20 | the fog

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng










VEINTE
la niebla







Terminamos acampando a unos diez metros del campo de fuerza, confiando en que nos sirva de algún tipo de protección.

Katniss y yo subimos antes a un árbol para tener una mejor visión de la arena. El campo de fuerza nos rodea y nos mantiene atrapados a todos en un área no excesivamente grande. Los tributos no estamos demasiado separados. Quieren mantenernos cerca para dar emoción a la caza.

No nos arriesgamos a encender un fuego por ello, pero Peeta tiene una genial idea y usa el campo de fuerza para cocinar unos frutos secos y la caza que ha traído Katniss. Es una cena bastante buena para estar en la arena, pero seguimos sin tener agua y cada vez estamos más sedientos. El calor, que solo puedo definir como pegajoso, vuelve la sed peor.

Han muerto seis personas en el Baño de Sangre. Antes escuchamos los cañonazos y hemos visto sus rostros aparecer en el cielo. Los profesionales no han muerto, tampoco Majara y Voltios. Johanna sigue viva, y también su compañero del 7, Blight. Dae ha sobrevivido, al contrario que Woof, su compañero de distrito. Chaff tampoco ha muerto.

Me pregunto dónde estarán. Para poder crear una alianza, tenemos que encontrarles. Nunca creí que extrañaría a Chaff en la arena, pero me he acostumbrado tanto a él en los últimos años que se siente extraño el estar sin él. Por el momento, me tranquiliza que esté vivo.

Un paracaídas cae. Pese a que ninguno tenemos idea de para qué sirve el objeto cilíndrico y hueco que viene con él, Katniss termina por reconocerlo. Es una espita y, pese a que no tengo idea de qué es eso, Katniss parece entusiasmada por ello.

Pronto, comprendo su función. Abrimos un agujero en la corteza de un árbol y, con ayuda de la espita, bebemos el agua que sale. Pese a que está caliente, como todo en aquel lugar, sigue siendo agua dulce y que calma nuestra sed. Bebo hasta saciarme e incluso más. El dolor de cabeza que había aparecido, producto de la deshidratación, remite después de aquello.

—Te has mojado entera —me dice Finnick, alargando la mano para secarme las mejillas. Ríe—. ¿Acaso no sabes beber?

—Puede que no —respondo, divertida. Finnick me sujeta ambas mejillas para secarme y estruja mi rostro entre sus manos. Suelto una carcajada, al tiempo que protesto e intento apartarme.

Por un instante, casi parece que no estemos donde estamos. Como si no fuéramos a morir de un momento a otro, como si ni siquiera hubiéramos pasado por todo lo que Snow nos ha hecho pasar. Como si fuéramos personas normales, no Vencedores.

Por un instante, somos solo Finnick y yo, riendo.

Finnick se queda despierto para hacer la primera guardia. Le digo que me despierte cuando se canse e insisto en ello, sabiendo que es perfectamente capaz de ignorarme. Luego, intento dormirme.

En la Arena, mis pesadillas aumentan. Me encuentro sumergida en el agua, ahogándome. Trato de nadar hacia arriba, pero parece no acabar nunca. Los pulmones me arden. Escucho las voces de todas las personas que han muerto por mi culpa: Jared, Annie, Rosemary, Rue, Thresh, Seeder... Sus palabras se entremezclan y me marean. Parry y Chaff me gritan cosas que no comprendo. La voz del presidente Snow me susurra en el oído hasta convertirse en el silbido de una serpiente.

Oigo los gritos de los niños, los hermanos y hermanas de Rue, Violet, Zinnia, y luego disparos y silencio. Alguien llora en la distancia y llego a creer que soy yo, pero sé que no es así. Un cántico comienza a elevarse en el aire y a sonar por todas partes, cada vez más fuerte. Todos los sonidos se mezclan y me hacen desear quedarme sorda.

Y yo me ahogo, pero no muero. Solo me hundo.

Me incorporo entre jadeos. Finnick está inclinado sobre mí. Me seca las lágrimas con el pulgar, muy serio. Inspiro con fuerza, con los pulmones ardiendo. Me aferro a él como si fuera un salvavidas.

Técnicamente, podría serlo.

—¿He gritado? —pregunto, tras unos minutos en los que él me acaricia el pelo y me susurra palabras tranquilizadoras.

—No. Te he despertado en cuanto he visto que estabas llorando. Parecía... —Tras titubear unos instantes, añadió—: Parecía que te ahogabas.

Trago saliva. De modo que no era únicamente en mi sueño.

—Desde que les mataron, son peores. Pero aquí lo son aún más —confieso, escondiendo la cara en su pecho. Me siento muy pequeña, insignificante. Ahora, soy mucho más consciente de que no estaría viva si no fuera por él. ¡No hubiera salido siquiera de la plataforma! No debería estar ahí, con ellos—. Odio ser tan débil. Por mucho que aparente que estoy bien, todo esto me supera. Solo hay que ver cómo reaccioné en la plataforma.

Finnick me acaricia suavemente el pelo.

—Saldremos de esta —me asegura.

—¿Sí? ¿Y cómo? —pregunto, tratando de sonar sarcástica, pero la voz me falla.

Finnick me da un beso en la frente, dejándome tan sorprendida que soy incapaz de responder —o de pensar— durante varios segundos. Trago saliva, plenamente consciente de que mis mejillas se han sonrojado y no es únicamente debido al calor de la arena.

Esto no puede estar pasando.

—No dejaré que te pase nada —me susurra él—. Esa es una promesa.

Suspiro.

—Seamos sinceros, si has venido aquí para protegernos a Mags y a mí. No deseas ganar. ¿Y por qué? ¿No entiendes que, aunque gane, sin ti no podría...? —Me interrumpo, sin saber qué palabra usar—. No podría vivir. No podría seguir funcionando. He perdido a todos los que he querido alguna vez. Mi familia está muerta. Los Juegos se llevaron a la única que he tenido. —Siempre habíamos sido Jared y yo. Después...—. También lo está Seeder. Rue. ¿Quién me quedan, más allá de Parry y Chaff, puede que Johanna, Dae... si no eres tú?

No dirijo mis ojos a él hasta que termino de hablar. Lo he dicho todo muy rápido, sin apenas respirar. Cuando levanto la mirada, veo su expresión.

No es exactamente herida, pero soy consciente de que le he hecho daño.

—Leilani...

Niego con la cabeza.

—Desde... desde que ellos murieron, no he sido yo —digo, entre sollozos—. H-he intentado seguir. He intentado pretender que todo aquello no me destrozó. —Estoy rota. En mil pedazos. Ya no puedo seguir fingiendo que no es así—. Llevo ya mucho tiempo así y parece que no parará. Pero ya he llegado a mi límite. Si te pierdo a ti, no podré seguir fingiendo. Me romperé completamente. —Y nadie podrá volver a unir los pedazos.

Hago una pausa. Finnick parece incapaz de hablar.

—Por eso, que estés aquí, me ayuda a no romperme ya —continúo. Estoy hablando sin pensar, dejando que las palabras salgan de mi boca a toda prisa. Llevo demasiado tiempo intentando apartar todo eso de mi mente, pero ¿si ya no me queda tiempo, qué más da?—. No habría sobrevivido en la Cornucopia sin ti. Pero si te pierdo...

Finnick junta sus labios con los míos. El beso sabe a sal, por las lágrimas. Me doy cuenta de que él también está llorando y me arrepiento de haberme abierto tanto, de habérselo confesado. De haberlo hecho allí.

Las cámaras están por todos lados. No hay que ser muy inteligente para saber que ambos tenemos que estar en todas las pantallas del Capitolio en estos momentos. Dudo que en las de los distritos. Esto... Esto sería un escándalo. ¿Dos personas de diferentes distritos? ¿Otra pareja más en el Vasallaje?

Y sin embargo, no digo nada de eso. Me quedo en silencio, olvido mis pensamientos, me pierdo en Finnick y dejo que él se lleve toda preocupación. Después de todo, ¿qué hay ya que perder?

Violet y Zinnia... Tienen que estar bien. Ruego porque vayan a estar bien. Si su muerte no sirve como castigo hacia mí, ¿le servirá a Snow? Deseo de corazón que no sea así.

Lo demás no importa, excepto Finnick.

—Pase lo que pase —me susurra él, jadeante, cuando finalmente se aparta—, nunca vas a perderme. Nunca. No te abandonaré, Leilani. Te lo prometo.

Mis labios se curvan hacia arriba sin que pueda evitarlo, pese a la seriedad con la que Finnick me observa. Sus pupilas están totalmente dilatadas: únicamente un anillo verde se ve alrededor de éstas.

—Sin promesas —respondo, apoyando la cabeza en su pecho—. Esa no podrás cumplirla, Finn.

—Te aseguro que sí. —Hay una dulzura mezclada con algo más en su voz. Acaricia mi cabello con delicadeza, susurrándome en el oído—. Y si no salgo de esta...

—No digas eso —le corto—. No lo digas, porque no pienso dejar que seas tú el que muera. Aún quedan varios días aquí. Espera un poco, antes de empezar a decir adiós.

Por no hablar de lo improbable que es que Finnick no sobreviva a ésto y yo sí. Él abre la boca para responder, pero una campanada suena. Levanto la cabeza, alerta. Estamos en la Arena, recuerdo. No podemos distraernos demasiado.

Veo que Katniss se ha despertado. Los tres tenemos la misma expresión de alerta. Esperamos hasta que terminan.

—He contado doce —dice Finnick.

Asiento. Yo también.

—¿Creéis que significa algo? —pregunta Katniss.

—Ni idea —respondo.

Nos quedamos esperando. Tal vez es algún mensaje. Puede que sea la invitación a un Banquete. Pero no pasa nada. Lo único que vemos es un relámpago que se estrella contra un árbol. Una tormenta comienza, a lo lejos.

—Vete a dormir, Finnick —dice Katniss finalmente—. De todos modos, me toca a mí.

Él no parece muy seguro. Me mira.

—Cuando me pasa eso, tardo horas en volver a dormirme. Me quedaré con Katniss —le digo con simpleza.

Él asiente, acaricia mi mejilla y me aparto de él, permitiéndole ir y tumbarse en la entrada de la cabaña que han construido él y Mags. Coge uno de sus tridentes y se duerme, aunque de vez en cuando se agita y murmura en sueños. Alguna vez, escucho mi nombre.

El tiempo transcurre lentamente. Katniss y yo permanecemos en silencio, con las armas preparadas. Escuchamos otro cañonazo. Intento no pensar en Chaff ni en Johanna o Dae. Es extraño que antes detestara a Chaff (más o menos) y ahora me preocupe por él. Supongo que, tras los últimos Juegos, necesitaba a alguien y él era el único que había cerca, además de Parry. Los Vencedores de mi distrito siempre hemos tenido una relación extraña.

También intento no pensar en casa. En Zinnia y Violet. En el lío en que puedo estar metiéndolas. Ya no puedo saber nada de lo que pasa allí, solo puedo desear que Snow se centre en torturarme con la arena, no a través de ellas.

—Leilani —me llama Katniss, interrumpiendo mis pensamientos.

—¿Qué? —pregunto, girando la cabeza en su dirección.

Observo la niebla que se acerca. Al instante, veo que no es natural. Es demasiado uniforme. Katniss y yo intercambiamos una mirada y nos ponemos de pie en seguida. El aire huele dulzón. Esto no puede ser bueno.

La piel me arde cuando una gota de niebla me toca.

—¡Corred! —grito, mientras empiezan a salirme ampollas—. ¡Corred!

Finnick se espabila de golpe. Se pone de pie, listo para luchar, y entonces ve la niebla. Se echa a Mags a la espalda, me coge de la muñeca y echa a correr.

—¡Finnick! —le digo, pero parece que no me escucha—. ¡Finnick, Katniss y Peeta!

Los dos se han quedado bastantes metros por detrás. Peeta va andando con dificultad, cojeando y tropezando, y Katniss se queda a su lado, a pesar de que puede huir y salvarse.

Eso hace que la aprecie un poco más y me crea todo lo suyo un poco más.

Les grito, para darles ánimos y para que se guíen por el sonido de mi voz. Finnick también les grita. No podemos hacer otra cosa para ayudarles. No podemos luchar contra la niebla, solo huir de ella.

Peeta cae al suelo. Katniss intenta levantarlo, pero parece incapaz de controlar sus brazos. Los productos de la niebla deben afectar a los nervios. Intercambio una mirada con Finnick.

—Iré yo; sigue con Mags —propongo.

Finnick aprieta la mandíbula.

—Vamos los tres —termina diciendo.

Los dos corremos a ayudar a Katniss y Peeta, con Finnick aún cargando a Mags. Ayudamos a a levantarse al chico y nos alejamos todo lo rápido que podemos de la niebla. Tras recorrer unos metros, Finnick se detiene.

—Así no podemos, tengo que llevarlo yo —dice, negando—. ¿Podéis quedaros con Mags?

—Sí —decimos Katniss y yo.

Le dirijo una mirada. Sus brazos tiemblan sin control. A mí la niebla aún no me ha afectado tanto, así que me agacho y Mags se sube a mis hombros. No sé de dónde saco las fuerzas para incorporarme de nuevo; por suerte, la anciana no pesa demasiado.

—Ve delante y asegúrate de despejar el camino —le digo a Katniss.

Consigo aguantar el peso de Mags. Finnick lleva a Peeta en la espalda. Avanzamos lo más rápidamente que podemos, mientras la niebla nos persigue aún más aprisa. La primera vez que me caigo, Katniss me ayuda a levantarme. Pasamos los brazos de Mags por encima de nuestros hombros y continuamos avanzando así, confiando en poder ir más deprisa. Caemos de nuevo. Volvemos a levantarnos, pero para entonces, la niebla ha afectado a nuestras piernas y apenas podemos andar.

Cuando caemos por tercera vez, me siento incapaz de levantarme. Sé que Katniss está igual. Apenas controlo el temblor de mis piernas. Es una sensación horrible. Finnick vuelve con nosotras, cargando a Peeta.

—No podemos —dice, negando con la cabeza—. ¿Puedes llevártelos a los dos? Ya os alcanzaremos.

Los ojos de Finnick brillan verdes bajo la luz de la luna. Comprendo, con un nudo en la garganta, que es por las lágrimas.

—No, no puedo llevarlos a los dos, mis brazos no funcionan —responde, muy bajo.

Es verdad. Le tiemblan sin control, del mismo modo que mis piernas. De sus tres tridentes, solo le queda uno, que lleva Peeta. La niebla nos ha alcanzado ya a todos.

—Lo siento, Mags, no puedo hacerlo —dice, con un hilo de voz.

La anciana se levanta, dirigiéndome una sonrisa y dejando su mano sobre mi hombro unos segundos. No comprendo qué sucede hasta que le da un beso a Finnick y va hacia la niebla.

Solo puedo decir «¡No!» y ni siquiera soy capaz de gritarlo, únicamente susurrarlo. Su cuerpo comienza a agitarse y cae al suelo. Katniss se pone de pie y da un paso hacia ella, pero entonces suena el cañonazo.

Aparto la mirada de su cuerpo al momento, pero no soy capaz de dirigirla a Finnick. No puedo creer lo que acaba de suceder: Mags acaba de sacrificarse por nosotros.

Si tan solo hubiera sido capaz de andar...

—¿Finnick? —le llamo, sin saber exactamente qué decir a continuación.

Levanto le cabeza y veo que él ya se está alejando, con Peeta a la espalda. Intento levantarme y caigo de bruces al suelo.

—Ayuda a Leilani, Katniss —dice Finnick, con voz ronca, sin girarse.

Katniss consigue ponerme de pie, no sin cierto esfuerzo, entre sus brazos temblorosos y mis piernas casi inútiles. Nos apoyamos la una en la otra, mientras seguimos avanzando como podemos. Caigo más de una vez, pero seguimos avanzando con lentitud.

Al final, veo a Finnick caer al suelo, con Peeta encima. Katniss y yo vamos hasta ellos y caemos también, sin poder evitarlo. No queda mucho más para asumir: parece que todo ha acabado.

No puedo creer que haya sobrevivido al mar y vaya a morir por aquella niebla que el Capitolio nos había lanzado. Suena demasiado injusto. Casi como una broma cruel. Supongo que ellos lo preferirán así.

Busco la mano de Finnick y se la aprieto. Si todos vamos a morir, prefiero al menos sujetarle la mano una última vez. Se la sujeté a Jared, a Rosemary, debí haberlo hecho con Annie. La idea de que Finnick sea quien me la sujete a mí me apacigua un poco.

Por lo menos, todo va a acabar.

—Se ha parado —dice de pronto Katniss. Levanto la cabeza, creyendo que la he entendido mal—. Se ha parado.

La niebla empieza a ser absorbida desde arriba. Poco después, desaparece. Me giro y me quedo boca arriba, jadeando. Finnick también se pone boca arriba, sin soltarme la mano.

Respiramos el aire sin toxinas, tratando de limpiar nuestros pulmones. No puedo creer que realmente haya acabado de este modo.

Unos minutos después, Peeta hace un gesto hacia arriba.

—Mon-hos —dice.

Sigo la dirección de su mirada y veo los animales que hay en los árboles. Debo haberles visto en algún libro, o en otros Juegos, porque lo primero que pienso es «monos», como ha dicho Peeta. Los observo en silencio un momento. Luego, veo que el del 12 se pone de rodillas y se arrastra colina abajo. Los demás le seguimos, incapaces de andar. Llegamos a una pequeña playa. El agua del mar me moja y retrocedo de golpe. Después de ahogarme en mi pesadilla, el mar me atrae todavía menos.

Además, las heridas me duelen tanto cuando el agua me toca que creo que voy a desmayarme. Veo a Finnick a pocos metros de mí. Está boca abajo, no sé si inconsciente. Me arrastro como puedo hacia él, a tanta velocidad como me es posible.

—Finnick —le llamo, pero él no reacciona. Le sacudo, sin resultado alguno.

Me giro hacia los tributos del 12. Se han quitado los monos destrozados y los cinturones, quedándose solo en ropa interior. Los dos están en el agua, mojándose y librándose del veneno.

—Katniss. Peeta. Ayuda —es lo único que puedo decir. Noto la garganta seca, y no puedo apenas gritar.

Katniss, que ya parece poder andar, coge agua con las manos y se acerca, cojeando. Le tira el agua encima. De su cuerpo sale un humo blanco, del que me aparto rápidamente.

—Tienes que mojarte —me dice Katniss.

Niego con la cabeza.

—Céntrate en Finnick. No te preocupes por mí.

Me aparto cuando Peeta se acerca y dejo que se ocupen de Finnick. Le ponen boca arriba y lo arrastran al agua, metiéndolo poco a poco. Él empieza a recobrarse, lo que me tranquiliza. Me tumbo bocabajo en la arena, demasiado cansada como para mantenerme sentada. No quito la mirada de lo que sucede en el mar. Sonrío cuando Finnick comienza a nadar y a bucear. Algo más recuperado, se acerca rápidamente a mí.

—Leilani —me dice, acariciándome el pelo—. Tienes que mojarte.

Niego a toda prisa con la cabeza. Algunas gotas de agua caen de su piel y mojan mis heridas, haciéndome soltar un pequeño grito de dolor.

—No voy a entrar, Finnick —respondo, cerrando los ojos. Respirar me quema—. No puedo. Simplemente, no puedo.

—No puedes quedarte así —protesta él.

—No lo haré, Finnick. Cada vez que... —Cierro los ojos, intentando no recordar—. No.

Noto que me coge en brazos y me levanta. Chillo al instante, en parte por el escozor que me produce su piel mojada al entrar en contacto con mis ampollas, en parte porque sé lo que va a pasar.

—Lo siento —dice, mientras comienza a dirigirse al mar.

—¡No! —chillo, pero estoy demasiado débil para defenderme. Ni siquiera tengo fuerzas para patear—. ¡No, Finnick, por favor!

Katniss se acerca y ambos me quitan el mono y el cinturón, para luego comenzar a sumergirme. Continuó chillando y empiezo llora mientras el agua me moja y el veneno va saliendo de mi cuerpo. Van muy despacio, pero no se detienen en ningún momento. Finalmente, me quedo sumergida hasta el cuello.

—No, por favor —pido. No puedo estar bajo el agua.

Finnick aprieta los labios y modula otro «lo siento». Me tapa la nariz y los dos me sumergen. Ahora que estoy más recuperada, consigo darles patadas, tratando de liberarme. Incluso les araño, dejándome llevar por el pánico. Me sacan a la superficie y finalmente me sueltan. Corro a la arena de la playa, entre traspiés y tropiezos y me quedo de pie, empapada, jadeando y temblando junto a los árboles del borde de la jungla. Finnick y Katniss salen del agua.

Me aparto cuando tratan de aproximarse a mí. Ambos se detienen en el lugar donde están. Katniss permanece muy seria, mientras Finnick se queda con las manos arriba, en ademán tranquilizador.

—Leilani —me llama.

—No. Vuelvas. A. Hacer. Eso. Nunca —le respondo, tratando de sonar amenazadora.

Pero no puedo parar de temblar y eso le resta importancia a mis palabras. Finnick da un paso al frente más y se lo permito. Avanza lentamente, hasta llegar junto a mí. Dejo que me rodee con sus brazos y me dé un beso en la frente.

—Lo siento —susurra—. Tenía que hacerlo por ti.

Suspiro y trato de controlar mi respiración. Al menos, el pánico me ha impedido escuchar los gritos. Eso espero. Pero aún así...

—¿Dónde está Peeta? —pregunto, dándome cuenta de su ausencia entonces.

—Ha ido a hacer un agujero en algún árbol, para el agua —informa Katniss.

Me pongo el cinturón del traje y me cuelgo los cuchillos. El arco y el carcaj los he perdido en la niebla, pero no le doy mayor importancia.

—Vamos a buscarle. —Quiero alejarme del mar lo antes posible.

Nos acercamos a la jungla y enseguida noto que algo va mal. Pongo una mano sobre uno de los cuchillos instintivamente. Hay algo raro en el ambiente. Katniss también parece haberlo notado, porque me toca el brazo. Levanto la cabeza, siguiendo su mirada hacia arriba, y veo decenas de monos en los árboles.

La visión no produce tranquilidad.

Katniss prepara su arco y Finnick sujeta su tridente. Peeta, que está concentrado en su tarea, no se da cuenta de la presencia de los monos.

—Peeta —le llama Katniss—. Necesito que me ayudes con una cosa.

—Vale, un minuto, creo que ya casi lo tengo —responde, todavía ocupado con el árbol—. Sí, ya está. ¿Tienes la espita?

—Sí, pero hemos descubierto algo que será mejor que veas —dice Katniss, sin levantar la voz—. Acércate a nosotros muy despacio, para que no los asustes.

Peeta se gira hacia nosotros. Sabe por lo que ha dicho Katniss que algo malo pasa.

—Vale —responde, como si nada.

Empieza a acercarse. Sus pisadas hacen tanto ruido que me preocupa que no solo los monos le ataquen, sino que los profesionales lo escuchen y vengan. Peeta está bastante cerca de nosotros cuando nota la presencia de los monos. Levanta un segundo la mirada y ellos se abalanzan sobre él, saltando distancias imposibles, con los colmillos afilados y garras aún más afiladas en las manos.

—¡Mutos! —El grito se me escapa antes siquiera de pensarlo.

Finnick, Katniss y yo corremos hacia ellos. No tengo suficientes cuchillos para lanzarlos, así que me dedico a apuñalar a los monos, con un arma en cada mano. Katniss aprovecha sus flechas y Finnick se dedica a atravesar con su tridente a los mutos. Peeta también usa un cuchillo. Al principio, parece que tenemos la situación controlada, pero pronto veo que Katniss se queda sin flechas. Apuñalo a un mono, justo cuando veo a otro saltando sobre Peeta. Rápidamente, lanzo el cuchillo de mi mano derecha, pero el muto lo esquiva dando un salto. Katniss corre hacia Peeta, pero sé que no llegará a tiempo. Estoy ya asumiendo lo innegable cuando alguien aparece de golpe y dando un chillido, se pone delante de Peeta.

Un mono aprovecha mi distracción y se lanza sobre mí. Suelto un chillido cuando me derriba. Intento apuñalarlo, pero me sujeta la mano. Veo sus colmillos mucho más cerca de lo que me gustaría. Escucho el grito de Finnick.

Y entonces, el mono da un salto, sube a un árbol y desaparece de mi vista. Todos los demás mutos también. Sorprendida, me incorporo. Finnick me tiende la mano y me ayuda a levantarme. Estoy mareada y cubierta de babas de mono, pero sigo viva.

—¿Estás bien?

Asiento con la cabeza una única vez. Miro a Peeta, que carga a la adicta a la morflina del Distrito 6. Ella es quien se ha sacrificado por él, comprendo, desconcertada. La lleva hasta la playa y la deja sobre la arena. Me arrodillo a su lado, recordando vagamente que soy la que más experiencia tiene con la curación. Rompo su mono y veo las cuatro heridas profundas que tiene en el pecho.

Al instante sé que no se puede hacer nada por ella. Solo ayudarle a no sufrir tanto. Miro a mi alrededor y veo una planta que reconozco. Sus frutos tienen un efecto anestésico casi inmediato. Tiene algunos secundarios negativos, pero como sé que no superará esto, no es nada que preocupe.

Me levanto y arranco algunos frutos con rapidez. Luego, regreso junto a la adicta. La incorporo un poco y hago que mastique uno. Veo a Peeta y Katniss mirándome fijamente.

—Hará que no sienta tanto dolor. No puedo hacer nada por ella, pero al menos no sufrirá tanto —explico. Le doy a Katniss el resto de los frutos y me pongo en pie. No quiero estar ahí cuando muera—. Voy a intentar recuperar mi cuchillo.

Vuelvo a adentrarme en la jungla, donde Finnick está recogiendo las flechas de Katniss en silencio y con movimientos lentos.

—¿Ni rastro de ellos? —pregunto, mientras busco entre las enredaderas mi cuchillo.

—Han desaparecido.

Asiento con la cabeza. Aprieto los dientes cuando mi dedo da contra el filo de mi cuchillo. Aparto la mano derecha a toda velocidad, pero ya hay una gota de sangre saliendo de la herida. Con la izquierda, tomo el arma por la empuñadura y me la cuelgo del cinturón.

Finnick está aguardando, con un puñado de flechas de Katniss en la mano. Tiene la mirada perdida y profundas ojeras bajo los ojos. Suspiro y voy hacia él.

—¿Cómo estás? —pregunto, tomando las saetas de su mano.

Finnick suspira y desvía la mirada.

—Podría estar peor.

Sostengo su mano y acaricio el dorso de ésta con el pulgar.

—Siento no haber podido cargar con ella —susurro.

Él niega con la cabeza.

—No es culpa tuya.

Dejo caer las flechas y acuno su rostro entre mis manos, viéndome obligada a ponerme de puntillas para ello. Apenas es capaz de contener las lágrimas.

—Lo sé —murmuro, acariciando su mejilla—. Lo sé.

Finnick me abraza. Noto lo agotado que está y lo mucho que está sufriendo por Mags. Quiero decir algo, tratar de darle cierto consuelo, pero me aterra la perspectiva de pronunciar las palabras equivocadas. Prefiero guardar silencio y no meter la pata.

Suena un cañonazo. Él suspira y oculta el rostro en mi cuello, rodeándome por la cintura con sus brazos. Jadeo por la sorpresa.

—Vamos con los demás —dice, tras unos segundos, separándose. Asiento con la cabeza y tomo su mano tras agacharme para recoger las flechas.

Nos separamos y volvemos a la playa. No hay ni rastro de la adicta del 6. Dejo las flechas de Katniss en la arena, junto a su dueña.

—Pensé que las querrías.

—Gracias —responde.

Les limpia la sangre en el mar y se adentra en la jungla a recoger musgo para secarlas.

—¿Adónde han ido? —pregunta, refiriéndose a los monos.

—No lo sabemos exactamente. Las ramas se movieron y los monos desaparecieron —responde Finnick.

Me doy cuenta de que las heridas producidas por la niebla ya han formado costra. No duelen, pero pican bastante. Veo a los demás rascándose y aunque yo me muero por hacer lo mismo, aguanto.

—No os rasquéis —les aviso—. Se os infectará.

A ninguno parece hacerle especial emoción, pero obedecen. Aprieto los labios para tratar de ignorar el picor, sabiendo que más picará si no dejo de pensar en él.

—¿Creéis que es seguro intentar ir de nuevo a por agua? —pregunta Katniss.

Volvemos al árbol que Peeta estaba agujereando. Mientras él coloca la espita, los demás hacemos guardia, pero no pasa nada. Bebemos del agua que sale del árbol, llenamos algunas caracolas y volvemos a la playa. Todavía es de noche, aunque no puede faltar mucho para que amanezca, a no ser que los Vigilantes lo deseen.

—¿Por qué no descansáis los dos un poco? —les propongo a Finnick y Katniss—. Yo vigilaré un rato.

—No, Leilani, prefiero hacerlo yo —responde él de inmediato.

Sé que necesita estar a solas y los demás también parecen entenderlo rápidamente.

—Vale, Finnick, gracias —dice Katniss al instante.

Me siento en el suelo, junto a él.

—Despiértame si me necesitas, ¿vale? —le susurro, tumbándome en la arena.

—Quédate cerca —es todo lo que me responde.

Sonrío levemente, ya con los ojos cerrados.

—Te lo prometo.

Me acaricia el pelo hasta que me quedo dormida.












Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro