1. Primer día.

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Aidan levantó la cabeza y sus ojos se encontraron frente a un edificio viejo, gris, con grafitis y obscenidades pintadas en las paredes desnudas de ladrillo, y parches de cemento áspero. Un enorme muro de barrotes rodeaba la escuela, con alambres de púas encima de ellos, ver esa enorme infraestructura con barrotes en todas ventanas, cual celdas, no mejoró su ánimo.

Tampoco lo hizo ver la enorme cancha de cemento con oxidados arcos de fútbol sin red.
Completamente desanimado por su primera impresión de su nueva escuela Aidan busco su celular, rápidamente entró en sus contactos y se debatió entre llamar a su madre o a su doctor, sabía que solo tendría que llorar un poco y de ser necesario mandarían a un equipo SWAT a buscarlo, pero no podía hacerlo, no quería preocupar a nadie, ya era una carga enorme, tanto financiera como emocionalmente, al menos debía fingir ser fuerte, que todo estaba bien, necesitaba fingir, mentir tantas veces como fuera necesaria hasta que la mentira se volviera realidad.

El muchacho guardó su teléfono devuelta en el bolsillo de sus pantalones, cuando volvió a alzar la vista vislumbró un mar de rostros nuevos, y se sintió solo, realmente solo. No la clase de soledad agradable, esa de querer tener tiempo para sí mismo, la clase de soledad patética y depresiva, esa soledad que no hace más que recordar las habilidades sociales que por alguna razón había perdido, la clase de soledad "¡Ay, de mí!".

Los siguientes cinco minutos siguió de pie a una calle de distancia de la escuela, frente al pavimento contrario mirando a todos sus futuros compañeros entrando animadamente a la deplorable institución educativa. Él no quería estar allí, realmente no quería estar en esa situación, pero no había remedio, ahí estaba y debía afrontarlo, necesitaba ser el hombre — aunque aún era solo un niño — que su familia necesitaba que fuera, incluso si eso significaba tragarse todo su dolor y esconderlo en lo más profundo se su mente, lástima que sus padres querían que él sanará y para eso debía recordar, aunque él no quisiera, pero era necesario, necesitaba dejar de ver a ese hombre con gafas color rosa, necesitaba dejar de verlo como el príncipe azul perfecto, necesitaba verlo como el monstruo que era.

Durante mucho tiempo Aidan creyó que había conocido a Günther Vodja  en una tarde de clases, pero ahora, que hacía un esfuerzo sobrehumano para recordar su juventud se dio cuenta de que en realidad ya lo conocía desde hacía mucho tiempo. Lo había conocido cuando acompañó a su hermana mayor, Katherina, a su trabajo, en una tienda de helados surtidos y algunas otras clases de dulces. Ahora lo recordaba bien, tenía siete años cuando lo conoció, él era solo un niño. Günther simplemente vino es busca de un helado, de chocolate con nueces, dijo el, sonriendo completamente encantador, ¿O fue de vainilla? El niño no lo recordaba. Aidan jamás notó la forma en la que Günther lo miro, quizás sí lo hizo pero su mente infantil no pudo procesar el significado de esa mirada. 

Ahora sí lo sabía.

Y deseaba con toda su alma jamás haber descubierto el significado de esa mirada. 

El chico apartó de su mente ese pensamiento invasor, concentrándose en la misión que tenía que cumplir: adaptarse a la nueva escuela.
Hasta ese momento Aidan Fierro Morales nunca tuvo miedo del primer día de clases en una escuela nueva. Antes de que "eso" le pasará tenía la inocente idea de que todo desconocido era un amigo por conocer, para él siempre fue fácil hacer amigos y ser sociable, pero ahora no, no con una herida de mordisco a penas cicatrizando en su cuello. No después de "eso". En esas ocasiones ocurrían cosas relevantes, como conocer nuevos amigos, los nuevos maestros o aprender adónde llevan los pasillos. Pero también habían situaciones más triviales, como conseguir un casillero nuevo, poder ubicarse en la basta y enorme escuela, el olor de un lugar diferente y sus sonidos. Pero más que cualquier cosa, le aterrorizaban esas descaradas miradas. Cada vez que llegaba a un sitio que no conocía, sentía que la gente lo observaba. Antes le gustaba ser mirado y admirado, ahora solo quería desaparecer entre el mar de personas.

