i. sound the bugle

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♱ 1 . 01
ONE SOUND THE BUGLE
capítulo uno.






—Mami, tu nariz está sangrando.

Me llevé la mano inmediatamente al rostro donde sentí como mis dedos se mojaron de la extraña consistencia de la inigualable sangre; ni muy líquida como el agua, ni muy viscosa como el aceite. Aera tenía razón, estaba sangrándome la nariz.

—No te preocupes —le dije, limpiándome con la manga del abrigo, manchándolo de rojo.

Mi hija me miró poco convencida, en sus ojos había pena y su voz contenía una nota lastimera. Su empatía era tan fuerte como la mía que me daba la impresión de que estaba sufriendo conmigo.

Estaba enferma, algo que me había tomado desprevenida.

Unas semanas atrás Aera había enfermado también luego de que huyéramos de un campamento donde todo se fue a la mierda y tenía por seguro que solo nosotras habíamos logrado sobrevivir. La manera tan caótica como todo acabó, y en el proceso los militares (quienes trataban de hallar una cura) más bien soltaron otro virus menos mortífero y Aera se contagió, pero ahora ella estaba... bien. En realidad, parecía como si nada le hubiera pasado.

A mi me atacó dos días atrás, cuando comencé a sentir mareos horribles y ramalazos de inercia súbitos.

Entonces recordé que, por alguna razón, le hice una transfusión de la sangre que mi madre me había dado cuando estuvimos en el hospital, antes de que Aera y yo fuésemos al campamento de Atlanta con la milicia. Mi madre nunca me dijo que era, todavía me preguntaba qué significaban las siglas del contenedor, pero misteriosamente la sangre fue la cura para el virus que por poco termina con la vida de mi hija. Y yo sabía que ella me lo había dado por una razón.

Si funcionó en ella, podía funcionar en mi.

La tomé de la mano cuando decidí pararme frente al árbol adyacente a nosotras. Una ventisca fresca me hizo suspirar pues la sombra que nos propinó el árbol fue un cambio mínimo que me ayudó a tranquilizar mi respiración agitada.

El pecho me dolía y no podía negarlo, la cabeza me estaba matando y quizá era porque llevaba el pelo recogido, pero todos esos factores me hacían sentir peor y el temblor de mis piernas me hizo caer de rodillas apunto de desplomarme.

Hasta que tomé mi equipo médico y decidí hacerme una transfusión de un mínimo sangre del pequeño contenedor.

Estaba por acabarse, pero había salvado la vida de Aera y la mía. Sabía que me sería imposible encontrar más de donde esa vino, pero me mantendría buscando esperanza.








El sonido que provoca el roce de las hojas de los árboles con el viento me provoca escalofríos temerarios.

Aferro el cuerpo de Aera al mío sosteniendo su cabeza contra mi hombro al mismo tiempo que me escabullo por el bosque, huyendo de los muertos vivientes. A pesar de que mi hija es bastante ligera y pequeña, me cuesta desplazarme sin hacer ruido, pues mis pisadas se han vuelto pesadas y me da la impresión de caminar sobre de todas las hojas que existen en este bosque debido a la bulla que provoco.

Las manos de Aera me sujetan el cabello con tanta fuerza que siento que va a terminar arrancándolo de mi cabeza, pero me mantengo callada, con la vista fija en el camino.

Van días que no veo la carretera pero algo me dice que estoy acercándome, porque he escuchando una alarma bastante ruidosa provenir de un lugar que parece ser grande y quizá habitado, sin embargo, no sé si voy en la dirección correcta o si voy en círculos, porque todo lo que mis ojos ven es monótono. Nada cambia. De todas formas, había sido muchos días atrás.

Me detengo porque nada nos persigue, y me ha comenzado a doler la espalda ya que he estado cargando a Sadie por un gran rato. La bajo de mis poniéndola sobre el suelo minuciosamente, como si fuera de cristal y pudiera romperse en mis manos.

Levanto la cabeza en busca de alguna pauta pero no hay absolutamente nada. Examino la estancia en silencio, sintiendo como el pecho me quema por el poco aire que mis pulmones reciben; sé que estoy débil porque la poca comida que tenía se la ha comido Aera en orden para que pueda sobrevivir a esto, y si soy honesta, no me molesta en lo absoluto tener que darle un pedazo de mi para que ella esté bien...

