Bebé

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Ni en las muchas vidas que supuestamente su alma había vivido, ni en las muchas almas que en su cuerpo había habitado Günther experimento el dulce néctar del amor de una madre. Nunca escucho el rocío cálido de palabras dulces de la mujer que entre gritos silenciosos pujo hasta traerlo al despiadado mundo lleno de pecado, otra vez. Jamás experimento la protección acogedora que solo el lecho de una madre puede dar.  Aquél energizante placer no lo había sentido jamás, por más que su corazón lo pudiera añorar.

El muchacho de cabello cálidos, ojos fríos cual entrañas del océano y belleza semejante a la de una estrella no recordaba nunca haber tenido una madre. Las criadas fingían que lo amaban, para eso su padre generosamente les pagaba, pero en realidad ni siquiera lo toleraban. Su protector padre le revelo prontamente que aquellos que con tanto esmero le servían no eran más que pecadores vulgares, cuya indecencia intentaban depurar con su servicio a la comunidad, servían a las estrellas que el galáctico mundo de sus dioses a la tierra decidió enviar, para llevar consigo el ejemplo de la prudencia y buena voluntad, maravillando a las almas desdeñosas con su brillo celestial, brillo que solo las estrellas podían portar.

Las estrellas, los ojos de los benditos, los amados por los dioses eran hermosas almas que habían alcanzado la cúspide de la gracia y Günther era una estrella, la más brillante de su generación quizás. Su educación era de admirar, sus modales de imitar, su elocuencia de celar y su belleza de apreciar, desear y a lo mejor intentar robar. Desde su tierna infancia los ojos de glaciares del azul del firmamento nocturno del muchacho fueron abiertos a la verdad: las almas corrompidas por el pecado original que desde la fundación a la humanidad supo acechar lo intentarían dañar, su brillo arrebatar e incluso su luz apagar. 

¿Cómo alguien podía añorar con tan enfermo fervor aquello que nunca había tenido, conocido o incluso visto? El amor de una madre era algo muy difícil de encontrar, cualquiera pensaría que todo ser vivo gestante sería una madre y poseería en los profundos confines de su corazón tan enigmático sentimiento capaz de derribar naciones con solo un aliento, de construir imperios con el pensamiento y dar la vida sin pensar con tal del pulso del fruto de sus entrañas conservar. Pero la innegable pero oculta verdad era que casi nadie era digno de tan majestuoso sentimiento. El muchacho de cabellos dorados y mirada glasear cual confines oceánicos entendió que la mayoría de sus hermanos de raza engendraban hijos más por error, por pasión o por aburrimiento que por amor, fue una dolorosa verdad que por años se negó a aceptar pero un día lo golpeo cual huracán furioso sin rechistar.

Analizaba con un atisbo de esperanza a las mujeres de sus alrededores. No importaba quienes fueran, damas o plebeyas, pecadoras o estrellas, bellas o feas. Por muchas lunas su sueño se consumió en los múltiples pensamientos y deseos arrebatadores de aquél amor hallar, un amor puro sin maldad que un gentil ser le pudiera otorgar. Sus noches en vela pasaron sin indicio alguno de dicho amor. Pronto notó que la mayoría de sus compañeros de raza se reproducían por deber, pensaban que eso era lo "natural", el siguiente paso tras el matrimonio, otro gran porcentaje lo hacía por condones no saber usar y un fragmento más lo hacia porque tenían un hueco que solo carne de su carne, hueso de su hueso y sangre de su sangre podría llenar.

Pero por más que su afligido corazón busco no pudo hallar tal amor.

Su desdeñoso corazón volvió a palpitar cuando fue enviado aquél lugar, lejos de su hogar y de la pureza que solo quienes habitan en las estrellas pueden apreciar. Escucho con sus fríos ojos brillando de felicidad las innumerables historias de una tía lejana que lo iba a adorar y sin pudor amar, lo cuidaría como la perla más preciosa y frágil del eterno mar, lo besaría con la calidez que solo el beso del sol podría entregar y lo mimaría como el fresco viento mese el verde engramado en una eterna noche de verano. Entre exquisitas promesas más dulces que la miel e historias llenas del amor que por tantos años solo había soñado emprendió un viaje al continente lejano, a un país exiliado que se unió con sus hermanos para despreciar la verdad y alabar la maldad. Conoció así a la mujer dueña de tan fascinantes historias, Genevieve, la heroína perpetua de su memoria yacía frente a él, la observo días antes de finalmente manifestarse a ella y lo vio, lo vio y lo sintió, su mirada azulada estaba llena de ese amor, veía aquél precioso sentimiento que por tantos años se le había negado en los ojos dulces de aquella mujer, sus labios emanaban dulces notas que inmenso placer y sus manos bendecían a la humanidad con gentiles garatusas de suavidad incomparable. Günther agobiado y exaltado pasaba sus mañanas entre los verdes pastos del frondoso jardín cercano a la casa, la veía, aquella tía tan soñada, veía el amor que por años había soñado encontrar, lo veía en la forma en la que miraba a sus hijos y marido, como los aconsejaba con gentiles palabras, desbordaba protección con sus roces y devoción con su mirada. Y aquél príncipe destrozado se permitió soñar con ser amado.

Paso días ensayando, imaginando como sería aquél momento en que la mujer de sus sueños lo aceptaría sin reparo. Fue una tranquila tarde de verano que finalmente se animo en ir a su lado, toco la puerta y sus glaciales ojos fueron maravillados por aquél sueño encontrado, con el entusiasmo alterado y el pudor olvidado. Cuanta fue su desdicha cuando en vez de recibir el amor prometido y añorado fue recibido por desprecios, y regaños.

<<¡Le dije mil veces a tu padre que no te iba a cuidar! ¿Qué parte no entendió o prefirió ignorar? Vete ya, no quiero que con tu monstruosa existencia a mis hijos vayas a contaminar y a mi marido dañar>>

Abatido y abandonado su cruel corazón quiso destrozar por hacerle creer que alguien lo podría amar. Pensó de un acantilado saltar y su sufrimiento acabar, pero antes de hacerlo llenaría su boca con algún jugoso manjar y con el estomago lleno su vida en paz podría abandonar. Recorrió las calles concurridas de un desconocido lugar, pero ninguna gollería su atención supo captar, termino en un callejón sin poder dar marcha atrás, con su corazón destrozado volvió en sus deprimidos pasos hasta que un arcoíris sus ojos llenos de frivolidad pudieron apreciar.

Era una heladería, sin mucha gloria ni honra, pequeña y oculta tras millones de tiendas de mejor apariencia, pero por alguna razón Günther ansiaba comer un helado. Entro en la tienda, sin nada más que el pesar que lo hacía sentir abrumado, vio los carteles desgastados anunciado los sabores de helados y las miradas exageradas de las personas en las imágenes que parecían nunca haber visto un helado. 

Y entonces lo vio, la mirada que siempre había añorado.

Una mirada celeste, de mejillas rojizas cual carmín lo miraba de la misma forma en la que siempre había soñado, una calidez extraña su cuerpo invadió y por primera vez Günther conoció el placer de estar enamorado.

Era extraño como obraba el amor. Por años Günther se sintió indigno de ser amado, cuando en realidad el fruto de su gentil añoración ni siquiera había nacido. Ahora que finalmente lo tenía a su lado no planeaba dejarlo, no sin de su corazón haberse adueñado.

Constantemente pensaba en las maravillosas cosas que podría hacer con su amado, por ahora sus opciones eran limitadas pero con gusto su futuro imaginaba: se deleitaba en pensar en la forma tan exquisita en la que su fiel amante le querría, en sus noches de placer y entrega mutua, en cada año en el que sería bendecido teniendo a su pequeño a su lado. Pero había un pensamiento que le gustaba rememorar, más que todos los demás y ese era sobre a un tierno pequeño poder engendrar.

Cuanto deseaba que entre varones un hijo se pudiera engendrar, pero la cruel naturaleza su sueño le impedía realizar, por ello a una mujer debía utilizar. No le gustaba pensar en esa parte, no, prefería pensar en la sensación de tener al niño en sus brazos, de acunarlo con cariño y protegerlo de cualquier peligro, adoraba imaginar aquella criatura no nacida, soñando con sus primeras palabras, sus primeros pasos y se preguntaba a quién más se parecería. No quería que fuera idéntico a su amado, pues eso lo pondría en un aprieto. Su mente maquinaba millones de posibles rostros, mezclas idóneas para representar su amor.

A menudo acunaba pequeñas almohadas, cantando canciones de cuna y jurando protección, fingía que eran dulces niños frutos de su amor.

— Vamos, mi niño, tienes que decir mi nombre primero, ya eres igual a mi amado, dame esto aunque sea por un rato — Günther acuno la almohada entre sus brazos, si tenía un hijo con Aidan, sin importar si fuera niño o niña, ese bebé seria el más amado y malcriado del planeta.

Lo llenaría con el amor que cruelmente a él se le había negado pero su dulce Aidan gustoso le había enseñado. Arrullo a la almohada hasta que dejo de llorar y en una cuna improvisada la puso a dormitar. Se aseo, se limpio y se arreglo, quería estar muy guapo, continuamente Katherina rumores le compartía, sus oídos habían sido bendecidos con el rumor de que muy pronto su niño lloraría, suerte que habían tiernos brazos que sin dudarlo su dolor calmarían. 

Ni siquiera tuvo que sacar el juego de llaves de la casa — cortesía de su amada suegra — cuando sus oídos escucharon sus gritos enojados.

— ¡Siéntate y termina!

— ¡No! No quiero — Günther abrió la puerta y lo primero que encontró fue a su pequeño llorando en un rincón y la desquiciada de su madre gritándole, se preocupo al pensar que lo había golpeado de nuevo, pero pronto se dio cuenta de que sus llantos eran por un libro de matemáticas.

— ¡El examen para la beca va a ser pronto! ¡Tienes que estudiar!

— Llevo estudiando todo el día — se defendió el niño —, ya no quiero hacerlo más.

— ¡Vas a sentarte y estudiar! — amenazo la mujer.

Y esa fue su señal para intervenir. Evangeline nunca gritaba o se enojaba en su presencia, así que se aprovecho de ello y cual príncipe rescato a su amado de la malvada hechicera. Sabía que Katherina no llegaría de sus clases excarriculares — donde vendía su talento a la víbora sin alma de su prima para poder ayudar a su caótica, mediocre pero amada familia — de pintura, por ello y aras de seguir siendo el "pretendiente perfecto" fingió cual caballero que iba a comprarle un regalo a su dama, pero no sabía cómo decidir, curiosamente había alguien con quien compartían muchos gustos con Katherina y ese alguien le suplicaría a su madre ir con el príncipe a escoger un regalo, jurando que al regresar haría el resto de ejercicios del libro. La malvada hechicera no tuvo tiempo de negarse. 

Todos aquellos con hermanos mayores tuvieron su época de imitadores, hacían lo mismo que ellos porque aprendieron que eso era lo correcto, incluso Günther lo hizo con sus hermanastras mayores, las imitaba mendigando un poco de cariño de su madrastra, pero nunca nada cambio, el caso de su pequeño con la dulce de su hermana era distinto, Aidan no imitaba a Katherina porque buscara cariño o algún sentimiento perdido, la imitaba porque eso lo hacia descubrirse a si mismo, en varias ocasiones había encontrado a su pequeño en la habitación de su hermana, oliendo las cremas y lociones, jugando con sus figuritas de cristal traslucidas, acariciando las flores y telas suaves de los vestidos de la chica o simplemente llenando sus deditos con el polvo de su maquillaje, pronto entendió que a su niño le encantaban las cosas hermosas y pequeñas — igual que él, ¡Tanto en común! Era el destino, no podía negarlo, los dioses los habían hecho complementarios — como esos frascos de crema, le gustaba también en contenido, pero prefería los frascos vacíos que sacaba semanalmente de entre la basura de su hermana mayor — no que Katherina fuera una basura, de hecho...resultaba ser una chica encantadora — y los coleccionaba debajo de su cama.

Afortunadamente Günther ya había encontrado un proveedor de cremas y lociones cuyos frascos parecían autenticas obras de arte, para no levantar sospechas tendría que pedir de a dos, una para la dulce Katy Kat y la más bonita, con menos probabilidad de romperse y mejor aroma para su pequeño, que le tomaba de la mano mientras caminaban entre tiendas. Sinceramente podría regalarle a Katherina una caja llena de bofetadas y ella las aceptaría gustosa por pertenecer a él, pero eso era solo una excusa para pasar mas tiempo con su pequeño.

Mientras caminaban Günther notó las miradas, cientos de ojos sobre él que intentaban ser discretos, miro a su pequeño preguntándose que pasaba, ¿Los habían descubierto? ¿Sabían que estaban en medio de una cita romántica? ¿Acaso los escucharon mientras copulaban en el baño de un restaurante? 

Oh, dioses no, por favor no.

La bilis le subió al muchacho a la garganta y tuvo deseos de vomitar cuando noto que un guardia de seguridad se le acercaba, pensó en tomar a su pequeño y salir corriendo, pero eso lo haría parecer mas sospechoso, maldijo los exquisitos gemidos de su pequeño, intento callarlo a punta de besos pero a lo mejor su vocecita llegando al orgasmo había sido escuchada y confundida con suplicas, y quejidos de dolor. Günther apretó la pequeña mano de su amado que felizmente ignorando el ataque de nervios que su pretendiente estaba sintiendo miraba a todas partes buscando un regalo interesante, todo mientras no dejaba de comer un raspado azul que pondría su lengua del mismo color tanto así que lo haría parecer como si le acabara de dar una buena dosis de sexo oral a Jake Sully o a un pitufo, cuando en realidad el único digno de sentir el placer que solo la pequeña boca de Aidan podía dar era Günther. 

— Buenas tardes —  dijo el guardia de seguridad y los deseos de Günther por vomitar se triplicaron.

Discretamente llevo su mano libre a su billetera, por plata baila el mono, decía un refrán, esperaba ponerlo a prueba y que fuera verdad. De todas maneras su padre lo sacaría de cualquier apuro pero le preocupaba de lo que su pequeño se pudiera enterar. 

— Buen día, ¿Puedo ayudarlo en algo? 

Por favor, dioses, hagan que se largue, no quiero que asuste a mi pequeño.

— En realidad si...— el hombre escribió algo en su libreta y se lo extendió a Günther. "¿Una multa?" Pensó, pero para su sorpresa era un numero de teléfono — mi hija trabaja en el local de postres helados — señalo el raspado en las manos del niño —, te vio y me pidió que le diera tu numero, puedes ir a comer raspados cuando desees, es una buena chica y soltera. 

El guardia de seguridad se retiro y con ello el alma de Günter volvió a su cuerpo, miro el número de teléfono en el papel y luego lo tiró a la basura. Fue un alivio darse cuenta de que todas esas miradas no eran más que deseo frugal por alguien atractivo. Pasarón el rato buscando más regalos, el 90% iría para Aidan, pero aún tenía que llevarle algo a Katherina.

— ¡Mira eso! — estaban mirando ropa para su pequeño amor, ya habían comprado una buena cantidad de ropa con dinosaurios y naves espaciales, cuando el niño señalo un vestido. Aidan corrío hacía el vestido, era uno azul con tul, brillante y esponjoso, una versión más actual del vestido de cenicienta — ¡Es suavecito! — dijo mientras tocaba la falda — Se siente como tocar una nube.

— ¿Quieres comprarlo?

— ¿Para quién? A Kat no le gusta el azul — dijo desanimado, su hermana era la reina del rosado, tanto así que le quitaba a Barbie su puesto.

— Para ti.

El niño lo miro sorprendido como si hubiera dicho la locura más grande de su vida.

— Pero es un vestido, los niños no usamos vestidos.

— Jesús usaba falda — contraataco.

Günther pudo ver en los ojos de su amante que estaba considerando la idea, pero pronto negó. No supo si era por los prejuicios o por tener sus verdaderas razones.

— Me quedaría muy grande.

Aidan siguió mirando distintas prendas, pero cada ciertos minutos volvía hacía el vestido, acariciando la falda, tocando los adornos y admirándolo ensimismado, tenía razón, tardaría años en quedarle bien e incluso lo más probable era que tuvieran que hacerle modificaciones para usarlos sin problemas, aún así Günther sabía perfectamente a quien dárselo.

Nota:
Freud esta orgulloso de Günther, en fin, el próximo capitulo del pasado tendrá una escena sexual, así que si se sienten incomodos e incomodas con ello (cosa lala ya que están leyendo un libro con la palabra "violación" en el titulo😑🤨🫡) no lo lean, porque será bien explicita. Que Dios los bendiga, mis criaturas malignas y obras de arte bellísimas. 

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