7. Un alivio, y cuatro dolores de cabeza

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Carum, 2019

Isla

Desperté a las doce de la noche repentinamente. Me senté asustada, como si algo o alguien me hubiese despertado. Llevé la mano al estómago por el dolor que sentí.

Una idea terrorífica se me vino a la mente y me levanté de un salto. No podía quedarme con la duda así que —con las neuronas durmiendo— corrí a la habitación de Francia y entré sigilosamente para sacar las llaves del coche.

El frío de ese momento me ayudó a reaccionar, y volví a mi habitación en búsqueda de un abrigo. Frené en seco al percatarme de movimiento en el borde del bosque.

Como se habrán dado cuenta, la valentía no era uno de mis fuertes. Y alguien con miedo anda más atento a lo que sucede alrededor. Me acerqué con las piernas temblando, porque no tenía dudas de que algo me iba a encontrar.

Lo único que iluminaba, era la luna llena que se parecía a la de todas las películas de terror: enorme, blanca, y solitaria.

Me quedé quieta, rogando que lo que fuese que haya visto no fuese más que mi imaginación o algún animal nocturno. Antes de girarme, vi a alguien moverse entre dos árboles, justo los que quedaban frente a mi ventana.

Mi respiración agitada era lo único que se escuchaba y una corriente de miedo me dejó paralizada.

¿Gabriel?

Maldito loco.

Y como si él hubiese escuchado mis pensamientos, levantó la vista y se quedó observándome. Su mirada, aun estando él tan lejos de mí, me penetraba de una forma que me tenía sin poder moverme.

¿Cómo sabía que iba a despertar?

Miré mi celular, tenía una llamada perdida de un número desconocido. Asumí que era él.

Lucía demoniaco con su cara perfecta. Era un chico que a la luz del día acaparaba las miradas por su belleza, pero podía ser un demente por las noches.

¿Es posible que tenga más de una personalidad?

Gabriel en la escuela era totalmente lo opuesto a la persona terrorífica que tenía frente a mí. Sus ojos me escudriñaban atentamente, como si estuviese pensando cuál sería la forma más placentera de matarme. Me generaba demasiada curiosidad —además de miedo— saber qué diablos pasaba por su cabeza. Y por qué.

Por qué a mí.

¿Qué quieres de mí, Gabriel?

¿Sabes qué hago aquí?

Puse mi mano en el frío vidrio de la ventana, esperando que él reaccionara. Si quería que yo saliera corriendo, no lo iba a lograr. No le iba a demostrar lo que le producía a mi ser.

Una sonrisa tétrica se extendió por su cara, y comenzó a caminar por el borde del bosque. En ese instante, me di cuenta que tenía una cuerda en una de sus manos, y que arrastraba algo. Agudicé la mirada, y ahogué un grito de terror cuando vi que era un animal muerto.

Gabriel se giró y se internó en el bosque. Lo último que vi fueron las patas del animal desapareciendo.

Volví a la cama corriendo, y por un momento pensé en preguntarle a Gustavo sobre su hermano psicópata, sin embargo, Tavo —como solía decirle antes— era otra persona a quien debía evitar. Me tapé la cara con ambas manos, sin saber qué hacer.

Sentí el dolor en el estómago nuevamente, y me di cuenta que aún tenía las llaves del coche en las manos. Si seguía con ese dolor en la mañana no lo iba a poder disimular, y los padres de Fran enviarían a un doctor de inmediato.

Así que contra toda la cordura que me exigía quedarme dentro de la habitación, busqué un abrigo y salí. Corrí al coche, como si Gabriel fuese a aparecer desde alguna parte a atacarme. Me subí con la adrenalina en niveles estratosféricos y manejé a la calle principal del pueblo, rogando encontrar algo abierto.

Me sorprendí al notar que había más vida de lo que yo esperaba, y que Carum no era de esos pueblos donde a las nueve toda la gente estaba encerrada en sus casas. Me estacioné fuera de la farmacia y revisé que no hubiese nadie conocido antes de bajarme.

Compré, y salí en busca del baño que me indicaron. En la entrada choqué con el pecho de alguien. Antes de subir la mirada ya sabía quien era porque ese olor a perfume era inconfundible.

Me alejé un paso y lo miré.

