La vida germina siendo marcada por la muerte que la precede,

Ambas forman un ciclo imperecedero,

En el que solo se culmina con las cenizas de la materia

O de la putrefacción del cuerpo,

La nada absoluta sin consciencia ni realidad,

La suspensión de los años acumulados y el devenir del tiempo,

El discurrir de los segundos y minutos, que se reducen a una cuenta final,

Que es anhelada por algunos,

Pero temida por otros,

No hay un término medio, no hay contemplaciones,

Solo radicalidades absolutas,

Palabras vivaces o atemorizantes,

Que resguardan el secreto de la vida en la opulencia del cristal,

Como la fracción de la sombra fundida a la oscuridad de la muerte final.

Es allí donde el nacimiento ocurre que la vida eclosiona en el mundo,

Una vida y una persona,

Una tan indisoluble de la otra,

Marcada por el tiempo del crecimiento, el desarrollo y la maduración,

Para formar al ser y que este sea uno con su entorno,

Siendo así otra forma de existir y de sentir,

Una conexión a la madre natura,

Que se respira en el aire,

Se siente en la vibración de la tierra a través de la piel,

Que se esparce hasta caer como el cauce de un río,

La magnificencia de los mares y océanos,

Los cuales se palpan en la inmersión en sus aguas,

Y las tormentas desatas por la magnitud de los cielos.

Justo allí la vida se hace presente,

Se presenta ante el ser humano,

Para darle la bienvenida al mundo que nació ante que el mismo,

Y que posibilitó su existencia,

Que decanta la magnificencia de la vida que ha creado.