Juega en mi liga, zorra.

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng


Cuando llega la hora del almuerzo, estoy que me caigo. Tengo un agujero enorme en el estómago. Cojo una bandeja y la lleno de todo tipo de comida. Tengo tanta hambre, y voy tan atontada comiéndome con los ojos toda la comida que llevo, que ni me entero de que cuando me siento en mi mesa de siempre para esperar a Dafne, ya hay alguien ahí sentado. Mi hermano. Es mi hermano.

— ¿Mik?— pregunto extrañada. Veo que tiene una bandeja con un sándwich mixto y una manzana. Ay dios.— No vas a almorzar conmigo, ¿verdad?— espero que diga que no.

El muy puñetero sonríe, sus ojitos azules empequeñecen cuando sus prominentes pómulos ceden ante la tirantez de sus labios, y revuelve sus rizos rubios despreocupadamente.

— Por supuesto que sí. ¿No puedo pasar más tiempo con mi hermana?— y por el tono de su voz, sé que lo que quiere es estar cerca de mí para vigilar mis pasos.

Suspiro. Mi hermano es más terco que una mula. Sé que si intento convencerle de que se marche, lo que conseguiré será todo lo contrario. Es mejor dejar que crea que ha conseguido engañarme y que me he tragado eso de que solo quiere pasar más tiempo conmigo. Al fin y al cabo, cuando se canse de ver que no hago nada malo, terminará volviendo a la mesa donde le esperan sus amigos.

Agarro la hamburguesa que he traído, le doy un mordisco y saboreo la mezcla de salsas con las que he empapado el pan. En cuanto trago, le pregunto a mi hermano por sus exámenesy vuelvo a dar otro mordisco a mi hamburguesa. Cómo es de esperar, a Mikael se le iluminan los ojos de alegría por mi iniciativa para entablar una conversación. La verdad es que hacía mucho que no hablábamos más de lo necesario. Desde que mamá y papá murieron, Mikael desarrolló cierto complejo de padre conmigo, y a veces resulta tan sumamente protector, que hasta me cuesta hablar con él como lo hacíamos antes.

— Pues creo que he aprobado todo. Tengo que esperar a que me den los resultados, pero creo que los he hecho bien. ¿Tú qué tal te encuentras?— Me obligo a mostrar una leve expresión de inocencia. Como si mi hermano no me conociera lo suficiente como para tenerme calada.

— Bien, supongo.— Miento como una bellaca. Y como si el destino tuviese algo contra mí, Damián pasa frente mi mesa camino a la suya. Sin darme cuenta, lo sigo con la mirada. Veo que Mikael se gira y sigue mi línea de visión. Después vuelve a centrarse en mí.

— ¿Qué hay con el tío ese, Ray?— finjo no saber de qué habla. Aunque lo sé de sobra. A Mikael nunca le hizo gracia que tuviese novio, cuando se enteró de que estaba con Christian, casi le da un pasmo. Así que, si por algún casual, cree que me gusta Damián, después de todos los rumores que corren sobre él y sus infinitos ligues... Seguro que Mikael lo cuelga de un pino antes de que se acerque a dos metros de mí.— Ray. — insiste y aprieta los puños sobre la mesa.

— ¿Quién? ¿Damián y Axel? — la voz de Chloe es como una melodía celestial en mis oídos. Sin darse cuenta, acaba de dar fin a un interrogatorio del que no hubiera sabido salir. La miro y veo que Ivanna y Dafne vienen también. Las gemelas se sientan junto a mi hermano, y Dafne a mi lado.— Axel es el nuevo novio de Dafne.— comenta Chloe, así, como si no tuviese importancia. Dafne asiente mientras mastica una patata frita.— El otro es su hermanastro. Aún no lo conozco, pero está de buen ver, eh...

«Touche. Pero es imbécil

— ¿Cómo pueden ser hermanos si tienen la misma edad?—  pregunta Ivanna. Se da la vuelta en el banco y los mira descaradamente.— No se parecen en nada. Son como el día y la noche.

— Porque no son hermanos, sino hermanastros.— explica Dafne.— Axel me contó que su madre y el padre de Damián se conocieron cuando eran unos niños. Así que se han criado juntos. De hecho tienen el mismo apellido. Son como uña y carne.

Instintivamente, mi mirada atraviesa el comedor y se clava en la última mesa que queda frente a la nuestra. Me quedo hipnotizada mirando a Damián. Entiendo que físicamente no se parezcan, es obvio. Pero me parece extraño que siendo uña y carne, tal y como dice Dafne, sus personalidades parezcan tan diferentes. Axel no para de hablar y reír mientras come, y Damián... Nada. No hace nada. Ni se inmuta ante todo lo que parece estar contándole su hermano.

Está sentado y comiendo en silencio sin siquiera molestarse en finjir que presta atención. Parece tan inofensivo, tan tranquilo y abstraído, sin ese ceño fruncido, ni la amenaza o la burla vibrando en sus ojos, que hasta parece un chico totalmente diferente. Aunque su porte intimida, visto así parece cercano, accesible. Parece tan normal, que me podría pasar horas mirándolo sin que se diera cuenta.

Un golpe seco sobre la mesa me devuelve a la realidad de un susto. Mi zumo de manzana se tambalea sobre la bandeja. Miro hacia el origen del golpe, a mi derecha, y siento cómo Dafne me agarra el brazo izquierdo con fuerza. Kenia. Kenia a aporreado la mesa, y, con las manos apoyadas sobre la misma, me dedica una mirada furiosa.

— No te acerques a Foster, perra.— advierte. Me quedo pasmada. Sé que debería de decir algo en mi defensa, pero no me salen las palabras. Esto es lo malo de ser yo; lo mismo me obligo a contenerme para no perder el control, o me quedo como ahora, pasmada.

— Lárgate, Kenia.— escupe mi hermano levantándose de la mesa. Ni siquiera lo miro. No me hace falta hacerlo para saber que está echando chispas por los ojos.

— Axel está con Dafne. Pero el otro es mío.— Sigue ella, pasando  olímpicamente de mi hermano.— Sí, sí, no te hagas la tonta. Damián, el de los ojos celestes y miradita seductora.

— Se acabó.— Mikael, a pesar de tener una preciosa cara de niño bueno, impone como una bestia. Tanto es el caso, que cuando veo que Christian parece querer tomar cartas en el asunto cuando mi hermano agarra a Kenia del brazo con fuerza y la mira con furia, él, retrocede y vuelve a sentarse. Parece que se lo ha pensado mejor. Eso, o no quiere que Mik termine de romperle lo poco sano que le queda en la cara.

— Está fuera de tu alcance, zorra. Juega en mi liga, no en la tuya.— Kenia sigue.

— Kenia.— sisea Dafne. — Mikael no pegaría a una mujer, pero yo sí. Así que lárgate, por tu bien.

Mientras mi hermano la arrastra y la suelta a unos cuantos metros de mí, Kenia no para de mirarme y sonreír malévolamente. No sé qué narices le dice mi hermano, pero ella se da la vuelta y vuelve a su lugar en la mesa de Christian y sus amigos. Christian me dedica una mirada en la que puedo leer una disculpa. No sé qué le anima a hacerlo, pero hace aspavientos con su dedo índice para indicarme que luego hablaremos.

«¿Que hablemos? ¡Y un huevo!»

— No entiendo cómo pudiste ser su amiga.— farfulla Mik cuando vuelve a sentarse en la mesa. Aprovecho para girar la cara hacia él y pasar de Christian.— ¿Estás bien? No le hagas caso, es una loca de cojones.

— Es por Christian.— asegura Chloe.— Está enfada porque Christian sigue coladito por Ray.

— Ya. Pues a mi hermana, que ni la huela. Tuvo su momento y no supo dar la talla.

Soy consciente de lo impotente que se siente mi hermano por no poder protegerme de todo. Es injusto que siendo solo un año mayor que yo, crea que tiene la obligación de protegerme de todo y velar por mí a todas horas. Pero también sé que, por más que le diga, no va a cambiar de parecer.

Le informo de que no me verá en toda la tarde porque tengo que cumplir con el castigo de la directora Lawrence. A Dafne le toca limpiar el comedor, y a mí, como siempre que me castiga, me toca pelar patatas. Sabe que no me gusta el olor que me dejan en las manos.

Cuando suena la dichosa melodía que finaliza las clases, no puedo evitar sentirla como un martillo sobre mi cuerpo. Mis pies se arrastran de forma mecánica hacia las puertas metálicas de la cocina. No es la primera vez que cumplo este castigo, así que encerrarme toda una tarde en la cocina para pelar kilos y kilos de patatas, casi es como un extra escolar.

En cuanto entro, me encuentro con el ceño fruncido de Lawrence y sus brazos cruzados me indican que tiene ganas de bronca. Ya estoy aquí, ¿qué más quiere? No se le ocurrirá culparme a mí por el comportamiento de Kenia en el comedor, ¿verdad? Porque está claro que no he sido yo.

— Llegas tarde.— me señala con un dedo acusador. Miro hacia el reloj de cocina que cuelga de la pared de enfrente; han pasado solo cinco minutos.

— Solo han sido cinco minutos. — argumento en mi defensa.

— Eso no es excusa. Te dije que vinieras aquí a en punto.— bufa. — ¿Quieres que vuelva a replantearme lo de cambiarte de internado?— amenaza.

«¿Qué? ¡No!»

Estoy harta de que siempre me amenace con lo mismo. Y aunque me muero de ganas por decirle cuatro cosas bien dichas y aconsejarle que renueve sus amenazas, me callo. Me callo porque es ella quien tiene mi custodia ahora, y puede enviarme a la otra punta del mundo si así lo desea. Y, evidentemente, yo no quiero eso. La única familia que me queda son mi hermano y Dafne, así que por nada del mundo pienso dejar que esta vieja gruñona me saque de aquí. Me muerdo la lengua, me trago mi orgullo, y, muy a mi pesar, murmuro:

— Lo siento. No volverá a pasar.

Lawrence suspira exasperada.

— Es tu última oportunidad Raysa. Mi paciencia tiene un límite, y tú lo sobrepasaste hace meses. Más te vale que recuperes tus buenas notas y te comportes como debes. Si no, te mandaré a New York. Y no sabes el disgusto que se llevará tu hermano en tal caso.

Me acaba de hacer un chantaje emocional en toda regla. Un chantaje que, aunque no me guste, lleva todas las de ganar. Tiene razón en todo lo que dice. Y como ella lo sabe de sobra, ni siquiera me deja responder antes de salir de la cocina dando un portazo.

Cabizbaja, me arrastro hasta la enorme mesa de madera maciza situada en el centro de la cocina, y cojo uno de los sacos de patatas. Lo vuelco sobre la mesa, cojo un cuchillo y me pongo a la tarea. Para cuando termino, es casi la hora de cenar y la cocina está plagada de cocineras que corren de aquí para allá terminando de preparar la cena.

         *.     *

Estoy agotada, no he dormido mucho y me he levantado antes de que suene el despertador para poder ducharme tranquila. Llevo bastante rato en la ducha, y por más que me froto a conciencia con el gel con olor a coco, creo que sigo oliendo a patata cruda. Tengo las manos entumecidas y me duelen horrores. No sé cómo voy a conseguir volver a subir mis notas, si Lawrence me hace cumplir castigos que después me fastidian a la hora de escribir apuntes. A regañadientes, me preparo mentalmente para llevar mi jornada lo mejor que pueda.

La mañana ha sido dura, pero me he desenvuelto sorprendentemente bien. Los profesores han hecho uso de toda su paciencia para explicarme todo lo que no entendía y, no sé si por órdenes de la directora o por la ilusión de verme prestar atención de nuevo en clase, han sido incluso amables conmigo. Además, el hecho de no haber coincidido con Dafne en ninguna asignatura durante el día también ayuda mucho. Me hubiera desconcentrado hablando con ella.

Hablando de Dafne... No la he visto en todo el día, ni siquiera a la hora del almuerzo ni en la comida. No me ha quedado de otra que aprovechar para hacer deberes atrasados, y aún así tengo una buena tarea que recuperar.

Espera... hoy es martes. Miro el horario escolar en mi agenda y compruebo que la última hora coincido con ella. Desvío la mirada hacia el reloj de pared, impaciente porque solo faltan dos minutos para finalizar la clase.

«¡Vamos!» Le apremio.

— El próximo día habrá examen. Si tenéis alguna duda, no dudéis en acudir a mi despacho.— anuncia el profesor Ramírez cerrando su libro de Lengua Española.

Y dicho eso, salgo disparada del aula. Paso por mi taquilla a toda mecha y cojo mi bolsa de deporte. Ignoro el viento que me sacude mientras atravieso el jardín camino del gimnasio, y el frío otoñal que amenaza con colarse en mi piel. Me encuentro con Dafne en el vestuario, y aunque intentamos cambiarnos lo más rápido posible, no sé cómo, pero llegamos tarde a la reunión que el profesor Brown ha organizado en el campo de fútbol.

— Entonces, ¿qué tal ha ido tu día como chica estudiante?— susurra Dafne cuando ya estamos entre todos los compañeros de clase.

— La verdad es que me ha ido bien. No me puedo quejar.— confieso.

— Bueno, panda de vagos...— la voz del profesor interrumpe nuestra conversación.— He oído que lo vuestro son las fiestas, ¿cierto?

Ups. Este también se ha enterado. ¿También tendrá un castigo?

Lo veo caminar de un lado a otro, mirándonos como si fuésemos su mayor decepción. Lo sigo con la mirada, esperando a que suelte la bomba que nos tiene preparada como castigo. Y de repente, mi mayor castigo llega cuando veo a la persona que menos me apetece encontrarme. Damián. Ahí está el muy imbécil, con los brazos cruzados y escuchando al profesor como si realmente le importara la charla. A su lado, Axel revolotea inquieto, claramente aburrido.

— No puedo creer que también coincida con él en esta asignatura.— me quejo por lo bajo, alzando la voz lo justo y necesario como para que solo Dafne me oiga.

— ¿Quién, Damián?— asiento.— No sé por qué te molesta; está claro que a él le gustas.

La miro incrédula. ¿Qué le lleva a sacar esa conclusión tan disparatada? ¿Y por qué narices sonríe como si se alegrase de ello?

— Dafne, no te hagas pajas mentales, ¿vale? Tengo entendido que no es bueno para la salud.— le aconsejo. La locura de Dafne a veces me preocupa.

— Lo que no es bueno para la salud es que no seas capaz de verlo. Esa actitud tan agria y sarcástica no te ayuda en nada.— replica enfurruñada, igual que una niña pequeña.

Me quedo de piedra. Dafne sabe de sobra que yo no soy cariñosa ni ñoña, y me fastidiaba que aunque ella me quiera con mis defectos y virtudes, de vez en cuando, me suelte alguna puñalada sobre mi carácter.

— Oye, Ray.— tira de mi brazo para que la mire de nuevo.— Axel me ha contado que ha pillado a Damián mirándote más de una vez.— me cuenta. No sé qué espera que responda a eso, no me creo una mierda. Y ante mi silencio, Dafne prosigue. — No sé, podrías abrirte un poco y conocerlo. Quizá te sorprendas.— las cejas de Dafne danzan pícaras.

Le dedico mi mejor cara de póquer. ¿Me lo está diciendo en serio? ¡Esto es lo último que me faltaba por oír! Está claro que el amor por Axel se le ha subido a la cabeza. Está borracha de amor y todo es color purpurina.

Suspiro con pesar y desvío el tema de conservación hacia alguien de quién sé que le va a encantar hablar.

— Hablando de Axel. — me hago la interesante.— Es buen chico, ¿verdad? Porque si no lo es, le pateo el culo ya mismo.— bromeo, a medias.

Dafne me dedica una sonrisa tranquilizadora.

— Es un amor, te lo aseguro. Incluso quería ser mi compañero en gimnasia. Pero se siente mal por dejar a su hermano solo. Es tan atento y amable en todo momento.— las últimas palabras salen de sus labios risueños en un suspiro.

— Vaya, sí que te ha dado fuerte con Axel.— bromeo con fingido escándalo. Dafne ríe en respuesta.

— Blake. Petrova.— Brown está frente a nosotras, llamándonos la atención mientras hace ese insoportable ruido al masticar el chicle con la boca abierta.— ¿Tenéis algo que decir?— ambas negamos con la cabeza. — Perfecto. Empecemos.

«¿Qué? Mierda... Otra vez que no me entero de nada

Por esta misma razón me había venido bien no coincidir con Dafne en toda la mañana. Nos despistamos siempre, y aunque ella saca unas notas inmejorables a pesar de no prestar atención nunca, yo no. Y eso me jode.

Miro a mí alrededor para intentar averiguar de qué va el ejercicio de hoy. Mis compañeros se posicionan por parejas, y, entre pareja y pareja, dejan unos pocos metros de distancia. Lo calculo a groso modo y tiro de Dafne para alejarnos hasta marcar poco más o menos los mismos metros que nuestros compañeros.

— ¿Cómo no me sorprende?— dice Brown. — Ya sabía yo... Quiero parejas mixtas. ¡Ahora!— Un revuelo de quejas inunda el campo de fútbol. Nadie está de acuerdo en cambiar de pareja, otra vez, en otra clase.— O lo hacéis vosotros, o lo hago yo.— amenaza.

Sin dudarlo ni un segundo, todos obedecen inmediatamente. Todos, menos Dafne y yo, claro. Sé que está deseando emparejarse con Axel en clase, y que si no lo hace, es porque no quiere dejarme sola.

— Ve con Axel, anda. Yo ya buscaré a alguien.— la ánimo.

— ¿A sí? ¿A quién? Al que se quede solo, ¿verdad?— adivina mis planes.

— Ya conseguiré a alguien. No te preocupes por eso.

La mirada de Dafne pasa de mi cara, a un punto fijo tras de mí. Una sonrisa socarrona asoma en sus labios, y, casi en un susurro inaudible, la oigo decir:

— Ya lo creo que sí.

Antes de que pueda reaccionar, Axel entra por el lado izquierdo de mi campo de visión, y a su lado, atino a ver a Damián.

« Ah, no. Ni de coña

Al instante, me descubro siendo un matojo de nervios. No me siento capaz de hablar ni de moverme un milímetro. ¡Casi no sé ni respirar! No sé qué tiene este hombre, pero los escalofríos que provoca en mi bajo vientre con su mera presencia me anulan por completo. Sobre todo cuando veo que busca mis ojos, y cuando los encuentra y me pilla mirándolo, sonríe malicioso.

— Tú conmigo, flor.— sentencia divertido. Me asusta descubrir que a alguna retorcida parte de mi cerebro le resulta sexi y prometedor ese tonito suyo.

Desvío mi atención a Dafne, en busca de auxilio, pero la muy golfa está tan entretenida devorando los labios de Axel, que no se entera de mi mudo grito de socorro. Siento a la vez que veo por el rabillo del ojo, la mano fuerte de Damián agarrándome del brazo, y cómo éste me arrastra lejos de la pareja de enamorados. Me siento como una muñeca de trapo colgando de la mano de un niño, solo que éste niño, es tan sexi y raro, que me desconcierta.

— Aquí está bien.— musita Damián cuando nos paramos.

Sin siquiera mirarme o mediar más palabras, se cuadra de hombros y mira con total atención al profesor. No puedo evitar comparar su pose con la de un soldado a la espera de una nueva orden. Estoy enfadada con él por haberme tirado el libro en clase el otro día, pero cuando lo miro y pretendo decirle cuatro frescas, no puedo. No puedo porque me entretengo admirándolo.

Este chico es un imbécil insoportable, y es posible que también sea un engreído de tres al cuarto, pero es tan sexi que incluso con el horrible chándal azul marino del internado, y su semblante serio y centrado, ajeno a mi mirada, consigue hacerme sentir arrastrada por su magnetismo. Es un jodido Adonis, y estoy segura de que él lo sabe.

— No me mires tanto, florecilla. Me vas a desgastar.— se burla. Vaya que si lo sabe...

Espera, un momento. ¿Cómo sabe que le estoy mirando? Frunzo el ceño, confundida. Es imposible que Damián me haya visto mirándole. Lleva con la vista al frente desde que nos hemos plantado aquí, y yo lo estoy mirando de reojo, con la cara medio escondida entre mis rizos. Así que es imposible que me haya pillado. Desvío la vista hacia abajo, no por miedo ni vergüenza, sino para recuperar el control sobre mí misma y dejarle claro que no le estoy mirando. Que buena parte de las chicas del internado suspiren por él, no quiere decir que yo también lo haga. Sé que me estoy engañando a mí misma, pero eso él ni lo sabe, ni lo va a saber nunca.

— Da...— abro la boca para hablar, pero la voz del profesor Brown amortigua mis palabras hasta convertirlas en absoluto silencio.

— Tenéis que seguir este mapa.— explica entregando un papel por pareja de alumnos.— Siguiendo las indicaciones encontraréis el objeto que os corresponde a cada pareja.

Cuando pasa por nuestro lado y tiende el papel, me adelanto a Damián y lo cojo antes que él. Lo miro un segundo. La orientación no es uno de mis puntos fuertes, y la interpretación de mapas... Menos aún. Pero así a simple vista, el papel que tengo en mis manos ni siquiera parece un mapa propiamente dicho. Es más bien un dibujo abstracto que pretende imitar el mapa del internado y el bosque que lo rodea; añadiendo diferentes tonalidades verdes a las zonas que conforman el bosque, el azul al lago, en amarillo el perímetro a respetar, en naranja el camino a seguir,
y, en negro, el lugar en el que nos encontramos. No se me pasa por alto los enormes manchurrones rojos en forma de "X" que aparecen en diferentes puntos de la ruta, ni la carita sonriente que indica el final del trayecto, y, por ende, nuestro objeto a encontrar.

Cuanto más lo miro, mas convencida estoy de que esto lo ha dibujado un niño. Pero el profesor sigue con su perorata, claramente orgulloso por sus nuevos dotes de pintor; con la cabeza alta y las manos cruzadas tras la espalda.

Sigo mirando el papel mientras intento encontrar el rumbo correcto.
Puedo distinguir perfectamente el rectángulo negruzco que representa el internado y la línea naranja que marca el camino a seguir. También los ríos marcados en rotulador azul, y las zonas que marcan el final del bosque y del pueblo de Lonely Lake. El internado está justamente en medio del bosque, a pocos kilómetros del lago por el cual el pueblo recibe dicho nombre.

Señalo con el dedo índice el comienzo del recorrido, y sigo su curso marcado en tinta deslizando la yema sobre el papel. Trago saliva con cierto recelo en cuanto me percato de que la línea naranja se extiende mucho más allá de lo que jamás nos han permitido avanzar en el bosque. Y más aún, cuando me doy cuenta de que nuestro objeto, no solo llega hasta el lago, sino que se encuentra en sus aguas.

«Esto tiene que ser una broma.»

No me lo puedo creer. Me remuevo inquieta de solo pensar en tener que confesar mi verdad.

— Vaya...— ronronea Damián acercándose al papel. Asoma la cabeza por encima de mi hombro y yo me pongo rígida ante su cercanía. — ¿Qué pasa, flor? ¿No quieres mojarte el pelo?— se burla.

No puedo decírselo. Me niego a confesarle que no sé nadar. Con lo malo que es, admitir que tendré que necesitar su ayuda solo serviría para alimentar su ego.

— Nada.— respondo obviando la segunda pregunta. No pienso caer en su juego de provocación. No esta vez. Mi oscuridad interna lleva todo un día tranquila, sumida en su sueño, así que no pienso permitir que éste imbécil me arrebate la paz. No lo miro, pero escucho su risita suave.

— Entonces, — Brown se hace oír de nuevo, y agradezco que Damián se aparte de mí para prestar atención a sus palabras.— Cada mapa es diferente. Nadie podrá ayudar a nadie porque solo puede haber una pareja ganadora. Como ya habréis visto, no llevaréis ninguna brújula. En su lugar, tenéis una serie de pistas, adivinanzas y advertencias en la parte trasera del papel.— doy la vuelta a la hoja y veo su inconfundible letra de médico.— Cada pareja tiene su propio objeto. Tenéis dos horas para encontrarlo.— concluye.

Un revuelo de gritos emocionados, en su mayor parte de chicos, se adueñan del recinto.

— Os vamos a machacar.— asegura uno.

— No te molestes, no vivirás para contarlo.— me sorprende que Axel responda a esa amenaza, y más aún, que Dafne lo apoye con espíritu competitivo.

En menos de dos segundos, escucho todo tipo de amenazas inofensivas que se escupen unos a otros. Yo, sin embargo, no pienso entrar al trapo. No creo que merezca la pena perder el tiempo en amenazas que después me tendré que tragar. Me sorprende no haber oído a Damián decir nada al respecto. Así que lo miro disimuladamente, y me doy cuenta de que parece tan aburrido como yo ante la situación. Ni siquiera se mueve, simplemente mira a unos y a otros sin mostrar expresión. ¿Es que acaso no es competitivo? Porque, sinceramente, lo parece.

Cuando el profesor da la orden para iniciar el ejercicio haciendo sonar el silbato que siempre lleva colgando del cuello, siento un par de manos aferrándose a mis mulos y mis pies despegarse repentinamente del suelo.

—¡Ah!— chillo.

Todo pasa frente a mí tan deprisa, que no comprendo nada hasta que mi campo visual se reduce a una sudadera azul marino: la espalda de Damián. El muy sin vergüenza me ha cogido en volandas, y me lleva colgada al hombro como si fuese un saco de patatas. Por lo visto, el condenado sí que es competitivo. Demasiado quizá.

— ¡Suéltame!— bufo entre pataleos y manotazos. El coreo de risas de mis compañeros no hace sino aumentar mi vergüenza.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro