01 | La propuesta

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

La hibristofilia es una obsesión por gente peligrosa.

Las personas que lo padecen sienten atracción por criminales y a menudo creen que su amor puede cambiarlos para bien. Aunque las causas de este trastorno inconsciente son variadas, en la mayoría de casos, el paciente sufre de una baja autoestima debido a abusos o un sentido de abandono en su infancia. Al establecer una relación con alguien que sostiene un registro criminal, el paciente es atraído por la idea de cuidar y cambiar al delincuente, ya que esto le concede sensación de estar en control o de ser imprescindible.

Cuando conocí a Georgia Leiford, no tardé en notar cada uno de estos aspectos en su persona.

Era una chica de diecinueve años, bonita, de largo cabello castaño y ojos verdes. Entró con una sonrisa a mi casa, en una fría y húmeda calle de Londres, pero pronto se echó a llorar. Para ser marzo, solo vestía un delgado suéter gris y shorts naranjas, sobre sus medias oscuras. Se descolgó el bolso del hombro y se sentó en uno de los sofás, frente a mí.

—Así que... fuiste la novia del niño sicario.

Georgia asintió. Extrajo de su bolso negro una carpeta de papel grapada por todas partes y la dejó sobre la mesa entre nosotras con una mirada triunfante; luego resguardó las manos sobre el regazo.

—Ahí está todo lo que necesita saber.

Tomé la carpeta, algo escéptica aún. Mientras rompía como podía las grapas, le pregunté cómo se había dado cuenta de que su novio era el niño sicario más famoso de Europa.

Georgia se encogió de hombros con simpleza y dijo que él se lo había confesado.

—Hace dos meses —me dijo—, descubrí su mayor secreto. Fue sin querer, durante una cena, pero él se me quedó viendo fijamente y me dijo que no se lo contara nunca a nadie. Al cabo de unos días, rompió conmigo por eso.

En sus propias palabras, él le había expresado, sin un ápice de emoción en la voz, a excepción de algo de vergüenza, que debía alejarse de ella. En ese momento, Georgia no lo había entendido.

—Le pregunté a qué se refería —me relató, y entonces vi sus ojos verdes cuajarse de lágrimas— y me dijo... que no quería hacerme daño. Literalmente dijo: "No quiero despertarme un día y convertirte en mi próxima víctima."

No soy psicóloga ni nada por el estilo, pero como escritora y reportera, he estudiado tanto justicia criminal como psicología y derecho. Cuando empezó a hablar de su relación con su ex, la cual se había extendido por más de dos años, pero omitiremos que era menor de edad en esa época de noviazgo inicial, me di cuenta al instante de lo tóxica y turbulenta que era: ella, que sufría celos desmedidos, admitió haber querido repararlo en cuanto supo quién era.

Georgia lloraba mientras hablaba de su ex: hacía poco menos de un mes que habían roto y ya lo echaba de menos.

—Vivíamos juntos —me dijo, sollozando—. Decoramos nuestra casa, teníamos planeado hacer una familia... Bueno, él decía que era muy pronto para pensar en eso. Él era el más dulce conmigo. Nunca ha dejado que me falte nada. Y yo me fui de mi casa por él: le cuidé, lo ayudé en todo lo que me pidió... No tenía razones para romper conmigo.

—¿Dónde le conociste? —pregunté.

Al fin pude despegar la cubierta de la carpeta: dentro, Georgie guardaba decenas de fotocopias de identificaciones, tarjetas de huellas dactilares, unas treinta fotografías de escenas de crímenes y de su exnovio, capturas de mensajes recortadas en papel, registros telefónicos, declaraciones de testigos e informes de pruebas. Definitivamente Georgie trabajaba más rápido que la policía.

—En un antro —contestó—. Era mi primera escapada de casa y mi mejor amiga iba a ese antro porque... Bueno, allí ganaba dinero. A su manera. Tiene contactos.

No me costó imaginar qué tipo de contactos.

—¿Cómo has juntado toda esta información? —cuestioné, sorprendida—. ¿Desde cuándo lo sospechabas?

—Nunca lo sospeché —replicó—. Es el chico más dulce del planeta. Él entero es perfecto. Siempre me ha hecho regalos y comprado cosas, pero... Hace unos meses, mi amiga me contó que su pareja la había engañado. Se me metió la idea en la cabeza de que los regalos de mi novio podrían ser una señal de que él también me engañaba. Trabaja de noche, podría conseguirse a cualquier mujer que quisiera. Y empecé a espiarlo.

La miré a los ojos. Lo contaba como si no tuviera tanta importancia, como si hubiese sido un mero error de comunicación.

—Pero no se han vuelto a registrar asesinatos a nombre de ese niño desde hace años —le dije, estática—. De hecho, nunca se reveló su identidad.

Incrédula, Georgia arqueó las cejas. Debió de pensar que yo era una ignorante.

—Porque ya no es un niño —repitió como si fuera obvio— ni sicario.

—¿Insinúas que sigue cometiendo crímenes?

Se encogió de hombros.

—Lo único que sé es que descubrí la única prueba que puede inculparlo como el niño sicario. No pagó una condena por lo que hizo, si lo recuerda.

—¿Y por qué no le llevas esta evidencia a la policía?

La cantidad de información que tenía entre mis manos era suficiente para reabrir el caso e identificar al niño sicario.

Georgia hizo una mueca.

—Por eso mismo —murmuró—: no pretendo entregarlo a la policía. Lo que yo busco es hacer un trato con usted.

Fruncí el ceño.

—¿Por qué conmigo?

—Hice mi investigación —resaltó, cruzando las piernas—. Sin mi amiga, no tengo permitida la entrada al antro donde él trabajaba. Necesito contactos, no un detective privado. Lo que yo quiero es alguien que hable con él, averigüe dónde vive y me ayude a encontrarle. Regresé a casa de mis padres, no puedo perseguirlo de noche.

Despacio, asentí.

—Y a cambio...

—Bueno, me enteré de que usted escribe biografías criminales —me dijo—. El niño sicario nunca ha concedido una entrevista. Pero si usted me ayuda a descubrir dónde vive, entonces yo le contaré todo lo que quiera saber de él, incluyendo su mayor secreto. Por supuesto, le dejaré la carpeta de evidencia. La única condición es que no le entregue a la policía porque... —Volvían a llenarse sus ojos de lágrimas—. A mí... no me importa que haya hecho esas cosas. Él nunca me haría daño, él me ama. Y yo le amo. Sí, que me lo confesara fue un choque espantoso... pero no podría dejar de amarle. No tiene familia, no sé dónde está ni si está bien. Yo soy su familia, ¿me entiende?

Lloraba otra vez.

Pestañeé, algo perpleja por lo impactante de la situación. Quería entenderla, pero nada en mi cabeza me decía que fuera sano o siquiera normal tener una relación así. En parte, aunque no se lo dije, me alegró que hubiesen roto. Junté los papeles sobre mi regazo, pensando bien la propuesta que aquella muchacha me estaba haciendo al borde del llanto. Lograría una buena historia, definitivamente, ¿pero a costa de qué? ¿De una relación entre un asesino y una niña con hibristofilia?

Suspiré.

—Bien, Georgie. Estoy dispuesta a escuchar lo que tengas que decir.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro