Nuevamente desperté.

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Desperté bajo el manto infinito de tus ojos, donde pude ver la miel en tu mirada y también tus labios color rubí.

Vos fuiste mi doncella, parte de mis anhelos, aquellos que guardo en mi alma, porque siempre te pensé. Fuiste tan mía que me arrebataste el corazón y me diste ganas de querer.

Sos la luz de mis días, aquella que admiro día a día... aquella que tanto amé, la que tanto quería besar y sentir.

Tanto te amé, añoré y te borré de mi mente; pero no se puede olvidar, no se puede dejar de amar porque sí.

Extrañé tu preciosa voz, tus nervios al verme, o que me llames Me, de esa manera hermosa.

El incienso llegó y el alba nos vio con el rocío cayendo sobre las dos, en besos fríos, en una lluvia de flores del Jacarandá. Me morí con tus caricias, con nuestras respiraciones aceleradas y el sonrojo que era más que obvio, con nuestros labios rojos e hinchados... El invierno nos vio envueltas en nuestra pasión y las ganas que teníamos de volar juntas; el tiempo pasó y septiembre llegó, florecimos entre días primaverales, reforzando nuestros sentimientos, viéndonos a los ojos, enamoradas.

No obstante, llegó octubre con sus cálidas brisas, convirtiéndose en una tormenta... Te vi llorando, escondida entre la humedad y las gotas que caían por tu hermoso rostro de niña.

Seguiré luchando cada día por este amor, aún cuando tenga mil razones para renunciar.

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