37 | the wedding

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng










TREINTA Y SIETE
la boda







Sé que Finnick sabe que algo ha pasado. Y sé que tengo que decírselo. Pero me duele tener que hacerlo tan poco tiempo antes de la boda. Finnick es consciente de que aún hay mucho que arreglar y de que, probablemente, no todo vaya a sanar. Pero cuánto me gustaría poder demostrarle que no es así.

—¿Es realmente esto lo que queremos? —le pregunto a Finnick la noche antes del gran día. Sabe por mi silencio que estoy preocupada: si aún ninguno se ha dormido es porque espera a que hable—. ¿Una fiesta gigante?

Tumbado frente a mí, rostro con rostro, le veo sonreír. Sus dedos acarician suavemente mi mejilla.

—No lo sé —admite él. Su tacto es tan delicado que me hace estremecerme, pero no me asusta. Me ha costado un gran esfuerzo llegar a estar cómoda en esta posición, pero que sea Finnick quien me acompañe vuelve todo mucho más natural—. Lo único que quiero es casarme contigo, Leilani. Ahora que podemos hacerlo... No me parece mal anunciarlo a los cuatro vientos. —Ríe y se acerca algo más, acercando sus labios a los míos, pero sin que éstos lleguen a encontrarse. Exhalo lentamente, al tiempo que él susurra—: No me importa que todos sepan que estoy enamorado de ti, Leilani. De hecho, quiero que lo sepan.

Sonrío muy a mi pesar. Asiento despacio.

—¿Qué es lo que ha pasado? —me pregunta él con cautela.

—He tenido un ataque en el 12, o algo así —mascullo—. Snow me había dejado una sorpresa. Rosas. Cuando las he visto, yo... —Niego con la cabeza y desvío la mirada. Su sonrisa ha desaparecido. No quiero ver su rostro triste—. He perdido el control, Finn. He atacado a Katniss. No sabía... No sabía ni siquiera quién era ella. Casi ni sabía quién era yo. Solo podía pensar en Snow y todo lo que él...

Me he ido alejando de Finnick poco a poco, sin apenas darme cuenta. Él ha retirado la mano que antes mantenía en mi mejilla.

—Leilani —empieza, en tono grave—, sabes que no tienes que sentirte culpable.

—Lo sé —asiento—. Pero tú sabes que lo haré irremediablemente.

Deja escapar una risa, aunque no parece especialmente divertido. Busco sus manos y las sostengo entre las mías.

—Me siento egoísta por querer casarme contigo —confieso.

—¿Egoísta? —repite él, sin dar crédito.

—Los dos sabemos que no estoy bien, Finn. No se si llegaré a estarlo completamente alguna vez —susurro—. No debería permitir esto. Siento que te estoy... Te estoy atando a mí, ¿sabes? Y a todo lo que eso conlleva. No puedo controlar mis pesadillas, los recuerdos que aparecen de repente, cómo reacciono a ellos... A veces, hasta me cuesta diferenciar lo que es real de lo que no. —Se me escapa una carcajada seca—. Es absurdo, pero es así. ¿Y, sabiendo todo eso, quiero obligarte a...?

—Leilani —me corta él, acariciando el dorso de mi mano—. No me estás obligando. No me estás atando. Me caso contigo porque quiero. Porque te quiero.

—Lo sé, lo sé —suspiro—. Pero, Finnick, ¿cuántas veces has tenido que repetirme eso?

—No me importa cuántas hayan sido, Leilani —dice. Levanto la mirada y me encuentro con su sonrisa—. Te lo diré todas las que falta porque es la verdad. Y si por cualquier cosa lo olvidas y necesitas que te lo recuerde, lo haré. Si pierdes el control y necesitas a alguien que te calme, estaré ahí. Si no sabes si lo que tienes delante es real o no, solo tienes que preguntarlo y te responderé. —No se acerca a mí ni un centímetro, aunque sé que debe desearlo. Lo agradezco, porque aún no me siento preparada para un abrazo. La caricia de sus manos sobre las mías me parece suficiente por ahora. Pero sus palabras me tienen embelesada. Siempre es así: cuando dudo, cuando me pierdo, él es quien me hace regresar a mí. Me entristece no poder hacer lo mismo por él—. Quiero casarme contigo, Leilani, y mientras tú quieras también, lo haré. No quiero que te sientas obligada. Si no estás segura de esto, solo tienes que decírmelo.

