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Enmudecí cuando llegamos al palacio de Poseidón. Todo lo que había conocido durante mi infancia como las estancias de nuestro hogar y nuestros jardines quedaban muy empequeñecidos al lado de este gran palacio. No me cupo duda de que él había mandado edificar el más espléndido palacio de los mares para recordarnos a todos que es nuestro señor y que por mucho que intentemos acercarnos a él, jamás lograremos alcanzarle.

Tan absorta me quedé en mis pensamientos que apenas reparé en que mi madre Ceto estaba tirando de mi brazo para que siguiera caminando y en un abrir y cerrar de ojos dos imponentes tritones armados con tridente nos interceptaron.

— Venimos a presentar a nuestro señor Poseidón a nuestra bella hija Escila— explicó mi padre.

Ambos guardias dejaron de apuntarnos con sus tridentes y enseguida reparé en la forma en la que me miraban. Había intenciones ocultas en sus ojos claros y eso no hizo más que confirmarme lo que pensaba desde que me había contemplado por primera vez en un espejo: que era muy bella, tanto que cualquier hombre que me contemplara, quedaría prendado de mi belleza. Cuando dejaron de contemplarme, nos condujeron por un pasillo que parecía no tener fin decorado con elevadas columnas con motivos marinos en sus capiteles, el suelo parecía estar cubierto de mármol blanco, el cual tenía vetas de color azul. Al final del pasillo vimos por fin la gigantesca puerta dorada que nos conduciría al salón del trono de Poseidón y Anfitrite.

Los dos tritones se acercaron a otros tres que estaban custodiando la puerta y comenzaron a cuchichear sin dejar de mirarnos tanto a mis padres como a mí.

— Bien. Podéis pasar, no olvidéis caminar hasta vislumbrar los tronos de nuestro señor Poseidón y su bella consorte Anfítrite y permaneced arrodillados en el suelo hasta que os ordene que os levantéis— nos sugirió uno de ellos.

Cuando nos abrieron las puertas, irrumpimos en la gran sala y enseguida vislumbré las más diversas criaturas. Había ninfas y otras que me resultaban desconocidas. Lo siguiente en lo que reparé fue en la música que sonaba y en unas bellas ninfas que bailaban en un rincón bajo la atenta mirada de los varones presentes. Alcé la cabeza, erguí mi cuerpo y caminé con toda la seguridad que supe reunir. Enseguida sentí los ojos de todos clavados en mí, si bien, hice caso omiso a todas sus miradas y posé mis ojos en Poseidón. Era muy alto a diferencia de los demás, sus ojos eran de color verde, almendrados y grandes, una larga cabellera negra rizada caía sobre sus hombros, una espesa barba cubría su mandíbula y su cabeza estaba decorada con una gran corona dorada que contrastaba con su tez morena. Lo que más llamo mi atención además de su singular belleza fue el gran tridente que portaba en su mano derecha.

Pensé que todo en él era literalmente perfecto y habría seguido mirándole de no ser por haber sentido sus ojos posados en mí. Fue entonces cuando agaché la cabeza mientras me arrodillaba en el suelo como muestra de sumisión.

— Silencio— ordenó él con autoridad.

Su voz era muy grave y me estremeció de la cabeza a los pies.

Enseguida los músicos cesaron de tocar y un tenso silencio reinó en el ambiente. Tras permanecer unos minutos arrodillados, nos pidió que nos alzáramos. Poseidón saludó a mis padres con cortesía y rato después, volvió a clavar sus bellos ojos en mí.

— ¿Quién eres? — inquirió.

Miré fugazmente a mis padres y ellos me hicieron un sutil gesto para que me presentara.

— Me llamo Escila, soy la hija de Forcis y Ceto. Es un honor presentarme en vuestra corte, Poseidón, Crónida y señor de los mares.

Él no dejó de sostenerme la mirada y una sonrisa de dientes blancos adornó su rostro.

— Vaya, Escila, cualquiera diría que eres hermana de las Fórcidas.

Sonreí con orgullo porque él acababa de insinuar que a diferencia de mis hermanas, yo estaba colmada de belleza. Todos los presentes estallaron en risas y mis padres no tuvieron otro remedio que unirse a las risas para no despertar la ira del dios. Él no tardó en alzar la mano derecha y todos cesaron sus risas. Mis ojos deambularon sutilmente por su abdomen descubierto y me sentí fascinada, pues era la primera vez que contemplaba a un dios del Olimpo, cuya fama de ser sumamente bellos hasta la perfección les precedía.

— Bienvenida a mi corte, Escila. Ponte cómoda y espera mi regreso— dijo mientras salía con mis padres de aquella estancia.

Me senté en un banco al lado de varias sirenas que no dudaron en avasallarme a preguntas acerca de mis orígenes y cuando cerraron la boca, disfruté de los maravillosos espectáculos que estaban teniendo lugar hasta que al fin mis padres regresaron acompañados del dios. Él me hizo un gesto para que me acercara a ellos, orden que obedecí inmediatamente.

— A partir de ahora permanecerás en mi corte— dijo en un tono que no daba pie a objeciones.

Miré un momento a mis padres, los cuales ocultaban con gran disimulo la tristeza que les producía tener que separarse de mí y yo a diferencia de ellos pensé que más no me podía alegrar vivir a partir de ahora en la corte del señor de los mares, alejada de mis horrendas hermanas y rodeada en su lugar de belleza.

***

No tardé en adaptarme a mi nueva vida. Los señores de los mares nos deleitaban con las más suculentas comidas, refrescantes bebidas y con los mejores entretenimientos y muy lejos quedaron mis recuerdos. Ya no volví a pensar en mi hogar, en mis padres y menos aun en mis monstruosas hermanas.

Desde que habitaba el palacio de Poseidón, me había vuelto aún más bella si era posible. Mis senos se desarrollaron más y mis caderas se ensancharon. Mis curvas se veían siempre favorecidas y acentuadas por los vestidos más sensuales que muy pocas se atrevían a llevar. Las miradas y cuchicheos cada vez que yo pasaba por algún lugar eran más evidentes y eso alimentaba mi vanidad. No iba a negarlo, me encantaba ser la protagonista de toda conversación por ser una de las ninfas más bellas que habitaba en el palacio de Poseidón.

Los más descarados sin duda eran los hombres, los cuales no dudaban en admirar mis senos o cualquier parte de mi cuerpo cuando creían que no me daba cuenta. Me hacían sentir deseada e inalcanzable y sólo cuando alguno de ellos me parecía digno en belleza, me lo llevaba a la cama para satisfacer mis deseos. Mi modus operandi siempre era el mismo, intercambiada miradas con alguno de ellos, después, me acercaba contorneando mis caderas con sensualidad y entonces, me bastaba tocarles el brazo con sutileza para pedirles que me siguieran y lo hacían sin rechistar. Después de haberme acostado con ellos, les echaba de mi cama con frialdad porque ya había obtenido de ellos lo que quería. Algunos encontraban sorprendente la forma en la que les echaba a la mínima insinuación de cariño por su parte y a mí me daba igual porque en mi mente sólo tenía prioridad mi placer y mis deseos.

***

Como en todas las ocasiones desde mi llegada, me hallaba recostaba a los pies de la escalera que conducía al trono de Poseidón, tal y como él me pedía cada vez que decidía deleitarnos a todos con su hermosa presencia. De pronto alguien desconocido para todos irrumpió en la sala de la corte. Todas las ninfas proferimos un grito cuando nos fijamos en su apariencia. Era un hombre cuya extensa barba color verde como las algas estaba cubierta de conchas marinas, su cabello también tenía un tono verdoso y en lugar de piernas, tenía una cola enroscada como la de muchos peces que pueblan los mares.

— Soy Glauco— se presentó.


Nota de la autora: No os olvidéis de agregar esta historia a vuestras listas de lectura para no perderos ninguna actualización :))

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