorra sus fronteras, siempre que regreso aquí, a esta catarata, acabo cautivado por la forma en la que el dolor de las almas en pena es tragado por las fauces del vacío. —Se agachó un poco, extendió la mano y del cauce surgió algo de sangre que se condensó en una esfera—. Un dolor que alimenta a los que vagamos sin rumbo por la oscuridad. —Abrió la boca y decenas de lenguas con forma de gusanos se introdujeron en la sangre y la succionaron—. Somos esclavos de nuestra naturaleza. —Se limpió los finos labios y se irguió.

Woklan, aun viendo la forma del ser, aun contemplando la ausencia de ojos, nariz y orejas, la forma pegajosa de la piel y el tono blanco de los colgajos que caían de los pliegues de esta, aun observando las afiladas garras que nacían de las puntas de los dedos deformes, no sintió temor y tan solo asintió.

—Estamos condenados por nuestros actos —dijo el crononauta dirigiendo la mirada de nuevo a la catarata.

El ser se mantuvo en silencio unos instantes.

—A veces no podemos elegir. —Ladeó la cabeza—. No sé el tiempo que llevo existiendo, no sé las veces que he caminado por esta tierra ni tampoco cuántas almas he ayudado a devorar. —Se quedó pensativo—. Un día fui consciente de mi existencia y comencé a recorrer este paraje de angustia. —Observó el río—. Soy un monstruo ante los ojos de los desdichados que engullo, pero ante los de otros tan solo llevo a cabo el papel que se me impuso. Podría haber nacido humano o podría haber sido otro ser, pero en el fondo lo único importante es que soy lo que soy.

Woklan lo miró y entendió el mensaje que le quería trasmitir.

—Yo atraje mi desgracia, yo me condené... —Cerró los párpados y volvió a sentir el intenso dolor por la pérdida de su mujer e hija—. Destrocé mi vida y ayude a llevar a cabo esta locura.

El ser tardó unos segundos en contestar.

—Por primera vez en mi existencia estoy luchando contra mi naturaleza. En lo más profundo de mi ser noto cómo nace un hambre que quiere apoderarse de mí hasta llevarme a alimentarme de tu alma. —Woklan abrió los ojos y centró la mirada en el rostro sin facciones—. Pero no lo hago porque sé que si te mato acabaré convertido en ceniza. Este lugar, yo, el río, los empalados; todo no es más que una parte de la proyección de tu dolor. Solo somos el último fragmento del infierno que inconscientemente creaste para evitar enfrentarte a lo que hiciste.

El crononauta agachó la cabeza, inspiró despacio por la nariz y soltó con resignación:

—No solo soy el creador de mi dolor, sino que además he dado forma a un lugar en el que muchos sufren...

El ser se dio la vuelta y comenzó a alejarse.

—Eres culpable de muchas cosas, pero al menos tienes elección. En cambio los que moramos este paraje tan solo podemos seguir caminando por el fango rojo sintiendo cómo un hambre insaciable nos nubla el juicio.

Cuando el ser se adentró en la oscuridad, cuando se dejó de escuchar el chapoteó de sus pies en el barro, Woklan dirigió la mirada hacia la niebla que cubría el vacío y susurró:

—Puedo elegir...

Se quedó pensativo, observando cómo descendía la corriente roja, viendo cómo el líquido era engullido por la niebla.

—Puedo elegir... —repitió, sumido en un mar de recuerdos que lo devoraba.

De un modo casi hipnótico, el sonido de la sangre precipitándose por la catarata penetró en su ser y le ayudó a comprender que las palabras de la criatura de la piel pegajosa que resonaban en su mente eran ciertas. Podía elegir y aún estaba a tiempo de hacerlo.

Con la incertidumbre adueñándose de su mente, con la culpabilidad destrozándolo, contempló el vacío, cerró los ojos y susurró antes de dejarse caer:

—Aún no es tarde.

***

Sintiendo como si su cuerpo se precipitaba desde mucha altura, empapado en sudor, Woklan abrió los ojos y se incorporó jadeando. Después de unos segundos de confusión, en los que el corazón y la respiración empezaron a tranquilizarse, se dio cuenta de que estaba sobre un altar.

«¿Qué es este lugar? —Bajó la mirada y palpó la piedra rugosa que daba forma al altar—. ¿Qué hago aquí?».

Observó el entorno preguntándose dónde se hallaba, qué significaban los textos grabados en las paredes de roca negra y qué representaban las imágenes de seres deformes esculpidas al lado de las palabras.

Los sucesos que había vivido en el infierno creado por la paradoja lo enlazaban directamente con su pasado, pero la causa de hallarse en aquella gran estancia escapaba a su memoria. No recordaba haber llegado hasta allí y no entendía qué hacía desnudo sobre el altar.

Cuando se cercioró de que le era imposible encontrar respuestas, se alejó de sus pensamientos, inspeccionó la sala con la mirada y, aparte de los grabados en lengua arcana y las imágenes monstruosas, se fijó en una mesa de piedra en la que había decenas de calaveras humanas rodeando un uniforme de La Corporación.

Al mismo tiempo que las sonrisas vacías de los cráneos y los gusanos recorriendo los huecos de los huesos podridos le producían un escalofrío, pronunció confundido:

—¿Qué demonios...?

Tras unos instantes que le parecieron eternos, negó levemente con la cabeza, intentó alejar el malestar que le generó la visión, se bajó del altar y caminó sintiendo el tacto helado de la piedra en las plantas de los pies.

—¿Qué es este sitio...? —susurró, observando las decenas de gruesas velas consumidas que se hallaban esparcidas por el suelo.

Cuando alcanzó la mesa, mientras se vestía, examinó los grabados en lengua arcana intentando entender qué decían. Aunque no comprendió el significado de todo lo escrito, sí que entendió una palabra.

Haegmautprotugdacuht... —dijo un par de veces, con la mirada fija en el texto, mientras se colocaba la parte alta del uniforme.

Al mismo tiempo que observaba el grabado, varias voces repitieron la extraña palabra dentro de su mente.

—La muerte de todo... —susurró sumido casi en un estado hipnótico.

Sintió un leve pinchazo en las sienes, cerró los ojos y empezó a ver una sucesión de hechos caóticos. Ante él, proyectado en su mente, se representaba la recreación de la muerte de una realidad anterior a la suya.

Vio cómo las llamas cósmicas abrasaban mundos repletos de vidas y escuchó los gritos de los seres vivos siendo devoradas por el fuego cósmico. El sufrimiento de una creación siendo engullida penetró con fuerza en su ser y consiguió enlazarlo con la agonía que trasmitía.

—No... —murmuró abriendo los ojos.

La visión de una destrucción tan devastadora y el dolor de infinidad de seres lograron que dejara atrás su tormento. No entendía cómo se le revelaba la información, no sabía por qué comprendía la naturaleza de esa devastación, pero sacudido por las imágenes supo que la fuerza que devoró esa creación era la misma que había planificado la muerte de su universo. Descubrió que quien había aniquilado un multiverso anterior era culpable de los acontecimientos que le habían llevado hasta ese momento.

Mientras la palabra maldita se empezó a escuchar susurrada por decenas de voces, Woklan bajó un poco la cabeza, cerró los ojos y pensó en que no había sido más que una marioneta a manos de una deidad que trascendía realidades.

—Yo os maté... —dijo, abriendo los párpados y dejando que las lágrimas le recorrieran las mejillas—. Moriste por mi culpa, pequeña. —Al pensar en su difunta hija el llanto se apoderó de él—. Y tú, cariño, Weina, también fue mi culpa que acabarás quitándote la vida. —El dolor lo volvió a callar y los sollozos se adueñaron de la sala—. Lo siento... Siento lo que hice. —Inspiró con fuerza por la nariz—. No puedo devolveros la vida, pero juro que impediré nadie más sea manipulado por esa cosa. —Movió levemente la cabeza—. Esta vez no resurgirá. Morirá junto con lo que existe. —Se limpió la cara y se secó la barba—. Lo juro.

Aunque al poco se oyó el sonido de unos tacones, durante unos instantes lo único que se escuchó fue el dolor de crononauta manifestándose en forma de llanto. Woklan estaba tan inmerso en su sufrimiento que no se dio cuenta de que se acercaba alguien hasta que oyó una voz:

—El amor y la venganza son dos pilares sagrados. —El crononauta se giró y observó los bellos rasgos femeninos de quien le hablaba—. Por más tiempo que pase, por más eones que transcurran, nada es capaz de corromper el amor que siento y la venganza que deseo. —Elevó la mano y la piel azul oscuro se recubrió con un tenue brillo negro—. Haegmautprotugdacuht es un término que ha trascendido la extinción de universos. Es un término que define la naturaleza voraz que crea solo para engullir. —Meneó los dedos y el resplandor oscuro alcanzó a Woklan—. Nada escapa al hambre insaciable que devora a sus hijos.

El brillo penetró dentro del crononauta produciéndole un fuerte dolor en el pecho. El teniente se puso las manos a la altura del corazón y presionó con fuerza.

—No he llegado hasta aquí para caer... —masculló, antes de verse obligado a encorvarse.

—No te equivoques, no deseo que caigas, deseo que te levantes. —Sonrió.

Mientras el dolor se volvía más intenso, Woklan pudo ver cómo las venas se le iluminaban encendidas por la energía Gaónica. Su cuerpo estaba siendo unido de nuevo con la fuerza que creó la paradoja.

—¡Para! —bramó, sintiendo cómo ardía.

—Yo no puedo detener lo que no he empezado.

El crononauta levantó la cabeza y, con los ojos brillando levemente, observó a la sierva de Dhagmarkal.

—He dicho que pares. —Apretó los dientes—. ¡Para de una vez! —gritó y un estallido de energía se propagó por la sala haciendo que las paredes se iluminaran.

—Por fin ha llegado la hora. Ya estás listo. —Bajó la mano—. Dhagmarkal te ha esperado mucho tiempo.

Sintiendo cómo parte de la realidad se fusionaba con su ser, Woklan dio un paso y escupió con rabia:

—¿Dhagmarkal? El maldito demonio que me ha empujado al infierno.

La sirviente sonrió cínicamente.

—Has sido engañador por los tuyos, por los míos y por ti mismo. Dhagmarkal no tiene nada que ver con lo que te ha sucedido.

Woklan, con el cuerpo brillando, dio otro paso y replicó:

—No te creo.

—La culpa de tu destino, del mío y del de mi amo, es de Dthargot y de Haegmautprotugdacuht. —Lo miró fijamente a los ojos—. Queda poco tiempo, muy poco. Quieres perderlo recriminando o prefieres usarlo para evitar que todo por lo que has luchado no sirva para nada.

Woklan dudó, la rabia y el dolor lo consumían, pero tras unos segundos se calmó. El cuerpo dejó de brillarle y dijo sin llegar a confiar del todo:

—¿Así que Dhagmarkal lleva esperándome mucho tiempo? —Se miró las manos y sintió cómo aumentaba el enlace con la energía Gaónica—. Llévame ante él. —Levantó la mirada y la fijó en la sirviente del dios oscuro.

—Así sea. —Comenzó a andar y el tenue vestido transparente que portaba empezó a adherírsele a la piel—. Sígueme.

Woklan no pronunció palabra, tan solo caminó detrás de ella, empezó a surcar pasillos iluminados por antorchas de fuego rojo y se adentró en las entrañas del templo en busca de la deidad olvidada. 

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