Aera abraza mi pierna y la veo inspirar tranquilamente.

Me resulta bastante complejo creer que llevamos tres días caminando sin rumbo y no hemos encontrado nada mas que muertos vivientes en estado de putrefacción.

El pensamiento de aquello me revuelve el estómago con saña y tengo que sacudir la cabeza para eliminar las imágenes.

—Mami —dice, susurrando en voz muy baja. Bajo la mirada hacia ella contemplando sus ojitos que brillan a pesar de que el día esté claro y espero a que continúe— escuché algo.

Mis sentidos se ponen alerta.

—¿Estás segura? ¿Qué has escuchado?

—Pisadas —susurra de nuevo mirándome nerviosa.

Levanto la cabeza a una velocidad increíble para dejar que mis ojos examinen el perímetro meramente tomando la mano de Aera entre las mías. Por un segundo me pregunto porqué yo no he escuchado nada, pero quizá estuve demasiado ocupada pensando y mi hija no es más paranoica de lo que yo era.

Todo lo que veo son hojas, arbustos, árboles...

Pero, efectivamente, el sonido de las pisadas se hace más fuerte y prolongado. Aera, quien tiene razón, suelta un sollozo abrazándome, y a cómo puedo, saco el arma de mi pantalón para apuntar hacia la nada, totalmente recelosa. Entorno mis ojos perpleja porque al poner atención a las pisadas detrás de nosotras, sé que no son de una sola persona, pero dos.

—Vamos, bebé —me inclino hacia Aera y con cuidado de mantener el arma alejada de ella, la tomo entre mis brazos para levantarla.

Sus piernas se aferran a mi cintura a medida que la acomodo para que no me estorbe si necesito disparar. Arduamente comienzo a caminar a una velocidad adecuada para que el cuerpo de mi hija no rebote con cada paso que voy a dar y evitar que ambas caigamos al suelo sucio.

Continuo escuchando las pisadas y tengo el presentimiento de que no están detrás de nosotras, sino al frente. De repente me siento muy apabullada por la situación en la que nos he metido. ¿Qué hago? Las piernas me estaban quemando, no estaba segura de poder continuar corriendo, mucho menos con Sadie encima.

Me detengo.

Y entonces, veo a dos figuras de diferentes contexturas aparecer de la nada frente a mi.

El corazón me da un vuelco increíble dentro del pecho, la piel se me eriza tan pronto como los veo y alzo el arma apuntándolos con expectativas de acabar con ellos y me sorprendo en cuanto veo que uno de ellos me apunta de vuelta. No son muertos vivientes, son humanos.

Respiro con dificultad y abrazo a Aera más a mi cuerpo cuando atisbo el rostro del muchacho.

Tiene rasgos faciales asiáticos, de tal vez unos veintitantos años; es mucho más alto que yo y no parece tener un ápice de estar asustado, tampoco se ve dudoso acerca de dispararme. Se ve limpio, lo cual significa que viene de algún lugar donde tiene agua, quizá un campamento o algo parecido, no obstante, su ojo derecho parece tener un moretón en proceso de curarse. A su lado, hay una chica de cabellera cafecina que ronda los quince años, mostrándose apática, igual de limpia que el muchacho.

Él se pone delante de ella protegiéndola de una manera paternal.

—Suelta el arma —pide, con ímpetu, blandiendo la pistola en mi dirección.

Aera solloza en mi cuello y doy un paso atrás negando con la cabeza, sin decirle ni una sola palabra al muchacho y a la chica.

—Glenn, tiene una niña —le susurra la chica tirando de su camisa, señalando a Aera entre mis brazos. El muchacho parece tomar aire deliberando qué hacer o no hacer.

Al final, termina bajando el arma, pero sus manos la sostienen firmemente.

Decido hacer lo mismo, aún sin bajar la guardia.

—Soy Glenn, ella es Hana —introduce él apuntándose y luego a quien parece ser su hija—. ¿Cuáles son sus nombres?

Apreto la mandíbula. El rostro de Hana parece ablandarse cuando Sadie saca su cabeza de mi cuello para mirarlos a ambos menos temblorosa, lo cual me parece inusitado.

—Yejin —respondo tranquilamente, subiendo el cuerpo de mi hija que había comenzado a resbalarse por mi cadera—. Esta es mi hija Aera —acaricio su cabello.

—¿Están solas?

Asiento con la cabeza. Glenn y Hana comparten una mirada contradictoria porque parecen tener un debate mental. Sopeso el momento idónea debido a que no tengo idea en qué piensan ellos, o lo que debería de hacer en este momento.

Lo único que me importa es Aera y su seguridad. Pese a que ninguno de ellos tenía pinta de ser malas personas o de ser asesinos, no me aspiraban confianza.

La chica toma aire después de rezongarle algo a Glenn.

—Escuchen, no sé a dónde se dirigen, pero me iré —anuncio, llamando la atención de ambos. Aera baja de mi pecho y se para a mi lado. Ambos dejan de hablar y voltean a vernos—. Está oscureciendo y necesito un lugar seguro para que me hija pase la noche.

El rostro de Hana detona martirio de manera parcial y gira el rostro para encarar a Glenn.

El asiático duda por un segundo.

—Tenemos un lugar —pronuncia la chica—. Pueden pasar la noche ahí.

—No es nuestra decisión que se queden —la interrumpe él, como si no quisiera decirme—. La última vez que intentamos hacer que alguien se quedara los echó a patadas y ambos lo vimos —le explica a su hija—. Sabes que él tiene un tornillo zafado.

—Pero podemos hablar con él, tiene una niña, por el amor de Dios —resolla Hana farfullando—. Rick siempre a tenido un tornillo zafado, pero será solo una noche.

—Hana...

—Está bien —suspiro con escepticismo—. No necesitamos de su ayuda.

—No —me detiene Hana—. Glenn, no podemos dejar que se vayan.

Glenn vuelve sus ojos hacia mi. Me estudia por varios segundos y luego repara en mi hija suspirando. Veo como una de sus manos guarda algo que sostenía entre sus dedos dentro de su bolsillo y luego abraza a la chica por los hombros asintiendo.

—No podemos prometer nada. Pero una noche es mejor a que se queden merodeando en el bosque.

Siento una tranquilidad avanzar dentro mío al escucharlo pronunciar eso pero, ¿puedo confiar en ellos? A pesar de mostrarse tan sensata, no conozco para nada a Hana, ni mucho menos a Glenn, no sé cuáles son sus intenciones.

—¿Dónde está su campamento? —pregunto con vilo.

La chica hace una mueca.

—Primero tienes que responder tres preguntas indispensables —dice, tratando de sonreír curveando sus labios amablemente, a lo que yo asiento—. ¿Cuantos caminantes has matado?

Caminantes, es un interesante nombre para los muertos vivientes. ¿Cuantos he matado? No lo sé... podría decir que unos veinte. No los contaba, pero sí hacía todo lo posible para mantener a Sadie a salvo.

—Menos de treinta —le digo.

—¿Cuantas personas has matado? —pregunta ahora.

Una ráfaga de viento me azota el rostro repentinamente y una fila de imágenes horribles se despliegan por mi mente trayéndome malos recuerdos. Me muerdo la mejilla queriendo no responderle, pero lo está haciendo por una razón, y yo tengo que responder por una más importante: la seguridad de Aera.

—Tres —trago saliva en cuanto pronuncio mis palabras de forma lenta, como si me quemaran la garganta persistentemente.

Hana baja la cabeza pensativa por un corto tiempo y la levanta para mirarme sin parecer sorprendida o asustada por mi respuesta. Glenn, por otro lado, apreta el brazo de la pelirroja con su mano.

—¿Por qué?

Buena pregunta... la respuesta, sin embargo, no lo es tanto. He recalcado muchas veces que todo lo que hago es por mi hija y puede que esa sea una excusa compleja, pero es la verdad.

Tomo una gran cantidad de aire antes de hablar abarcando varios segundos dubitativa.

—Trataron de hacerme daño, y quisieron quitarme a Aera —apreto mis dientes—. No podía permitirlo, ella es todo lo que tengo.

