Espera por mí [En otra vida]

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«Ella es hermosa». Comenzó con ese pensamiento.

Ahí estaba ella. Con majestuosa presentación y ambiciosa como el rubí cruzando el umbral, tan hermosa como las rosas nacionales de esa tierra inglesa; sensual cuál rojo carmín de sus ojos y el tenue rosado brillando en sus labios. Sus dorados cabellos, todos ajustados y trenzados entre lazos de odiseas que ya fueron pasado.

Él se levantó vestido de traje negro a la par de los demás invitados y acompañado de su hermano mayor quien le posó su mano al hombro en un intento de calmarlo, pero él le vio sosegado con una mansa sonrisa que a Meliodas un poco tranquilizó.

Zeldris vio caminar a la mujer que hacía latir con frenesí su corazón, aquella única que lo deslumbró con inusuales colmillos sobresaliendo de sus mohines y su ingrata carisma melosa. La tersa voz que lo insinuaba en lagotería y con cuerpo atrapaba; sin embargo, ahora podía mirar al cielo y brindar por hermoso espectáculo de ensueño.

Ella vestía de blanco, perdido en su piel lechosa, un traje tan galante que la dejaba a la vista como una condesa de las remotas tierras escocesas. Gelda uniría su vida con aquel de ojos verdes que tanto amaba y su sonrisa no daba respuesta contraria.

Apenas recordaba la emoción que sintió cuando lo vio ahí, de rodillas pidiendo amablemente como un pundonoroso joven, su mano con una simple pregunta cuya respuesta fue afirmativa.

El de cabellos negros deseaba llorar.

La conoció un 5 de noviembre, en la noche de "Guy Fawkes" por mera casualidad bajo los colores del cielo iluminado artificialmente con olor a pólvora.

«Ella es hermosa», fue lo que pensó en el instante en que ella se le acercó a pedirle una indicación.

Huir  tomado de su mano. del escándalo en esa noche, debido a su indiferencia por dicha celebración y ella por ser una curiosa turista; fue la mejor decisión que pudo tomar después de aferrarse a su mano para guardar en memoria esa calidez y perderse como perfectos desconocidos.

Deseó tomar su mano una vez más al verla llegar al altar, más se limitó a darle una sonrisa después de que el sacerdote comenzara la ceremonia de misa.

Sería largo y tortuoso hasta que esto terminara, pero ¿valdría la pena? Podría simplemente dejarlo ir y solo marcharse del lugar sin importarle si significaba algo para la rubia de velo cubriendo su rostro conmocionado.

Jaló un poco de la corbata atorada en su cuello, como opresión que le distraía del dolor en su pecho. Verla tan feliz, verle sonreírle porque estaba ahí...

Recordaba cada segundo antes de que todo lo que fue porvenir se convirtiera en ese presente. Se escribían hasta altas horas de noche por videollamadas sin importar que tan agotados los dejara el ámbito laboral y escolar. Las risas amortiguadas a través de palmas para evitar molestar a quien fuera su compañero de habitación, los momentos en que detenían a hablar de sus preocupaciones y sueños, así como encontrar mutuo consuelo.

Así que dime, señor elegante... — se burló entre risillas aglomeradas entre la almohada que llevaba abrazada sin quitar la atención de la pantalla de su computadora. —¿Cuál es la posibilidad que un hombre hoy en día sea un crítico aficionado del té?

El azabache, por su parte solo se hundió de hombros indeciso y hasta cierto punto acostumbrado a las interrogativas por su gusto extremista por esos solutos tibios de hierbas y frutas.

Podría ser peor. Podría ser un borracho de primera igual que Meliodas. — La contraría negó levemente.

Nadie le quita que es un experto en ello. Tiene buen gusto. — Se mantuvo pensativa un instante antes de volver a opinar. —Aunque no tan distinto a mis gustos por las bebidas.

Tus gustos son más extravagantes que el simple y corriente de mi hermano. ¿Vino tinto y sangría? No cualquiera le toma un gusto a eso.

Debió explicar que eso era más que una simple opinión; era una mera metáfora tan llamativa que la rubia pasó por desapercibida. Ella era igual que esos vinos de tonos rojizos: tan seca sí solo la tomabas de un trago, uno que dejaba un paladar arenoso y amargo; había una específica para acompañar y siempre sabía cómo hacerlo. Una bebida tan prestigiosa y valorada dependiendo del exigente paladar y él lo sabía mejor que nadie.

Gelda era más que complemento, más que la perfecta acompañante en las noches; con ella se lograba encontrar un dulce sabor una vez encontraras como tratarla, una que se cataba de pequeños sorbos vigorosos.

Amó con cada tramo de su ser los complementos que la hermosa rubia pudo más que brindar; de pies a cabeza, con todo afecto y defectos, ya que ellos incluso le parecían perfectos; sin embargo, había uno que otro resaltando que intervenía entre ambos.

Gelda era más apasionada y espontánea; Zeldris era monótono y reflexivo. ¿Cómo luchar contra sus propias virtudes que para el otro era el defecto?

¿Qué sucede, Zel? — Entró el rubio a la habitación sin sorprenderse de su constante ceño fruncido por las tardes después de la universidad.

Nada. Solo creo que en el mundo hay muchas personas egoístas. — Ladeó una mueca. Su hermano mayor no dijo nada, sabía que peleó nuevamente con la rubia por algo insignificante.

El egoísmo también es un sentimiento recíproco. — Se hundió de hombros tomando sus llaves. —Iré con Elizabeth. ¿Quieres venir?

No creo. Estoy algo atareado; además, ¿para qué?

Ella podría darte un consejo; ya sabes. Podría ayudarte con tu relación con... —; sin embargo, fue abruptamente interrumpido por un gemido de molestia.

No tengo una relación con ella. — Meliodas negó. Admitía que él era terco y pocas veces señalaba sus errores, pero su hermano mantenía un orgullo que se negaba a mover.

Llámame por cualquier cosa. — Dicho esto, se marchó con la mencionada mujer.

Zeldris bramó en silencio. ¿Por qué Gelda tenía que ser tan entusiasta? Por más diferencias que tuvieran, por más que disfrutaran estar juntos simplemente en compañía, para la rubia no le bastaba ser solamente su amiga. Estaba completamente decidida a corresponderle totalmente y entregar todo de ella; sin embargo, él no.

No lo entiendo, Zel... — por más que buscara mostrarse calmada y relajada, la aflicción se sus rubíes tupidos en un paño de melancolía no podía esconderse. —Sabes que te amaré fielmente. — El aludido apretó los labios.

Lo sé, pero...

¿No soy suficiente? — Bajó la mirada. —Lo siento. — De nuevo se culpaba sobre los problemas de los dos, nuevamente mostraba una tristeza que creía manipuladora.

Deja de decir eso. Lo eres. Solo... dame tiempo. — Relamió ansioso. —Si realmente sientes lo que dices, espera por mí. — Levantó su mirada con una pequeña curva delicada. No mostraba dudas, pero tampoco estaba completamente segura, después de todo, la relatividad de los segundos se puede comparar con la vida pasando en un pestañeo.

Aunque tardaras 3.000 años. — Finalizó con una sonrisa. —Seguiré creyendo que esto es un sueño y cuando despierte, estoy segura que tu serás el primero que vea. — Apostó sin pensarlo, solo habló por medio del sentimentalismo de esa ocasión, pero jamás pensó que por un momento solo su relación se pondría peor.

Quizás debió especificarlo mejor.

Lamentablemente, en el mundo había más gente que gozaba del vino, mismo que llegó estrujando en un amargo sabor a celos y para Zeldris eran tragos crudos.

Verla tan cercana a otros a su alrededor le hacía dudar en la firmeza de la promesa. ¿Realmente habló en serio si quiera? Agitó un poco la cabeza tratando de mantenerse de nuevo en sí en el presente. La boda solo estaba en sus inicios y nadie vociferaba más que el senil.

«Vamos Zel, esto terminará pronto». Trató de contenerse para no salir huyendo. Era sofocante, tenerla tan cerca y a la vez tan lejos era problemático que incluso su aroma lo llamaba, contrario a lo que su pensamiento pedía.

—¡Pst! ¿Seguro estás bien, Zel? — Le escuchó murmurar el rubio preocupado por la tensión en su cuerpo. No hizo más que asentir.

Antes de que Meliodas pudiese insistir de nuevo, la albina de entallado vestido rojo lo tomó del brazo para mantenerlo quieto; acción de funcionó por un momento hasta que el azabache nuevamente navegó entre olas de pensamientos que lo mantuvieran desconectado del mundo, sin notar como los ojos rojos le vieron por el rabillo.

Habían discutido de nuevo y como era sabido, Gelda cedía muy rápido y buscaba aliviar la situación; comenzó a molestarse por ello. Muchos dirían que era ridículo y hasta otro punto, extraña la manera en que convivían, pero ni ellos sabían que era lo que los deterioraba.

Funcionaban como los mejores amigos, se veían como un par de amantes de sentimientos guardados y silenciosos. Un romance carismático que pasaba a lo severo en cuestión de segundos; sin embargo, la palabra "compromiso" era algo que no lograban entender. Gelda quería apresurarse; Zeldris quería tomar el tiempo para hacer las cosas "bien", pero como todo las cosas desequilibradas y tentaciones sin marcha atrás, esto parecía más un romance de solo noches.

Se entregó paso entre sus caderas, él era un inexperto y temeroso que dio todo de sí para transmitir el amor que su cuerpo albergaba. Unas manos que no supieron ser bruscas, pero sí curiosas; miradas que empañaban y sonidos que deleitaban. La rubia jamás se había sentido más que amada que una simple rosa entre tantas espinas, adorada con los dolores que provocaba tocarla y lo hermosa que se sintió bajo el arrebol en una puesta de sol; por lo tanto, la noche cayó.

Estaban más que destinados, eso se demostraron una y otra vez. Las acciones solo los llevaron a lugares concurridos a encontrarse y entrelazarse, sin saber que ese hilo rojo, por más tenso y conectado se encuentre, no dependía de solo uno desenredar los nudos que dejaban los giros de la vida.

... en pocas palabras, me estas diciendo que esto no significó nada para ti. — Lo menos que deseó fue llorar, pero entre molestias e insistencias, las palabras escaparon de manera venenosa de su boca.

Aquel verdugo despiadado, al que confío su corazón vivo sin importar el espacio latente en su pecho; aún así se atrevió a cortarlo. Lo peor es que aún latía y se retorcía de dolor.

No lo quise decir así... yo... — intentó acercarse, pero la de ojos cristalinos se encogió sobre sus hombros con sus cabellos enredados hasta su espalda baja y cubriendo su cuerpo corito.

Soltó un suspiro en bajo.

—¿Cómo me pudes tiempo sí ni tú estás seguro de lo que sientes?

Estoy más que seguro de lo que siento, solo no me interesa estar como el resto luciendo como un estúpido enamorado en público. — Volvió a callarse, nuevamente habló lo que realmente pensaba, más no se midió.

Gelda comprendió en ese instante, que por más que busques tu hilo rojo, por más que tenses y tires para atraerlo, por más que busques deshacer esos nudos; es más fácil tomar las tijeras y cortarlo.

Se sentía desesperado, los ojos comenzaban a picar y solo deseaba que la tortura terminara. ¿Por qué accedió? ¿Por qué tuvo que tomar decisiones precipitadas? ¿Por qué no se dio cuenta que él era quien estaba siendo egoísta?

Después de esa noche ya no la volvió a ver. Las noches dejaron de ser iguales, los días eran monótonos; el vino era algo que extrañaba, a la vez que cada trago que daba solo se asqueaba.

Fueron quizás días, semanas... se transformaron en meses, y él siendo un sereno amante de la literatura inglesa y némesis del sentimentalismo, entró en un bucle repetitivo de iniciar los días soñando y terminar con noches en vela añorando. Buscando el extremo del hilo que había cortado.

¿Quien diría que el mundo es un carrete de hilos? Unos cortados, otros hechos nudos, otros se enredaron entre otros, pero ¿qué pasó con los que terminaron sin extremos? Ella encontró con quien más aferrarse.

—¿... aceptas a Gelda como tu esposa? — Escuchó cuestionar. Su mirada se posó en la rubia, tan ansiosa y de ojos brillando por debajo del velo.

—Si. — Deseaba correr, pero faltaba la respuesta de ella; solo esperaba que ella negara; sin embargo, cuando su pregunta fue dada, ella dijo:

—¡Si!

¿Que era peor? ¿Aceptar que ese amor ya no era el mismo como cuando se tomaban de la manos o aceptar que ese amor ya estaba en manos de otro?

Ese sujeto la besaba con más ternura del que él no pudo hacerlo, él era cortés y atento; él la tomaba del rostro y de la cintura, él no tenía miedo de mostrar cómo es que siendo un amante del café puede convivir con un vino. Uno era frío, otro cálido; uno te levantaba en las mañanas, otro te acompañaba en las noches; ambos eran amargos, pero uno puede amar su dulzura y el otro su agria.

¿Qué significa esto, Gelda? — La tomó suplicando de la mano y un rostro destrozado. Fueron varias las veces que la vio caminando con ese de ojos verdes y cobres cabellos de la mano sonriendo, justo como se veían ellos.

No esperó que ella le sonriera de manera tan cálida.

Espero por ti. — Fue lo que ella respondió. ¿Acaso ella lo dejaría de lado si él se atrevía a volver solo por capricho? Al parecer, si.

Sin embargo, aún teniendo esa ventaja por sobre quien ahora era el esposo de la rubia, si se lo pedía. volverían. Pero él no tenía el valor de hacerlo. Ella estaba aun más feliz que no quería arrebatarle eso por su egoísmo.

Ella aún esperaría.

—Zel... — El aludido regresó a su presente lleno de voces alrededor de la capilla. Su hermano le llamaba. —Hay que ir.

Lo había logrado, logró soportar ver como la mujer de su vida hacía de la suya con alguien más.

[...]

El lugar era muy ambientado y hermoso bajo el aire libre en una hermosa carpa de aires escoceses. Las rosas estaban en todos lados, su aroma inundaba por todos lados entre rojas y blancas; cliché y hermoso como ella.

Su hermano, abrazado a su peli plata, se perdió en su ambiente, y no lo culpaba; también tuvo el privilegio de conocer ese sentimiento, lástima que terminó tensándolo a no soportarlo.

Dedicado a beber más que sidra, algo tranquilo y calmado en una copa, perdiendo sus ojos en las demás burbujas de afecto y amor que no se percató de la compañía.

—Me alegra que vinieras. — No debió adivinar y mucho menos temblar com el cosquilleo que erizó su piel.

—Debí suponer que el vino sería una especialidad. — Cambió el tema mostrándose calmado y con una pequeña sonrisa temblorosa.

—Te podría ofrecer whisky.  — negó.

—Esos son los gustos de mi hermano. — Rieron en bajo al unísono hasta perderse en ese acostumbrado silencio cada vez que las palabras acababan en suspiros.

—Mi promesa sigue intacta. — Relamió sus labios ansiosa. —No importa cuanto tardes, creeré que esto es un sueño y al despertar, serás tu quien me recibirá.

Sus orbes se inundaron, aunque esta vez no era tristeza ni melancolía; solo aceptaba la realidad.

—He sido muy escaso con los sentimientos y di poco. Es tarde para mí... — Ladeó una sonrisa de ironía. —... al menos en esta vida.

La rubia sonrió, no esperó menos, pero se dio cuenta ya tarde. Lo tomó por las mejillas, sorprendiéndole un poco por el atrevimiento; admiró tratando de memorizar una última vez los esmeraldas que la enamoraron, sus facciones, su sonrojo, todo; lo apreció antes de dejar un beso en su frente y acariciar su rostro.

—Entonces será en otra vida. — Sus orbes dejaron caer últimas lágrimas por él, un último suspiro y una última sonrisa. —Siempre serás el amor de mi vida, aunque no sea en esta.

Esa fue la última vez en que Zeldris la tuvo en sus manos.

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*whichiii desde la comodidad de una cama* Bueno, espero les haya gustado. Tal vez no quedó tan triste como quería, pero apenas me sienta mejor saco otra c:

Quería abarcar el tema de: no siempre el verdadero amor o el primero, es el que se queda en tu vida. Lamentable, pero así es :u
¿Qué les pareció?

Sin más, gracias por leer.

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