24. Héroes

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Por MetahumanoRonaldoMedinaB & Supernovx-


Derrotado El Consejero, aquel antiguo hechicero de Corvyn, que había estado junto al Emperador Castel en sus días de gloria, arrasando con planetas y extendiendo la vida de su propio hogar, la actual emperatriz, Kissandra, ordenó a todas sus tropas bajar sus armas y rendirse.

Ella ahora lo comprendía todo: Azazel había envenenado la mente de su padre, de su hermano, la de ella, y había estado dirigiendo a su gente desde las sombras hacía años. Lo único que le interesaba a El Consejero era su propia gloria, ver cómo planeta tras planeta era aplastado por las implacables tropas de su ejército. Pero ya no más. Azazel los había convertido en tiranos, en seres de un mundo frío y despiadado que no dudarían en asesinar a quien se interpusiera en su camino. Kissandra, sin embargo, no quería eso.

La Emperatriz sabía que habían causado mucho daño, que probablemente estaban más allá de todo perdón, pero eso no le impediría intentar redimirse, ella y su gente. Quienes alguna vez fueron el azote del planeta Tierra, recibieron la orden, de parte de la Emperatriz misma, de liberar a todos los prisioneros y de ayudar a todo aquel que estuviera en peligro: corvyniano, humano, animal, todos. A la gente le costó empezar a confiar en los invasores, pero, al ver que los días pasaban y ellos no paraban de ayudar, decidieron que lo mejor era empezar a colaborar, a trabajar unidos para traer una nueva luz de esperanza sobre un planeta que solo había tenido oscuridad en los últimos días.

Una semana después, luego de arduos trabajos de parte de los invasores, los humanos, y de los propios héroes que habían batallado hasta el último segundo, el planeta empezaba a funcionar de forma relativamente normal. Las naves de Corvyn se alejaban de la Tierra, para perderse de nuevo en la vastedad del espacio.

Sin embargo, una nave siempre quedaba en tierra: la nave nodriza. Dentro de ella, La Emperatriz repartía su tiempo entre la coordinación de sus tropas y la búsqueda desesperada de planetas cercanos y deshabitados que fueran aptos para obtener la energía que su planeta necesitaba con tanta urgencia. Cada segundo que pasaba se encontraban más cerca de su destrucción, de alcanzar el caótico rojo en los cielos.

Cuando la última nave de combate se retiró de la órbita terrestre, el Escuadrón de Héroes se adentró en la sala del trono, donde Kissandra miraba con desilusión el Proyector de Estrellas, en un intento por encontrar en vano algo que se le pudiera haber pasado la primera vez.

¡Shakyyk! —exclamó con furia la Emperatriz, golpeando con fuerza la mesa, y desactivando el Proyector de Estrellas antes de desplomarse en su trono; solo entonces se percató de que tenía visitas—. Lo lamento, nobles guerreros, sé que se supone que alguien de la realeza no debería maldecir, pero me siento tan... frustrada.

—No se preocupe, su majestad, sinceramente no sabemos qué diablos significa Shakyyk —comentó Vincent, ganándose un codazo de parte de Camille, pero logrando sacarle una leve sonrisa a Kissandra.

—¿Todavía no ha habido suerte? —preguntó Mago Universal.

—La suerte no tiene nada que ver con esto, Mago, los dioses nos están castigando por nuestros errores —alegó ella—. El planeta más cercano capaz de sostener vida está a años luz de aquí, y aún allí residen formas de vida, básicas e involucionadas, pero vida al fin. No cometeré el mismo error que mis antepasados, Corvyn jamás volverá a ser un heraldo de la muerte... aunque tal vez ya sea demasiado tarde.

—Tiene que haber algo que puedan hacer —insistió Blazer, miraba a sus compañeros en búsqueda de soluciones—, ¿qué tal evacuar el planeta? Llevar a tu gente a este planeta con vida básica e involucionada.

—Ojala pudiera hacerse, pero jamás podríamos sacar a todos a tiempo, ni siquiera tenemos la suficiente cantidad de naves como para intentarlo —se lamentó Kissandra, levantándose del trono. Caminó hasta darle la espalda a los héroes—. Me temo que solo queda regresar y morir con mi pueblo, irnos con honor.

Los héroes contemplaron a la rubia en silencio por algunos segundos. Hacía apenas unos días, cualquiera de ellos hubiera hecho lo que sea con tal de detenerla, pero ahora, en ese preciso momento, la tristeza inundaba sus corazones al ver a aquella mujer, engañada y manipulada, tan desesperada.

—Esto no puede terminar así —comentó Supernova por lo bajo.

—No lo hará —respondió Mago, y caminó hasta donde se encontraba Kissandra. Le colocó una mano sobre el hombro en señal de apoyo—. Su majestad, vamos a necesitar que se contacte con los científicos de su planeta, todo aquel que alguna vez haya sugerido una solución alternativa al problema. Entre todos podremos encontrar una forma de evitar su destrucción.

—Ustedes terrícolas jamás pierden la esperanza, ¿verdad? —preguntó Kissandra con lágrimas en los ojos, girándose para ver a los héroes.

—No, señorita, jamás —respondió Mago con una sonrisa confiada.

Por primera vez en días, la Emperatriz sonrió con sinceridad, e incapaz de contenerse, abrazó al líder de aquel inusual grupo de héroes; no porque sintiera que todos sus problemas estuvieran solucionados, sino porque en ese momento sintió que no estaba sola.

Tras unos segundos así, Kissandra se separó de Mago Universal y se encaminó hacia la consola de la nave, donde, tras pulsar unas teclas, una enorme cantidad de archivos aparecieron en todas las pantallas.

—La nave nodriza está conectada a La Fuente, una base de datos donde todas las grandes mentes de Corvyn trabajan para salvar el planeta —explicó la Emperatriz, mientras todos los héroes se acercaban a contemplar la inmensa cantidad de archivos—. Pero todo esto ya fue evaluado y desechado, no creo que...

—A veces todo lo que hace falta es un cambio de perspectiva —sugirió con tranquilidad James—. No vamos a rendirnos hasta que cada uno de estos archivos haya sido revisado y descartado, ¿está bien?

Una vez más, Kissandra quedó sorprendida ante la infinita bondad de aquellas personas: ellos habían arriesgado todo para proteger su mundo. Pusieron en peligro sus vidas por gente que no conocían, y ahora, cumplido su trabajo, seguían allí, tratando de ayudar a quienes tanto sufrimiento les habían causado. Finalmente la Emperatriz asintió, y se preparó para lo que con seguridad serían unas largas horas de trabajo.

El resto de los héroes se acercaron a las diferentes pantallas repartidas alrededor de la sala del trono, y miraron con preocupación la gran cantidad de archivos sobre los que iban a tener que trabajar.

Perffeto —dijo Camille con cansancio, sentada frente al monitor.

—Vamos, sin excusas —agregó Mago Universal.

—Esa es la actitud, guapo —le respondió una de sus copias desde la otra punta de la sala.

Así como él, muchos otros clones de Mago Universal buscaban agilizar el trabajo.

Las horas fueron pasando, y las soluciones desechadas se fueron acumulando. Parecía que todo había sido revisado, desde las soluciones simples como la de mudarse, sugerida por Blazer, hasta la improbable solución de transportar el planeta entero a un universo paralelo donde podrían recibir ayuda de un Corvyn alternativo.

Con cada archivo que era comentando y desechado, el entusiasmo inicial, tanto de la Emperatriz, como de los propios héroes, empezaba a flaquear. Los ojos comenzaban a sentirse pesados, las gargantas secas y más de una mente se deslizaba hacia la dulce idea de tomar un café caliente que, como era de esperar, no abundaba dentro de la nave extraterrestre.

—¿Qué hay de esto? —inquirió Renegado, y todas las miradas cansadas se posaron sobre él—. Uno de los científicos sugirió una máquina capaz de generar las mismas partículas que ustedes estaban robando de otros planetas, estabilizaría el ecosistema, y les daría un comienzo fresco y nuevo.

—¿Cuál es el nombre del científico? —preguntó Kissandra, tras acomodarse su rubia cabellera tras su oreja izquierda.

—St... ¿Stazky Malaiev? —pronunció con cierta dificultad Nakai.

La Emperatriz sonrió levemente, pero una vez más su mirada se llenó de tristeza. Todos los héroes compartieron una breve mirada de duda.

—Kissandra, ¿algo que comentar? —dijo Cassiopeia.

—Ahora la recuerdo... Stazky Malaiev fue la mente científica más grande de Corvyn, trabajó junto a mi padre y... Azazel... en los primeros días de su gobierno, codo a codo, pero él jamás pensó que invadir a nuestros vecinos era una solución —explicó ella, y, con solo pulsar unas teclas, mostró una foto en la que se veía a toda la familia real, junto a Azazel y Stazky, que portaba una larga barba canosa y estaba vestido con extrañas ropas, que probablemente eran el equivalente de las batas de laboratorio en Corvyn—. Él creía que teníamos la fuerza suficiente para ser un faro en el cosmos, un mundo benevolente, pacífico y preparado para salvar a planetas que, como el nuestro, se encontraran al borde de la destrucción.

—Parece que esta historia no va a terminar bien —comentó Vincent, tras estirarse en su asiento.

—Y tienes toda la razón —respondió ella con un tono sombrío—. Recuerdo su sugerencia, esa máquina. La idea era tan tentadora, y parecía tan... real, que mi padre ordenó la construcción de un prototipo de inmediato, pero cuando intentaron encenderla, la fuente de energía de la máquina casi estalla, amenazando con borrar al palacio y a la ciudad principal del mapa. La gente de Corvyn jamás se los perdonó, supongo que fue la gota que derramó el vaso... Malaiev fue acusado de querer asesinar a la familia real, y fue enviado a prisión. Sin embargo, y a pesar de todo, el científico estaba convencido de que su idea todavía podía funcionar, por lo que, desde su celda, siguió trabajando sin parar, día y noche...

—¿Y? —preguntó Vigilante.

—De un día para el otro pareció enloquecer, empezó a gritar que lo había descifrado, que sabía cómo hacer funcionar la máquina —continuó la Emperatriz—. Sin embargo, se negaba a hablar con nadie sobre ello, sólo quería hablar con el Emperador alegando que él tenía la llave para todo esto, pero, por supuesto, Azazel siempre le advirtió a mi padre que ir a verlo sería peligroso, que Stazky era un viejo demente que solo buscaba desestabilizar a Corvyn, insistiendo en iniciar la campaña de la próxima conquista.

—¿Qué fue de él? —cuestionó Blazer, que ya estaba totalmente encantado con la historia de Kissandra.

—Murió —respondió ella con sequedad—. Hubo un incendio en la prisión en la que se le retenía, él quedó calcinado, y todo el trabajo que había realizado ahí dentro se perdió para siempre.

Concluida la historia, los héroes se quedaron en silencio por algunos segundos, algo desanimados ante tan horrible final, hasta que finalmente Vincent rompió el silencio.

—No soy el único que está pensando esto, ¿verdad?

—De hecho... no —comentó Camille por lo bajo.

—¿De qué hablan? —preguntó Renegado, algo confundido ante la repentina actitud de sus dos compañeros.

—Vamos, ¡es obvio! —los alentó Vigilante, levantándose de su asiento, pero sus compañeros aún lo veían con confusión, a excepción de Camille y James, que intercambiaban miradas por lo bajo, sopesando las posibilidades—. Stal... Stra... ¡El científico no murió por accidente! Miren lo que sabemos: Azazel lleva años manipulando a la realeza para llevar a cabo sus conquistas personales y saciar su sed de sangre, y aquí tenemos a un tipo que plantea una solución que, no solo ayudaría a salvar Corvyn, sino a millones de personas más, ¿de repente El Consejero va a desistir en sus planes malévolos? ¡No lo creo!

»Entonces, la primera vez la máquina falla, y tal vez fue su culpa, tal vez nunca confió en la opción, pero les aseguro que se alegró mucho cuando esto fue así. Entonces, el científico terminó en prisión, y él pudo continuar con sus ideaciones, confiado de que nadie se entrometería, pero no contaba con el hecho de que el otro tipo iba a seguir trabajando en prisión, y, mucho menos, que encontraría una solución viable para hacer funcionar la máquina, fue entonces cuando Azazel se vio obligado a mover los hilos y hacer desaparecer al científico y su investigación.

—El ejercicio mental está muy bien, detective —comentó Supernova con cierto dejo de sarcasmo—, pero, aún si pudiéramos comprobarlo, es inútil. Toda la investigación está perdida.

—Me encanta cuando la gente se equivoca —respondió Vincent con una amplia sonrisa. En respuesta, Supernova lo asesinó con su mirada—. Estimado Mago Universal, ¿le importaría completar la idea?

James, quien se encontraba todavía repasando las posibilidades en su mente, se despertó de su transe como de repente, para notar que todas las miradas estaban clavadas en él. Suspiró con lentitud, temía dar falsas esperanzas a Kissandra; la mujer miraba entre confundida y sorprendida el intercambio de ideas.

—El científico quería hablar con el padre de la Emperatriz, solo con él, y mencionó que él tenía la llave para arreglar todo el problema —continuó Mago—. Si Malaiev era tan inteligente como nos comentan, seguramente sospechaba que había alguien manejando los hilos en las sombras, y no podía confiar en nadie, solo en el Emperador. Él tenía la llave, literalmente en sus manos...

—Kissandra, las gemas... —empezó a decir Venatrix, y la cara de las otros héroes se iluminaron de repente.

La emperatriz, aun procesando toda la información, dirigió una mirada hacia el brazalete, con todas las Gemas Reales incrustadas, brillaban en una pequeña repisa junto al trono.

—Esas gemas son poder en estado puro —explicó James—. Malaiev debe haber descifrado una forma de hacerlas funcionar como fuente de energía para la máquina.

—Las gemas llevan años en mi familia, si emitieran alguna forma de energía, nosotros lo sabríamos —argumentó Kissandra.

—¿Qué más sabes de ellas? —inquirió Venatrix.

—Bueno, no son originarias de Corvyn... la historia cuenta que una gigantesca roca llegó del cielo como un regalo de los dioses, y al entrar en contacto con la atmósfera de nuestro planeta se dividió en cinco gemas, que fueron a parar a los líderes de los cinco reinos de ese entonces —relató ella, claramente sabía la historia de su planeta al pie de la letra—. Durante años hubo guerra entre los líderes, pero entonces, uno de mis antepasados se enfrentó valientemente a los portadores de las gemas, y, una vez que las obtuvo a todas, una nueva era de paz y esperanza comenzó en Corvyn, ahora unificado en un imperio... aunque ya saben dónde terminó eso...

—¿Qué tal si las gemas nunca debieron estar separadas? —sugirió Nakai, en compresión de todo.

—Si separadas tienen semejante poder, juntas... —empezó a decir Vincent.

—Podrían salvar al mundo —completó Supernova, con una sonrisa de satisfacción en su rostro—. Podrían ser la fuente de energía que necesita la máquina para funcionar.

