20. Por ellos

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El hambre se retorcía en su estómago, un voraz fuego consumiendo cada rincón de su ser, desgarrando sus entrañas. Los aromas tentadores flotaban en el aire, despertando sus sentidos y desatando un deseo incontrolable. Su boca se llenaba de saliva mientras sus ojos se fijaban en los platos exquisitos frente a él, pero una barrera invisible lo separaba de aquellos sabores que anhelaba probar.

Cada bocado parecía un sueño lejano e inalcanzable. Su cuerpo, una prisión cruel y despiadada, le negaba el placer de satisfacer su apetito. Cada vez que intentaba llevar la comida a su boca, su mandíbula se negaba a abrirse, sus dientes se cerraban con fuerza, impidiendo el paso del alimento. Su garganta se estrechaba, como si estuviera bloqueada por una invisible barrera, negándole el placer de degustar. El dolor de la privación se intensificaba, convirtiéndose en una tortura constante. El estómago de Aidan retumbaba, recordándole su vacío y suplicando por alimento. Cada día se volvía una batalla contra sus propios deseos, luchando contra un enemigo invisible que lo condenaba a la inanición. El muchacho observaba con anhelo al doctor Stilinski y a Dan disfrutar de cada bocado, degustando cada sabor, apreciando cada aroma, sus rostros llenos de deleite mientras saboreaban las delicias culinarias preparadas por el hombre mayor de la casa. Las manos del niño temblaban de frustración, anhelando tomar los cubiertos y llevarse un trozo de aquel festín a la boca, pero era en vano. Su cuerpo se rebelaba contra él, manteniendo el control sobre su voluntad y encerrándolo en este tormento sin fin.El deseo de comer se convertía en una obsesión constante, un anhelo que lo consumía día tras día. Pero, atrapado en esta cárcel de carne y hueso, su único alivio era el suspiro de resignación y la esperanza de algún día poder liberarse de esta condena y satisfacer el hambre que lo consumía hasta lo más profundo de su ser. Su único consuelo eran las falsas promesas de pronta sanidad mental y recuperación espiritual.

En su mente se manifestaban los tormentosos recuerdos del dulce néctar de las frutas, el rosa suave de las fresas, el naranja amarillento de los duraznos y el morado seductor de las ciruelas, y como olvidar las rojas manzanas, aquella fruta que una vez encabezo su listado de favoritas ahora no podía verla sin sentir nauseas. De solo pensar en la seductora fruta, los jugos vomitivos de su cuerpo comenzaban una furiosa encrucijada por su garganta. Algo similar ocurría con los cubitos de gelatina, esos cuadritos de colores y sabores frutales que tanto había amado en lo más tierno de su niñez ahora eran la representación de una verdad cruel pero necesaria que ningún niño desea conocer.

— ¿Por qué no comes, cabra psicodélica? — pregunto Dan cortando los trozos de verdura haciendo un gesto singular con su rostro mientras lo miraba.

El doctor Stilinski le había confiado la sagrada labor de hacer que su amigo volviera a comer. El hombre tenía la teoría de que su inocente paciente comería aunque fuera poco con tal de mantener la falsa ilusión de que estaba bien, al menos lo haría para su amigo y parecía que dicha teoría era verídica, y estaba dando sus frutos, en días anteriores a la inesperada —y molesta— llegada del moreno Aidan se negaba incluso a estar cerca de algún plato de comida, pero ahora incluso estaba sentado con ellos en la mesa, luego se encargaría de los detalles posteriores —como hacer que el niño comiera por su propio bien y no por complacer a otros—pero por el momento el psiquiatra yacía satisfecho con que su paciente no tuviera que ser entubado para sobrevivir.

— Disculpen, estaba distraído. 

Corto algunas de las verduras con sumo cuidado, atravesó un pedazo de brócoli con el tenedor y se lo llevo a la boca. El sabor familiar resulto sorprendentemente reconfortante. Comenzó a masticar en un silencio abismal y tuvo que cerrar los ojos para procesar el sabor tan exquisito de aquella verde verdura, las pequeñas hojas circulares del brócoli se enredaron en sus dientes siendo trituradas por los mismos, cayendo elegantemente en una papilla a su lengua, apretó los dientes, subió la lengua y trago. Abrió sus ojos sorprendido y tuvo que saltar de la mesa hacía el lavaplatos para casi dejar caer el misero trozo de brócoli que a penas si había podido comer. Angustiado Aidan cayo de rodillas frente al lavabo sin comprender cómo su cuerpo podía rechazar ese pequeño trozo de verdura, el chico apretó los dientes mientras los jugos gástricos empujaban lo poco que había podido comer, tratando de expulsarlo <<No voy a vomitar, no voy a vomitar>> pensaba, cubriendo su boca con su mano, sus ojos saltaron en sus cuencas y casi salieron disparados cuando las arcadas comenzaron, <<Por favor, no, no vomites por favor, no frente a Dan, no frente a él>> apretó sus mandíbulas con fuerza, los dientes se rozaban con un crujido angustiante, mientras un torrente de saliva se filtraba entre sus labios, manchando sus delicadas manos. Un desconsuelo profundo invadió su ser cuando sintió el trozo de brócoli masticado regresar por su garganta, como un amargo recordatorio de su incapacidad para disfrutar de la comida. La sensación de náusea se aferraba al joven, envolviéndolo en su abrazo asfixiante, mientras su débil cuerpo luchaba en vano por rechazar lo que apenas había probado. Su mirada se tornó vidriosa, como si los propios ojos estuvieran a punto de estallar bajo la presión abrumadora que acompañaba al acto de vomitar. Los vasos sanguíneos dilatados se hicieron evidentes, dibujando delicadas líneas rojizas sobre la blancura del globo ocular. Una expresión de angustia se grabó en cada pestaña húmeda, mientras los músculos faciales se contraían en un gesto de profundo malestar. El brillo que alguna vez adornó sus ojos se desvaneció, dejando paso a una sombra de desesperación y pesar que oscurecía su mirada. Era como si en aquel instante, sus ojos se convirtieran en testigos mudos de su propio tormento, presagiando una liberación momentánea a través del vómito, pero también dejando entrever la lucha interna y el sufrimiento que experimentaba en cada retorcimiento de su cuerpo. <<No, no voy a vomitar>> con las mandíbulas cerradas cual caja fuerte, el muchacho apretó los dientes y uso su lengua para regresar el brócoli machacado que se había atrevido a intentar regresar.

La masa húmeda y viscosa retorno por tercera vez el mismo camino hacía el interior de su garganta, respiro profundo cuando la sintió bajar por lo largo de su cuello pero no descubrió su boca hasta que las crueles arcadas finalmente dejaron de protestar e intentar expulsar el trozo de verdura que el chico tuvo la osadía de tragar. Tras asegurarse de que todo estaba en orden y que el peligro de vomitar ya había pasado se lavo las manos, limpio su boca de rastros de delatora saliva y puso la misma sonrisa fingida que llevaba practicando cada noche antes de dormir frente al espejo, justo después de abofetear sus mejillas, a la izquierda siempre le daba más bofetones que a la derecha, era diestro después de todo y su lado izquierdo debía servir para algo de vez en cuando, aunque suponía que si fuera zurdo su lado derecho sería el principal objetivo de los golpes que su débil pero certera mano sabía dar. 


El resto de la cena transcurrió en un aura similar, pese a que el plato del niño estaba conformado de cosas ligeras que no dañarían su destrozado estomago con cada bocado que daba debía pasar unos minutos evitando que en un acto de rebeldía se atreviera a regresar. Termino su cena lo más rápido que pudo (tres trozos de brócoli con un cuarto de papa amarilla hervida) y tras lavar su plato — todavía conteniendo las arcadas — se despidió de su amigo y tío, deseándoles dulces sueños y fue a su habitación, suponiendo que ambos varones estarían asqueados e incapacitados de disfrutar su comida por su asqueroso pero incontrolable actuar. Al llegar a su habitación Aidan tuvo que amordazarse con una de las bufandas, consiente de que si volvía a abrir la boca, aunque fuera para exhalar terminaría expulsando lo poco que había comido en semanas. Ato la bufanda alrededor de su cabeza, asegurándose de enrollar una parte en forma de bola para así crear una mordaza y evitar vomitar.

Aidan caminaba de un lado a otro temblando y sudando, sintiendo el deseo intangible de vomitar, su deseo era tal que en más de una ocasión estuvo tentado en liberarse de la mordaza y vaciar el escaso contenido de su estomago en el baño, para luego encender un poco de incienso que mitigara el olor. Pero no lo hizo, en su lugar cayo de rodillas junto a su cama mirando en cada tanto el baño rogándole a Dios que no le permitiera vomitar, no esa vez, necesitaba fingir que estaba bien. Era un dolor delicioso, casi monstruoso pero placentero, era en esos momentos, en los que sus costillas se expandía y cerraban, cuando su garganta vibraba y cuando el acido de su estomago lo quemaba que Aidan se daba cuenta de que, aunque no lo quisiera, seguía vivo. Continuamente fantaseaba con dejar de sentir y por fin morir.
El muchacho no supo cuanto tiempo estuvo ahí, en el suelo, en un charco de su propia saliva que escurría entre su mordaza improvisada empapando todo su cuerpo, solo supo que lo que vio no le gusto: frente a su cama yacía un espejo de cuerpo completo que revelaba un lastimero y triste reflejo.

El muchacho libero su boca de la mordaza y acaricio los bordes del espejo con sus húmedos, y arrugados dedos, el chico cerro los ojos deseando quedarse ciego con tal de no ver en la criatura de desolación y dolor en la que se había convertido.

¿Por qué dejaste de comer?

¿Cuándo comencé a sentir culpa?

<<Quiero comer>> pensó Aidan, <<Quiero volver a comer sin sentir culpa, sin sentir que estuvo mal>>

Había muchas cosas que el chico había olvidado, pero aquello que seguía grabado con fuego en su memoria eran los cubitos de gelatina, las manzanas, las fresas, las ciruelas y todas aquellas cosas que Günther le dio, pensaba que eran gestos de buena voluntad, ahora se daba cuenta que el hombre solo se aseguraba de mantener con vida a su juguete favorito.

Por favor, Dios, por favor, ayudame, Señor, ayudame, no quiero vivir así, no estoy feliz y pienso en la muerte, por favor, quiero comer, quiero comer otra vez, quiero respirar porque sé que todo va a estar bien.

Aidan contemplo su reflejo, ¿Quién era? ¿Quién era esa chico tan delgado y pálido, con los ojos hinchados de tanto llorar? Ese no era él, sentía como si desde el día de la masacre hubiera sido reemplazado por alguien más, un Aidan incapaz de sonreír y ser feliz, un Aidan que odiaba. Quería recuperar al viejo Aidan, sabía que todos querían a su antiguo yo, quería recuperarlo para que así todos fueran felices y así desterrar al olvido a ese nuevo Aidan que todos detestaban. Miro las cartas de su familia en su escritorio, también los videos y fotos en su teléfono, eran antiguos, de una época mejor, una época llena de felicidad y amor, una época, un lugar en el tiempo en el que pudo ser feliz, quería volver a ser él, a recuperar su cuerpo. Necesitaba volver a ser Aidan.

No ese Aidan vacío, no, necesitaba volver a ser el Aidan que todos amaban.

El chico bajo la mirada y contemplo sus brazos, las marcas, esos besos de la muerte eternamente grabados, marmificados en su piel. Levanto su cabeza y observo su reflejo, acariciando con sus dedos sin uñas (cortesía del doctor Stilinski que ahora tenía la sagrada labor de quitarle sus cuchillas de queratina) sus cicatrices.

— Perdoname por dañarte tanto —  le dijo al reflejo —, quiero amarte, cuidarte y ser feliz contigo, pero es tan difícil quererte, siento que ya no eres mío y temo perderte. Quisiera quererte, pero no puedo, lo siento pero no puedo, me esfuerzo, lo he intentado, ¡Dios sabe que lo he hecho! Solo...— el muchacho imagino que su dedo era una cuchilla, una con la que reabría una vieja cicatriz — no sé cómo hacerlo, no sé cómo recuperarte. Pero lo intentaré, ¡Lo prometo! Por ti — el chico miro una foto de su familia —, por ellos, por el doctor Stilinski, por Dan, por todos aquellos que a pesar de todo me quieren, lo haré por ellos.

<<No por mí>> esa noche Aidan practico por enésima vez su sonrisa hasta el amanecer, si no podía estar bien fingiría estarlo, por ellos, lo haría por ellos.

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