capítulo único

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Las manos delgadas y de largas uñas pintadas de extravagante color azul –con cierta cristalería simpática adherida en las puntas para decorado– corrieron sobre el alfombrado en la más abierta fascinación. Sí, esta era tan áspera como para echarse y rascarse la espalda. No lo hizo de inmediato, pero vendría luego. Con cierta dificultad irguió el torso y notó con fabuloso pavor cómo, y las tocó con suavidad porque vaya que era loco, de su torso salían dos pequeñas montañas. Unos pechos turgentes, suaves y sensibles. ¿Cómo es que no...? Ah, al parecer había una tela contenedora para que no salten cuando dio par de pasos bruscos. Pasos temblorosos, de escuálido valor, que la llevaron hasta el sofá donde resistió la gran tentación de echarse al sol por lo que resta de la tarde. Afuera el sol seguía siendo una bola caliente de fuego tan alto que daba placer intentar verlo y cegarse con la luz; pero en su piel el sol era... incómodo. No había el placer incomparable de sentirlo colarse en tu cuerpo hasta entibiar hasta el más mínimo rincón de tu existencia. Por eso, bufó irritada.

Alto ahí. Intentó nuevamente. Pfff. Sí, aquel sonido carecía del carismático mal genio de siempre. Inspiró –notando graciosamente cómo aquel par de pechos se levantó en el movimiento– y retuvo el aire hasta que tuvo que dejarlo salir con una tos seca. Con la punta de la lengua exploró el interior de su boca y era desconcertante sentirla amplia, húmeda, suave. Bueno, su lengua lo era. El músculo, por fortuna, obedeció el comando de remojar sus labios, aunque no alcanzó hasta su nariz. Por eso, tuvo este otro impulso de rascar tras su oreja con aquellas azules y brillantes uñas –que al sol parecían más viva su coloración– y notando la flexibilidad de su extremidad la llevó hasta el frente y chocó contra su nariz. Seca. Largo tabique. ¿Sin bigotes?

Oh, no, no, no, no. Sus bigotes no, por favor. ¿Qué haría sin ellos? ¿Cómo...?

Desde algún lugar de la casa le llegó un sonido de alarma. Estridente, molesto, que en otra oportunidad la habría hecho erizarse y salir corriendo de donde sea para que no aturda sus sensibles orejas. Pero esta vez fue soportable. Incluso, tuvo que estar pendiente del sonido para no perderlo bajo el bullicio de una avenida en hora pico. De hecho, no estaba segura de que pudiera oír más que los sonidos cercanos. Una desventaja para sus paseos nocturnos, sin duda. Siguió con su nariz, derrotada su postura cuando dejó caer los hombros y con ello su cuerpo se encorvó. Tomó asiento a ciegas sobre una silla junto a la mesa que alcanzó en su descompasado andar.

Sentada, apoyó el codo en la mesa y en su mano la cabeza mientras, aburrida, observó alrededor. Todo pintaba mal. Su instinto, que parecía borracho porque no lo percibía lúcido y perspicaz al espacio, le decía que aguardara con calma a que todo se explicase o explotase. Por otro lado, una voz dentro de su cabeza retumbó a gritos de auxilio y otro tanto par de incoherencias más que no atribuyó más que al extraño despertar. Cuando había abierto los ojos y se vio sobre el suelo, junto a la puerta, a menos de medio metro de la llamativa alfombra –áspera, pero colorida–, ya entonces supo que algo no estaba bien. No del todo. No mientras no podía ver más que un conjunto de irrisorios detalles de su cuerpo.

Meneó la cabeza, estiró el cuello alto cuando otro sonido fue captado por sus oídos. Parecía una melodía... sí, era una canción. ¿Cómo es que esta maraña de notas que antes supo enfadarla ahora le agradaba al punto de encontrarse moviendo la cabeza siguiendo el ritmo? Fue en este gesto perdido que su coleta se desató y por sus hombros cayeron largos cabellos castaños que la paralizaron. No podía ser cierto. Con renuencia, se enderezó –provocando que el cabello caiga más en su pecho– y llevó las manos que ya no escondían el temblor de miedo, hasta sujetarlo. Era deliciosa la sensación en sus palmas, en la yema de sus dedos, y al respirar hondo hasta atrapó cierta esencia frutal. Patéticamente se lo restregó contra la cara y sonrió, contra su voluntad, por lo bien que se sentía aquello. Casi como reconciliarse con una vieja amiga. Pero esta amiga era el misterio de cómo acabó como acabó y qué haría para deshacerlo.

La voz de su cabeza pareció arrullar consuelos en sintonía del momento de unión entre la rareza y la aceptación que experimentó con aquella muestra de cariño. Los siguientes minutos con los ojos cerrados a lo raro del momento fueron de mansa calma y una paz cómplice. Al instante en que volvió a abrir los ojos, tuvo que enfocar la vista por la somnolencia que cayó en su cuerpo, y divisó en el cristal frente a ella la imagen traslúcida de una muchacha hermosa. Se reconoció en la expresión desconfiada que compuso mientras trató de alzar los hombros otra vez para advertir que no estaba indefensa. Cayó en cuenta que era su reflejo y el pánico quiso asfixiarla, pero aplacó la desesperación cuando vio en qué se estaba reflejando: la puerta del balcón que estaba entreabierta.

El sol se colaba como un intruso que sabe que no debe pasar límites, pero que no le importa obedecer. Y llamaba por ella. Así que se levantó, afirmándose en las torneadas y bronceadas piernas, absorbiendo el frescor del suelo en las plantas planas de sus pies, y, contoneando las caderas en una cadencia sensual, marchó hasta la puerta. No había mucho que hacer ahora más que esperar a que todas las piezas caigan en sus sitios. O lo que sea.

Atravesó la puerta y salió al balcón. El sol estuvo sobre ella enseguida, calando sus huesos y conteniéndose en su interior como si quisiera morar para siempre allí. Estiró el lomo y elevó el trasero hasta que su cola meneó en lo alto en una vibración graciosa. Las garras de sus manos asomaron de sus peludos deditos y ya no azul ni pedrería decorativa, apenas zarpas que le permiten trepar, rascar, atacar. Un aroma dulzón de la menta que duerme en la maceta más alta le saludó y sus bigotes –¡sus bigotes largos y blancos!– temblaron cuando estornudó.

Satisfecha de volver, maulló.







Nota:

Bueno, Galle, ya sabes que la consigna era escribir del tirón y sin pensarla mucho: "Una puerta que lleva a un lugar desconocido" . La verdad es que creí que sería más fácil, pero no jaja

Hemos hablado de Hwasa, y yo venía de pensar una historia con ella para un edit, así que dije "okay, vamos con ella".

No sé qué tal salió, pero fue divertido intentar. Lo tengo hace días guardadito, pero respeté el día de publicación.

La canción del multimedia está apenas porque iba a ser el título del OS, pero luego no e igual quedará porque es chachi.

A quien pasee por aquí, ¡gracias por leer!

:)

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