—Yo sé que quiero casarme contigo, Finnick —respondo, negando lentamente—. Claro que sí. Pero me asusta nunca poder ser para ti lo que tú eres para mí. —Recorro su rostro con la mirada, esperando ver algún cambio en él—. Mereces algo más que a una persona rota, Finn.

—¿Quién dice que yo no esté roto? Siempre podemos juntar nuestros pedazos —dice, con una alegría que resulta chocante. Me sonríe tranquilizador—. Leilani, no entiendes que lo que necesito es a ti. Da igual lo que pienses que merezco. Siempre vas a ser tú.

Sus ojos, su sonrisa, es todo lo que miro durante cerca de medio minuto. Finalmente, me acerco a él y dejo que me abrace. Me estrecha contra su pecho, acariciando mi espalda. Me hace cerrar los ojos y respirar. Susurra mi nombre. Y yo pienso que no quiero verle nunca mal, pero que espero estar a la altura para ayudarle como él me ayuda a mí si la situación se da alguna vez. Quiero creer que puedo estarlo.

—Mañana nos casamos, entonces —le susurro. Él sonríe.

—Mañana —asiente, y lo hace sonar como una promesa. Una de las que sé que él siempre, siempre cumplirá.

Katniss y Rosemary están conmigo cuando finalmente decido armarme de valor y decidir que llevaré el vestido que Snow me dejó. Aunque Zinnia, Violet y Dae no saben lo que sucedió en el 12, parecen ser conscientes de lo importante que es ese momento.

Todo comentario que realizan con respecto a mi aspecto, es pronunciado con cuidado mientras observan al equipo de preparación de Katniss realizar su trabajo. El maquillaje al que tienen acceso es escaso, pero se las apañan para disimular en gran medida el cansancio y el dolor de los últimos tiempos de mi rostro. Me colocan la peluca con delicadeza y a punto estoy de echarme a llorar al sentir el cabello rizado sobre mis hombros.

Me ponen el vestido, que es muy sencillo, como a mí me gusta. Parece que Snow se preocupó porque fuera de mi estilo, algo que trato de quitarme de la cabeza tan pronto como se me ocurre pensarlo.

No sé cuánto tiempo transcurre en la preparación. Katniss y Rosemary se marchan, prometiéndome que me verán allí. Las otras tres, se quedan con nosotros. Noto al equipo algo nervioso la mayor parte del tiempo, supongo que por el ataque que tuve en el 12. No les culpo por estar así.

Cuando ya estoy preparada, se marchan casi al mismo tiempo en que aparece Johanna. Lleva la ropa normal del 13, y ya ha empezado a crecerle un poco de pelusilla en la cabeza rapada, como a mí también me ha pasado. Me levanto y le sonrío, al tiempo que noto la expresión de Dae volverse algo menos alegre.

—¿Te han dejado salir del hospital o te has escapado otra vez? —pregunto.

—Me han dejado salir, aunque se suponía que tenía que estar cerca de mi médico de la cabeza. Una lástima que lo haya perdido entre la multitud.

Sonrío y me miro en el gran espejo que hay a mi lado.

—Parezco una novia del Capitolio —comento, sin ninguna emoción en mi voz.

—¿Eso es malo? —pregunta Johanna. Que sea precisamente ella quien me lo pregunte me choca.

—Solo es lo que me parece. —Me aliso el vestido nerviosa. Zinnia se acerca a ayudarme a colocarme correctamente el velo—. Espero que Snow disfrute viéndome con el vestido que me dejó.

—Tú asegúrate de que Snow vea que disfrutas —me dice Johanna.

—Al menos, eso no lo tendré que fingir —respondo, sonriendo levemente. Zinnia me toma una mano. Violet se acerca para ayudarme con los zapatos.

—Deja tus tonterías de amor para otra persona —gruñe la del 7, aunque su mirada va hacia Dae unos segundos. Dudo que haya pretendido realizar ese movimiento. La del 8 no se ha movido de la pared donde aún permanece apoyada.

—Es el día de mi boda, Johanna —respondo, divertida—. Déjame demostrar algo de romanticismo.

Ella murmura algo que no llego a entender. Violet ríe por lo bajo.

—¿Puedo preguntarte algo? —digo, mirando directamente a Johanna.

—Ya lo estás haciendo —responde ella. Al ver mi expresión, rueda los ojos y asiente.

—¿Nunca has pensado en casarte? ¿Tener una familia?

—Snow mató a mi familia. No está en mis planes buscarme otra. No si luego van a matarlos también.