Hana asiente y Glenn frunce sus labios al mismo tiempo. Ambos se miran una última vez antes de acercarse más a nosotras. Mi mano sujeta la de Aera con fuerza en ese momento y por ninguna razón he soltado el arma, aunque mi dedo no está sobre el gatillo, sigo estando alerta.

—Vengan con nosotros —sonríe la pelirroja.

Sin nada más que decir, comienzo a caminar detrás de ellos. Aera levanta la cabeza para verme no muy convencida pero le paso la mano por la espalda para tranquilizarla, mientras le susurro que todo va a estar bien.

—Todavía no me han dicho dónde está su campamento —levanto mi voz lo suficiente para que me escuchen.

Hana le baja el ritmo a su andar y se pone al lado de Aera dedicándole una sonrisita, a lo que mi hija esconde su rostro entre mi pierna y su cabello, sonrojada. Algo me decía que a la chica le agradaban los niños pequeños.

—No es exactamente un campamento —dice Glenn, parándose a mi lado, encogiéndose de hombros-. Y nuestro grupo no es... extenso, para considerarlo una comunidad. Somos pocos, diez para ser preciso —suspira lastimero—. Y nuestro líder, bueno, no está en sus mejores condiciones.

—Le hacen falta un par de tornillos —Hana agita su dedo en forma de círculos al rededor de su oreja, haciendo que Aera suelte una risa cohibida.

Aquel acto hace que mi corazón regocije, pues no la he escuchado reír en un largo tiempo.

—Desearía decir que no es verdad, pero él tiene sus complicaciones —dice Glenn llamando mi atención—. Recientemente perdió a alguien importante, pero eso no me concierne a mi para hablarlo. Pero, en el fondo, es buena persona y un gran líder, lo sabrás cuando lo conozcas —asiente afirmando su propio comentario.

—Tiene un hijo, y una bebé recién nacida —continúa diciendo la chica al lado de Aera—. Entenderá que necesitas quedarte con nosotros por tu hija, y sabrá que no tienes malas intenciones.

—No me conocen —les digo. Y aunque yo no quiero hacerles daño, solo estoy diciendo la verdad, no puedes ser confiado nunca porque no sabes lo que puede suceder.

—Ni tú a nosotros —murmura—. Pero ¿por qué mentiríamos?

No lo sé. ¿Por qué llevar a dos desconocidas a su lugar seguro, dejando de lado que tengo una hija pequeña? Si fuera yo, probablemente no lo hubiera hecho, pero una fibra dentro mío me dice que son buenas personas.

—Antes que nada debo informarte de algo —Glenn detiene su camino cuando escucho el agua de algún arroyo correr revolcándose entre las rocas de su camino—. No sabemos si el día de mañana vayamos a estar vivos, porque hay otro grupo... y no son realmente amigables —toma aire. Mi sistema se enerva—. Yejin, si vienes con nosotros, estarás atrapada en un campo de batalla. Ese es uno de los estragos que ha vuelto a nuestro líder mentalmente inestable.

Le rehuyo a la idea de preguntarle porqué están en guerra, porque sinceramente no es mi asunto. Por la mañana, mi hija y yo nos iremos; me niego a ser parte de una pelea en la cual no tengo nada que ver, y menos poner en riesgo la seguridad de mi hija.

—No quiero causar más problemas —niego con mi cabeza en un intento de dar un paso atrás con Sadie—. Nos iremos en la mañana.

—De todas formas, no te dejaríamos andar ahí sola a media noche con tu hija —repone Hana cruzándose de brazos, dándole una mala mirada a su padre, quien también se muestra reacio a dejarnos ir.

—Rick tomará la decisión de lo crea mejor —dice Glenn—. Por ahora, bienvenidas a la prisión.

El asiático señala con su cabeza algo detrás mío, donde los últimos rayos de luz me pegan en la nuca. Me doy la vuelta repentinamente vislumbrando una enorme prisión en ruinas, con varios caminantes rondando por sus alrededores y abrazo a Aera suspirando, acariciando su cabello.

Sorpresivamente, tengo un buen presentimiento, pero no sé lo que sea.




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