020

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng


Aubrey

No recuerdo en qué momento de la noche caigo rendida con él masajeando mi cráneo, pero al despertar todavía siento sus dedos en mi cabeza aunque no esté.

Restriego mis párpados sintiendo que mis ojos son el doble de lo que normalmente son y frente a mi, sobre el escritorio, aparece una bandeja de comida con una nota. El rugido de mi estómago hace que me ponga en pie y vaya hasta allí sin siquiera poder estabilizarme bien todavía.

Come.

Es lo que dice la nota, y esta vez no pienso tirarla a la basura. Unos gofres están puestos uno encima del otro con fresas cortadas por encima y un chorro de miel que va por encima de la nata.

No me molesto en ir a la cocina a por tenedores y empiezo a comer con la mano, teniendo cuidado de no manchar algún cuaderno. Después me bebo el zumo de naranja casi de un sorbo y llevo la bandeja a la cocina, sin saber bien dónde dejarla tras limpiar todo. Que yo sepa nosotros no teníamos bandejas de cama.

—Buenos días. —murmura Alana en un bostezo detrás mía y no puedo evitar sonreír. Últimamente la veo nada y menos por casa.

—¿Qué tal has dormido? —pregunto con una sonrisa que se va desvaneciendo al ver la seriedad de sus facciones. Sus ojos están fijados en mi cuello.

Antes de poder decir algo al respecto ella se me adelanta.

—¿Quién te ha hecho eso?

—Oh, no es nada. Es solo que Trent y yo estuvimos probando cosas nuevas. Ya sabes. —suelto con una media sonrisa que hace todo más creíble.

—¿Que ya sé el qué? —pregunta ella con las mejillas sonrojadas.

—Era un decir. —murmuro arrugando el ceño con confusión. ¿A qué viene eso?

—Ah, si claro. —responde entre una risita nerviosa antes de desaparecer en el baño casi corriendo.

Me está ocultando algo. Lo sé. Pero yo no estoy en una mejor posición que la de ella.

Siempre pensé que era capaz de contarle lo que sea a Alana, hasta incluso le conté con pelos y señales los detalles de mi primera vez, pero jamás fui capaz de compartir mi pasado con ella, y lo que está pasando con Eros y el hombre de las sombras siento que es igual de oscuro o incluso más.

Tal vez sea por la comodidad que me transmite Eros, o lo importante que me hace sentir la sombra al ser yo su único foco de atención. Suena como la mierda, pero de una forma u otra siempre encuentro alguna excusa para no alejarme de ellos.

Lo peor es que me estoy acostumbrando, poniendo cada vez menos resistencia para que sigan metiéndose en mi vida. Lo odio y sé que no hay nada que pueda hacer para que pase lo inevitable.

—¿Te espero para ir juntas? —habla Alana con su pelo ahora recogido en una coleta.

—No. Ve tu primero, yo tengo que ir a imprimir unas cosas. —miento con una sonrisa corta.

Todavía tengo que encontrar la manera de quedarme en casa sin sentirme culpable como la mierda por faltar cuando prometí que no volvería a estos malos hábitos. Y faltar a clase un día se hace adictivo. La otra opción sería ir y pasar por la posibilidad de cruzármelo.

De tan sólo pensarlo el corazón se me acelera. A pesar de todo no puedo evitar sentir tristeza por el rumbo que ha tomado nuestra relación, me siento como una mierda con patas cada vez que pienso en lo hipócrita que he sido.

Yo, que siempre abogo por la fidelidad y la lealtad soy la que acaba poniendo los cuernos a su pareja justo cuando acabamos de formalizarla. Simplemente genial. Y con nada menos que con uno de sus amigos y aparente jefe.

Antes de nuestra "charla" me admitió que a veces le hacía favores a su familia, como llevarlos a sitios o hacerles la compra. No es algo de lo que avergonzarse, pero parece ser que para él si.

—Oh. Bueno. Envíame un mensaje cuando llegues. —dice apretándome en sus brazos con gentileza.

—Lo haré. —respondo una vez nos separamos.

Cuando se va y cierra la puerta dejo escapar un suspiro cansado.

Mientras hago el intento de arreglarme el pelo y la cara mis tripas no paran de removerse inquietas, la sangre corre con más rapidez por mis venas y siento los latidos de mi corazón en los oídos.

Va a ser un buen día. Todo saldrá bien. Repito en mi cabeza sabiendo perfectamente que no va a ser así ni de lejos.

