Perro rabioso

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Günther tarareo tranquilo mientras paseaba por los inmensos pasillos de la gran casa amarilla que su niño tanto adoraba. Llego a su habitación y camino directamente hacia el armario empotrado, en su casa de la infancia tenía una habitación entera para las camisas, otra para los pantalones y una más para los zapatos, corbatas y demás adornos que los simplones trajes elegantes que le hacía lucir su padre podrían necesitar, las pijamas y la ropa interior se guardaban en cajones, aunque su padre hubiese preferido conservas los baúles de madera con metales preciosos de su infancia en donde guardaba su propia ropa, pero como los dedos de Günther siempre terminaban aplastados bajo la tapa del baúl tuvo que decidir entre modernizar esa parte de la habitación de su hijo o vivir con un hijo sin algunos dedos, el rubio aún recordaba el gesto de sosiego en el rostro de su padre mientras sacaban los baúles de su habitación y los cambiaban por modernos cajones, estaba seguro de que esa noche Wallace había derramado una que otra lagrima por tener que decirle adiós a los baúles de su infancia. Los trajes ceremoniales y de rituales eran guardados en la caja fuerte de la casa, junto a algunas reliquias y demás, la mayoría eran trajes pasados de generación en generación, auténticos tesoros de su familia y cultura. Mientras analizaba las camisas — incapaz de decidirse por la blanca, la crema o la del color hueso — pensó en lo mucho que le gustaría tener su traje de hospicio invernal: una túnica de color bermellón, con hilos de oro dibujando al Acertijo y a unos Agónicos de menor categoría entre los pliegues dorados de la cintura, y las mangas; más que nada parecía una inmensa pijama, pero tenía cocidos múltiples diamantes entre las costuras y supuso que Katherina quedaría encantada con los finos trazos de los tejidos, Katherina, ¿Por qué estaba pensando en ella? No, ella no merecía que sus pensamientos giraran en torno a ella, le había fallado, lo había defraudado, sin importar las veces que lleno su útero con su caliente semilla seguía sin quedar embarazada, ¿Cómo era posible? Su madre había quedado embarazada y de gemelos mientras planificaba, ya estaba ciegamente condicionada a amarlo como su suegra creía ciegamente en su buena voluntad ¿Por qué no podía ser ese aspecto también similar a Evangeline? 

Comenzaba a sospechar que sin importar cuantas veces llenase el vientre de la joven con abundante semilla no quedaría embarazada como él tanto necesitaba y deseaba. A lo mejor y debía comenzar a intentarlo con Haza, últimamente la niña había dejado de ser tan insoportable y comenzaba a notar los pequeños montículos hinchados de lo que más temprano que tarde serían dos grandes senos, poco a poco se estaba volviendo en una niña muy bella. Además de que le sería muy fácil fingir con ella que solo era Aidan con sobrepeso, sus rostros eran tan exageradamente similares que no dudaba que a través de su joven vientre podría obtener lo más cercano a un hijo con su dulce niño.
Siguió inspeccionando los trajes con cuidado, queriendo escoger el mejor, el más perfecto. Claro estaba que como hombre tenía pocas o nulas opciones, en su mayoría lo que variaba era la corbata, pero intentaría buscar algo que le gustara, lo hiciera resaltar y le quedara bien, era la primera vez que iría a una iglesia cristiana y si se iba a quemar a penas tocase el pomo de la puerta lo haría con estilo. Aún dudaba si iría o no, pero más que nada iría por ver a su niño. Le regalo un  trajecito blanco adorable que lo hacía parecer un muñequito de porcelana, para tener once años su pequeño seguía conservando la mayoría de sus rasgos infantiles y eso lo hacia ver mas adorable que de costumbre. 

Eso era algo que le gustaba, ver a Aidan como un muñequito que usar para su diversión y placer. Si tan solo la vida fuese justa no tendría que armar todo ese teatro para poder cerca a su niño, estarían juntos sin importar qué. Los ojos de glacial azul analizaron la corbata en sus manos, era de un tono carmín, como el de la sangre coagulada. El rojo era el color de su familia, que junto a los Villanelle Zaragoza y otras 44 familias comprendían la realeza de Un Mundo Libre. El rojo se usaba para ocasiones especiales, como bodas y funerales pero no cualquier funeral, para los funerales típicos en los que las personas morían por vejez o enfermedad se usaba el gris, sin importar la familia o rango, el gris era el color usual para todos, pero el rojo se reservaba para las muertes consideradas sagradas: suicidio y accidentes; el suicidio era considerado uno de los actos más valientes en su cultura y los accidentes llevaban consigo agonía, entre más lenta y dolorosa fuese la muerte, mejor, aquello significaba que se sentía un poco del inmenso dolor que alguna vez sus deidades sufrieron, alcanzando un estado de pureza similar a ellos. Por mucho tiempo Günther pensó que usaría el rojo para su propio funeral, desde niño estaba decidido a quitarse la vida a los 21, la edad donde según sus creencias se hace la transición física de niño a hombre, cuando se lo comento a su padre él solo sonrío y le acaricio la cabeza, recordándole que entre más dolorosa fuese su forma de morir más honor traería a su familia, aunque pudo notar que estaba algo incomodo por la idea. 

Era mejor morir que seguir viviendo con ese frío vacío que llenaba su cuerpo. Al menos hasta que aquella mirada celeste de mejillas sonrosadas lo encontró y lleno el vacío que sentía. 

Ahora estaba decidido a lucir el rojo el día de su boda con Aidan, la mayoría de jovenes de su edad cuando se casaban usaban los colores comunes — negro para el hombre, blanco para la mujer — y un adorno del color de su familia, pero eso le parecía a Günther una estupidez, ¿Por qué querrías ser igual al resto del mundo cuando tenías una cultura tan hermosa que honrar? Obviamente no sería como sus antepasados — su abuelo parecía una fresa con patas vestido de rojo de pies a cabeza y ni hablar de su primera abuela, la pobre de por si era pelirroja y casi desaparece entre tanto rojo — pero si usaría una capa carmín, junto a un rubakha negro con detalles en distintos tonos de rojo, aún no tenía en claro si su niño querría usar los trajes tradicionales de su familia, pero sospechaba que cuando comenzaran a danzar entrelazándose con cuerdas doradas y las manos emperfumadas lo harían vestidos con aquellas prendas que  unieron en sangre, mente y cuerpo a cientos antes que ellos. 

Debía pensar seriamente como obtener los retazos de los trajes matrimoniales de sus parientes masculinos, los trajes de boda eran los pocos que se hacían desde cero y no era heredado, solo que contenían en el caso del hombre un cinturón con retazos de tela de partes del traje de sus parientes masculinos que le deseaban buena voluntad y gran fertilidad; en el caso de la mujer usualmente era una mascada con retazos de los velos de las novias de la familia, aunque a veces podían ser pequeñas diademas o aretes hechos con partes de las joyas de las otras mujeres, pero conociendo a Aidan tendría que conformarse con la mascada. 

No sabía exactamente cómo vestir para una iglesia. En sí lo más cercano que tenían a su hogar eran las reuniones a cantar los jueves por la tarde, a diferencia de un aburrido sermón de tres o cuatro horas en horrorosas e incomodas bancas de madera los suyos se reunían en una hermosa casa en medio del pueblo o la ciudad donde vivieran, era la casa más hermosa de todas, en las ciudades el edificio más majestuoso y pasaban horas cantando, y danzando, atiborrando sus estómagos con delicias culinarias, charlando y sonriendo, era casi como una fiesta, a veces se daba algún discurso y así, pero por lo general eran encantadoras charlas llenas champagne y una variedad de carnes de la más alta calidad. Era simplemente exquisito. Asistían llevando sus mejores ropas y los más lujosos adornos, las mujeres en especial se enloquecían y portaban sus joyas más valiosas. Más que nada eran reuniones para demostrar que estaban felices con los regalos de los dioses, claro que también habían reuniones para expresar su inconformidad, pero esas eran cada tres semanas y solo los miércoles, no los olvidados jueves.

Estaba todavía en la encrucijada de escoger la camisa correcta — descarto por completo la de color hueso porque el color lo hacía ver demasiado rubio, pero no un rubio natural sino un rubio chillón y vibrante, por ello solo quedaban dos más en la contienda y la de crema iba ganando por mucho, pero aún no se alzaba como victoriosa — cuando sonó el timbre, un gesto de alarma adorno su rostro y se lanzo hacía el calendario más cercano, se asusto al pensar que ya era el día "santo" de sus amigos aborígenes y no se había percatado de ello, una vez le paso que perdió por completo la noción del tiempo y olvido todo un día hasta que fue demasiado tarde, y tuvo que pasar un bochornoso momento al haber olvidado por completo que ese día era su nacimiento, y en lugar de llegar al mundo berreando como todo un varón digno termino naciendo tras que abrieran a su madre biológica en canal, todo porque él se le olvido salir. Günther no recordaba esa historia, pero su padre sí y supuso que era cierta porque en varias ocasiones igual de vergonzosas le sucedieron por su falta de conciencia con el tiempo, pero ninguna tal como la primera, se sentía un poco mal por haberle hecho eso a su madre de sangre, pero luego recordaba que solo era una amante, una concubina, por ello era una esclava repulsiva que debía estar agradecida por haber llevado a una sagrada criatura como él en el vientre, incluso si eso le había dejado una horrenda cicatriz en su tersa piel. Presurosamente bajo las escaleras y miro el calendario, suspiro algo aliviado cuando notó que no había pasado un día entero debatiendo cuál camisa era mejor. Necesitaba ser más avispado y consiente, se estaba preparando para el matrimonio, un esposo y cabeza del hogar no podía actuar así. 

Otro golpe. Tentativamente más intenso que el anterior. El rubio camino por la sala de estar, miro a sus sirvientes y les hizo un gesto confuso que ellos le devolvieron con la mirada baja, estaban demasiado entretenidos limpiando los restos de pan con aceitunas y champiñones salteados de la comida de ese día. 

Se pregunto quién podría ser y su corazón latió emocionado ante las posibilidades: primero estaba su pequeño que como todo adolescente en crecimiento estaría en busca de exquisitos banquetes que solo su amante secreto le podía dar y para Günther era un placer atiborrar el bello cuerpo de su niño con comida libre de cualquier conservante que lo pudiese dañar; la otra opción era Katherina que siendo la típica chica intensa que cree que ha descubierto el amor vendría a "saludarlo" pero en realidad no lleva ropa interior debajo del vestido y solo quiere que le acomoden el útero mientras le lamen los senos, y gime un "te amo" con cada estocada aunque en realidad no sienta nada; ambas opciones fueron igual de encantadoras.

Intrigado se dirigió a la puerta y la abrió con cuidado, llevando consigo la clásica sonrisa de sol que sabía poseía la capacidad de poner de rodillas a cualquiera, excepto a una persona.

Y esa persona yacía frente a él con el rostro contorsionado en una mueca que solo podía ser descrita como la de un perro rabioso a punto de atacar, rabiosa en todos los sentidos de la palabra.

El color abandono el rostro de Günther en el momento en que abrió la puerta, esperaba encontrarse a su pequeño amante viniendo por su dosis de "Ciruelas, frambuesas, duraznos, cerezas y fresas" nombre en clave para "Hacer el amor" o con su intensa y enamoradiza hermana, en su lugar había un hombre de cabello rubio y ojos verdes mirándolo enfurecido.

— Padre...— susurro sin aliento.

Wallace le dedicaba una mirada severa, su barba se movía con cada respiración furiosa, fue entonces que el hombre levanto sus gruesos puños capaces de romper huesos con solo un par de golpes. Günther trago saliva, ¿Iba a golpearlo? Cerro los ojos esperando el golpe, un dolor abismal tomando en cuenta el enorme hombre que era su padre y sus años sirviendo a la fuerza armada de su país, en su lugar sintió un asfixiante abrazo que le hizo tronar las costillas.

Las grandes manos de su padre lo envolvieron como si quisiese que sus carnes se fundiesen en una sola. Günther dubitativamente le correspondió el abrazo. Si él había crecido para ser un muchacho grande y fuerte su padre era inmenso, de niño pensaba que era un oso debido a su rubia barba y brazos igualmente velludos, una característica compartida por todos los hombres de su familia, aunque el rubio comenzó a afeitarse religiosamente cuando su pequeño lloro y se retorció de incomodidad mientras le daba placer con la boca, supuso que se comportaba así por el vello corporal. Los sirvientes huyeron despavoridos cuando Wallace Vodja entro en la gran casa amarilla, inspecciono el lugar con un gesto de perturbación en su rostro y dejo caer su gran robusto cuerpo lleno de músculos endurecidos en uno de los sofás. Estaba sentado con las piernas abiertas y el rubio casi estuvo a punto de extender las manos para que lo alzara, y sentara en su regazo, para luego provocarse el llanto y librarse del regaño, pero dudaba que pudiera salvarse de la reprimenda de esa ocasión.

— ¿Y bien?  ¿Qué tienes por decir? — el rubio pudo notar que su padre se esforzaba por mantener la calma, pero fallaba miserablemente. El hombre apretaba los dientes amarillentos por la nicotina de años de tabaquismo y movía nerviosamente sus manos, como si se decidiera si dejarlas a su costados o dejarlas estampadas en la piel del muchacho, parecía incapaz de decidir qué resultaba mejor, pero al menos se esforzaba, personalmente si un hijo suyo le hacía lo mismo que él había hecho Günther no dudaría en darle un buen escarmiento. Era irónico que el mismo hombre que despellejo sin pensarlo a uno de sus sirvientes por mirarlo mal fuese incapaz de reprenderlo físicamente, aunque sospechaba que más que nada lo hacía para no parecerse a su propio padre, había escuchado que el abuelo William no le temblaba la mano a la hora de impartir castigos a sus hijos e hijas, pero se ensañaba de la manera más violenta posible con sus hijos. Una vez Wallace le conto que creyó que su padre iba a matarlo, lo azoto con tanta fuerza que lo hizo ver estrellas mientras desgarraba la piel de su espalda con vehemencia. Gracias a los dioses su padre lo llevaba deseando por años y fue más preparado que un yogurt, suponía que su carácter blando y consentidor con su dulce niño se debía a la gentil crianza de Wallace para con él. 

— Yo...mentí — admitió con la voz pesada por la vergüenza y un ligero temor.

La decepción y la traición inundaron a Wallace. Se sintió engañado, su confianza en su amado hijo se vio sacudida. La idea de que Günther había estado viviendo solo, haciendo quién sabe qué, le causó una profunda tristeza. Pero también hubo un atisbo de alivio, al saber que no había perdido a su hijo. Cuando llego a la casa de Genevieve y no lo encontró ahí cientos de pensamientos inundaron su mente: lo secuestraron, lo torturaron y un sin fin de cosas más que solo al hijo de un político le podría pasar. Entonces aquella mujer que amo con tanta pasión una vez le apunto con un arma a la cabeza y le ordeno que se alejara, y se llevase a su "monstruoso" hijo con él de una vez.

Tuvo que ordenar a un equipo del gobierno que buscara a su hijo, gracias a los dioses lo hallaron pronto, Wallace era capaz de quemar todo el país si algo malo le pasaba a su unigénito. 

— ¿Por qué no me lo dijiste?

— Porque si lo hacía tendría que volver a Gondwana — confeso, mientras mantenía los ojos fijos en su padre. No iba a bajar la cabeza, no había hecho nada malo, solo seguido el designio de los dioses para él: Aidan.

Wallace suspiro como si esas palabras le hubiesen robado toda la fuerza que poseía.

— ¿Por qué no fuiste con Genevieve? — le escribió cientos de veces a lo largo de los años, al inicio para convencerla de reanudar su compromiso, luego para que aceptara darle el calor que solo una madre le puede dar a un niño. En ambas ocasiones la respuesta fue la misma: NO. Aún así sabía que ella no era una desalmada y supuso que cuando viera a ese adorable jovencito parado en su puerta con la cabeza plagada de ideas familiares su casi esposa terminaría por aceptarlo. Ahora pensaba que estaba equivocado.

— Lo hice, fui con ella pero no quiso recibirme.

— ¿No quiso recibirte? — Wallace miro a su hijo confundido — ¿Y todas las historias que me contaste? ¿Qué hay de todas las cosas que hiciste con ella y su familia? — Günther estuvo tentado a sonrojarse, pero se aferro a la dignidad que le quedaba con uñas y dientes. 

Le dijo a su padre que todos los O'Riley lo adoraban. Que compartía habitación con Josh, el hijo mayor de Genevieve quien también se había vuelto su confidente, que pasaba sus tardes con Dafne y que le agradaban los gemelos, también invento una infinidad de historias sobre los dotes culinarios de Finley y algunos regaños de Genevieve. Los había espiado lo suficiente como para crear una narrativa creíble e introducirse orgánicamente en la dinámica familiar. A veces, cuando escribía o le relataba las historias de su "día a día" con aquella familia no podía evitar reír porque realmente se sentía parte de ellos aunque nunca lo hubiesen visto o siquiera percatado de su existencia. Conocía a Joshua, pero lo hizo por medio de la escuela y se acerco a él, realmente le agradaba el muchacho, pero aunque le pesara debía aceptar que nunca sería él y que Genevieve jamás lo querría como quería a su primogénito adoptivo. 

— Fueron mentiras — confeso —. Lo hice para quedarme, pero nunca estuve con ellos, Genevieve me dijo que me alejara de su familia, me trato como si fuese la lepra o algo peor.

— ¡Esa zorra! — grito estrellando el vaso que un sirviente le había llevado lleno de vodka, mismo que se rompió en cientos de pedazos — ¡Primero me rechaza a mí! ¿Y tiene la osadía de rechazar a mi hijo? ¡Voy a matar a esa prostituta!  — cualquiera se exaltaría por las declaraciones del hombre, pero Günther no, sabía que su padre amaba demasiado a la versión de Genevieve que conoció en sus años de juventud, la quería demasiado como para hacerle algún daño, a ella o a sus bastardos pero también la odiaba. Odiaba que no lo hubiera escogido como marido y que ahora hubiera rechazado a su hijo. Sin embargo, en el fondo, todavía amaba el recuerdo de la jovencita jovial, retadora y violenta que una vez fue su prometida — Sabes que pudiste haberme pedido quedarte y usarlo como viaje de peregrinación, ¿Verdad? — Günther asintió, pero hacer algo así indicaría tener que regresar cada ciertos meses y vivir lejos de su pequeño era algo que el rubio no podía aceptar — Bueno, como ahora has demostrado que no confías en tu padre, será mejor que regresemos a casa y estrechemos nuestros lazos de padre e hijo.

Por primera vez el semblante tranquilo de Günther se desvaneció. No, no podía irse, ¿Y si en su ausencia su pequeño lo olvidaba? ¿Y se enamoraba de otro o de otra? ¿Y si se enamoraba del petulante de Da?

— ¡Padre, no! — pero el hombre lo acallo dándole un fuerte golpe a la mesita de la sala que la hizo rechinar y astillarse en las patas, misma en la cual había masturbado a Katherina esa misma mañana.

— ¡Ni una palabra más! — decreto furioso, respirando con la misma dificultad de un perro rabioso — Günther Alikhan Vondja, me has decepcionado, hijo, confíe en ti y me has ocultado lo que llevas haciendo por años, ¿Sabes la humillación que pase por tu culpa? Llegue a la casa de Genevieve añorando verte entre sus hijos ser feliz, disfrutando del calor de una madre, ¿Y qué encuentro? A mi máximo orgullo viviendo en la casa con el color más chillón de la calle y teniendo una doble vida a mis espaldas — el hombre bufó y se puso de pie, caminando hacia la puerta —. Nos vamos, ya mismo.

— Padre, yo...— Günther no pudo continuar, porque Wallace lo tomo de la mano y como si un niño pequeño se tratase lo tiro a la calle y lo subió de un solo movimiento al lujoso auto. 

El rubio se encogió entre los asientos aturdido. Su padre ni siquiera lo miraba, solo hablaba con el conductor dándole las indicaciones para irse al aeropuerto lo antes posible donde su avión privado los esperaba. Mientras el auto se movía por la calle Günther se acerco a los vidrios polarizados y observo a su niño con anhelo, su pequeño jugaba con Dan, a escondidas de Evangeline, estuvo tentado a delatarlo pero decidió no hacerlo, irse sin avisar le rompería el corazoncito a su gentil niño y no quería dañarlo más.

— Esperame, mi pequeño — suplico acariciando la figura de Aidan a través del cristal —, volveré pronto, lo prometo.

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