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Eros

Empujo la hoja del cuchillo hacia abajo con un poco de fuerza. El fémur siempre es más resistente. Cuando tengo el muslo dividido en varios trozos los lanzo al cuenco de metal junto al resto de carne troceada.

Después observo las dos manos, una sonrisa se curva en mis labios mientras planeo lo que haré después con ellas. Dejándolas a un lado de la tabla de cortar cojo el corazón, mi piel se ensucia aún más de sangre fresca a la vez que deslizo mis dedos por la parte blanquecina de la arteria aorta. Mi nariz le abre paso al olor metálico tan intenso que casi puedo saborearlo en la punta de mi lengua.

Por un momento la rabia que apareció cuando lo vi responderle de esa forma cuando le pregunto donde estaba el baño vuelve a brotar haciendo que mi vista se nuble. Después de esto me aseguraré de que nadie vuelva a hablarle mal, de hecho, todos deberían de besar el puto suelo que ella pise.

Giro la cabeza al escuchar la puerta de la cocina abrirse, es un dogo argentino. El hijo de puta tiene apenas cuatro meses y su olfato ya distingue a la perfección cuándo hay comida. Muevo la cabeza a un lado viéndolo olisquear el aire, probablemente buscando de donde proviene la sangre.

—Hey. Aquí chico. —lo llamo dejando el corazón en el suelo.

Los cuerpos humanos tienen más utilidad de lo que la gente cree. Incluso después de muertos.

Antes de poder soltarlo del todo viene trotando hacia mi y lame mis dedos con urgencia limpiando la sangre, dejo escapar una risita por las cosquillas que su lengua provoca en mi mano y palmeo su costado mientras él engulle casi de un bocado el músculo.

—Eh, despacio. —murmuro llevando mis dedos a su cabeza haciendo círculos allí.

Eso parece calmarlo un poco. En la cocina solo se escucha su férrea respiración y sus dientes desgarrando la dura piel, masticando y destrozando.

Es jodidamente poco agradable de escuchar y su manera de comer me recuerda a Nik cuando tiene hambre.

—Bienvenidos. —escucho que uno de nuestros mayordomos dice en el recibidor.

Las paredes no son finas, pero con el silencio no es difícil escuchar lo que pasa en las salas cercanas. Después unas maletas empiezan a rodar y unos tacones retumban al otro lado. Han vuelto.

Con el corazón casi en la boca me lavo las manos en el grifo y me las seco sopesando mis opciones de ir a mi habitación sin ser visto, lo cual es poco posible. Luego llevo mis ojos a la camiseta negra manchada con pequeñas gotas rojas y maldigo en voz baja. No me da tiempo de subir a cambiarme.

En cuanto abro la puerta y doy dos pasos mis ojos se chocan con unos verdes y el rostro de mi madre se ilumina con una sonrisa, tragando un resoplido me preparo para estar de nuevo en sus brazos, lo que sucede en cinco segundos. Detrás nuestro mi padre se cruza de brazos y me mira sin ninguna expresión, aunque por dentro sé perfectamente lo que está pensando.

—Solo han sido tres días. —replico sintiendo mis costillas fusionarse entre ellas por la presión de sus brazos.

Cuando por fin se separa ahora son mis mejillas las siguientes víctimas.

—Sabes que para mi siempre es un martirio estar lejos de vosotros. ¿Has estado comiendo bien? Te veo más delgado. —murmura inspeccionando mi cuerpo, hasta que se detiene en las manchas de mi camiseta y vuelve a subir la mirada, esta vez con un atisbo curioso y una sonrisa ladina.

—Estoy bien. —digo antes de que pueda hablar.

No la quiero haciendo preguntas sobre quién es esta vez. No necesito a mi padre enterándose de las razones por las que decidí acabar con uno de los nuestros. La situación ya está lo suficientemente jodida.

Casi como si me hubiera leído el pensamiento mi padre se gira haciendo un movimiento de cabeza, indicando que lo siga al despacho. Antes de desaparecer por la puerta miro hacia atrás por encima del hombro. Mi madre me da una sonrisa forzada y levanta el dedo pulgar. No hay nada que mi padre sea capaz de ocultarle a mi madre, así que seguramente lo sepa todo.

Sacudo la cabeza siguiendo los pasos firmes de mi padre, ahora mismo me siento como un cordero yendo al matadero con la diferencia de que la incertidumbre será lo que me mate antes.

En el despacho él mantiene la puerta abierta esperando a que sea yo el primero que entre, luego la cierra detrás de él y va a sentarse en el sillón que hay en el gran escritorio. Yo cojo uno de los asientos que hay frente a él manteniendo la compostura como si me fuera a servir para esconder mi nerviosismo y ser capaz de mirarle a los ojos por más tiempo bajo el silencio incómodo.

Los castigos de mi padre siempre han sido severos y muy efectivos, nada de dolor, pero de una forma u otra se las arreglaba para que aprendieras la lección y nunca te olvidaras del error que cometiste.

Su carraspeo me hace pestañear aclarando mi visión de su sonrisa incipiente. Otra señal de que la he jodido enormemente.

—¿Qué tal la semana? —pregunta con una voz casual acercándose unos escasos centímetros que son más que suficientes para erizarme los pelos del brazo.

—Bien. —respondo echando la espalda hacia atrás y dejando mis manos caer sobre mi regazo.

Él ladea la cabeza curvando sus labios hacia arriba.

—Has estado haciendo cosas muy raras últimamente. —habla haciendo hincapié en raras, su acento ruso se hace presente con cada palabra que suelta de sus labios. —Asi que te lo preguntaré de nuevo. ¿Qué tal la semana? —esta vez sus ojos tienen un brillo amenazante.

—Hemos enfrentado un par de problemas, nada que no se pueda arreglar. —mi voz comienza a tener un tono dubitativo apenas perceptible.

—Espero que tengas una buena razón para haber dejado con vida al hombre ese. Y que esa razón no sea una de sus dos hijas. —murmura estrechando sus ojos en mi.

Mentirle era añadir otro escalón más a lo que sea que pretendiera hacer, y mi silencio tampoco iba a ayudar.

—Te dije que lo matarás si no tenía el dinero, no que le dieras un ascenso a chófer y mataras al nuestro en sus narices. —las palabras salen de su boca forzadamente, conteniéndose de gritarlas hacia mi. Al yo no decir nada suspira y hace una breve pausa. —¿Qué mierdas pasa?

Aprieto mis labios en una fina línea evitando mirarlo. La vergüenza está a punto de hacer su aparición en mis mejillas, pero lo evito centrándome en los anillos de mis dedos.

Nunca he hablado de mi vida amorosa con mi padre. Con mi madre y Eva siempre han habido los típicos cotilleos de cuando me atraía una chica, pero con mi padre es jodidamente diferente.

Decirle que me interesa alguien es poner una etiqueta sobre esa persona y planear una boda con ella. Él ha estado toda la vida enamorado de mi madre y nunca se fijó en nadie más, cree en que siempre existe una persona para cada uno de nosotros y se opone firmemente a que lleváramos un estilo de vida promiscuo.

A día de hoy es más de lo mismo o incluso peor. He conseguido esconder mi vida sexual bastante bien de sus narices, razón por la que sospecha que soy gay y tengo miedo a salir del armario. Mierda, no quiero tener que volver a tener esa conversación con él, así que tal vez contarle la verdad no se ve tan mal después de todo.

—Eros. —sisea entre dientes con una voz baja. Sus ojos idénticos a los míos cogen unas tonalidades más oscuras.

El simple hecho de tragar el nudo que tengo en la garganta se me dificulta y la lengua se me pega al paladar.

Me cuesta un par de segundos en los que creo que se va a abalanzar sobre mi para sacudirme y hacer que arroje unas cuantas palabras al aire.

—Me caen bien. —su pecho baja considerablemente soltando un suspiro.

Es una excusa de mierda, pero sabe lo extraño que es que me caiga tan bien alguien como para hacer excepciones de este tipo. Lo cual hace que ambas ahora estén en la mira de mi padre por lo especiales que pueden ser ante mis ojos. Jodida mierda.

Él me mira con el ceño fruncido, sus labios caen en una fina línea mientras me sigue analizando, mayoritariamente para descubrir si le he mentido. Aunque hay parte de verdad en mi respuesta, las dos me caen bien, Aubrey más que Alana. Mucho más.

Me remuevo en el sillón intentando que con el cambio de posición pueda ignorar lo que poner su nombre en mi cabeza provoca en mis entrañas.

—¿Tan bien como para escabullirte todas las noches en su casa? —mi cara palidece tan pronto como escucho el matiz casi burlesco de su voz. —¿Cuál de las dos es? —su voz ahora tiene unos tonos más suaves, pero eso no evita que mi cuerpo se tense.

—Ninguna. —protesto de forma automática en un arrebato.

Admitir mi extraña obsesión con la mocosa pálida ante mi padre sería un acto de flaqueza en el que no pienso caer. Tengo suficiente con lo que tengo que lidiar a cada hora para que no se meta aún más bajo mi piel.

—Simplemente me caen bien. Eso es todo. —continuo con una voz más relajada. Luego hago el amago de levantarme de la silla queriendo terminar la conversación de una jodida vez.

No tengo una mierda que decir para justificar mi cagada, así que es una perdida de tiempo para los dos. Pero antes de dar un paso lejos de él me detiene con una orden seca.

—Siéntate. No he terminado contigo.

Tenso la mandíbula volviendo a estar bajo su mira. Su expresión parece relajarse por un momento pensando en algo hasta que se levanta y ahora quedamos a pocos centímetros el uno del otro.

—Controla mejor tus impulsos antes de que nos traiga más problemas. —a pesar de la rigidez de mis músculos consigo mover la cabeza en un leve asentimiento.

Su consejo disfrazado de aviso me indica el fin de nuestra incómoda hasta la mierda conversación. Con el corazón a punto de estallar en mi pecho me levanto apoyándome de los antebrazos del sillón.

Estando a cada paso más cerca de la puerta consigo respirar mejor, hasta que su voz vuelve a irrumpir el silencio y detengo mis pasos. Tocando el paladar con el piercing de mi lengua me doy la vuelta, miro con una confusión oculta los brazos que mantiene abiertos para mí y voy de nuevo hasta él, dejando que me someta a una cárcel de carne y hueso.

A sus cuarenta y ocho años de edad sigue manteniendo la forma robusta de su cuerpo, perfectamente comparable al de un joven de mi edad, pero ni siquiera ellos tienen esa rigidez en los músculos la mayoría de veces. Su cabello está libre de cualquier cana y su cara no tiene ni una sola arruga. Al igual que mi madre, se mantiene bastante bien, casi como si los años no pasaran por ellos dos.

Aprieto mis labios reprimiendo un quejido adolorido. Cuando se separa mantiene sus manos en mis brazos sin llegar a soltarme del todo y sus labios se curvan en corta sonrisa.

—Puedes contarme lo que sea. Lo sabes. —asegura apretando mis brazos.

—Si. Lo sé. —mi cuerpo se siente más ligero y eso me ayuda a sonreír.

Por un momento quiero creer que se ha creído mi mierda, pero eso es solo una fantasía. Mi padre es la persona en la que más confío, a veces incluso más de lo que lo hago en mi mismo. El fue el que me enseñó a cómo mantener la cordura cuando mi respiración se vuelve irregular acompañando los acompasados latidos de mi corazón mientras que ese pitido en mi cabeza se apodera de mis manos.

No es partidario de las tantas estúpidas pastillas que me recetaron los médicos en mi infancia o las terapias a las que me quisieron someter, y yo tampoco. Pero mi miedo a su reacción a algunos temas es mayor que mi confianza. Odiaría tener que ver la decepción en sus ojos algún día.

Después de salir del despacho regreso a mi habitación con el cuenco de metal en las manos y pongo los trozos de carne en el comedero volviendo a pringarme de sangre. Todavía le queda un poco de agua así que no tengo que ir a por más.

Doy un par de toques a la cristalera llamando la atención de Kira. Ella no tarda en abrir la boca enseñando sus dos dientes afilados y su lengua bífida antes de absorber los trozos de carne formando un bulto que va desde su cuello hasta el estómago.

Por alguna razón, hasta ver a mi serpiente alimentarse con las sobras del hombre que he matado horas atrás me recuerda a ella. Odio tenerla tan presente, acordarme de ella haciendo algo tan usual.

—¿Cómo crees que pueda detenerla?
—pregunto a Kira ladeando la cabeza como si me fuera a responder.

Suspirando me dejo caer en la silla del escritorio, delante las notas que he cogido de su diario me recuerdan lo idiota y patético que estoy siendo.

Me costó toda la vida aprender a tomar las riendas de mi mismo cuando pierdo el control, y en menos de una semana la mocosa consigue destrozarlo todo haciendo que acabe con la vida de dos personas. No como si fuera algo relevante de todas formas, he perdido la cuenta de los cadáveres que llevo a mi nombre, pero jamás lo había hecho por... Por lo que sea que lo hubiera hecho, pero ella es la que está detrás de todo. Ella y lo que sea que estuviera provocando en mí, eso es más que seguro.

Mierda. Ni siquiera soy alguien celoso y la sola idea de pensar en todo el tiempo que comparte con Alana me hace arrepentirme de no haberla dejado con Adrik en esa habitación.

Ayer le dije que me pertenecería. Alguien no tiene porqué tenerle afecto a sus posesiones y sigo creyendo que nuestros demonios combinan a la perfección. Pero que me condenen al jodido caldero de Satán si no he pensado más de una vez en la destrucción inminente que esa decisión me traería al final del camino.

Eso es lo que me ha estado haciendo dudar de mi decisión el tiempo en el que, sin éxito alguno, he intentado mantenerme alejado lo máximo posible de ella. Hasta ayer. ¿Es realmente lo que quiero o todo fue un arranque momentáneo de deseo?

•••


Jodidamente si. Es la única respuesta que encuentro ante eso, esta vez importándome una mierda las consecuencias.

Hoy por el mediodía he venido a darle clases a Alana, quedamos en que esta mañana sería sesión doble por mi falta del otro día, y eso tuvo a mis entrañas retorciéndose a tal grado que tuve que encorvar la espalda en la silla del comedor varias veces mientras ignoraba que una pared es todo lo que me separaba de ella.

¿Volvería a enloquecerme como la noche anterior si veo sus ojos otra vez? Por miedo a saber qué tan lejos podría llegar evité mirarla o si quiera imaginármelos en mi cabeza, pero eso no fue suficiente para no ver que había algo diferente en ellos, como esa vez en que la vi saliendo del baño.

Luego me sumergí en una conversación con Alana en el intento de detener el dolor de cabeza que me estaba dando no poder ir a esa habitación y tener sus ojos bajo mi posesión de una jodida vez.

Me hice el imbécil cuando me contó cómo la drogaron en mi última fiesta y apareció horas más tarde en su cama. No sería la primera ni la última vez que cosas así sucedan en fiestas, aunque realmente me sorprendió que Adrik tuviera la decencia humana para haberla acostado en el sofá de su habitación sin tocarle un pelo después de encontrarla.

Cuando Alana pidió un descanso para regresar a su dormitorio y ella salió de su cueva mis dedos comenzaron a hormiguear, y sin poder evitarlo quise aprovechar la oportunidad para abordarla y verlos más de cerca.

Solo un segundo. No la huelas. Me advertí en un intento de apaciguar mis dedos temblorosos, culpa de las ansias que carcomían cada vez más mi cordura por saber que estaría a pocos centímetros suyos otra vez.

¿Ves? No estoy jodiendo cuando digo que mi adicción es a cada segundo peor. Si no aprendo a arrancarla pronto de mi cabeza no solo mi cuerpo pero también mi alma estará estancada en el carro de la dependencia al que sin querer me he subido y del que no tengo ni jodida idea de cómo parar.

Pero estuve jodidamente equivocado al pensar que realmente tuve una opción para evitar que se siguiera metiendo bajo mi piel, porque cuando cogí su brazo y la giré para enfrentarla mi corazón se detuvo por un milisegundo, uno en el que el color de mi sangre se transformó en uno violeta.

Todo a mi alrededor se evaporó menos sus ojos. Ni siquiera fui consciente de que seguía manteniendo su brazo atrapado entre mis dedos o de que estaba conteniendo la respiración, hasta que mis pulmones empezaron a arder y mi corazón explotó creando uno nuevo con el triple de fuerza y velocidad al latir, haciendo que soltara el aire. Aunque mis pulmones no se habían acostumbrado aún a lo que tenía frente a mi.

Cuando escuché una puerta al cerrarse a lo lejos le solté el brazo lentamente manteniendo su cuerpo cerca del mío. Sobraba decir que no quería alejarme de su cercanía.

—Escóndelos del mundo entero, pero conmigo no tienes nada que ocultar, nada de lo que avergonzarte. —hablé en una voz baja sin poder evitar acercar mi nariz a la curvatura de su cuello, queriendo llenarme de su fragancia.

Era consciente del peso que se había impuesto al autocastigarse por lo que pensaba por miedo a lo que dirían los demás, sus seres cercanos. Lo que ella no sabe es que planeo hacer cosas mucho peores que sus pensamientos con ella, cosas de las que se moriría de la vergüenza de tan sólo pensar que pudiera disfrutar con ellas.

Di un paso hacia atrás sabiendo el poco autocontrol que tenía cuando se trataba de ella, y tras pasar el piercing por mis dientes superiores hablé con una sonrisa corta. No tenía escapatoria, no tenía alternativas y no había una mierda que ella pudiera hacer para alejarme de su vida ahora que había descubierto lo que escondía detrás de esas lentillas.

—No es como si pudieras de todas formas. —quise transmitirle un uno por ciento de lo que pensé en ese momento.

Me marché antes de oír lo que tuviera que decir. Con eso esperé a que descubriera que había leído su diario, y por tanto, que el hombre de la máscara que tanto temía y yo éramos la misma persona, pero ella solo torció los labios y se fue pisando fuerte sin mirarme una sola vez antes de encerrarse de nuevo en su habitación.

Ahora mismo son las doce de la noche y me encuentro fuera de su edificio con la capucha de mi sudadera negra casi ocultando la máscara entre las sombras terminando mi último cigarro de la noche. Otra pista más que le ofreceré con tal de adelantar el momento de que me descubra y se venga todo abajo. Ahí es cuando de verdad empezaría su infierno personal, porque no habrá poder humano o sobrehumano que pueda separarme de ella en ese entonces.

Piso lo restante del cigarrillo con mi bota militar y camino hasta la puerta con las manos en los bolsillos de mis vaqueros negros. Dentro no hay nadie. Ahora que lo pienso este lugar no tiene una mierda para asegurar a los inquilinos, no hay cámaras y el conserje posiblemente esté durmiendo panza arriba en su cama. Moviendo la cabeza presiono las teclas y me meto en el ascensor. Tengo que hacer algo con eso también.

Estando frente a la puerta saco las llaves y las meto en la cerradura girándolas con sigilo. Un click me da la bienvenida a mi segunda casa. Prácticamente paso más noches aquí que en el palacio o cualquiera de las otras casas. Limpiando mis zapatos en la alfombrilla me fijo en que las luces de la habitación de mis muy futuros suegros están encendidas, aprovecho que sus voces se escuchan hasta aquí para cerrar la puerta detrás de mí e ir a su habitación.

Sé que no es capaz de despertarse ni porque un meteorito le caiga encima, aún así soy lo más silencioso que mis pies me permiten al meterme en su dormitorio y poner el cerrojo. Mis ojos caen sobre el ligero movimiento que hace su pecho al respirar, es rápido y brusco. Cuando me acerco un poco más me doy cuenta de que su frente está húmeda por el sudor, y de sus labios salen quejidos que apenas pueden oírse.

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