Silencio. No le miro durante los primeros segundos, porque sé que lo haré con lástima y ella se enfadará por ello. Yo también odio que me miren así. Pero no sé qué puedo decirle, y parece que Zinnia y Violet tampoco.

Es Dae la que termina por tomar la palabra la primera.

—Estás tan obsesionada con que perderás inevitablemente a cualquiera por el que consigas preocuparte mínimamente que no dejas que nadie se te acerque. —Cuando Dae habla, la gente escucha. Tiene ese efecto en los demás. Pero nadie parece escucharla cono hace Johanna, que se yergue en un instante y se queda contemplándola fijamente—. No tiene por qué ser así, pero no dejarás a nadie demostrártelo. Prefieres vivir creyendo que eres incapaz de ser amada a permitirte preocuparte por cualquier otra persona.

—Eso no es verdad —responde ella, con voz estrangulada. Dae arquea una ceja.

—¿Ah, no?

—No. —Johanna aprieta los puños. Me mira a mí durante unos instantes, y veo cómo sus ojos me piden ayuda. Pero no hay nada que yo pueda hacer en esta situación: Dae le está soltando la verdad a la cara. Es cuestión de Johanna si decide aceptarla o prefiere seguir ignorándola—. Sí me preocupo por otros. Por Finnick. Por Leilani. Por ti, aunque no te lo creas.

—Sí me lo creo —replica Dae—. Creo que no he explicado bien lo que quería decir. Me refería a que siempre vas a intentar alejar de tu lado a cualquiera que te haga sentir demasiado vulnerable o que simplemente se acerque a ti más de lo que te gustaría. —Su seriedad acostumbrada se mezcla con algo de dolor. Dae niega con la cabeza—. Tu problema es que lo negarás siempre.

Johanna aparta la mirada, pero por un segundo veo un brillo sospechoso en sus ojos. Lágrimas contenidas. Dae suspira.

—Tengo que ir a buscar a mi hermano —continúa, como si nada, dirigiendo una mirada primero a Violet y luego a mí—. Os veo ahora. Tú puedes con esto, Leilani —añade, con una sonrisa.

—Gracias, Dae —respondo simplemente. La vemos marcharse en silencio.

No quiero mirar demasiado a Johanna, pero no debería preocuparme demasiado por ello: con la mirada fija en el suelo, parece casi olvidar que nosotras seguimos en la habitación. Zinnia me aprieta con más fuerza la mano y sé que está preocupada. El problema es que no sé qué puedo decirle.

No obstante, no soy yo quien termina por hablar. Es Violet.

—¿A qué esperas? —la escucho decir, para mi sorpresa. Con una decisión que no estoy acostumbrada a ver en ella, avanza hasta Johanna y se coloca frente a ella, muy seria—. Síguele. Se nota que aún tienes mucho que decirle. ¿Por qué no lo haces?

Resulta evidente que la del 7 no se esperaba aquello por el modo en que levanta la cabeza al momento, con la confusión siendo perfectamente visible en su rostro. Violet se encoge de hombros y me mira, esperando a que intervenga en su favor. Me aclaro la garganta.

—Tiene razón, Johanna —digo, sonriendo débilmente. Voy hasta ella y le tomo las manos, esperando hasta que consigo que me mire a los ojos—. Quieres arreglar las cosas con Dae, ¿no? Es tu oportunidad. Puedes hacerlo.

—No sé si realmente quiero —susurra ella—. Tiene razón, joder. Me da miedo.

—¿Y desde cuándo dejas que el miedo te frene? —pregunto, negando con la cabeza—. Eres Johanna Mason. Eres de las personas más valientes que conozco. Has sobrevivido a mucho más que la mayoría. Si realmente quieres arreglar esto, ve. Si no —continúo, apretando sus manos—, yo seguiré pensando lo mismo de ti. Finnick y yo seguiremos estando ahí para ti, Johanna.

—Pero no Dae —responde ella, despacio. Niega y suspira—. ¿De verdad crees que puedo arreglarlo?

Pero no me mira a mí; mira a Violet, que asiente con decisión. Johanna suspira y se vuelve hacia mí.

—Vale, iré.

—No sabes cuánto me alegra oír eso —respondo, y lo digo de corazón—. Puedes arreglarlo, Johanna. Estoy segura.

Entonces, hace algo que me pilla totalmente por sorpresa: Johanna me abraza. Tan solo tarda unos segundos en apartarse y marcharse sin decir palabra, pero me un agradable calor en el pecho. Jamás hubiera imaginado a Johanna haciendo algo así.

—Lo arreglará —dice Violet, totalmente convencida, al tiempo que se cruza de brazos. Dirige su mirada hacia mí—, ¿no?

—Yo diría que sí —responde Zinnia, apareciendo junto a nosotras. Sonríe—. Pero, Lei, creo que ya va siendo hora de que te pongas los zapatos. No queda demasiado tiempo.

No llevo tacones, sino unos zapatos planos que me hacen sentir mucho más cómoda. Zinnia añade, con cuidado, algunas florecillas blancas a mi peluca, como es tradición en el 11. No sé cuánto le habrá costado conseguirlas, pero no pregunto. Es Violet la que me da la cajita de madera que contiene las semillas que Finnick y yo debemos plantar juntos; otra de nuestras costumbres.

Zinnia se marcha y regresa diez minutos después, pero no viene sola. Tengo que hacer un esfuerzo para no llorar al ver entrar a la mismísima Yasmin Kurtter. La abuela de Zinnia y Thresh me da un abrazo sin darme tiempo a pronunciar ni una sola palabra, lo que no contribuye a mantener mis ojos secos. Huele a lavanda y pan recién hecho, justo como recordaba.

—¡Qué preciosa estás, niña! —exclama—. ¡Pero ni se te ocurra llorar!

De algún modo, lo consigo, pero el nudo en mi garganta me lo pone difícil. Afortunadamente, el momento no se alarga demasiado: Zinnia anuncia que ya es la hora. Creo que es en ese momento cuando realmente acepto que voy a casarme con Finnick.

Zinnia me guía por los pasillos hasta el lugar donde va a celebrarse la boda, mientras Violet y nana Yasmin van por otro lugar. Ellas estarán entre los invitados, mientras yo entraré por una puerta diferente. Intento ocultar el temblor de mis manos, pero mi amiga no lo deja pasar por alto.

—Respira —me dice, tomándome de la mano—. El chico está loco por ti. Y Plutarch ha dejado el sitio increíble. No creo que nada pueda estropear eso.

—¿Estás segura? —pregunto.

—Tú confía en mí, Lei.

Sonrío un poco. Sé que Zinnia también está nerviosa, pero ella siempre ha sido la que mantiene la calma por las dos. Me alegra ver que, por una vez, es en una situación que nos emociona a ambas.

Pedí expresamente que fuera ella quien me acompañara por el pasillo hasta donde Finnick me aguardara. Katniss le ha obsequiado con uno de los vestidos que trajimos desde el 12, para sustituir su ropa habitual. Vestida de un bonito verde, caminando a mi lado, puedo llegar a imaginar cómo sería toda esta situación en el 11, en lugar de aquí.

—Aquí es.

Nos detenemos frente a la puerta. Zinnia me mira, sonriendo. Me aparta algunos pelos de la cara. Se asegura de que mi vestido esté bien por detrás. Las dos dejamos pasar el tiempo, mientras aguardamos a la señal que Plutarch nos ha indicado: el inicio de la música.

—¿Nerviosa? —me pregunta Zinnia.

—Sí, pero no tanto como imaginé —admito, negando con la cabeza—. Realmente quiero hacer esto.

—No sabes cuánto me alegro, Lei.

Dirijo una mirada a la puerta. Se escucha a los invitados tomando asiento, pero aún nada que me indique que es mi momento de entrar.

—¿Se ha ocupado Plutarch de lo que le pedí? —inquiero.

Zinnia asiente.

—Me aseguré de ello. Están todos los nombres grabados —me promete—. Justo al lado de donde Finnick y tú estaréis.

—Gracias, Nia —susurro.

Una más de nuestras tradiciones. Recordamos a los que, por motivos varios, no están junto a nosotros este día grabando sus nombres en una tabla de madera, sobria y sin adornos. Se mantiene cerca de los novios, un modo de representar que aquellos ausentes realmente están más cerca de lo que creemos.

Le pedí a Zinnia una lista de muchos más nombres de lo acostumbrado, pero no somos vencedores por nada. No quería que nadie faltara.

La música de un violín empieza a sonar. Alguien abre la puerta desde dentro. Los trescientos invitados, tal y como Plutarch me dijo, se giran hacia nosotras. La imagen me impresiona, lo admito. Las piernas me comienzan a temblar. Entonces, Zinnia me toma por el brazo con decisión y empezamos a avanzar.

Mientras nos acercamos a donde Finnick espera, veo algunas caras conocidas: Katniss, Haymitch, Rosemary, Prim, Nax... Luego, algo más adelante, Dae, su hermano y Johanna. En primera fila están Violet y nana Yasmin. Sin embargo, no paso demasiado tiempo observando a los invitados.

No puedo apartar la mirada de Finnick. Está sonriendo y su sonrisa es tan contagiosa que termino por imitarle, advirtiendo que, en medio de mi emoción e incredulidad, había caminado un buen trecho con el rostro completamente serio. Olvido mis nervios y olvido a todas las personas que me miran.

Llego junto a Finnick y él me coge las manos al momento. Zinnia retrocede unos pasos, pero se queda de pie junto a nosotros. Articulo un «gracias» con los labios, sin hacer ruido, y luego giro la cabeza hacia Finnick. Se me ocurre que debería decirle algo, cualquier cosa, pero soy incapaz de hacer algo que no sea sonreír. La ceremonia comienza.

Dalton, del Distrito 10, es quien la preside, ya que las bodas en su distrito son parecidas a las del 4. Hay detalles únicos del hogar de Finnick: una red tejida con largas hierbas que nos cubre durante los votos; un momento en el que ambos mojamos ligeramente con agua salada los labios del otro; y la antigua canción nupcial, en la que se compara el matrimonio con un viaje por el mar. Para mi sorpresa, en lugar de empezar la del 11 tras ésta, el coro de niños se divide en dos voces hacia el final de la canción del 4, repitiendo el estribillo mientras otra parte comienza a cantar la del 11, haciendo que las dos armonías se combinen de un modo precioso.

—¿Esto ha sido idea tuya? —susurro, mirando la sonrisa que él me dirige.

—Y de Violet —asiente él.

Eso me hace sonreír aún más. Finnick tiene razón. Escuchando la canción de mi distrito, no puedo evitar pensar con nostalgia en todas las veces que hablé con Jared de cómo serían nuestras bodas. Y eso me hace sentirle más cerca.

—Gracias.

Cuando Finnick y yo nos besamos, sellando nuestra unión, una minúscula parte de mí me susurra que tal vez estoy cometiendo un error. Pero la sonrisa de Finnick me hace olvidar eso al instante.

Los invitados comienzan a aplaudir con fuerza. Zinnia sonríe y me abraza tan pronto me giro hacia ella. Finnick no suelta mi mano en ningún momento. Hay un brindis con sidra de manzana (la única bebida que autorizó Coin). Luego, un violinista proveniente del 12 comienza a tocar. Todos los de su distrito se vuelven hacia él, casi sorprendidos. Finnick, en cambio, se gira en mi dirección y me ofrece el brazo.

—¿Bailamos? —pregunta.

—Por supuesto —respondo, mientras él me guía al centro de la sala, donde los del 12 están enseñando los pasos a los del 13–. ¿Sabes bailar?

—Es uno de mis dones.

Veo a Katniss a no mucha distancia, danzando con Prim. Ellas me sonríen, aunque Katniss no puede evitar de vez en cuando una mueca de dolor. Las costillas deben molestarle bastante todavía. Recuerdo con malestar cómo la ataqué en el 12. Probablemente, retrasé su recuperación y...

Me obligo a pasar esos pensamientos de mi cabeza antes de que vayan a más. Hoy, no. Quiero estar feliz. Lo estoy, de hecho, pero quiero estarlo todo el tiempo. No puedo permitir que malos recuerdos me quiten eso, ni aunque sea un instante. Puedo dejarlo para mañana.

—No sabía que el vestido sería así —me dice entonces Finnick. Mientras que mi mirada va de un lado a otro de la sala, regresa a él y luego vuelve a perderse, sus ojos apenas me pierden de vista. Creo no haberle visto nunca sonreír como está haciendo ahora—. Estás preciosa.

—Me lo dejó Snow —aclaro, acariciándole el brazo—. Todo lo que llevo, de hecho.

Tuerce el gesto casi imperceptiblemente. Me encojo de hombros.

—¿Y de verdad has querido ponértelo? —pregunta él—. ¿O ha sido por otro motivo?

—Quiero que me vea así —admito—. Porque sé que no me cree capaz de vestirlo.

Finnick asiente despacio.

—Es nuestra boda —se limita a decir—. No deberías ponerte nada que no quieras llevar por otra persona.

—Quiero llevarlo —le prometo, aunque entiendo a qué se refiere. No he elegido usar el vestido por los motivos correctos, pero ya no puedo cambiar lo hecho. Tampoco me arrepiento del todo por ello—. