00 | the victor

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CERO
la vencedora







Enhorabuena.

Ha sido lo que Hera me ha dicho en cuanto me ha visto. Enhorabuena. Por haber ganado. Por haber sobrevivido. Por haber asesinado.

Si hubiera tenido aunque fuera una pizca de energía en mi cuerpo, hubiera saltado sobre la escolta. No sé qué hubiera pasado después. Puede que la hubiera estrangulado: una vez matas, ¿qué importa hacerlo después?

Todo ha acabado de verdad. He ganado los Septuagésimos Juegos del Hambre. Parece irreal que ahora esperen que continúe con mi vida como si tal cosa, después de lo sucedido en los últimos días.

Me han preparado, engalado, hecho lo imposible por ocultar las ojeras, el rastro de lágrimas, los ojos enrojecidos, los cientos de cortes, arañazos y morados que cubren mi piel. Me miro en el espejo y, como tantas otras veces ha pasado desde que salí de esa arena, me pregunto quién es quien me devuelve la mirada en el reflejo.

No es Leilani Demeter, eso lo tengo por seguro. Esa chica no ha salido de esa arena, solo su cuerpo, el cuerpo que yo ocupo ahora.

Enhorabuena.

Seeder abre la puerta. Está esperando. Chaff está con ella y no creo haberle visto tan sobrio jamás. Las náuseas regresan, pese a que no he probado bocado en todo el día.

—No quiero.

Lástima es lo único que veo en el rostro de mi mentora. Chaff chasquea la lengua.

—Pero es lo que debes hacer, princesa. No hay otra.

El vestido rosa que llevo es casi infantil. Brillante e inocente, incluso a pesar del escote que deja ver. No es la ropa de una asesina. Es la ropa que el Capitolio quiere verme ver: el brillo que todos creen que me caracteriza, la dulzura que siempre dijeron que tenía.

—Vomitaré sobre Caesar antes de poder responder a cualquiera de sus preguntas —digo, y no es una amenaza. Es un hecho.

Seeder me pone las manos en los hombros con delicadeza.

—Demuéstrales que eres fuerte, cariño —murmura—. No permitas que piensen que eres débil.

Mis ojos se llenan de lágrimas. Agradezco que mi equipo de preparación me pusieran maquillaje impermeable: Tigris insistió en ello.

—Pero soy débil.

—¿Y quieres que ellos sepan eso? —pregunta Chaff.

Pienso en que es la primera vez que trata de ejercer como mentor. No puedo guardarle rencor porque ahora mismo me veo incapaz de sentir. Me encojo de hombros.

Termino siguiéndolos al ascensor. Hay un gran revuelo en todo el lugar. Ni siquiera pienso en dónde me llevan: únicamente dejo que mis mentores me guíen.

Vislumbro a vencedores de Juegos anteriores, reconozco solo a uno de ellos. Trato un momento en recordarme que yo también soy una. La simple idea me produce escalofríos.

Finnick Odair destaca entre los otros por su juventud. Apenas son los segundos Juegos en los que ejerce de mentor, pero aquellos que le acompañan llevan años en esto. Casi parece un niño entre ellos, mientras camina junto a una anciana vencedora de su distrito.

Evito mirarles. Sé que me odian. Yo misma me odio. Una sucesión de rostros, de los de los otros tributos, cruza mi mente. Me aferro al brazo con el que Seeder me guía.

—Quiero ir a casa.

La mujer asiente, volviendo su rostro bondadoso hacia mí.

—Pronto volveremos —me promete.

Aunque no sé si me queda algo a lo que regresar. Asiento muy despacio, aún aferrándome a ella.

—No quiero ser Vencedora —susurro, sonando realmente desesperada.

Veo la lástima asomándose de nuevo en sus ojos. No hay nada que podamos hacer para cambiar lo que ya ha sucedido. Lo que soy y seré el resto de mi vida.

Niego casi frenéticamente.

—Acabemos con esto.

La multitud me recibe entre fuertes clamores, Caesar lo hace con dos besos. Intento ser lo que ellos esperan que sea.

—¡Demos la bienvenida a Leilani Demeter, del Distrito 11, nuestra última Vencedora!

Caesar también me da la enhorabuena. Sé que todos en el Capitolio celebran, de un modo u otro, mi victoria. Pero ¿puede existir la victoria cuando lo pierdes todo?

Ilusamente, pienso que ya no hay nada más que puedan arrebatarme. Pero ellos siempre encuentran algo más para quitar.

Soy una Vencedora. Eso significa que voy a perderlo todo e incluso más.

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