32. No tenemos nada de que hablar

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Aidan suspiro meciendo sus piernas al ritmo de la música secular que emitía el tocadiscos de la sala, era todo un vejestorio, pero quedaba a la perfección con el ambiente pulcro de la casa. Por fin había logrado librarse temporalmente de las garras de su madre. Tan solo llevaba un día con ella y para Aidan ya se sentía toda una vida. No recordaba que estar con su progenitora resultara ser tan asfixiante, algo extraño porque los primeros días en su nueva escuela se la pasaba llamándola entre llantos como un niño pequeño buscando su consuelo, a veces pensaba mucho en el aroma de su madre, no era algo fácil de describir, más bien se podría decir que el aroma de Evangeline era el calor, una sensación cálida abrazadora que en el momento en que entra en contacto con la piel embriaga de sensaciones igualmente cálidas: seguridad, paz, amor y tranquilidad; pero si aquella sensación perdura comenzaba a transformarse en un abrazador incendio que carbonizaba la piel, lo hacía tan lentamente que en su mayoría nadie se percataba de ello hasta que ya es demasiado tarde y los montículos de carne comienzaban a desprenderse del hueso. Lastimosamente aquella sensación tranquilizadora de su madre ni siquiera duro una hora desde su llegada.

Tuvo que contenerse de llorar cuando ella empezó a despotricar sobre la forma tan desordenada de su habitación, hablándole por enésima vez sobre lo agradecido que debía ser con Charles por permitirle vivir gratis en su casa y la forma más simple de ser agradecido era mantener las cosas limpias. Algo que sinceramente lo desconcertó, ya que su tío mantenía un servicio de limpieza que se encargaba de todo una vez a la semana, igualmente Aidan no se consideraba sucio en lo más mínimo, si bien su habitación era un caos no se podría decir que fuera sucia, pero le resultaba realmente agotador doblar la ropa de cierta — en vertical y ocho, tal y como su madre le había enseñado, según ella una manera muy eficiente de aprovechar al máximo el espacio — forma en los cajones cuando apenas si podía levantar la cabeza de su cuello sin sentir que estaba a punto de ser decapitado. Miro de reojo a Dan, que de igual manera parecía congelado en el espacio y tiempo, todavía en la posición exacta en la que quedo tras recibir un beso y abrazo de la mujer, justo antes de que ella bromeara sobre su cabello desordenado y cómo debería cortarlo antes de que lo confundieran con un vagabundo.

— ¿Estás bien? — Dan se encogió de hombros, el silencio sepulcral volvió a adueñarse de la habitación.

Aidan suspiro ruidosamente mientras miraba sus dedos, desde su arrebato las cosas entre los dos no habían vuelto a la normalidad. Frente al doctor Stilinski aparentaban normalidad, pero cuando estaban a solas no podían entablar una conversación, algo que mataba a Aidan lentamente. Tener a Dan de regreso lo hacía tan condenadamente feliz, con él no tenía que practicar las sonrisas en el espejo, con él no debía añorar a la próxima vez en la que pudiera quedarse solo para abofetearse hasta el cansancio, con él simplemente podía hundir su rostro en su pecho y dejar que las lágrimas fluyeran, respirar, Aidan se había dado cuenta de que con Dan podía respirar con mayor facilidad. Se acurrucaba a su lado y respiraba, escuchando extrañas anécdotas, pero en especial historias sobre Coco. <<Coco>> ¡Claro! Aidan miro a Dan con sorpresa, aquél recuerdo olvidado por fin tuvo la valentía de manifestarse. Coco era un perro, pero a veces un gato, otras un dinosaurio. Coco era la mascota imaginaria que Dan, él y Haza inventaron ante la negativa de Evangeline por permitirles una mascota. Coco tenía manchas, negras y blancas, su nombre era Cocoyou su segundo nombre Albert y su apellido Cocaína, en ese entonces no sabían cuál era el significado de esa palabra, solo les parecía graciosa, pero como Haza se la pasaba gritando <<¡Cocaína!>> cada vez que la mascota hacía algo mal — restaurar la unión soviética y viajar en el tiempo para intentar acabar con Judas Iscariote, por ejemplo — Owen les sugirió darle un apodo, no era nada agradable ver a tres niños hablando con una pared, un peluche o el césped mientras decían el nombre de aquella droga, los vecinos comenzaban a mirarlos mal, a lo mejor y pensaban que habían vuelto adictos a sus hijos o similar, por ello el apodo Coco fue el mejor.

Coco no se podría contar como un amigo imaginario, no, los tres estaban conscientes de que no era real y eso le daba un aire de misterio, porque pese a que no era real todos tenían recuerdos vividos de un gato con manchas blancas y negras mirándolos desde la ventana — en el caso de Aidan — o de un perro grande con manchas blancas y negras esperando pacientemente en el patio de la escuela — en el caso de Haza — o a un dinosaurio — según Dan lo recordaba claramente mientras jugaba persiguiendo a Aidan —, todos aquellos recuerdos ahora lo llenaban de una ligera desolación, porque en parte sentía esos momentos tan cercanos, como si hubiesen ocurrido tan solo segundos antes pero le dolía con la vida misma el saber que por más que deseará jamás podría volver a sentirlos. Esa sensación de que jamás volvería a ser inocente era algo tan...azul, sí, azul era la mejor forma en la que podría describirlo, el azul de una tormenta, de la noche nublada del recuerdo en que estaba en el auto de doctor Stilinski y considero el suicidio por primera vez. Lo recordaba tan bien, estaba mirando por la ventana mientras sus padres hacían planes de terapia junto a su tío y los faroles eran consumidos por la oscuridad el sereno nocturno lo golpeo, fue tan frío que por un momento fue incapaz de pensar en algo y cuando finalmente su cerebro pudo volver a funcionar solo pensó en lo que sería sentirse así para siempre, aquellos segundos sin pensar fueron tan extraños, ajenos y deliciosos que considero seriamente acabar con todo para sentirse de esa manera más seguido.

Dejando atrás su orgullo se acercó lentamente a la cama de Dan y se recostó a su lado, su amigo le estaba dando la espalda, todavía mirando la puerta por donde Evangeline hacía minutos salió pero a juzgar por la leve pausa en su respiración errática Dan lo sintió acostarse a su lado. Las voces y el tintineo de la vajilla se escuchaba con tanta claridad que parecía que la cocina estuviera al lado, pese a ello eran incapaces de discernir el tema de conversación, pero a juzgar por el tomo entusiasmado de ambos adultos los dos parecían contentos de estar nuevamente juntos.

— Siempre pensé que tu mamá algún día se casaría con el doc — comento Dan rompiendo el hielo y girándose para quedar frente a frente con Aidan, lo hizo tan rápido que por un momento sus narices se rosaron y sus respiraciones se mezclaron, sería la escena perfecta para un beso si estuvieran en una comedía romántica, pero no lo estaban aunque a Aidan le pesara. Ojala la vida fuera como las comedias románticas, pensaba el chico a menudo, la mayoría de los conflictos se resolvían con simple comunicación.

— ¿Así? ¿Por qué? — el chico se acercó más a su amigo, una sutil señal que deseaba ser abrazado pero era demasiado cobarde como para pedirlo, para su fortuna Dan entendió la señal y con una leve sonrisa traviesa lo envolvió en sus brazos.

— No lo tomes a mal, adoro a tu padre, pero la relación con tu madre es como un huevo sin sal, prácticamente quedaron atrapados en lo roles tradicionales del viejo mundo, salvo que invertidos — el aroma de Dan era...rojo, sí, rojo, como un picante rojo, un delicioso rojo que sin importar cuanto picará le era imposible alejarse de él. Los abrazos del muchacho no eran como los de su madre, no lo envolvían por completo, eran más sueltos, relajados, dejaban espacio para respirar.

— Es cierto que ambos cumplen roles tradicionales del genero opuesto, pero ellos se aman.

Dan apoyo su cabeza contra la de Aidan, haciendo muecas extrañas.