Todo lo que él quería era el anonimato, y sin embargo sentía que no lo conseguiría. 

Aidan no entendía qué lo hacía tan llamativo: a juzgar los estándares de las chicas él era un duende, apenas medía un metro y medio, su cabello era negro y sus ojos azules, sumados a un peso relativamente promedio, aunque se viera más delgado de lo que realmente era, por consecuencia se veía más débil y joven de lo que realmente era. Todo esto, según la propia perspectiva de Aidan lo hacían verse común y corriente. Ciertamente no se sentía guapo ni mucho menos, pero eso no le afectaba, en sí, jamás se había enamorado o experimentado el clásico amor platónico en sus años de adolescencia, sí, en más de una ocasión se sintió atraído por alguien, pero nada más allá que eso, atracción física. A pesar de tener quince años se veía muchísimo más joven, todo lo contrario a Haza, su hermana gemela que se veía un par de años mayor, pero no lo suficiente como para ser confundida con una adulta.

Pero sin saberlo Aidan tenía algo más, algo que lo hacía especial. Había algo en él que siempre provocaba que la gente volteara más de una vez a mirarlo. En el fondo sabía que era diferente, solo que no estaba seguro del por qué. Su hermana mayor, Katherina, había propuesto la fantástica hipótesis de que al parecer tan frágil posiblemente despertaba un instinto maternal en las personas que lo veían. Era una buena teoría y no es como que Aidan tuviera tiempo de sobra como para pensar en ello. Ahora debía concentrarse en el tratamiento psicológico y en curar sus heridas mentales, pero en especial en superar el primer día de clases y el resto del año escolar, claro que todo eso era muy, pero muuuuuy difícil, más para un adolescente en la situación de Aidan.

Porque sí, Aidan estaba pasando por algo que nadie debería pasar jamás en su vida.

El asesinato de su hermana Katherina en un atentado por parte de un grupo radical. 

Toda esa situación lo había dejado en un estado de vulnerabilidad emocional terrible y en una depresión brutal, tanto que las tendencias suicidas no se hicieron esperar y para evitar que volviera a hacerlo, sus padres dejaron que un experto se encargará de él y una forma de terapia era alejarse del lugar en donde toda esa tragedia había pasado, por eso ahora vivía al otro lado del país, justo en la zona costera que pese a estar frente a la playa constantemente llovía y muy pocas veces salía el sol.

Aidan lo odiaba, pero era su culpa, él mismo escogió la locación de su nuevo hogar, a decir verdad se sentía estafado, le habían dicho que aquél lugar era muy bonito y alegre, en vez de eso se encontró con el escenario perfecto para una película de Tim Burton.

Su tutor, el doctor Stilinski era alguien muy reconocido en el mundo de la psicología y psiquiatría, de hecho en años anteriores había sido nominado a un premio muy importante en el campo de la psicología, por ende tenía una vida muy acomodada. El doctor Stilinski le dió tres fotografías de casas distintas, para que Aidan escogiera en cual se quedaría, el pobre creyó que por ser zona costera estaría soleado todo el día, por el contrario, no había parado de llover desde que llegó. Pero iba a poner esfuerzo de su parte, ver el lado positivo de las cosas, si acaso existía la posibilidad de que algo positivo sucediera cuando inicias clase a solo cuatro meses del fin de año, cuando todos ya había tenido el tiempo para hacer amistades. Eso lo hizo sentir sólo, demasiado. Aquella sensación era muy extraña para él, demasiado extraña, era algo nuevo que no recordaba haber sentido jamás, Aidan siempre tuvo amigos, siempre estuvo rodeado por personas que gozaban de su compañía, incluso se podría decir que era parte del grupo popular por su inigualable don para hacer reír a las personas y hacer sentir a todos queridos, y apreciados, para Aidan todas esas emociones eran nuevas, pensó que podría volver a ser el mismo de antes: llegar, lograr entablar una conversación y en menos de una hora estaría rodeado por medio salón de clases quienes lo adoraban, y seguían. Sus hermanas solían bromear con que Aidan podría formar una secta si quería, con su carisma podría hacer cualquier cosa. 

Pero ahora ni eso tenía. Aidan no tenía nada, absolutamente nada. Lo rompieron por completo.

¿Estás seguro que no quieres que vaya contigo? Puedo pedirle a un amigo en la policía que te lleve en su patrulla, así te verás más interesante.

Aidan negó, fingiendo una sonrisa.

No gracias, estaré bien.

"Al borde de un ataque de pánico, más bien."  pensó Aidan conteniendo su rabia por sus propias acciones.

Aidan estaba parado frente a su nueva escuela, el único bachillerato público de la ciudad. En esa helada mañana de agosto se preguntaba: "¿Por qué yo?"
A la vez que apretaba los bordes de su suéter verde agua. Su ropa no era muy apropiada para el frío: sólo un suéter y una bufanda. Tampoco estaba preparado en lo absoluto para el ruidoso caos que le dio la bienvenida, había cientos de chicos allí, gritando, vociferando y empujándose unos con otros. Parecía el patio de una prisión.
Todo era ruido. Todos allí reían escandalosamente, maldecían y se empujaban con rudeza. De no haber detectado algunas sonrisas y risitas burlonas, habría pensado que se trataba de una refriega masiva.

Ellos tenían tanta energía y Aidan, por el contrario, estaba al borde del llanto, se sintió tan débil que quiso dar la vuelta e irse, el doctor Stilinski le había dicho que podía hacerlo si se sentía muy abrumado en la escuela, después de todo él estaba lo suficientemente calificado como para poder darle clases a Aidan en  casa, pero el chico sabía que ese movimiento sería de cobardes, sería darle más preocupaciones a sus padres, él no podía ser tan egoísta. Tomando aire, Aidan cerró los ojos y deseó que todo desapareciera, "Por favor, Dios, ayúdame, que esto salga bien" Aidan volvió a mirar a la estructura frente a él "Al menos permíteme sobrevivir por hoy" rogó en oración el chico, sabiendo que él solo no sería capaz de superar las pruebas tan brutales que estaba atravesando. Sin más alternativa, metió las manos en los bolsillos y entro en las puertas de aquella prisión que hacían llamar escuela, justo cuando el timbre sonó dando a entender que ya no podía posponer más lo inevitable.
Ver esa enorme infraestructura y los barrotes en todas las ventanas, cual celdas, no mejoró su ánimo. Siempre había sido bueno para adaptarse a otros lugares, podía fingir cortesía y entablar conversaciones largas con otras personas, pero esa escuela en todos los casos era un caos: tanto que Aidan sentía que no podía respirar. Estaba aterrado.

Un segundo timbrazo y arrastró los pies hacia la entrada junto a los otros cientos de chicos. Una muchacha, increíblemente alta lo empujó con brusquedad e hizo que se le cayera su mochila. Aidan se inclinó para levantarlo y alzó la mirada buscando a la chica que se disculpaba, pero no vio a nadie, no la vio más, se había ido con el resto del enjambre. Escuchó risas, pero debido al desorden era imposible saber si eran por él, aún así Aidan cerró los ojos brevemente orando para que no fuera así, para que todo saliera bien, después de todo al final sólo nos queda la fé, ¿Verdad? De que todo el sufrimiento valdrá la pena y en ese momento la fé era lo único que Aidan tenía.
El chico se aferró a su mochila caminando con la vista baja, sintiéndose más pequeño y frágil de lo que era. Cómo añoraba el cariño de alguna de sus hermanas o de sus antiguos amigos. 

Por fin llegó a la entrada. Ahí tuvo que apretujarse entre los otros para poder ingresar. Aquello era como subir al metro en hora pico. Creyó que adentro sentiría un poco de calor, pero por el contrario, ignorando toda regla de la lógica, sintió un frío abismal, forzando al chico acurrucarse en su pequeño abrigo.

Un par de enormes guardias de seguridad estaban parados en la entrada, y los flanqueaban dos policías de la ciudad, vestían uniforme completo y portaban ostentosamente sus armas. Mismas que hicieron a Aidan parar en seco, observando anonadó y con temor aquellas cosas que con solo un gatillo podrían quitarle la vida. Aidan no quería ni saber el porqué varias patrullas de policía tenían que custodiar la escuela.