—¿Están hablando de fundir unas piedras espaciales que otorgan superpoderes a sus portadores para poder formar una superpiedra? —inquirió Blazer, incrédulo—. ¿Tienen idea de la cantidad de poder que necesitarían para poder hacer eso?

—Si —respondió secamente Mago Universal.

—¿Y cómo se proponen lograrlo? —preguntó la Emperatriz, ya con un destello de esperanza brillando en su rostro.

—Eso déjenoslo a nosotros, su majestad —respondió James, dirigiéndole una mirada cómplice a Supernova.

Cass asintió sin la menor expresión en su rostro, pero con la preocupación creciente en su pecho.

—Aun así podría resultar muy inestable, el efecto colateral sería equivalente a... —No completó su frase antes de que James respondiera.

—Lo tengo cubierto —aseguró el mago, sin desviar su mirada al resto del grupo.

—Oh. —Fue lo único que escapó de los labios de la rubia al comprender a qué se refería.

—Disculpen, chicos. —Jonathan desvió la atención hacia él, agitaba las manos solo para remarcar su interrupción—. Creo que estoy teniendo problemas con nuestro canal telepático, ¿les importaría explicar en voz alta?

—No somos Malaiev, si algo murió con él fue su conocimiento para fusionar las piedras en una; sin embargo, aún tenemos el concepto y con eso la esperanza de que esto logre ser una nueva fuente de energía.

—O sea, harás un hechizo —sentenció Blazer. James rodó los ojos en respuesta.

—¿Por qué a todos ustedes les gusta quitarle la magia a las cosas?

—Pero no lo quieres hacer aquí —Venatrix no preguntaba, estaba segura de lo que se le había cruzado a su amigo por la cabeza. Mago hizo ademán de responder ante tal acusación, pero ella no lo dejó—. ¿Quieres morir?

—Camille... —Mago inició a decir.

—No me sermonees —ella lo cortó, dando un paso al frente. Un juramento en italiano salió de sus labios como un susurro antes de continuar—. Si van ahí... no te podré ayudar a salir de esta. Lo sabes.

Camille y James sostuvieron las miradas unos segundos, cada uno a espera de que el otro diera un paso atrás, que se arrepintiera de su decisión. Cass suspiro alto y profundo para que la escucharan, llamando la atención sobre ella.

—Chicos, tenemos un planeta entero esperando, ¿recuerdan?

—Está bien, pero aún hay algo que no nos están diciendo —dijo Jonathan. Señalaba a Supernova y Mago con la mirada—. ¿Por qué Camille está disgustada? Y me refiero a más de lo usual.

—Se necesita el mismo nivel de poder para manipular la fusión de las gemas —explicó Cassiopeia—. Es muy peligroso llevar ese proceso aquí, no sabemos cómo reaccionaría nuestro ecosistema a la exposición de tales niveles de energía, lo más probable es que se genere una especie de onda radioactiva que mate a todo ser vivo y si algo llegase a salir mal, con lo extrañas que ya son estas piedras, podríamos hacer explotar todo... el sistema solar.

—Pero entonces, ¿dónde se supone que Mago hará el hechizo?, ¿en otra dimensión? —Nakai preguntó antes de responderse a sí mismo con tono burlón.

Cuando el joven levantó la vista a su equipo notó la mirada de Camille y James sobre él, ni un atisbo de gracia se reflejaba en sus facciones.

Dimensione oscura —pronunció Camille en su idioma natal, como si se tratara de una de una maldición.

—Les juro que bromeaba —Nakai se defendió.

—Creí que era un cuento para hacer que Vigilante se comportara —Blazer comentó con los ojos abiertos como platos ante la revelación de aquella verdad.

—No, la Dimensión Oscura existe —aseguró Camille—, pero todo lo que entra a ella deja de hacerlo.

—Por eso me junto con ustedes, chicos, porque son una fuente de tranquilidad —comentó Cass en voz alta en reacción a las palabras de Camille.

—Héroes. —La voz de La Emperatriz se alzó con fuerza entre ellos, muy en contraste con la mirada de compasión que tenía en su rostro—. No tienen que hacer esto.

Ninguno de ellos respondió, porque sabían que no podían echarse atrás cuando ya habían llegado hasta ahí.

—¿Realmente no hay otra opción? —preguntó Vigilante, saliendo de su largo silencio. Fijó su mirada en James al mismo tiempo.

Había muchas explicaciones que Mago le podía dar a su compañero, sabía que si compartía su postura con él, terminaría entendiéndolo, pero solo optó por la respuesta corta.

—No —sentenció, llevando su mirada de Vigilante a Venatrix.

—Aún cuando te arriesgues a llevar a cabo tal hechizo —La Emperatriz interrumpió, en camino hacia James—, ¿están seguros que la fuente de energía que se utilizará para la fusión es lo suficientemente fuerte para manipular la energía de las gemas?

Antes de que Mago pudiera responder, Cass alzó la voz a sus espaldas.

—La mismísima fuente de energía no está segura —comentó mientras agitaba una mano para atraer la mirada de Kissandra—, pero me temo que no veo otra opción, su alteza, más que dar mi vida en el intento si es necesario.

Los ojos de ambas mujeres se encontraron, las dos eran completamente diferentes, pero tenían sangre de guerreras en sus venas y, en ese momento, tenían un mismo propósito.

—Gracias. —Fue la única palabra que salió de Kissandra, sinceridad y gratitud cargada en ella.

La Emperatriz procedió a tomar la prenda que por siglos acompañó a su linaje, y la entregó con total confianza en las manos de Supernova.

—Es tiempo de irnos... —comentó Mago. Con un movimiento de mano de izquierda a derecha, alzó una barrera tras ellos para separarlos de los demás en la Sala del Trono—. La barrera los protegerá de lo que pueda salir de allí.

Cass se paró a su lado, trataba de prestar más atención al brillo de la barrera que a miles de ideas dando vuelta en su mente. James respiró con profundidad, solo unas cuantas veces visitó la Dimensión Oscura en su forma astral, algunas como partes de sus viajes por el multiverso y una como castigo de Doctor Universal, su maestro. Enviar a sus enemigos allí resultaba más fácil que entrar, pues muy pocos lograban salir... vivos.

De momento, los ojos de Mago centellearon en energía azul, mas aquello no duró demasiado, el color característico de su magia se tornó sombrío. Cuando hizo aparecer un sello rúnico frente a él, el azul ya no lo acompañaba, sino un escalofriante color oscuro que le permitió rasgar el espacio en el proceso.

—Cassiopeia —llamó—. Atrás de mí. —Ella obedeció.

Fue entonces cuando un portal oscuro surcó la superficie, lo primero en salir de él fue una ventisca poderosa que les meneó el cabello y los trajes. De inmediato Mago y Supernova fueron cubiertos por un campo de fuerza de resistentes capas mágicas, quizá el más reforzado que haya visto crear a Mago antes. Los héroes tras la barrera también fueron estremecidos por los escalofriantes gritos y lamentos que emergieron de allí, todos se mostraron anonadados, a excepción de Venatrix, quien conocía los peligros ocultos en ese lugar, y estaba convencida de que podría tornarse mucho peor.

Torna indietro —susurró Camille.

Finalmente el campo de fuerza los llevó al interior y el portal se cerró tras ellos por seguridad.

Dentro del escudo solo abundó el silencio, que, aunque carecía de sonido, se convertía en una melodía inquietante. Los ojos de ambos héroes divagaron por las tinieblas que los rodeaban. En la Dimensión Oscura, como era de esperarse, la ausencia de rayos luminosos era lo que más característico, los únicos colores que otorgaban leves destellos de luz eran gamas frías y sombrías. En sus oídos retumbaron quejas y susurros, mucho más fuertes que las que habían escuchado antes de entrar.

Su presencia fue captada de inmediato, seres de todas formas y tamaños volaron hasta ellos, ansiosos de consumirlos con su oscuridad, pero chocaban con el campo de fuerza conjurado por Mago y se veían en la obligación de apartarse, aunque sin dejar de acecharlos. Supernova se había sobresaltado.

—James... —susurró Cassiopeia—, no le digas a nadie, pero en serio, tengo miedo.

—No eras la única, este lugar es mi peor pesadilla. Pero si algo he aprendido en todos estos años, es que no debes dejar que te consuma el miedo que infunde la Dimensión Oscura, o de lo contrario, los terrores ocultos en este lugar te poseerán.

—Eso no me da tranquilidad.

—Lo sé, pero la otra opción es peor.

El campo de fuerza siguió su andar, hasta que llegaron a un punto donde, a pesar de las miradas que sentían sobre ellos, creyeron que era el más indicado para su labor.

—Aquí —susurró Mago.

—¿Qué diferencia hay entre este y el lugar donde aparecimos? —inquirió con curiosidad.

—Que aquí quizá corramos menos peligro de morir. —Supernova pasó saliva—. Ahora, necesitaremos más espacio.

Mago tendió sus manos a cada lado, prologando el tamaño del campo de fuerza, lo suficiente grande para que la radiación que manipularía Supernova no lo afectara. Sin embargo, a pesar de las precauciones, una sensación le erizó los vellos de los brazos hasta que sintió el frío recorrerle la columna vertebral.

—¿Sientes eso?

—¿Qué cosa? —cuestionó ella.

—La energía negativa está aumentan... —Fue interrumpido por un tentáculo de oscuridad que golpeó el campo de fuerza y los embistió unos metros más allá.

El corazón de ambos se aceleró. Cada segundo se hacía más aterrador. Permanecer allí era jugar en un mundo a ciegas, donde lo único cierto era que nada era seguro. El temor aumentó cuando fueron testigos de cómo el escudo era rodeado por más tentáculos descomunales.

—¿Qué demonios es esa cosa?

—No lo sé, pero no me quiero quedar a averiguarlo. —Sus ojos centellearon en energía mientras movía sus manos en varias direcciones, como si creara un tornado—. ¡Luminus Repelus! —Terminó juntando sus manos.

De lo profundo de James emergió una poderosa luz que los cegó a ambos por unos segundos. La onda se expandió por una gran cantidad de espacio y repeló a cualquier ente maligno a su alrededor. Se repetía como un bucle. Cuando pudieron recuperar el sentido, notaron al majestuoso dragón serpiente de energía que daba vueltas alrededor de la terminación de la onda, rugía con potencia para ahuyentar a las potestades tenebrosas.

Fue aquella luz la que les permitió ver un mínimo atisbo de lo que ocultaban las sombras: valles de muerte, pozos de almas, seres demoníacos tan grandes como edificios, ríos de sufrimiento e infinidad de cosas y seres a los que fueron incapaces de sostener la mirada debido al terror que les infundían.

—No hay tiempo que perder, el dragón no estará ahí todo el día —dijo una copia recién desprendida del original. Se concentraba en mantener el hechizo.

—Tiene razón —contestó Cass—. ¿Listo, Mago?

James asintió y mantuvo una distancia considerable de ella. Supernova estaba preparada.

¡Aigrene ed noicalupinam! ¡Atulosba noicacifinu! —recitó, provocando que el brazalete levitara y las gemas resplandecieran en conjunto—. ¡Aigrene ed noicalupinam! ¡Atulosba noicacifinu! —comenzó a repetir.

Cassiopeia respiró a profundidad. Bajó el cántico rítmico de James como melodía, sintió la energía que fluía por su cuerpo, era tan abundante como su sangre. Aun cuando las gemas estaban a unos cuantos pasos de ella, previó el descomunal desborde de poder que emanaban. Lo primero que hizo fue tomar la Estrella de Saulón y de inmediato se sintió tan pesada como roca. Supernova bramó mientras se arrugaba la expresión en su rostro. La energía de ambas fuentes de poder comenzó a chocar, en una competencia por quién consumiría a quién, mas Supernova no buscaba robarle el poder, sino ser un punto de armonía entre esta y la siguiente que tocó: la Gema de Ravah, que manifestó su energía con más potencia que la anterior y, por consecuencia, el poder de Ravah la alcanzó; extendió su sanidad hacia la rubia, ahora se sentía libre de todo dolor, herida y cicatriz.

Una vez sana, Supernova se esforzó por mantener equilibrado el poder entre ambas gemas. Así, consiguió extender la paz que le otorgó Ravah a la Estrella de Saulón. Finalmente, ambas piedras unieron su energía para converger en una sola y potente piedra resplandeciente.

La siguiente en tocar fue el Orbe de Damagao, con el cual su energía no solo se hizo una con la que él emanaba, sino que aumentó su poder, lo que le permitió unirla con la gema unificada de forma más rápida, aunque dejando terribles consecuencias. Los altos niveles de radiación comenzaban a pasarle factura, se le extendían unas dolorosas líneas de energía por el rostro, los brazos y el pecho.

La Piedra de Veolo le otorgó ligereza y liviandad, incluso levitó unos cuantos centímetros; con el Rubí de Scardian sintió vibrar a toda velocidad su organismo. Por último, la gema unificada, desbordante de energía, consumió a las dos faltantes, terminando por fragmentar a Cassiopeia.

Mago hizo aparecer en manos de Supernova un orbe metálico, a espera que fuera lo suficientemente resistente para contener los altos niveles de energía de la nueva gran gema. Cassiopeia se esforzó en abrirlo y encerrarla. Solo así, la energía se apagó.

—¡Bien hecho! —exclamó James. Levitó hacia ella, a la par en que su doble desaparecía—. Ya quiero darles las...

Mago se horrorizó al ver el estado de la rubia. Por más fuerte que fuera Cassiopeia, no logró contener los altos niveles de radiación en su cuerpo y la energía empezó a desbordársele por todas partes. Por primera vez, un grito de dolor se escapó de los labios de Supernova al tiempo que la energía acumulada en su cuerpo rasgaba su piel y centelleaba en sus ojos. Amenazaba en sobrecargar su sistema y, al igual que una supernova, extinguirla con los ecos de un estallido.

—¡Cass! —gritó James, rompiendo al mismo tiempo el campo de fuerza que los protegía de los peligros de la Dimensión Oscura.

El poder que Cassiopeia trataba de manipular, al mínimo contacto con el ecosistema lúgubre y macabro de aquella realidad, se liberó de su cuerpo como una onda de energía, tan potente y brillante que, para suerte de ambos héroes, alejó a toda amenaza monstruosa que no demoró en acercarse a ellos para destruirlos. Tras aquella fuga de energía, a Cass se le facilitó manipular el poder del que las gemas la habían provisto.

Mago levitó hasta su altura, solo para observarla dirigir con éxito la energía residual y ponerla en el orbe.

—Fue buena idea levantar la barrera hace un momento —comentó Cass, aún absorta en su trabajo.

—Sí, por supuesto. —Él no negó que todo hubiese estado bajo sus planes.

Con sus últimas energías, Cassiopeia terminó de contener el poder, ahora unificado, de las gemas reales de Corvyn, después de eso se desplomó en el vacío. Mago se apresuró en tomarla tanto a ella como al orbe.

—Dime que ya podemos irnos. —Fueron las únicas palabras que salieron de la rubia en medio de su respiración agitada.

Mago asintió con una sonrisa en el rostro. Y, con ella apoyada en él, abrió un portal que los regresaría a su dimensión.

—Es hora de que Vincent nos invite esos tragos que prometió. 


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