— A decir verdad las pocas veces que he visto a tus padres darse muestras de cariño, sí, se puede decir que se aman, pero el resto de tiempo parece que cada uno vive en su propio mundo lejos del otro — Dan apoyo más su cabeza sobre la de Aidan, su mejilla presionándose contra la de su amigo, el cabello del chico le hacía cosquillas en la barbilla y sus delgadas manos se aferraban a su espalda. El moreno se presionó más contra el cuerpo del pelinegro, pero se arrepintió de inmediato al sentir esa sensación dura del cuerpo huesudo de su amigo, últimamente era capaz de comer pequeñas cantidades, sobre todo ya era capaz de digerir los batidos de proteína, Dan se hacia el loco y siempre lo seguía cuando iba al baño, fingiendo que necesitaba un cepillo, un peine o una loción, cualquier cosa con tal de espiar a Aidan y asegurarse que no vomitara después de comer, para su alivio no lo vio hacerlo ni una sola vez y tampoco olía a vomito o similar, pese a ello el ojiazul seguía lejos de un peso saludable para alguien de su edad.

— Es cierto, papá siempre se dedicaba a sus labores de esposo y mamá a ser la proveedora del hogar — Aidan miro vagamente a Dan, notando el gesto de incomodidad en el rostro de su amigo, la clase de cara que pone alguien que está escuchando el rechinar de un tenedor contra el vidrio — ¿Qué pasa? — de inmediato el gesto de Dan cambio, a uno más relajado.

— Nada, es que me asusta un poco tu mamá — secretamente Dan siempre había pensado que Evangeline le guardaba una clase de resentimiento a su propio hijo. Siempre era demasiado severa, asfixiante con él. Se pavoneaba orgullosa de que su hijo fuese "decente" y a todo aquél que pudiera escucharla declaraba que su guía había sido "La Conducción Del Niño", un libro sobre la maternidad de Elena G. White, el cual, según ella, leyó tres veces mientras estaba embarazada de los mellizos y aplico cada uno de los consejos, por ello sus niños eran tan bien portados.

Aidan no era un niño quisquilloso, tampoco dado a las rabietas. Sin embargo en más de una ocasión Dan encontró a la mujer observando con desprecio mal disimulado a su mejor amigo. A lo mejor la carga de ser la madre del único varón de la familia era demasiado para ella. Continuamente comparaba a Aidan con Edan, su difunto hermano, que al parecer entre sus pliegues rollizos de gordura ocultaba grandes conocimientos, según lo que escucho Edan era superdotado, logrando entrar en las mejores universidades y habría ganado un premio Abel en el ámbito de las matemáticas que eran indudablemente su pasión junto al boxeo de no haber muerto tan joven. Con sus hijas no era tan estricta, al menos no con Haza, pero con Katherina sí, cuando era niña la regía por una estricta rutina digna de aquellos que añoran convertir a sus hijos en genios en algún ámbito — en el caso de Katherina, Evangeline soñaba con convertir a su hija en una prodigio del piano, pero cinco años de clases después y un mes sabático su primogénita parecía haber olvidado hasta donde se ponían las teclas, arruinando su sueño de hacer de ella un genio musical — pero al llegar a la adolescencia se desentendió casi por completo de ella, poca o nula atención le daba en el día más allá de los clásicos besos en la coronilla durante el desayuno o la cena, aunque a veces de repente parecía recordar que su vástaga estaba en la época en que el reinado del terror de las hormonas comenzaba y la seguía día, tarde y noche, respirándole en su nuca y haciendo redadas improvisadas a su habitación en busca de algo fuera de lo normal para una joven cristiana. Con su segunda hija jamás fue así, Dan sospechaba que le era más fácil ignorar a Haza, ella era tan callada y actuaba como una adulta, por ello era de las hijas a la que menos atención le ponía y parecía únicamente acordarse de su existencia cuando hacía algo bien, y sacaba pecho ante todos por los talentos de la chica. Por su parte Ada era su adoración, pero más que amor materno Dan veía en las interacciones de Evangeline con la menor de sus vástagos la misma emoción de un niño con un juguete nuevo. Se preguntaba en qué quedaría reducida su relación una vez la novedad hubiese pasado.

— A mí también — admitió Aidan en voz alta.

Usualmente se horrorizaría consigo mismo por admitirlo de esa forma, pero sabía que podía decirle a Dan que robaría un banco y su amigo lejos de juzgarlo intentaría entenderlo. Nunca supo cuándo comenzó a temerle, Evangeline tenía ataques de rabia clínicamente diagnosticados pero jamás iba a terapia de manejo de la ira, pese a ser una enfermera psiquiátrica la mujer no creía en la terapia, prefería dejar sus problemas a Dios y fingir que no estaban antes de sentarse con su psicólogo a tratar sus problemas. Ironía pura.

De niño corría en busca de su padre cada vez que la veía llegar, porque sabía que inevitablemente encontraría algo que la haría explotar, recordaba vívidamente como una vez le arrojo la carpeta del colegio encima mientras le gritaba por haberse quedado dormido y no alcanzado ese día a ir al prescolar. Aidan cerró los ojos tratando de no pensar más en ello, pero su mente parecía querer traer a colación todos esos malos recuerdos. Uno nuevo, de la vez en que probo por primera vez las espinacas llego a él: no le gusto el sabor pese a que Owen las preparo en un guiso con huevo y verduras revueltas, se negó a comerlas, Owen no ponía problema por ello, para él los niños comían cuando tenían hambre, pero a penas lo dejo solo — en la mesita de plástico en un rincón de la cocina, donde Haza y él solían comer antes de los cuatro años — Evangeline apareció, se quitó su zapato y lo dejo amenazadoramente sobre la mesa, no fue necesarias las palabras para hacerle saber que recibiría un golpe si seguía negándose a comer su almuerzo. Bebió limonada mientras trataba de tragar, embutiendo con sus diminutas manos trozos de guiso y arroz por igual, se levantó con las mejillas llenas de comida y anuncio <<¡Temine!>> justo antes de vomitarse. Aún recordaba a su madre y padre gritándose mutuamente mientras él limpiaba a cuatro patas el vómito, pero al ser tan pequeño termino por esparcirlo por toda la cocina, algo que lo hizo valerse de otra tanda de gritos y de esconderse detrás de Owen mientras su madre sostenía la correa de cuero que había sido su enemigo jurado desde la infancia.

Se sintió mal al pensar en ello, pero se sintió aún peor cuando recordó lo mucho que se alegraba cuando algo malo le pasaba a Kat. Cualquier signo de deterioro en su hermana, por pequeño que fuera, siempre le producía felicidad. Desde que eran niños, su madre se había dedicado a compararlos, y era Aidan quien siempre salía pensando en lo mucho que le gustaría ser adoptado, aunque a veces fantaseaba con que era secuestrado y su madre se retorcía en agonía sabiendo que su última charla había sido un regaño por su parte. Al parecer el haber nacido con pene en lugar de una vagina lo hacía tener una responsabilidad mayor, un contrato no escrito que venía con poseer testículos. Sin importar qué intentará hacer siempre era comparado con Kat, parecía ser que su madre esperaba que fuese un niño apacible y obediente, no revoltoso y saltarín <<¿Por qué no te comportas? Mira, sé que duele, pero...por ejemplo, mira a Katy, a ella también se le ha muerto la abuelo>>, le había dicho al oído en el funeral de su abuelo Evangelista. Y era cierto: Katherina siempre llevaba encima una capa de calma esterilizada; parecía que no experimentara realmente las cosas, que se limitara a contemplarlas desde lejos. Hubo una vez durante tres días que intento imitar el comportamiento de su hermana, no sonreír, no charlar en voz alta, solo ayudar a Owen con los quehaceres del hogar, no logró tener el afecto que quería y término rompiendo a llorar mientras Evangeline se burlaba por su "teatro".

Nunca más volvió a intentar imitar el comportamiento de Kat y ahora se arrepentía con toda el alma por haberse deleitado con el sufrimiento de su hermana en los escasos momentos en los que hacía algo mal. Un recuerdo lo hizo aferrarse al cuerpo de Dan con terror, era un recuerdo que deseaba olvidar, no porque fuera horroroso, sino porque había sucedido días antes de que Günther le pusiera las manos encima a Katherina y tan solo un par de semanas antes de la masacre.

<<— Aquí esta tú horario, hijo, revísalo antes de irte a dormir.
— Bien — Aidan sostuvo el trozo de papel en sus manos, percatándose de que habían más clases de las que había matriculado —, mamá, esto está mal.
— ¿Enserio? ¿Qué pasa?
— Se supone que el martes tenía solo una clase extra, pero ahora aparecen tres — Aidan volvió a mirar la hoja, analizando cada uno de los nombres en el papel —, sí, hay más clases de las que matricule.
— Ah, sí, te incluí a más clases, así podrás aprovechar tu tiempo al máximo.
— ¿Aprovechar el tiempo al máximo?
— Claro, así tendrás más oportunidades de acceder a una beca, con todas esas clases extracurriculares serás el candidato perfecto para conseguir un cupo en el prestigioso colegio de Günther — Evangeline inflo su pecho con orgullo, si las cosas salían como lo planeaba podría demostrarle a su hermana que su hijo era lo suficientemente brillante como para obtener la beca sin necesidad de nepotismo como tanto criticaba.
— Pero así no tendré casi tiempo de descanso — murmuro con preocupación, no quería descuidar a Dan y sabía que más clases eran sinónimo de más tarea igual a menos tiempo de juego.
— ¡Tuve que sacar tiempo de mi descanso para incluirte en esas clases! ¿Por qué no puedes ser un poquito agradecido? Los sacrificios de hoy son las recompensas del mañana — Aidan apretó los labios, Evangeline siempre tenía un motivo para gritarle, para hacerle sentir mal.
— Lo siento — murmuro resignado, regresando la atención a la hoja. "Las matemáticas son del diablo" recordó la mítica frase de Dan al darse cuenta de que ahora tendría que lidiar con calculo 1, aritmética, geometría y algebra, y no pudo estar más de acuerdo con esa frase. Más tarde a la hora de dormir su madre apareció, Haza lo miro inquieta, Evangeline no pasaba por sus habitaciones, al menos no sin que hubieran hecho algo malo.
— Ven, leamos juntos la palabra de Dios ¿O prefieren leer la lección para jóvenes? — ambos suspiraron aliviados al darse cuenta de que no habían hecho nada malo. Se acurrucaron a los lados de su madre, no sin antes Aidan entregarle su libro favorito, era la lección de jóvenes de hacia un par de años, contenía historias cotidianas de la vida de los autores y ellos hacían alegorías interesantes sobre su vida con las historias de Biblia, era bastante agradable ver cómo Dios obraba hasta en las cosas más insignificantes del ser humano, aunque en parte también le gustaba porque retrataba lo que a su parecer era una vida matrimonial soñada.
— Definitivamente no habrá mejor lección que la de hace tres años — dijo mientras se acurrucaba en el hombro de Evangeline —, no volvieron a sacar un libro tan interesante como ese, lo cual es una pena, tiene buenas historias que hacen alegoría a la Biblia, me gusta mucho cómo situaciones tan banales pueden usarse como ejemplo del amor de Dios, ojalá sacarán otra tan buena como esa, me gusta mucho cuando cuentan historias y...
— ¡YA, AIDAN, YA! — Evangeline estaba cansada, un día de trabajo lidiando con enfermos mentales le había pasado factura y escuchar las quejas de su hijo solo la enfadaron más, ¿Por qué no podían tener una lectura agradable de la Biblia y ya? — ¡Siempre te estás quejando! ¡Nunca nada es suficiente! La lección no es interesante, el horario está mal, ¿Qué más? ¿De qué más te vas a quejar? No ayudas a lavar los platos, no eres perspicaz — la mujer respiro hondo, tratando de menguar su rabia, nunca le había gustado gritar, pero inevitablemente terminaba haciéndolo, le resultaba tan natural gritar como respirar —. Eres un niño muy bendecido, tienes un montón de cosas por las cuales agradecer, pero no, siempre te quejas, deja de joder, yo también soy una persona, tengo mis limitaciones y no puedo complacerte en todo — si bien aquél arrebato parecía salido de la nada Haza no tardó en darse cuenta que aquella actitud era el resultado de un cúmulo de cosas: un trabajo mal pagado que ciertamente su madre detestaba, problemas maritales (al parecer su padre estaba luchando contra la desobediencia de Ada y la poca o nula intervención de Evangeline hacía todo más complicado), cansancio y claro, Imogen, siempre que su madre tenía una "charla" con su hermana las cosas salían mal y para su infortunio su madre le gustaba torturarse asistiendo a las reuniones de lectura de la biblia cada semana en la casa de su tía. Imogen parecía tener un doctorado en hacer sentir mal a Evangeline, ese era su don natural. Aidan por su parte no logro hacer ese análisis, solo se sentó erguido y lejos de Evangeline comenzando a leer la página correspondiente a ese día con voz endeble, aunque quebradiza en algunos momentos. Al terminar de leer la rabia en la mujer no parecía haber menguado en lo más mínimo.
— ¿Por qué tienes esa cara? — murmuro con brusquedad. A veces detestaba lo sensible que era su hijo.
— Por nada, estoy pensando — se excusó Aidan al borde de las lágrimas, odiaba que le gritaran. No entendía por qué su madre explotaba con tanta facilidad, ella nunca actuaría así con un adulto, ni conocido ni desconocido, entonces, ¿Por qué actuaba así con ellos? Eran sus hijos, supuestamente debía amarlos más que a nada, de ser así, ¿Por qué descargaba su rabia contra ellos? Silenciosamente Haza lo tomó de las manos, viendo los primeros vestigios de lágrimas en los ojos de su hermano.
— ¿En qué?
— En lo que acabo de leer.
— Pero tu tenías esa cara desde antes de leer — se cruzó de brazos frustrada, desde que Aidan entro en la adolescencia parecía estar en una etapa en la que no se le podía hablar medianamente alto porque empezaba a llorar, tampoco se le podía tocar de improvisto porque temblaba confundido, a lo mejor y era culpa de Günther, el muchacho malcriaba mucho a su hijo y lo había convertido en un caprichoso de manual — ¿Vas a llorar?
— Sí — Evangeline puso los ojos en blanco.
— Ya empezamos, ¿Y por qué vas a llorar? — pregunto con un tono ligeramente fastidiado.
— ¡No tenemos nada de que hablar! — lo que realmente quiso decir era que solo deseaba compartir su opinión de un libro que amaba, sus charlas se resumían en saludos cordiales y preguntas sobre el colegio, nada más. Aidan comenzaba a cansarse de ello. Le resultaba angustiante darse cuenta que poco a poco su vida se reducía al colegio.
— Claro que sí.
— Dígame entonces, ¿De qué hablamos usted y yo? — se sorprendió de su tono un tanto altanero, pero no quiso retractarse.
— De la escuela, hablamos de la escuela.
— ¿Ves? No tenemos nada de qué hablar, no quiero hablar del colegio, quiero descansar un rato de eso pero tú y mi papá parecen enfocados en meterme el colegio hasta en la sopa, ¡Siempre hablamos de lo mismo!
— ¿Entonces por qué no haces una lista? Has una lista de temas para que hablemos.
"Yo estoy en formación para dejar de depender de ti, sí, te necesito, pero no tanto como tú a mí, tú eres la que quiere presumir de mí como un trofeo, ni siquiera permites que mi tío Stilinski me dé un poco de terapia, sabes que me duermo llorando, pero lo ignoras, tú y papá lo ignoran, me escuchan, los veo mirándome desde el marco de la puerta, en silencio, saben que me estoy rasguñando con las uñas, que me araño la piel de los nervios, aún así insisten en que estás cicatrices en mi cuerpo son por algunos juegos, ¿Por qué tengo que ser yo quien se esfuerce en la relación? Ustedes prefieren guardar las apariencias, mantenerse como los padres amorosos, pero sobretodo tú, mamá, tratas con personas como yo todo el tiempo, ¿Acaso quieres verme internado algún día? ¡Entonces has algo! Ya me estoy cansando de tragarme mis sentimientos, ¿Y para qué? Para que finjas que todo está bien? ¿Que eres la madre maravilla frente a la tía Imogen y Güntty? Papá hará lo que tú digas, pero tú no me quieres ayudar. Yo no soy el que se tiene que esforzar por esta relación." Pero no lo dijo, Aidan no tenía tanto valor como para enfrentar a su mayor temor
— Bien, investigaré algo...algo para hablar — Evangeline asintió satisfecha y se fue de la habitación, Haza lo miro preocupada antes de extender sus brazos en total silencio, Aidan simplemente se acostó entre los brazos de su hermana, pensando en qué podría hacer para dejar de sentirse así, cada vez que estaba lejos de Günther la vida parecía tan...extraña, tan difícil, cuando estaba con él Aidan se sentía contento y seguro, como si en su presencia ningún problema fuera demasiado grande. Su melliza ya se había quedado dormida cuando su madre regreso a su habitación y al verlo despierto se sentó en el borde de la cama, acariciando juguetonamente las piernas de su hija dormida.
— Perdóname por ser tan cruel, tuve un día difícil — trato de excusarse —. Pero no lo entiendo ¿Tú por qué estás así de triste? ¿Es por lo que te dije? ¿O por qué papá no te dió mimos? — el chico levanto una ceja, ¿Enserio creía aquello? ¿Creía que se sentía desplazado porque Ada estaba en la etapa del "No" de todo niño pequeño? Le pareció un tanto gracioso que esa fuera la conclusión a la que había llegado.
— Es que mi papá se la pasa diciendo que lo estafaron porque nací varón, él quería gemelas, no yo — Aidan se sintió mal por mentir, en realidad Owen nunca había dicho eso, él estaba contento de tener la "parejita" y Evangeline lo sabía, pero le era más fácil, para ambos, culpar a un tercero por su precaria relación. Siempre le echaba la culpa a su padre, pero era más fácil sacrificarlo para apaciguar la furia de su madre, Evangeline era incapaz de comprender que quizás ella era la causa del constante malestar de si hijo. Más tarde, antes de dormir Aidan encontró a su madre regañando a su padre, el hombre solo asentía mirando sus pies como un niño siendo regañado por su madre. El chico ya conocía la rutina, en la mañana su padre le haría su desayuno favorito y lo cargaría en sus piernas, como cuando era un niño pequeño, diciéndole lo mucho que lo amaba, todo volvería a la normalidad, hasta que Evangeline lo volviera a hacer llorar y nuevamente a Owen sacrificar.>>

Aidan se sorprendió al darse cuenta de que la autolesión había comenzado mucho antes de la masacre, aquello lo hizo sentir desolado, ¿Sus padres lo sabían? Ahora que lo pensaba tenía el vago recuerdo de la piel de sus brazos rasgados y su madre besando aquellas heridas abiertas. Lo pensó un momento, luego más y más pero no lograba entenderlo. Esa noche cuando Aidan se acostó a dormir fue sorprendido por un cuerpo sobre él, se sintió al borde del pánico hasta que se dio cuenta que era Evangeline, que como siempre lo envolvía en un asfixiante abrazo mientras sus ronquidos llenaban la habitación.

Y mientras Evangeline caía en un sueño profundo, sintiéndose bien consigo misma por resolver de una manera tan eficaz los problemas de su familia al visitar a su hijo, Aidan lloraba en silencio, no quería estar allí, no quería estar con ella, el abrazo de su madre le resultaba asfixiante, la odiaba y se odiaba así mismo por odiarla.

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