26 | the pause

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VEINTISÉIS
la pausa







Abro los ojos.

Lo primero de lo que soy consciente es de que estoy atada con correas a una camilla. Chillo y trato de soltarme, pero es inútil. Siento como si la cabeza fuera a estallarme.

No estoy muerta, pero tampoco sé qué ha pasado conmigo.

El Capitolio debe de haberme sacado de la Arena. ¿Han sacado a los demás? ¿Dónde están Finnick, Dae, Johanna, Katniss, Peeta, Beetee y Enobaria? ¿Han sobrevivido todos? ¿Han muerto? ¿He ganado yo?

Aquella idea hace que casi me ahogue. No, es imposible. No puedo haber ganado. Si he ganado, significa que están todos muertos. Que me convertiré una vez más en la niña bonita del Capitolio, que formaré por siempre parte de su circo...

No, no, no puedo haber ganado. El aire vuelve a mis pulmones y me obligo a gritar. Necesito asegurarme. Necesito saber que no ha pasado lo que me temo.

—¡Finnick! —chillo, mientras intento liberarme—. ¡Johanna! ¡Dae!

—¿Leilani? —grita una voz, a través de la pared blanca situada a mi derecha.

Jadeo y me quedo inmóvil. Tardo unos segundos de más en reconocer su voz. El último recuerdo que tengo de él es dándose la vuelta y dejándome sola en la arena, pero no puedo culparle por ello. Yo hubiera hecho lo mismo.

—¿Peeta? —le llamo, y siento tal alivio que creo que lloraré. Si él está vivo, los otros también deben estarlo..., ¿verdad? Debe ser así—. ¿Dónde están los demás?

—Johanna está en la celda a mi derecha. Sé que Enobaria está aquí también. No sé más —dice, en tono angustiado.

Johanna y Enobaria. Solo ellas. ¿Dónde están Finnick, Dae, Katniss y Beetee?

—¿Y los demás? —pregunto, con voz temblorosa—. ¿Están vivos?

La voz de Peeta no me responde.

—¡Peeta, contéstame! —chillo, mientras se me escapan las lágrimas. Su silencio es peor que cualquier respuesta—. ¡Peeta, dime algo! ¡Dime qué les ha pasado! ¡Dime qué le ha pasado a Finnick! ¡Peeta!

Solo puedo ver a Finnick muerto. A Dae muerta. Katniss, Beetee... Da igual cuánto los conociera. ¿Por qué estoy yo viva cuando ellos podrían no estarlo? ¿Y si Finnick...?

Me había jurado que él saldría con viva de aquella arena. Ahora, no sé si he cumplido con mi cometido. Los últimos momentos en aquel lugar están difusos. Sé que grité el nombre de Finnick, sé que traté de llegar hasta él, mientras todo estallaba... Y luego, nada.

—¡Peeta! —insisto.

Sigue sin responder. Noto un agudo dolor en el pecho. Están muertos. Deben estar muertos. Snow los ha matado. No hay otra explicación posible.

Los gritos llegan y ahora no puedo taparme los oídos para no escucharlos. Chillo junto a ellos, tan solo deseando estar muerta. Nuevas lágrimas caen. Pataleo y trato de escapar inútilmente.

Están muertos. Finnick está muerto.

Alguien entra en mi celda, pero no distingo quién es. Me introducen una aguja en el brazo y la oscuridad me traga.

—¿Crees que por fin podremos hablar, señorita Demeter?

Abro los ojos. Me siento como si me hubiera atropellado un tren. Cada centímetro de mi cuerpo arde de dolor. La cabeza me palpita. Siento las muñecas y tobillos en carne viva.

—¿Qué quiere? —pregunto. Quisiera estar furiosa, pero solo me sale un tono derrotado. Vacío.

Miro directamente a los ojos de serpiente del presidente Snow.

—No sabes cuánto siento verte así —dice él. Su preocupación sería genuina si no supiera que a él jamás le importaría nadie. La rabia me llena.

—¡Cállese! —grito, dejando escapar una lágrima—. ¡Me mandó a esa maldita arena a morir, igual que a todos! ¿Por qué no me mata de una vez y deja ya este maldito juego? Ha matado a Jared, ha matado a Rue, ha matado a Thresh, ha matado a mis niños, ha matado a Seeder y Chaff, ha matado... —Me ahogo con las palabras, pero vuelvo a tratar pronunciarlas—. Ha matado a Finnick. Ha matado a todas las personas que alguna vez me han importado. ¿Por qué no se libra de mí de una vez?

Snow solo sonríe.

—Te equivocas en algo. —Alarga la espera. Puede que quiera que le pregunte sobre el asunto, pero no pienso caer. Estoy cansada de seguir sus juegos para luego finalmente seguir perdiendo una y otra vez. No puedo seguir así—. Finnick no está muerto.

Tardo un segundo en entenderlo, a pesar de que no podría haberlo dicho más claramente. La presión en mi pecho disminuye. Dejo caer los brazos, que no sabía que tenía levantados, en un intento inútil por liberarlos. Me lo repito a mí misma.

Está vivo. Finnick está vivo.

—¿No está muerto? —me aseguro.

—No.

—¿Dónde está, entonces? ¿Está aquí? —pregunto.

Snow sonríe.

—¿No sería más fácil si no mentimos? —propone—. Sabes perfectamente dónde está.

Parpadeo, desconcertada.

—¿Qué quiere decir?

—En el 13 —dice, con impaciencia—. Está en el Distrito 13.

Le contemplo, sin comprender una sola palabra. ¿El 13? Es imposible. No existe, hace mucho que no. Yo misma he visto miles de reproducciones en las que aparecen sus humeantes ruinas. Lo que el presidente dice carece de sentido.

Snow mantiene el rostro serio. No sé que responder.

—P-pero el 13 fue destruido —balbuceo, confusa—. Siempre...

—No mientas, señorita Demeter —interrumpe, impaciente—. Dime todo lo que sepas sobre la rebelión.

—¿Qué? —digo, desconcertada.

Snow gruñe.

—Sé que el señor Odair debe haberte contado lo que planeaban —insiste—. Dime todo lo que sepas.

—No sé nada. No sé de qué me habla —digo, aunque empiezo a comprender lo que pasa. La rebelión, el 13... Snow sabe algo que yo no. Probablemente, Finnick también lo supiera.

Los distritos se están rebelando contra el Capitolio. Hay una rebelión. El 13 tiene algo que ver y Finnick está al tanto de lo que está pasando. Pero no me ha dicho nada. Y sé el motivo.

—Estoy comenzando a entender algunas cosas ahora —murmuro, pensativa. Casi se me escapa una sonrisa burlona al ver la expresión frustrada de Snow—. Pero se equivoca si piensa que Finnick me habría dicho algo de todo lo que está pasando. Él nunca se arriesgaría a contarme nada. Guardaría el secreto, para protegerme. —Le dirijo una larga mirada—. Usted sabe mejor que nadie cuántos secretos puede guardar Finnick.

Snow me mira en silencio y veo que sabe que tengo razón. La ira atraviesa su rostro una fracción de segundo. Niega con la cabeza, como si así pudiera ignorar lo que acabo de decirle.

No sé absolutamente nada de la rebelión. No podrá sacar ninguna información de mí.

—Si eso es verdad, y no sabes nada... —Snow parece pensativo. Luego sonríe—. No importa. Aún puedes sernos útil.

Snow me obliga a levantar la cabeza, apoyando su dedo en mi mentón. Intento apartarme de él, pero las correas me aprietan con fuerza y apenas puedo moverme.

—¿Crees que Finnick sufrirá, sabiendo que te tengo aquí atrapada? —susurra, en tono meloso. Por primera vez, siento miedo de verdad. Porque sé que es verdad—. ¿Sabiendo que a lo mejor te estoy torturando? ¿Pensando que tal vez estás muerta?

—No. No haga eso —pido, aunque sé que rogar no sirve de nada, solo para hacer que Snow esté aún más seguro de lo que va a hacer—. Usted...

—Por cierto —continúa él, y parece disfrutar nuevamente la situación—, ¿por qué no saludas a Parry?

La puerta se abre y dos agentes aparecen escoltando a un Parry Ogilby que ha debido de recibir más de una paliza: tiene el labio roto, un ojo morado y numerosos cortes en las mejillas y la frente. Se me escapa un jadeo.

—¡Parry! —llamo, horrorizada. Trato de incorporarme nuevamente, sin éxito.

Él me mira tristemente.

—Hola, Leilani. —Las palabras le salen con dificultad. Su pecho sube y baja muy rápido. Su tono está impregnado de arrepentimiento—. Lo siento mucho.

—¿Por qué? —susurro, desconcertada.

Parry no responde, pero uno de los guardias le propina una patada que encaja sin dejar escapar ni un quejido. Yo, sin embargo, suelto un grito.

—¡Para! —Forcejeo nuevamente con mis correas, inútilmente. Me vuelvo hacia Snow—. No haga esto. Por favor, no...

—Supongo que ya va siendo hora de decirte que la desafortunada casualidad de tu hermano y tú siendo cosechados a la vez no fue tanta casualidad como creías. —Dirijo mi mirada incrédula hacia Snow. El presidente parece disfrutar cada instante de aquello. Parry agacha la cabeza—. ¿Un vencedor que se niega a seguir cumpliendo con el trato que manteníamos, creyendo que no sabíamos que tenía dos hijos? Fue una pena que vosotros resultarais implicados, Leilani. Que fuerais el castigo que tuvimos que aplicar. —Snow acaricia mi mejilla—. Aunque también fue una inmensa suerte, si he de serte sincero.

El silencio cae en la sala. Parpadeo, desconcertada. Me zumban los oídos. Trato de centrarme en lo que acaba de pasar: hace un momento, estaba en la arena. Trataba de sobrevivir para mantener con vida a Finnick. Me había caído de un árbol y había tenido que administrarme morflina. Teníamos un plan. Chaff había muerto.

Parezco haberme quedado estancada ahí, parezco seguir encerrada en aquella jungla. Pero no es así. La arena voló, me recuerdo. Aún creo sentir las llamas y el calor, puede que haya resultado herida. No lo he considerado hasta el momento. Estoy en el Capitolio, prisionera. Finnick está en el 13, Johanna y Peeta están conmigo. No sé nada de los demás, aunque sospecho que Katniss y Beetee estarán también en el 13. O eso espero. Y Parry...

—Es imposible —termino por decir, negando muy despacio con la cabeza. La mirada del presidente me hace dudar de mis palabras, pero continúo pese a ello—. M-mi padre se llamaba Basil, murió hace más de quince años. Revisé los archivos cuando gané, Parry no...

—¿Se lo dices tú, Parry, o lo hago yo? —ríe Snow. El hombre agacha la cabeza—. Tu madre mintió con respecto a tu padre, Leilani. No es algo complicado, ni inusual, por lo que sé. Hay más de un vencedor que trata de ocultar a sus hijos... —Sus palabras encierran casi una amenaza. Me pregunto qué más vencedores habrán tratado de ocultar aquello. Los hijos de los que alguna vez sobrevivieron a los Juegos han sido escogidos tributos en numerosas ocasiones. ¿Cuántos más habrán intentado salvar a sus niños de ese destino?—. Pero siempre terminamos por descubrirles. Si no, pregúntale a Haymitch Abernathy... —Snow sonríe de un modo que me da escalofríos. ¿Haymitch, padre? Y, por el tono de Snow, intuyo que su hijo o hija no sobrevivió—. O podrías hacerlo, si él no estuviera en el 13.

Ignoro el último comentario. No puedo apartar la mirada de Parry, quien tanto me ayudó cuando me convertí en vencedora. Me había dado consejos en los primeros meses. Me había desahogado con él y con Seeder en la cocina de ésta última, tomando infusiones, mientras ellos me hablaban de sus propias experiencias y me ayudaban a lidiar con todo ello. Había estado conmigo cuando llevábamos a Chaff de regreso a su casa después de que perdiera el conocimiento por la bebida. Habíamos sido una pequeña familia, a nuestra manera, los cuatro habitantes de la Aldea de los Vencedores del Distrito 11. Nunca hubiera imaginado que Parry...

—Parry —murmuro, tratando de mantener la voz firme, aunque me falla—. ¿E-es verdad?

Si lo es, si fue por él por quien mi hermano y yo fuimos cosechados, por quien perdí a Jared... No sé qué pensar al respecto. He pasado los últimos cinco años creyendo que fue una casualidad desafortunada. Pero si no lo fue, si todo fue a causa de que Parry era...

—Lo es, Leilani —responde él, sin mirarme a la cara. Dejo escapar todo el aire de los pulmones muy despacio. Parry niega y susurra—: ¿Recuerdas cuando me preguntaste por qué Finnick no me soportaba?

—Él también lo sabía —comprendo, apretando los labios. Finnick y sus secretos. Podía perdonarle el del 13, pero esto... ¿Por qué ocultármelo? ¿Qué más daba, después de todo, si Snow ya estaba al tanto?—. Pero, ¿por qué...?

—Por conmovedor que resulte este reencuentro, señorita Demeter —interrumpe Snow, sonriendo. Y tengo por seguro que algo horrible está por suceder—. Me temo que Parry tiene asuntos pendientes. —Perdiendo la sonrisa, se vuelve hacia los hombres que sujetan al hombre con firmeza—. Mandadlo de vuelta al 11. Aseguraos de que emitan la ejecución y llegue al 13.

El silencio dura tres segundos en los que Parry solo agacha la cabeza, mientras yo abro desmesuradamente los ojos por el horror.

—¡No! —grito, tratando nuevamente de incorporarme. Las correas me lo impiden—. ¡No, no, Parry!

—¡Leilani, lo sien...! —No llega a poder terminar la frase. Le arrastran fuera con brutalidad, propinándole un puñetazo en el estómago que le hace doblarse en dos.

—¡PARRY! —grito, y no es porque sea mi padre. Es porque, en los últimos años, ha sido mi amigo. De los pocos que entendían lo que era ser vencedor del 11. Perdimos a Seeder, acabamos de perder a Chaff. Solo quedamos nosotros. No puedo perderle a él también—. ¡Basta, por favor, haré lo que...!

Snow solamente sonríe y sale de allí, sin dejarme siquiera acabar. Se me escapa un sollozo desesperado. No pueden estar a punto de matar a Parry. No después de todas las muertes que acaban de tener lugar. Chillo y me retuerzo, haciéndome aún más daño en tobillos y muñecas. Ni siquiera cuando comienzo a sangrar me detengo.

Ignoro cuánto tiempo paso allí, rogando a Snow que detenga todo aquello. Los minutos se convierten en días con facilidad. Y es entonces cuando suenan los primeros gritos. Suenan apagados, pero los reconozco.

—¡Johanna! —la llamo, chillando.

Parry. Johanna. Finnick. Snow. Dae. Katniss. Peeta. Chaff. Beetee. Brutus. Enobaria.

Mi mente es un caos. La gente muere, desaparece, miente. La arena estalla en mil pedazos. Hay una rebelión en marcha. Una que supone una verdadera amenaza para Snow. Y yo estoy prisionera en el Capitolio, a merced del presidente y sus deseos. Parry va a morir, Johanna está gritando...

—¡Johanna!

Unos gritos más fuertes se unen a los de Johanna. Más cercanos a mí; tan solo nos separa una pared. Es Peeta.

—¡PEETA! —les llamo, a la desesperada—. ¡JOHANNA!

Y entonces, comienza el dolor y mis gritos se unen a los suyos. Grito hasta que siento que mi garganta arde como si la quemaran con fuego. Jamás había experimentado un dolor semejante. Parece que cada hueso, cada músculo de mi cuerpo, se hubiera convertido en lava y estuviera consumiéndome desde dentro.

Me lleva al límite de mi dolor, o se acerca a él, pero sin atravesarlo. Lo suficiente para mantenerme consciente. Lo suficiente para que crea que el dolor me volverá loca. Y, aún así, no se detiene, sino que continúa, convirtiendo nuestros gritos en un coro de horrores.

Poco a poco, una idea se va formando en mi mente. La seguridad de que Snow se ocupará de que ninguno de nosotros abandone el Capitolio jamás. La de que seremos sus prisioneros el resto de nuestras vidas... y de que estás podían no ser mucho más largas.

Tanto esfuerzo en la arena, la primera y segunda vez, tantos intentos de seguir con vida, únicamente para ser asesinada por el presidente. Él no debía ser quien pusiera fin a mi vida. No se lo merecía. En medio del dolor, pese a que mi garganta se resiste siquiera a dejarme susurrar, logro murmurar un «lo siento». Por todos a los que había fallado y no volvería a ver. Finnick, Violet, Zinnia. «Lo siento.»

Luego, cierro los ojos.












adelantamos el capítulo del lunes para terminar ya el acto jeje

antes de empezar con sinsajo, habrá un pequeño acto/interludio que narre los juegos de leilani. por qué? porque los tenía escritos de la primera versión del fic y me daba pena desperdiciar aquello. lo he editado y adecuado a esta versión y servirá un poquito para ver los inicios de la historia (y el trauma) de leilani, su vida en el 11, su relación con jared, zinnia, rosemary, annie y finnick... son 10 capítulos cortitos, pero creo que deben estar ahí

además de eso, mandarle todo mi amor a shareinborderland porque probablemente no me hubiera animado a seguir con la fic si no fuera por ella jsjs y agradecer mucho vuestro apoyo a la historia <3

mañana subiré ya el apartado del acto de los juegos de lei, nos leemos prontito!

ale.

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