— ¡Avanza, chica! — dijo uno de los policías mirando directamente a Aidan, el chico miró tras él pensando que quizás le hablaría a alguien tras suyo, pero las palabras bruscas del oficial lo trajeron a la realidad — ¡Oye! ¡Tú! ¡Sí, tú! ¡La de ojos azules y cabello corto! ¡Avanza, muñeca, o tendré que llevarte a la oficina de policía!

Los otros policías se burlaron, aumentando el ego de su compañero que infló orgulloso su pecho cual pavo real en pleno cortejo.

— Recuerda que ya tienes una demanda por abuso sexual, no querrás meterle más leña al fuego — se burló otro oficial que golpeaba en la cabeza a los estudiantes que pasaban por su lado.

— Nah, a puesto a que ella sabe guardar secretos, ¿O no, bombón?

Aidan apretó su mochila y con la cabeza baja intento pasar lo más rápido posible por la entrada, pero no fue lo suficientemente rápido como para esquivar la nalgada que ese oficial le dió. Aidan espero que alguien hiciera algo, pero en vez de eso se encontró con el mismo oficial que le hacía un gesto de "llámame" con una sonrisa burlona.

— ¡No se detengan! — ordenó uno de ellos

Aidan avanzó en silencio, tratando de ignorar las extrañas miradas que sus nuevos compañeros le lanzaban, en especial de aquella alta y curvilínea chica que no dejaba de balancear sus piernas perfectas frente a él, pronto Aidan la reconoció como la chica que lo había empujado instantes atrás. El temor que sentía creció y se acrecentó cuando levantó la vista, y se percató de que tendría que pasar por un detector de metales, iguales a los que se usan para la seguridad en los aeropuertos. A cada lado del detector, otros cuatro policías armados, y dos guardias de seguridad más lo esperaban con cara de pocos amigos.

— ¡Vacíen sus bolsillos! — gritó con brusquedad uno de ellos.

Aidan notó que todos sacaban los objetos de sus bolsillos y los depositaban en pequeñas charolas de plástico. Los imitó de inmediato y colocó su mochila en una de las charolas, por el detector, arrastrando los pies, y se activó la alarma.

— ¡Tú! — le gritó un guardia el mismo policía que le había hecho sentir incómodo. El policía sonrió y Aidan se dio cuenta de lo inmenso que era, prácticamente él sólo le llegaba al pecho. Aidan se llevó las manos asustado al pecho, apretando un pequeño botón del grupo juvenil al cual había asistido, club Conquistadores Adventistas del séptimo día, se llamaba. El policía sonrió, limpiándose restos de glaseado de dona de la boca —. Eres una chica mala, ¡Colócate a un lado!

Aidan asintió temblando y todos los demás se le quedaron viendo. El policía lo movió con una gentileza aberrante a un rincón y lo hizo colocar sus manos contra la pared, estaba a punto de poner sus manos en las caderas de Aidan cuando sintió otra mano que tiró de su pecho, quitándole el pequeño broche metálico o botón, como él lo conocía.

— ¡Esto debe ser lo que activo el detector de metales! — dijo una voz femenina demasiado aguda como para ser de algún superior.

El policía se apartó de Aidan y él volvió a respirar. Al girarse vio a un chica relativamente joven, muy baja y con el rímel corrido alrededor de sus ojos, que con una mueca de astucia le entregó el botón al oficial.

— ¿Tenías puesto esto, primor?

Aidan asintió rápidamente.

— Bien, hoy te salvaste, pero la próxima te pondré las esposas y...— el oficial dio unos cuantos pasos de baile alrededor del asustado chico — cualquier cosa podría pasar. ¡Cuídate, primor!

Se burló el oficial mandándole un beso al aire.

— Ignoralo, es un pederasta reinsertado en la sociedad, aún no tocará a nadie pero debes cuidarte.

La chica le tiró el botón encima y Aidan apenas sí pudo atraparlo, rápidamente tomó su mochila y al ver que la chica seguían en la misma posición camino a su lado.

— ¿Eres nueva? — Aidan asintió, a sabiendas que su rostro era demasiado femenino como para enojarse por la confusión, por algo era mellizo, 50% de él era idéntico al de una mujer —, lo suponía, todos saben que debemos esquivar a los oficiales — la chica dio un giro como de una bailarina y volvió a quedar frente a Aidan, extendiéndole su mano con una sonrisa —. Soy Tyline, ¿Y tú?

— A-aidan.

Respondió y por alguna razón tartamudeo.

— Lindo nombre.

Pero la primera interacción humana normal para Aidan se vio interrumpida por un tercer timbre.

— ¡Ay, no! ¡Es tarde!

Grito Tyline mientras corría por el pasillo.

— ¡Será mejor que también corras! — gritó Tyline agitando su mano en el aire.

Al principio Aidan pensó que se estaba despidiendo, pero al notar mejor se dió cuenta que en realidad estaba señalando tras de él y al girarse noto la razón: un mar de alumnos empujaban las rejas de metal para entrar a la fuerza. Rápidamente Aidan entró al salón que indicaba la copia que el doctor Stilinski le había dado una semana atrás. Aidan se detuvo apenas entró y se preparó para enfrentar todas las miradas dirigidas a él, el chico nuevo que había llegado tarde. Imaginó que el maestro lo regañaría por interrumpir en el silencio del salón. Pero quedó atónito al descubrir que no sería así en lo absoluto. Aunque la sala estaba diseñada para máximo treinta alumnos ya estaba lleno y los alumnos seguían entrando, y entrando.
Los pasillos estaban abarrotados e incluso algunos estaban sentados en pequeños espacios en las ventanas.

— Busca un lugar y siéntate.

Ordenó un hombre que Aidan supuso que era el profesor. El hombre ni siquiera levantó la mirada de su teléfono. Aidan obedeció, no quería problemas, pero por más que buscaba no encontraba algún espacio en el pudiera estar, hasta que...

— ¡Aquí! — Aidan se giró al escuchar el llamado y se encontró con una chica increíblemente alta, se sorprendió al darse cuenta que era la misma chica que lo empujó, la reconoció gracias a su chaqueta negra con la palabra "Queen" bordada con diamantes rosas.

La chica era altísima, pero increíblemente proporcionada, de hecho era de estructura gruesa, por consecuencia tenía una figura de reloj de arena, Aidan imagino a la chica como una especie de gigante como los que nombran en la Biblia, una poesía hecha mujer que se balanceaba con ritmicidad en su asiento, casi como si quisiera ponerse de pie y danzar sobre el polvo del suelo simulando que era la arena de un desierto en medio de la nada.
Aidan bajo la mirada sonrojado y ella sonrió con dulzura, la clase de sonrisa que puede calmar cualquier malestar.

— Ven aquí, linda, ¡Perras! — grito llamando la atención de todos en el salón, Aidan pensó que tal vez habría hecho algo incorrecto pero se sintió aliviado al notar que el gesto de asco y la palabra obscena no era para él, sino para las chicas al lado de ella. De repente ya no le parecía tan fantástica la chica —. Por favor, Beverly, Caitlin, sean consideradas, ¿No ven que la nueva quiere sentarse?

Las dos chicas asintieron y se levantaron para sentarse en uno de los espacios en las paredes, provocando que sus cortas faldas revelarán más de lo que debía. Alborotando a algunos chicos.

— Ven siéntate — Aidan camino en silencio y se sentó al lado de la chica, la cual rápidamente colocó sus manos de uñas acrílicas en los hombros de él —. Eres tan chiquita — y era cierto, se veía más pequeño de lo usual al lado de aquella chica —. Soy Roxelana, ¿Y tú?

— A-aidan.

El chico apretó las uñas, ¿Por qué estaba tartamudeando tanto?

— Lindo nombre.

Aidan asintió abriendo su libro rápidamente, notando un par de nombres escritos con rotulador verde en las páginas: Dan, Haza, Katherina...y Günther; Aidan acarició con suavidad cada una de las letras que conformaban el nombre de Dan, pero con un rotulador rojo empezó a tachar el nombre de Günther, sintiéndose repentinamente enojado.

Después de todo ese desgraciado lo había violado.

O eso le habían dicho.

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