Gastón me escudriñaba con una ceja alzada. Se entrecruzó de brazos como esperando alguna respuesta de mi parte. El gorro de su sudadera cubría la mayor parte de su cabello, y se veía demasiado atractivo con sus pantalones deportivos.

—¿De quien huyes? —preguntó, entrecerrando los ojos.

—De todos los Fonseca —respondí bromeando. Aunque eso era más verdad que mentira. Me sacó la lengua, y no pude evitar sonreír. Intenté rodearlo para huir, pero me detuvo con su brazo.

—¿Qué haces acá? —Revisó la hora en su celular—. Son las doce, no deberías andar sola a esta hora aquí.

—Me duele el estómago —murmuré, llevándome una mano al pecho para calmar la agitación—. ¿Y tú?

—Mi padre me envió a comprar pastillas para el dolor de cabeza —respondió, rodando los ojos. Me pellizcó la punta de la nariz—. Y es tu culpa.

—¿Yo hice que le doliera la cabeza? Estoy asombrada de mis poderes.

—No. Tú hiciste que tuviese que venir yo.

Sonreí.

—Tú me obligaste a ir a tu casa, así que ahora no llores —repliqué.

—Qué graciosa que eres. —Deslizó su mirada a mi estómago—. ¿Me acompañas?

—¿A donde? —pregunté, en un susurro. Como si me estuviese proponiendo algo indecente, y yo pensándolo. Me aclaré la garganta—: ¿a dónde quieres que te acompañe?

—A comer algo —dijo, imitando mi susurro—. Y quizás a beber.

Arrugué el entrecejo.

—Es martes.

Se encogió de hombros.

—Entonces iré solo. —Hizo un puchero demasiado adorable.

Tiene que ser tu amigo.

—No, no espera. Te acompañaré. Necesito ir al baño primero.

Me señaló un costado de la farmacia.

—Te espero.

Unos minutos después me encontré con él fuera del baño. Lo seguí de la misma forma que lo había hecho en su casa. Llegamos a un lugar que parecía un bar. Una chica en la entrada le sonrió, y de pronto todas se asomaron a mirarlo como si estuviese entrando un actor de cine. Luego las miradas pasaban a mí, y las sonrisas se desvanecieron tan rápido como llegaron.

Cuando nos sentamos en una mesa, un hormigueo amenazó con extenderse por todo mi cuerpo cuando lo miré, porque recién ahí caí en cuenta de lo que estaba haciendo.

Sola en un bar con Gastón

A las doce de la noche.

Un día martes.

"No te acerques a ninguno de mis hermanos"

—Entonces —dijo, lanzándome una mirada—, ¿estamos celebrando?

Arrugué el entrecejo.

—¿Qué celebramos?

—No sé —respondió, llamando a la mesera—. Dime tú. Depende de cuál fue el resultado de eso que fuiste a hacer al baño, y depende de qué querías que fuese. Abrí la boca para hablar, pero el me interrumpió—: Ni lo intentes.

Carraspee, tratando de hacerme la desentendida.

—¿Qué cosa?

—Mentirme.

Tragué saliva, y apoyé la frente en mis manos.

—¿Cómo supiste? —pregunté, con un hilo de voz.

—A veces eres muy obvia. —La mesera llegó, y se quedó mirándolo con la mejor sonrisa que pudo, Gastón alzó una ceja en mi dirección—. Dime, ¿estamos celebrando?

—Una cerveza, por favor. —En el baño ya me había tomado una pastilla para el dolor de estómago, así que decidí que estaba en perfectas condiciones. O que al menos pronto lo estaría.

Esbozó una sonrisa adorable.

—Para mí también.

Cuando la mesera se fue, me aclaré la garganta y lo enfrenté con la mirada.

—Gastón...

—No te preocupes, tu secreto está a salvo conmigo. —Se encogió de hombros—. Aunque eso no será gratis.

Rodé los ojos.

—Me lo imaginaba, ¿qué quieres? —Lo observé con los ojos entrecerrados.

—Una pregunta y una petición. —Su sonrisa se extendió considerablemente y sus ojos se achinaron en compañía. En ese momento —a pesar de que casi me estaba chantajeando—, comprendí que de todos los hermanos, él era el más normal. Y no sé, sentí que podía confiar en él. Accediendo o no a su petición.

Pero a mí me gustaba jugar.

Enarqué una ceja, tratando de ocultar la curiosidad.

—¿Y si te respondo...?

