Viernes de San Valentín

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La época más temida del año se aproximaba: los exámenes. Se iban acercando y los nervios se notaban en todos y cada uno de los estudiantes con los que se cruzaba. Dani no era menos que los demás, por supuesto, y se encontraba en uno de los pupitres de la atestada biblioteca intentando concentrarse. Ernesto estaba frente a él, mordisqueando el capuchón de uno de sus bolígrafos y mirando a la nada. El repiqueteo de sus dientes con el plástico lo estaba volviéndolo un poco loco.

―¿Podrías parar? ―preguntó en un susurro, intentando mantener el silencio de la biblioteca―. Además, no sé qué haces que no estás estudiando.

Ernesto pareció despertar de su letargo y lo miró. Dejó automáticamente de morder y se encogió de hombros. Estaba a punto de ponerse a mirar sus apuntes cuando vio que Laura entraba por la puerta y lo miraba, alzando la cabeza en señal de saludo. Comenzó a andar hacia ellos, Dani estaba de espaldas así que no la había visto, aunque sí vio la sonrisa de suficiencia de Ernesto antes de que alguien le tapara los ojos.

Solo una persona podía tener, aún con la calefacción de la universidad a tope, las manos así de frías. Su sonrisa fue inmediata. Con sus manos apartó suavemente las de ella y miró hacia arriba. No sabía qué hacía con él, que con el mero hecho de tenerla delante ya no podía parar de sonreír.

―¿Qué haces aquí? ―susurró de nuevo.

―Sí, yo también me pregunto qué puedes hacer en la biblioteca en época de exámenes ―se metió Ernesto en la conversación, hablando en un tono más alto, lo que le valió que alguien lo mandara a callar.

Laura le sacó la lengua de manera infantil.

―Venía a estudiar, pero quería saber si os apetece un café antes de ponerme ―susurró ella en respuesta.

Había usado el plural por cortesía, aunque la mirada que le echó a Ernesto para que no se moviera de su sitio no había sido nada cortés. Este le dio una media sonrisa y negó con la cabeza divertido, no le hacía falta esa miradita para saber que no estaba incluido en esa invitación. Le hizo un gesto con la cabeza a su amigo para que se fuera tranquilo y Dani se levantó con cuidado de no hacer demasiado ruido con la silla. Laura le guiñó un ojo a su amigo antes de dejarlo allí con su boli mordido. 

Una vez fuera, Dani respiró con ganas antes de comenzar a andar hacia la cafetería.

―¡Joder, qué alegría poder hablar normal! ―comentó provocando que ella riera.

―Con lo calladito que tú eres creí que te gustaba estudiar allí. 

―Me gusta, pero a veces el silencio que hay, mezclado con esos cuchicheos se hace inquietante. Es como cuando en una peli de miedo notas que alguien te está observando. Mira, allí está nuestra mesa ―cambió de tema al final.

―Vaya, ¿ya tenemos una mesa?

Dani se sonrojó bastante y Laura rio de nuevo por la ternura que le producía. Cada vez tenía más claro lo mucho que le gustaba él. A medida que había ido conociéndolo durante todos esos días que habían podido hablar, se había dado cuenta que no era tan solo una simple atracción como la que había podido sentir por otros.

Se sentaron en la mesa antes de decidir qué pedir. Dani hizo el amago de levantarse pero Laura lo paró, alegando que había sido ella la que lo había invitado y, por tanto, quien se encargaría de pedir y de pagar, marchándose sin esperar su réplica.

―¿Si no me dejas invitarte cómo voy a resarcirte por hacerte volar el otro día? ―se quejó cuando ella volvió ya con el pedido.

―Ya te dije que me tenías que invitar a comer o a cenar por lo menos, nada de un café, que han pasado dos semanas y aún me duele.

Dani apretó los labios, que se convirtieron en una fina línea. Aunque podía ver que Laura exageraba y no había sido para tanto, se sentía culpable aún del golpe. A ella le gustaba hacerse la dolida para llamar su atención más que por cualquier otra cosa.

―Tienes razón. Si te apetece vamos a cenar este viernes, que terminamos los exámenes.

Ella abrió un poco más los ojos, un tanto sorprendida por la decisión tomada, ya que se lo había insinuado más de una vez pero él no se había atrevido a proponerlo hasta ese momento.

―Pero... este viernes es San Valentín.

Laura solo quería que él supiera el día que había propuesto, no estaba poniendo ninguna pega, aunque Dani creyó haber metido la pata por completo.

―Claro, tendrás planes, lo siento yo... ―no paraba de titubear―. Otro día ya si eso...

―Para, para ―interrumpió ella riendo―. No tengo ningún plan, era solo para que lo supieras y no me dejaras plantada en el último momento al acordarte que ya tenías una cita o algo así.

―Yo nunca te dejaría plantada ―contestó un poco más serio.

Laura sonrió ampliamente.