Al tener la coleta medio hecha una arcada hace que corra al baño y expulse todo lo ingerido esta mañana en el retrete. Mi estómago sigue teniendo contracciones que no puedo controlar, haciendo que expulse un líquido amarillo.

Después cierro los ojos manteniendo a raya la necesidad de volver a vomitar y me incorporo poco a poco, tirando de la cadena antes de ir al lavabo y enjuaguarme la boca primero con agua.
Al cerrar el grifo y coger el enjuague bucal el timbre de la puerta suena y yo salgo del baño, abriendo la puerta sin mirar antes pensando que se le habrá olvidado algo a Alana.

Mis ojos se agrandan al encontrarme a Eros mirarme desconcertado.

—¿Qué haces todavía así? Llegaremos tarde. —murmura con una voz ronca después de escudriñarme entera, deteniéndose en mis pechos por más tiempo de lo necesario.

—¿Qué?

—Te estoy esperando para irnos juntos. —aclara dándome una mirada que indica que he perdido la cabeza.

Como si hubiera sido yo la que se plantó en casa de otro para ir juntos a clases sin preguntar. Clases a las que por cierto me he dado cuenta que no va.

—No sé si vaya ir. No me encuentro bien. —digo ocultando la verdadera razón por la que no quiero ir. Él da un paso más adelante, agachando su cabeza hasta tener su nariz casi rozando la mía.

—Has vomitado. —suelta en una afirmación que me hace sonrojar de la vergüenza.

—Ya te he dicho que no me encuentro bien. —replico entre dientes con una mala mirada, echando mi cabeza hacia atrás un poco. Aunque no sé con qué intenciones ha soltado ese comentario.

Él pasa su lengua por mis labios manteniendo sus ojos fijos en los míos. Ese gesto hace que quiera cavar un hueco en el suelo y enterrarme en él.

Cuando incrusta sus dientes en mi boca abro la boca para protestar, cosa que él aprovecha para arremeter contra mi lengua con ferocidad probando los restos de mi vómito.

—¿Qué haces? —pregunto empujándolo unos centímetros lejos. En este punto mis mejillas están a punto de coger fuego por lo calientes que están.

Él sonríe castamente limpiando mi saliva de sus labios con la lengua.

—Saborearte. —responde con simpleza.

—Eso es asqueroso. —murmuro con una mueca que le hace ampliar su sonrisa.

—Me gusta sucio. —habla moviendo sus hombros.

Antes de poder decir algo más me aparta y se mete a mi casa, quitándose la mochila y lanzándola al sofá.

—¿Qué sientes exactamente?¿Te duele el estómago?¿Has tenido fiebre?¿Diarrea? —pregunta rebuscando algo en mi cuerpo.

—¿Ahora eres mi médico? —murmuro con sorna cerrando la puerta, haciéndome a la idea de que no voy a poder echarlo.

—Podría serlo pronto. —responde con una sonrisa ladina, pero no hay ningún rastro que indique que esté bromeando.

—¿Estás estudiando medicina? —hablo con el ceño fruncido, tomando su silencio por un sí.

Ahora entiendo porque nunca viene a clase, él no está estudiando negocios.

—¿Y no crees que eso discrepa un poco con tus hobbies? —continúo con una sonrisa irónica siguiéndolo hasta el baño.

Él parece estar buscando algo por los cajones del pequeño armario con espejo que tenemos sobre el grifo.

—No. De hecho me ayuda a hacer muchas cosas relacionadas con mis hobbies. —responde con su atención puesta en encontrar eso que tanto busca.

—Ya veo. —musito irónicamente.

Después mis ojos caen en el termómetro que sostiene.

—Abre la boca. —habla acercando el bulbo del termómetro a mis labios.

—Ya te he dicho que no tengo fiebre.

—Abre la boca. —repite comenzando a impacientarse.

Con un resoplido le doy acceso a que coloque el termómetro bajo mi lengua. Sus labios van a mi frente mientras esperamos a que el termómetro pite.

Ese gesto hace que mis pulmones se contraigan, causando un cosquilleo en mis costillas y haciendo que me sea más difícil respirar. Y por un momento tengo miedo de que se de cuenta de lo que puede llegar a provocar en mi cuerpo, porque el día en que lo haga no voy a poder seguir fingiendo y todo mi esfuerzo en combatir la ponzoña de sus labios se habrá ido.