—Entonces te guardaré tu secreto. —Me sacó la lengua—. La oferta es por tiempo limitado.

—¿Qué quieres saber? —De pronto me puse seria—. Que no tenga que ver con lo de la farmacia —advertí.

Meneó la cabeza.

—Primero —dijo, acercándose y bajando la voz—: ¿por qué te llamas así?

Esbocé una sonrisa, aunque su cercanía me ponía nerviosa.

—¿Por qué te da tanta curiosidad?

—¿Y por qué me respondes con otra pregunta? —Bufé, y rodé los ojos. Tomé aire, y antes de hablar el me detuvo con un gesto—. Quiero saber la verdad detrás de Isla.

—Te diré la verdad —repliqué, recibiendo la cerveza como si la hubiese deseado durante todo el día—. Me llamo así porque mi madre y su ex novio un día decidieron fugarse juntos cuando eran muy jóvenes, y decidieron ir a...

—¿Una isla? —preguntó, emocionado—. ¿Así de simple?

Me reí.

—Sí —respondí, sintiéndome un poco expuesta—. Muy pocas personas lo saben. Siéntete afortunado.

De hecho...se supone que yo no lo sé.

—¿Por qué? Es interesante, ¿y cómo fue la vida de tus padres en una isla?

Entrecerré los ojos.

—Nunca llegaron a la Isla, y él no era mi padre. —Extendí una sonrisa malévola. Me pregunté si en algún mundo paralelo él sospechaba que ese hombre era su propio papá.

Gastón chasqueó la lengua.

—¡Ah! Ya entiendo por qué no la cuentas tanto —rio, y luego puso cara de tristeza.

—Yo ya debería...

—No, no. Ni lo pienses —dijo, chocando su vaso con el mío. Batió sus pestañas en mi dirección—. Aún falta decirte mi petición.

Bebí lo que quedaba del vaso.

—Estoy preparada, dime. —Con un gesto le dije que hablara.

—Todavía no —murmuró, peinándose el cabello y evitando mi mirada.

—¿Estás bien? —Le toqué el brazo en un acto de empatía. Me arrepentí de inmediato, él con una mano aún en su cabello ladeó su cabeza para mirarme. Esbozó una sonrisa divertida. Saqué mi mano de la misma forma que lo hubiese hecho si él fuese la llama de una hoguera.

Y admito que así lo sentí en el momento.

¿Alcohol?

¿Demasiado guapo?

¿La intensidad del momento?

No sé.

Pero mis neuronas tenían demasiado impregnado que él no era una opción. Así que a pesar que me aceleraba el corazón —por el simple hecho de su belleza y por que no soy una piedra —, Gastón no me llamaba la atención de otra forma.

Exhaló profundamente.

—Es mi padre —dijo de repente. La pura palabra padre hizo que me deslizara hasta el borde de la silla de la emoción—. Estuvo fuera un mes. Un mes, Isla, ¿y sabes qué es lo primero que me dice?

—¿Qué hace una chica en mi casa? —me burlé.

Asintió con la cabeza.

—Exactamente. Ha ido empeorando con el tiempo, antes no era tan estricto al respecto. Y mi madre no dice nada.

—¿Por qué tu padre es tan estricto con el tema de las chicas?

—Lo hemos tratado de averiguar demasiadas veces, creo... —dijo, llevándose una mano a la barbilla—. Creo que algo le pasó.

Recibimos nuestro segundo vaso. Aunque el de él era un vaso pequeño con otro alcohol y sal en el borde. Se lo bebió por completo.

—¡Para! ¿quieres que te lleve arrastrando? —pregunté, tratando de detenerlo. Puso una mano en mi frente, deteniendo todos mis esfuerzos por acercarme a su vaso.

Lo dejó sobre la mesa y se limpió la boca con el dorso de la mano. Un poco de sal del vaso se le quedó en la comisura del labio.

—¿Qué?

—Tienes sal —dije señalándole la boca. Se acercó repentinamente a mi cara, haciendo que me arrinconara con la pared. Me quedó mirando con los ojos entrecerrados y tocó la punta de mi nariz, haciendo que me estremeciera por completo—. No quiero llamar a ninguno de tus hermanos para que te venga a buscar —refunfuñé.

—Si algún día tienes que llamar a alguno de ellos, llama a Gabriel, soy más cercano a él.

