Capítulo 6

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La puerta del establecimiento se abrió y el hombre del traje a medida entró con el crononauta a cuestas. Woklan había dejado de sufrir espasmos, pero aún se hallaba aturdido. Aunque era consciente de lo que lo rodeaba, no dejaba de preguntarse qué estaba sucediendo.

—Artista —dijo el enmascarado para llamar la atención del dueño del negocio.

Este lo ignoró y siguió lanzando el cuchillo de carnicero contra la madera, amputando miembros con un solo golpe.

El hombre del traje a medida sentó a Woklan en una silla y dijo:

—Voy a hablar con ese tipo, ahora vuelvo.

El crononauta lo cogió de la manga y preguntó:

—¿Por qué me has sacado de mi casa?

—Veo que aún no has recuperado la memoria. No te preocupes, pronto recordarás todo.

El enmascarado intentó alejarse, pero el teniente lo agarró con fuerza del brazo.

—¡¿Qué has hecho con mi familia?! ¡¿Qué demonios quieres de mí?! —con las venas del cuello y la garganta hinchada, escupió gran cantidad de saliva al pronunciar las preguntas.

Las facciones del hombre del traje a medida se tensaron.

—Idiota... —Le dio un guantazo tan fuerte que, por un segundo, al escuchar el golpe, el carnicero dejó de seccionar miembros—. Estamos aquí por tu culpa. —Lo señaló con el dedo índice—. Estoy intentando que escapemos de los meminims y tú no haces más que llorar. ¡Maldita sea, haz algo útil! ¡Recuerda! Y si no eres capaz de hacerlo, mantente callado y deja que yo haga el trabajo.

Woklan, víctima de la confusión, como si fuera un niño que recibe por primera vez una bofetada, uno que no llora por ello, se puso la mano en la cara y no dijo nada. Tan solo contempló con pavor la máscara de su reflejo deformado.

—Mejor —dijo el hombre del traje antes de darse la vuelta, crujirse los nudillos y caminar hacia el mostrador.

El teniente, atemorizado, sin ser del todo consciente de quién era y por qué estaba ahí, observó cómo la representación de una parte de sí mismo empezaba a hablar con el dueño del negocio. Aun dominado por la incomprensión y la impotencia, dentro de la oscuridad que aprisionaba su mente se generó una pequeña chispa de luz que, avivada por el instinto, lo obligó a centrarse en la conversación.

—Interesante... —comentó el hombre del traje mientras contemplaba cómo una cinta transportaba a personas atadas—. Sin duda esto es un buen trabajo —añadió, viendo cómo el carnicero, cuando llegaban a su altura, les seccionaba una extremidad—. Es maravilloso. —Sonrió y aplaudió.

Los gritos de los condenados sonaban con fuerza en la habitación y se juntaban con los silbidos de quién mecánicamente se dedicaba a lanzar el cuchillo contra la madera.

—Lo es —contestó el dueño del negocio—. Es el trabajo perfecto. —Clavó la hoja, miró a los ojos del enmascarado y preguntó—: ¿Quién eres y qué quieres? —Apretó un botón y la cinta se paró—. Habla rápido, no puedo perder el tiempo, tengo mucho trabajo acumulado.

El hombre del traje a medida se apoyó sobre una de las víctimas, presionó con fuerza el estómago del desgraciado y acercó su cara a la del carnicero.

—He oído hablar mucho de ti. Se cuentan leyendas sobre tus obras y también se dice que ahora eres un segundón. —El dueño del establecimiento gruñó—. No era mi intención ofenderte, es solo que ya sabes, la gente suele tener envidia y hablar mucho.

—No has respondido a mi pregunta —dijo, cogiendo el mango del cuchillo—. ¿Quién eres?

—¿Quién soy? —Ladeó la cabeza y se quedó unos segundos pensativo—. Soy algo complicado de definir. —Al ver cómo el carnicero apretaba con más fuerza su herramienta de mutilar, sonrió y añadió—: Soy la manifestación de los pecados del hombre. Y en la encarnación que ves, soy los de ese hombre. —Señaló a un Woklan que se mantenía expectante—. Soy la peor parte de su alma.

—No entiendo... —Lleno de curiosidad, el dueño del negocio soltó el cuchillo—. Es imposible, las antiguas leyes lo prohíben. No está permitido que el fragmento corrupto de un alma tome consciencia... —Limpió las manos ensangrentadas en el delantal—. Los Custodios lo impedirían.

—Los Custodios no tienen ninguna autoridad sobre el culpable de mi existencia. —El carnicero lo observó impaciente por saber a quién se refería—. Dhagmarkal, el deicida, está burlando a la muerte.

El miedo se reflejó en la cara del dueño del negocio.

—No puede ser —tartamudeó.

En otro caso, el carnicero habría creído que el hombre del traje estaba bromeando. Sin embargo, supo que todo era cierto al cerciorarse de que el enmascarado era en verdad un fragmento corrupto del alma de un humano.

—Tengo que volver a la mente donde habito y hacer que él despierte. —Cerró el puño y señaló con el pulgar a Woklan—. La única posibilidad de que yo sobreviva es que él llegue a su nave y escape de los dominios de Dhagmarkal. Y, aparte, aunque me importe menos que morir solo, estoy convencido de que si recupera la memoria podrá activar los mecanismos ofensivos de la nave, dispararlos y devolver a nuestro querido deicida al sueño eterno del que nunca debió despertar.

—¿Dhagmarkal? —Hizo una breve pausa—. El deicida vuelve a la vida —suspiró, bajó la cabeza y contempló el suelo cubierto de sangre.

—Es de locos, lo sé. La primera vez que tomé consciencia de mí existencia, Woklan, el humano del que formo parte, no se había acercado a los dominios de Dhagmarkal. —Dejó de presionar el estómago de la víctima, se cruzó de brazos y caminó unos pasos paralelo al mostrador—. Faltaban cuatro años para que llegara a ellos. Sé que el concepto de tiempo aquí es difuso, pero creo que te harás una idea de que en la vida de un mortal es bastante. —Elevó la cabeza y se acarició la barbilla—. Fue confuso vivir dentro de una mente que no controlaba y angustioso ser testigo de lo buen samaritano que era el ser al que pertenecía. Casi me vuelvo loco ahí dentro. —Miró de reojo al carnicero—. Por eso decidí alejarme en lo posible de los límites de la mente que me aprisionaba y saber por qué existía.

El dueño del negocio salió de su letargo y preguntó intrigado:

—¿Descubriste en ese momento que era Dhagmarkal la razón de tu existencia?

—Sí y no. —Bajó la mano y pasó el dedo índice por los restos humanos que había sobre el mostrador—. Me alejé tanto que llegué a pisar este lugar.

—¿Llegaste al Nexo?

—Sí, y vagué un tiempo sin rumbo. —Alzó el dedo y lo chupó—. Hasta que, sin ser consciente de ello, acabé en el centro de los dominios de los meminims. No se dieron cuenta de mi presencia y hablaron sin parar de muchos temas aburridos; que si comer con más rapidez los recuerdos de los enfermos en coma; que si debían aumentar el número de muertes cerebrales... y un sinfín de cosas sin importancia. Estuve a punto de irme, pero cuando lo iba a hacer, uno de ellos preguntó: "¿Aceptaremos la propuesta de los emisarios de Dhagmarkal?". Aunque en ese momento no supe por qué, la pregunta me llamó mucho la atención. —El carnicero escuchaba atento y Woklan, aun sin ser del todo consciente de quién era, tampoco perdía detalle—. Son unos ilusos, les puede tanto la gula que creen que el deicida no va a derruir su pequeño reino, creen que les concederá infinidad de recuerdos para degustar durante toda la eternidad. —Se giró y miró al dueño del negocio—. Gracias a lo que hablaron supe lo que era y las razones de mi existencia.

—Los meminims ayudando al deicida, es una locura. —El carnicero golpeó el mostrador con la punta de los dedos—. Una locura con mucho sentido.

—Cierto. Cuando regresé a mi mente, medité mucho tiempo sobre todo y llegué a la conclusión de que mi existencia, antes de que Woklan llegara al reino de Dhagmarkal, era debida a que los efectos del contacto no están limitados por las barreras del espacio-tiempo. Tendría que haber despertado cuando la nave que transportaba el cuerpo donde habito se aproximó al pequeño planetoide que sirve de tumba del deicida. Pero no fue así, lo hice cuatro años antes. —Sonrió—. Supongo que soy un factor al que Dhagmarkal no da importancia. Creo que menosprecia lo que puede llegar a hacer la manifestación de la oscuridad de un alma humana. —Rio—. Eso juega a nuestro favor. Voy a demostrarle a ese cretino hinchado de poder que ha cometido un error. Le voy a dar una buena patada en el culo. Y mientras se desintegre, besaré la punta del dedo corazón y la alzaré para que vea lo bonita que es. —Se aproximó y puso la mano en el hombro del carnicero—. Me amo mucho y no quiero morir, por eso ayudo a este humano medio gallina de sentimientos baratos. Dime, ¿te amas tanto como yo me amo a mí?

Una sonrisa, que dejó al descubierto una dentadura de dientes amarillos, se marcó en la cara del dueño del negocio.

—Solo tengo amor para mí y odio para el resto. ¿Qué es lo que necesitas?

—No mucho —dijo, acariciando el rostro de la siguiente persona en la cinta que iba a ser desmembrada—. Aunque he intentado hacer desaparecer mi rastro, esos devoradores de recuerdos no están muy lejos y tienen vigilado el camino de vuelta a mi mente. Sé que lo tienes prohibido, pero creo que harás una pequeña excepción. Necesito que me ayudes a cruzar por tu sendero particular, ese que une este precioso lugar con las mentes humanas.

—El sendero hacia las mentes perdidas —pronunció, desviando la mirada hacia un lado.

—El mismo. ¿Me dejas cruzarlo? —El carnicero asintió y el enmascarado cogió el cuchillo—. Necesito que lo abras una vez más para poder salir de aquí y evitar que lo que existe desaparezca. —Bajó la hoja con rapidez y la incrustó en la frente de una mujer atada a la cinta—. ¡Qué bien sienta esto y cómo elimina el estrés!

El carnicero contempló el espectáculo y sonrió. Tras unos segundos, meditó sobre lo que le había contado el enmascarado y dijo:

—Me condenaron por entrar sin permiso en las mentes de los humanos y volverlos locos. No les gustó que los empujara a matar seres queridos para después convencerlos de que se suicidaran. —Indignado, agregó—: Estoy cumpliendo condena por haber conseguido construir mi propio camino hacia la diversión: hacia las personas débiles. Deberían haber premiado mi ingenio, pero en vez de eso me condenaron a no salir de estas cuatro paredes.

—Al menos te concedieron esta pequeña cinta e infinidad de desmembramientos —comentó con una sonrisa en la cara.

—Sí, es cierto —susurró—. Aunque si vuelvo a infringir las normas no serán tan magnánimos. Me condenarán con la segunda muerte. —Metió la mano en el bolsillo del pantalón y acarició una pequeña piedra verdosa.

—¿Crees que Los Custodios te condenarían por ayudarme a frenar al deicida?

El carnicero, dubitativo, lo miró a los ojos.

—Son inflexibles, no sé hasta qué punto...

—Hasta qué punto te creerían —le interrumpió una voz espectral.

El enmascarado y el dueño del negocio buscaron a quién había hablado, pero no lo encontraron.

—¿Te da miedo mi máscara? —preguntó el hombre del traje con tono burlón—. ¿Por qué te escondes?

Se oyeron multitud de risas.

—¿Miedo de un patético fragmento inútil de un alma humana? No temo a los humanos y menos a un insignificante retal como tú.

El carnicero silbó y dijo:

—Toma. —Lanzó la piedra verdosa al enmascarado—. Es la llave de mi camino, con ella podrás llegar a las mentes perdidas. Espero que no te quedes atrapado y que puedas evitar que ese loco regrese a la vida. No quiero sentir cómo Dhagmarkal me destroza, mientras sus siervos me sodomizan y él me tortura.

—No sería un bonito espectáculo —el hombre del traje rio y guardó la piedra en un bolsillo—. Un placer, carnicero, eres una leyenda y me encantaría seguir hablando contigo, pero es hora de irse. El payaso que no se muestra es un meminim y no debe de estar solo. —Al ver cómo de repente la cara de dueño del negocio reflejó miedo, preguntó dándose la vuelta—: ¿Qué pasa? —Al terminar de voltearse, apretó los puños y exclamó—: ¡Mierda!

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