Solo es tensión sexual. Repítelo hasta que te lo creas. Me aconseja mi mente, y así lo haré.

—¿Lo ves? Todo normal. —digo al ver el número del termómetro. Él lo lava y lo deja en el armario.

Luego vuelve a posar su mirada sobre mi.

—¿Qué has comido? —pregunta con un atisbo amenazante detrás de sus palabras.

—No estoy enferma, solo estoy nerviosa. —admito mordisqueando mi labio inferior en un intento de controlar la vergüenza que me da admitir cosas así de íntimas frente a él.

Estar nerviosa es algo normal, pero admitir que vomito y tengo mal estares estomacales por eso frente a Eros me da vergüenza. Por alguna razón quiero ocultar a toda costa esa parte inestable y trastornada.

—¿Estás ansiosa? —pregunta uniendo las cejas en una expresión confundida. —¿Por qué? —habla después, su voz es una más suave.

—Recibí un mensaje de Trent. —al escuchar su nombre él tensa la mandíbula. —Él...bueno, digamos que no está muy contento conmigo. Está cabrea...

—Ni siquiera estábais saliendo. —me corta escupiendo las palabras entre dientes, la vena de sus músculos resaltan lo poco que le agrada el tema.

—Me amenazó. Dijo que si me veía me iba a... —antes de poder terminar coge mi rostro entre sus manos y clava sus ojos en los míos.

—Antes de que alguien pueda siquiera pensar en hacerte daño, le arrancaré la cabeza. —murmura con el azul de sus ojos brillando con una intensidad que bien puede equipararse a la determinación con la que habla.

—Tengo miedo. —admito en una voz baja, dejándome llevar por ese sentimiento de familiaridad que me dan sus brazos.

Él curva sus labios en una sonrisa corta antes de atrapar un mechón suelto de mi coleta entre sus dedos, empezando a jugar con él mientras habla con una voz áspera en un susurro cerca de mis labios.

—¿Por qué?¿Tienes miedo de que finalmente te vaya a disparar? —pensar en que si no hubiera sido por Eros él hubiera sido capaz de hacerlo me trae escalofríos que me hacen jadear.

Después lleva una mano a mi cuello apretado sin hacerme daño, colocando sus dedos justo en las marcas de los de Trent.

Mis ojos se estrechan en los suyos sin saber bien qué está pasando y mis muslos se aprietan por la extraña lujuria que me trae la situación. Mi interior arde porque me siga tocando, pero la mirada feroz de sus ojos hace que quiera salir corriendo.

—¿De que consiga asfixiarte como ya intentó? —continúa acercando su oreja a mi oído. —¿Qué sentiste al tener tu vida en sus manos?

Sus dedos se clavan en mi piel como si quisiera atravesarla, pero a diferencia de lo que viví con Trent no temo por mi vida y el dolor se convierte en algo no tan doloroso. Aunque eso no evita que los recuerdos vengan a mi mente, acelerando las pulsaciones de mi corazón que acompañan a mi respiración irregular por el obstáculo de sus dedos.

Luego su mano abandona mi pelo y acaricia mi estómago hasta detenerse en la cintura de mis pantalones.

—¿De qué tienes miedo? —sus ojos me miran atentos, esperando por una respuesta que solo alimentará más sus deseos pérfidos.

Cuando no respondo me empuja hacia atrás, dejando mi espalda contra el frío del mármol, y lleva una de sus manos por dentro de mis pantalones de dormir, rozando la tela de mis bragas de lunares.

Lo repentino de su tacto hace que mi cuerpo se paralice de deseo mientras mi cabeza todavía sigue atemorizada pensando en lo que es capaz de hacerme Trent si me encuentra, y sus preguntas llevándome a aquel lugar intencionadamente no lo hace mejor. Es una rueda de la que no puedo salir, no hasta que hace las bragas a un lado y mete sus dedos palpando mi humedad.

—¿Imaginas cuántas puñaladas te daría? —susurra en mi oído antes de acariciar mi clítoris con su dedo pulgar.

Eso parece hacer reaccionar a mi cuerpo que arquea la espalda con ansias de más.

—¿Cuántas? —insiste introduciendo un dedo en mi cavidad.

El aflojamiento de sus dedos en mi garganta me permiten tener un poco más de aire. No es suficiente para hablar con libertad.

—¿Diez?¿Quince? —la única respuesta que recibe de mi es un gemido que se queda atascado en mi garganta.