Más cercano... ¿Gastón sabe lo que hace su hermano?

¿También juegas conmigo, Gastón?

Lo quedé mirando unos segundos, procesando la información de que Gabriel era su hermano más cercano. El mismo Gabriel que me había amenazado.

—¿Y Gaspar?

—Es que Gaspar está loco... Con Gabriel nos parecemos más.

¿Loco?

—Bueno, si alguna vez lo necesito llamaré a Gabriel.

—Te caerá bien.

Ni loca.

Ni en otro plano existencial.

—¿Así que nunca has tenido novia? —pregunté sin pensar.

Meneó la cabeza.

—A veces creo que mi papá sería capaz de mandarme lejos si lo hago. —Se estremeció. Y yo me impresionaba cada vez más de lo estricto que Gerardo podía ser con sus propios hijos. Clavó sus ojos en los míos, y deslizó su mirada lentamente hasta mis labios. Eso hizo que me alejara un poco—. Y además tengo otra cosa que decirle que no le gustará. —Me miró meneando las cejas.

No te acerques a ninguno de mis hermanos.

—¿Qué cosa? —Bostecé—. Deberíamos irnos.

—Otro día te contaré. Isla —dijo, extendiendo una sonrisa—. Me gusta que seas así.

—¿Así cómo? —pregunté, ya no sintiéndome tan atrevida.

—Que no te pones nerviosa cuando hablas conmigo.

No lo creas.

—Porque los amigos no se ponen nerviosos al hablar entre ellos —respondí. Me di una palmadita imaginaria en la espalda por mi ocurrencia.

Soltó una carcajada.

—¿Así me friendzoneas? —Enarcó una ceja, y con una seña me dijo que me acercara—. Aquí todos escuchan todo —susurró—. Bueno, te diré cuál es mi petición—: no escojas a Gaspar por sobre mí —pidió con seriedad. Se miró las manos, y de repente ese chico que se me hacía irreal, parecía afectado.

Hilos de nerviosismo comenzaron a expandirse por mi cuerpo.

—¿A qué te refieres? No sé...no sé de qué hablas.

—Sí sabes. Te voy a decir algo porque ahora somos amigos. —Apretó los dientes en las últimas dos palabras—. No quiero que él te tenga a ti.

Con mi dedo indice le presioné la frente.

—¿Desde cuando alguien me va a tener a mí?

Se rio.

—Sabes a lo que me refiero. No es que alguien te pondrá una cuerda en tu cuello y te llevará. —Relajé mi expresión y él soltó una carcajada. Se apretó el puente de la nariz—. Eres extremadamente guapa, y tienes un aire...no sé algo misterioso. ¿Cómo no quieres que alguien se fije en ti?

Sus palabras provocaron que mis extremidades hormiguearan y que mi corazón comenzase a latir desbocado. Aunque no sabía qué parte de sus palabras provocaron eso.

—Yo no me fijaré en nadie —respondí, con toda la seguridad que pude.

Porque ya estuviste con uno.

Cálmate, Isla.

—Entonces aceptas mi petición.

—¿Y por qué tengo que aceptarla?

Arrugó el entrecejo.

—Isla —dijo, poniéndose lo más serio que pudo—. Si aceptas me podrás pedir lo que quieras, además de que no diré tu secreto.

Alcé una ceja ante tal chantaje, aunque a la vez vi un poco de ventaja para mí.

—¿No me fijo en Gaspar y tú harás lo que yo te diga? —Asintió con la cabeza—. ¿Lo harás sin preguntas?

—¿Me pedirás que mate a alguien? Porque ahí no sé.

—Quiero que me ayudes con una investigación.

—¡Lo sabía! —dijo, dando un golpe triunfal en la mesa.

—¿Qué... qué sabías? —tartamudee.

—Que algo ocultabas. ¿A quien vamos a investigar? —preguntó emocionado—. Prometo que no diré nada.

—A tu papá —solté. Me quedé callada para esperar su reacción, sin embargo, él no dijo nada—. A tu papá y su relación con mi mamá —aclaré.

—¿Es una broma? —preguntó en voz bajita. Miró alrededor.

Negué con la cabeza. Palmee mi bolsillo, era extraño que llevase una carta siempre conmigo, pero era lo que en los últimos días me incentivaba a seguir adelante con el plan y no salir huyendo.

Se la entregué, y él comenzó a leerla con desesperación. Cuando asomó sus ojos por sobre el papel, esbozó una sonrisa cómplice. Me sentí un poco aliviada, la única otra persona que sabía de la existencia de esa carta era Fran, y llevábamos demasiado tiempo con la curiosidad carcomiéndonos.

Ese trozo de papel lo había encontrado arrugado en un basurero después de ver a mi mamá llorar por primera vez.

—Te haces cada vez más interesante, Isla.

Alguien carraspeó tras nosotros y Gastón escondió la carta. Gaspar nos observaba con frialdad y desinterés, y eso me provocó una leve vibración en mi vientre. De repente sentí que acercarme a él era imposible, no porque a él parecía no importarle nada mi existencia, sino por sus hermanos.

—¿Interrumpo algo? —preguntó. Su mirada pasó de Gastón a mí, y en ella vi una chispa de rabia.

—Sí, interrumpes, ¿no lo ves? Estamos en mitad de una cita —gruñó Gastón.

Sí claro y yo con pijama.

—Papá me envió a buscarte. Como siempre, tengo que salir a rescatarte. Lo bueno es que no perdí tanto tiempo, este es tu lugar favorito para traer chicas.

Maldito idiota, no creas que no sé lo que intentas.

Sonreí.

Gastón frunció el ceño. Y yo puse mi mano sobre su brazo, con la mejor sonrisa encantadora de: no me importa lo que él diga.

—¿Vamos?

Con el aire fresco de afuera me di cuenta de tres cosas. Primero, ¿cómo rayos iba a llevar el coche de Fran a la casa si ya había bebido?; segundo, ¿a qué planeta se transportó mi cordura que le mostré la carta a Gastón?; y tercero, ¿Gustavo se iba a enterar de eso?

Tragué saliva.

—¿Te pasa algo? —me preguntó Gaspar con aspereza, como si estar allí fuese lo peor.

—Es que estoy con el coche de Fran. No puedo dejarlo aquí. —Gaspar se llevó la mano a la cara, no sin antes rodar los ojos en mi dirección. Cogió su celular.

—¿Qué harás?

—Voy a llamar a Gustavo —respondió, hastiado.

Mierda.

—No, no lo hagas —dije con pánico. Me miró extrañado y traté de relajar mi expresión. Puse cara de lástima—. No quiero molestar.

—No lo hago por ti. Si ese coche se queda acá en la noche generará muchas preguntas, y de alguna forma todo llegará a él —dijo, señalando a Gastón—. O a nosotros. Es un pueblo demasiado pequeño para sus jugarretas infantiles.

Me hubiese gustado detener toda la escena en ese momento y decirle a Gastón: ¿de este imbécil te preocupas que me fije?

—Ve a dejar a Isla, yo los sigo en el coche —murmuró Gastón. Gaspar le lanzó una mirada que hasta a mí me hizo retroceder.

—Tú sabes lo que pasaría si te detienen y ven que has bebido.

—Llama a Gabriel entonces —sugirió Gastón.

—No le pediré ningún favor a él —gruñó con desagrado.

¿Gabriel y Gaspar no se llevan bien?

Me mordí cada una de las uñas de mis dedos mientras Gaspar se hacía a un lado para hablar por teléfono. Gastón se sentó en el borde de la berma mientras revisaba su celular.

Gaspar volvió donde yo estaba. De reojo vi como encendía un cigarrillo y le daba una calada. Me alejé.

—¿Te molesta?

—No quiero oler a cigarrillo... no me gusta el olor.

Dio otra calada y botó el aire lentamente en sentido opuesto a mí. No pude evitar mirarlo. Algo tenían los chicos que fumaban. Los odiaba porque era un vicio que me apestaba, pero a la vez lo encontraba terriblemente sexy.

Las contradicciones son lo tuyo, Isla.

Me miró con el cigarrillo a medio camino a su boca y lo apagó en la pared del bar. Me sorprendió lo rápido que cambió de actitud.

—¿Ahora sí? —preguntó, sin ningún tipo de expresión en su cara. Nada que yo pudiese leer.

—¿Ahora sí que?

Una línea fina se formó en sus labios.

—Puedes estar cerca de mí. No tienen ninguna excusa para alejarte.

—Creí que yo no te interesaba —respondí, tiritando de frío.

—Y no lo haces. —Esbozó una sonrisa, y eso me desconcertaba porque parecía que nunca lo hacía. Aun así se veía bonita en él. Se acercó y puso su chaqueta sobre mis hombros—. Solo trato de ser amable.

Desvió su mirada al deportivo que frenó frente a nosotros. La ventana se bajó en cámara lenta, y pegué un salto cuando apareció Gabriel.

—Hola —saludó, luciendo igual de inocente que en la escuela. Todo aire dejó mi cuerpo.

Gastón se despidió de mí y se subió al coche de Gabriel. Se fueron de inmediato.

—¿Dónde está el coche de Fran? —Gaspar exhaló cansado.

—Fuera de la farmacia. —Recién allí me di cuenta que el remedio que me habían dado me funcionó a la perfección. Entonces, no tenía nada más que colon irritable por el estrés.

Y tú pensando que estabas embarazada.

—¿Puedo saber por qué estaban aquí? —preguntó, mientras caminaba en dirección a la farmacia.

—Solo...nos encontramos.

—Trata de que no se repita, no quiero estar haciendo esto más veces.

Rodé los ojos.

—Como tú digas —gruñí.

Frenó en seco, y me cogió del brazo delicadamente. Me detuve y me quedé mirándolo a los ojos. Esos ojos atrapantes y la belleza de su expresión coronaba las emociones de esa noche.

—Creo que ya te he visto demasiado en un corto periodo de tiempo. —En sus ojos había algo que me decía que se estaba divirtiendo—. Lo que sea que pase con Gastón, manténganme alejado.

Siguió caminando. Llegamos al coche y lo único que quería era abofetearlo por creerse tanto, y por refregarme en la cara que yo era insignificante para él.

—Gracias. —Me obligué a decir cuando nos subimos al coche. Era un idiota pero de todas formas me estaba ayudando.

—De nada, aunque ya te dije que esto no lo hago por ti —respondió serio. El orgullo se le salía por los poros. Me fui en silencio mirando por la ventana, la casa de Fran quedaba muy cerca así que llegamos pronto—. En la puerta de tu casa —murmuró—. Primera vez que voy a dejar a una chica a su casa, y lo más extraño es que ni siquiera salí contigo.

—Para todo hay una primera vez —respondí lanzándole una sonrisa. Estacionó, justo en el momento en que el coche de Gabriel se asomaba por la entrada silenciosamente. Nos bajamos, y me paré frente a él sin saber qué decir.

—Gracias Gasparín.

Muy ingeniosa.

—De nada, Mawi

Me crucé de brazos.

—¿Maui? ¿cómo la Isla?

—No, Mawi, como tu nuevo apodo —explicó, girándose hacia el coche de Gabriel. Agitó la mano de despedida.

Haciendo un mohín me giré y caminé hacia la casa.

¿Mawi?

Me dolía la cabeza cuando entré a la casa.

Bien, sales con un dolor y entras con otro.

Cerré la puerta de mi habitación y me apoyé en ella para respirar, había sido demasiada la adrenalina en poco tiempo; aunque estaba tranquila con mi decisión de pedirle ayuda a Gastón. Si quería salir de ese pueblo lo más rápido posible, necesitaba ayuda.

Mi celular vibró.

No pude evitar sonreír y guardé el número.

Gasparín: Mawi.

Exhalé profundamente y di un paso hacia mi cama, sin embargo, antes de hacer algo más, una mano tapó mi boca. Estuve a punto de comenzar a lanzar golpes como loca cuando habló. Con esa voz tan particular y siempre con un tinte amenazador.

—Shhhh, soy yo —susurró. Dejé de forcejear. Sacó su mano y me giré. Me observaba con una sonrisa traviesa. Cogió un mechón de cabello y la puso detrás de mi oreja—. ¿No te dije que no te acercaras a ninguno de mis hermanos?

____

¿Alóoooo?

Siento que hay demasiada tensión en este capítulo, con demasiadas personas.

¿Isla le pide ayuda a Gastón? ¿le muestra una carta secreta?

¿Isla pensando que estaba embarazada?

¿Mawi?

¿Gustavo será un poco psico?

Para qué hablar de Gabriel....

¿Qué les gustaría que sucediera en el próximo capítulo? Los que vienen de Dime la verdad, sabrán que la mayoría de las veces anoto atentamente sus peticiones jajaj

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