―Tenemos entonces una cita. ―Le guiñó un ojo mientras se llevaba la taza de café a los labios.

Entre papeles, apuntes, viajes a la biblioteca y bolígrafos mordisqueados pasaron los días de exámenes, que concluyeron con mayor o menor fortuna. Habían salido bastante contentos de todos, aunque aún tenían que esperar a las notas, pues siempre había alguna que otra sorpresa. Sin embargo, el examen de Fundamentos matemáticos de la informática de esa misma mañana, le había producido menos nervios que la cena que tenía en apenas una hora.

Ya estaba preparado e impaciente por ir a buscarla, aunque no quería aparecer demasiado pronto y parecer desesperado, al fin y al cabo no era una cita de verdad, sino que se lo debía. Se estaba autoconvenciendo de que ella había usado esa palabra por no decir reunión o convocatoria, que sin duda sonaba peor y así no se hacía falsas ilusiones. No dejaba de decirse que el que fuera justo el día de los enamorados era algo circunstancial, no obstante, estaba emocionado por lo que aquello implicaba, a pesar de que nunca le había gustado ese día del calendario que le parecía tan falso.

Entre paseos al baño para comprobar que tenía el pelo en su sitio, y a la cocina para beber agua e intentar calmar sus nervios, dio la hora de irse. Vivía en un piso de estudiante con otros dos chicos en una zona cercana a la Universidad, que estaba muy cerca de donde Laura vivía aún con sus padres, por lo que tardó apenas unos minutos en llegar a su puerta. Pegó al número del portero que le había indicado y, dos minutos después, Laura salía radiante del edificio.

Dani sonrió nada más verla y ella no pudo más que hacerlo también. Le tendió el casco que ya le tenía preparado y se subió a la moto, esperando que se subiera detrás. No iban muy lejos, pero no quería que se diera una caminata, mucho menos con los tacones que se había puesto.

Había reservado en un restaurante italiano en el que, según él, hacían las mejores pizzas de Málaga, aunque ella le llevaba la contraria tan solo por diversión. Por suerte, cuando se enteró del día que era llamó para reservar, porque de otra manera no hubieran tenido opción ninguna de obtener una mesa.

Cenaron tranquilos, en un ambiente relajado, fuera de la Universidad, lejos de apuntes, de profesores, de compañeros... y hablaron de cosas distintas. Él le preguntaba todo lo que se le ocurría, lo que daba libertad a Laura para hacer lo mismo, de manera que conseguía saber más de él, que era lo que quería desde un principio. Dani contó anécdotas de sus hermanos en su pueblo; Laura de sus amigos. Hablaron de todo, de nada, hasta los silencios fueron cómodos en esa noche, tal vez producto de la atmósfera de amor que se respiraba en todo el restaurante.

Tenían la sensación de que acababan de llegar, pero eran casi las doce y el camarero les avisaba que iban a cerrar en breve, por lo que Dani pagó la cuenta, tal como había prometido, y se marcharon.

Ya de vuelta en la puerta de su edificio, Laura bajó de la moto, a la que estaba cogiendo el gusto , y se quitó el casco, intentando recolocarse el pelo antes de que él la viera. Dani se bajó también, para acompañarla los tres pasos que le quedaban hasta su portal. Ya casi acababa el mejor San Valentín que ambos habían pasado en su vida, aunque ninguno se atrevía a confesarlo abiertamente.

―Me lo he pasado muy bien, Dani.

―Sí yo también. Tendríamos... ―titubeaba un poco―. Tendríamos que repetirlo algún día.

―¡Claro! ―contestó demasiado rápido, provocando que él sonriera.

Dani se acercó de forma lenta hacia ella, titubeante, nervioso. Sus caras estaban a pocos centímetros. Laura notaba cómo los nervios se arremolinaban en su estómago, su corazón latiendo acelerado por la anticipación. Él le dio un casto beso en la mejilla, cerca de la comisura de sus labios.

―Ha sido realmente genial ―repitió Dani en apenas un susurro y sin haberse separado del todo de ella, quien se deleitó con su cercana voz.

Dio un paso atrás dejándole espacio para que sacara las llaves y pudiera abrir la puerta sin dejar de mirarla. Quería asegurarse que entraba antes de irse, que llegaba segura, pero también quería estirar el tiempo de verla. Laura, no obstante, no hizo amago de darse la vuelta hacia el portal, sino que se quedó mirándolo.

―Lo siento, pero si no lo hago puede ser un San Valentín de mierda ―declaró antes de lanzarse hacia él.

No le dio tiempo de sorprenderse cuando los labios de Laura estaban sobre los suyos. Notaba el calor, las mariposas en el estómago, las luces de colores, la música... todo lo que prometían las tontas películas de amor su cerebro lo estaba reproduciendo en su cabeza. Se aferró a ella y la acercó hacia sí, deseando que ese momento y ese día de San Valentín, que ya no le parecía tan falso, no acabara nunca.

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