Su boca arremete contra la mía a la vez que sus dedos se mueven con más rapidez y brusquedad. Tengo que abrir más las piernas para darle un mejor acceso.

Justo cuando estoy a punto de perderme en una espiral de placer él vuelve a apretar sus dedos, cortándome toda la respiración. Pero si pienso que eso hará que pierda todo el deseo estuve equivocada, porque solo hace que me sienta bajar por una montaña rusa, ahogando un chillido de placer en su boca.

Ni siquiera noto la sangre que sale de mis labios hasta que se separa y aleja sus manos de mi cuerpo. El sabor metálico queda en un segundo plano cuando el de su boca se hace presente.

Él me da una mirada hambrienta a la vez que limpia sus dedos con su lengua todavía manchada de mi sangre, tomando su tiempo en saborearme.

—¿Sigues teniendo miedo? —pregunta ladeando su cabeza con una sonrisa, a lo que yo niego con rapidez, no queriendo descubrir qué es capaz de hacer si le digo que si.

Su cara desencantada hace que arrugue el entrecejo. Él definitivamente tiene más incógnitas de las que voy a llegar a descubrir algún día.

—Te espero abajo. —murmura dejando un casto beso en mi mejilla antes de salir del baño. —No tardes. —dice por último cerrando la puerta de la entrada con la mochila colgando en su hombro.

No me deja tiempo a protestar, aunque lo cierto es que ya no me parece tan mala idea ir. Al fin y al cabo posponer mi vida por miedo a lo que vaya a pasar no va a mejorar la situación. Vamos a fingir que no has cambiado de idea por el donde estaban sus dedos un minuto atrás. Reprocha mi cabeza en una voz burlona, y esta vez no le quito la razón.

Con un resoplido voy a mi armario pensando en dos cosas. Uno, ¿Por qué demonios actúa como si esta fuera su casa? Y dos, ¿Cómo sabe lo de mi discusión con Trent? Ah, y tres, ese ha sido el mejor orgasmo que he tenido nunca.







—Gracias a las llamas del infierno. —se queja Eva a mi lado metiendo su MacBook en el bolso.

Después de las tres horas seguidas que hemos tenido de clase lo que menos quiero es quedarme en el aula, pero prefiero eso miles de veces antes que salir.

—¿No vienes? —pregunta después al ver mis cosas en la mesa.

—No. Me quedaré a terminar un trabajo.

—Te puedo traer una ensalada, ¿Te gusta la ensalada césar?

—No, no hace falta, de verdad. —digo con una sonrisa que a ella no parece convencerle por la arruga de su entrecejo.

—Como prefieras. —termina por decir antes de marcharse.

Al poner mi atención otra vez en el libro una sombra frente a mi hace que levante la cabeza encontrando la mirada confusa de Henrik.

Al haber llegado tarde el único sitio disponible era al lado de Eva.

—¿Estás bien? —pregunta analizando mi rostro en busca de algo. —Dime en qué año estamos.

—¿Qué?

—¿Eres Aubrey o un alienígena que viene de Júpiter? —una risita burbujea por mi garganta hasta que se me escapa y Henrik cambia su cara confundida a una divertida. —En serio, ¿Qué haces todavía aquí? Y estudiando además. —habla señalando el libro.

Yo muevo los hombros con una sonrisita.

—La gente cambia. —murmuro viendo cómo a sus espaldas Eva se lanza a los brazos de Eros diciéndole algo que desde aquí no escucho siendo ajena al brillo que resalta el azul de sus ojos.

Verlo así de afectuoso con su hermana hace que sea más complicado catalogarlo y que mi intriga por él crezca a niveles difíciles de controlar.

Mis entrañas se retuercen de los celos al ver cómo Eva planta sus labios en su mejilla. Es su hermano. Me repruebo a mi misma obligándome a dibujar una sonrisa para disipar mis estúpidos celos.

Además, no tengo porqué sentir celos, él a mí ni siquiera me atrae de forma romántica.

—Si claro. —responde irónico antes de meter la mano en su bolsillo y sacar algo. —Bueno, de mientras yo iré a respirar algo de aire. —añade moviendo un cigarro de cannabis en sus dedos disimuladamente.

Tengo que morder la punta de mi lengua para no saltar de mi sitio y seguirlo. Sería capaz de pagar lo que fuera ahora mismo por un porro. 

—¡A tu salud! —grita antes de salir por la puerta ignorando la mirada que le dirige Eros.

Eros la baja al suelo con delicadeza y se despide de ella con un beso en la frente, después Eva me lanza un guiño y sigue los pasos de Henrik.

Mis dedos comienzan a flojear su agarre en el bolígrafo al verlo acercarse a la mesa de reojo.

—Hola. —murmura con un ápice burlesco detrás.

Por un momento sus ojos recaen sobre el pañuelo de mi cuello y luego brillan aguardando unas intenciones que podría adivinar por cómo relame su labio inferior, sacando a relucir el piercing de su lengua.

—Hola. —respondo de vuelta sin mirarle con un calor subiendo por los mejillas. No te fijes en su lengua.

—¿No te alegras de verme? —pregunta cogiendo el asiento de mi lado.

—Nos vimos hace tres horas. —digo dejando de subrayar el texto para fijarme en sus ojos entrecerrados en mí.

—¿Y? —responde moviendo las cejas hacia arriba.

—¿Qué haces aquí? —pregunto en un claro intento de desviar el tema.

—Quería que fuéramos juntos a la cafetería, pero me ha dicho Eva que no quieres ir. —habla con una interrogación palpable a lo último, rememorando nuestra peculiar conversación en el baño de mi casa.

—No me apetece. —digo con rapidez, ignorando el cosquilleo que trae a mi cuerpo el hecho de que quiera ir a todas partes conmigo.

Él saca de su mochila una especie de contenedor de plástico junto a un tenedor y una botella de agua.

Después cierra mi libro y lo echa a un lado junto a mis apuntes.

—Come. —murmura empujando el recipiente.

Presa de la curiosidad destapo el contenedor encontrando un puré de patatas, unas zanahorias asadas junto a un trozo de filete partido en trozos y otras verduras.

El olor empieza a repartirse por toda la clase, llamando la atención de los pocos estudiantes que quedan en el aula.

—¿Lo has hecho tú? —pregunto con una mueca incrédula.

—Mis cocineros, pero les di la receta así que es como si lo hubiera hecho yo. —la seguridad con la que habla hace que se me escape una carcajada.

—No es lo mismo. Además no se necesita ninguna receta para hacer un trozo de carne con verduras a la plancha. —digo conteniendo otra carcajada.

Su ceño se arruga como si le hubiera soltado alguna estupidez, y por un momento solo me observa como si fuera una especie de jeroglífico.

—Como sea. —responde finalmente chasqueando la lengua desviando su atención a mi cuello.

Y yo para no darle más atención de la necesaria a los nervios que me da tener sus ojos constantemente en mi pincho un trozo de carne y lo acerco a mis labios.

Una cosa que tiene en común con la sombra es su persistencia por alimentarme. Si las navidades no estuvieran tan lejos pensaría que lo hacen para matarme y comerme después.

Ese pensamiento hace que se me escape una sonrisa cerrada reflejando la carcajada que quise soltar, Eros a mi lado entrecierra sus ojos en mis labios como hace cada vez que sonrío. Es algo particular que preste tanta atención a algo tan simple como una sonrisa, pero comienzo a acostumbrarme.

A veces me gusta la forma en la que me observa como si fuera, algo extraordinario, alguien que no puede descifrar, porque el sentimiento es jodidamente mutuo.

—Tenemos una conversación pendiente sobre tu amante, amor. —murmura cerca de mi oído escondiendo un mechón de pelo detrás de mí oreja. Su mirada se hace más intensa a cada palabra.

El trozo de zanahoria se queda atascado en mi garganta y tengo que darle un gran sorbo a la botella de agua para bajarlo.

—Mmm. Iré al baño. —murmuro con rapidez y una sonrisa forzada en un intento por desviar la conversación.

No es como si fuera a levantarse y perseguirme hasta los aseos como si fuera mi ángel guardián para contarme las salvajadas que pretende hacerle a Trent y después pedir mi bendición.

Él parece querer decir algo cuando su móvil comienza a vibrar con una llamada entrante que coge enseguida.

Al adentrarme a los pasillos ahora vacíos los pelos de mi nuca se erizan y mi estómago comienza a enroscarse con el aviso de nuevas náuseas.

Cuando el silencio se hace insoportable acelero mis pasos apresurándome a los aseos más cercanos ignorando el miedo que consume mi oxígeno poco a poco.





Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro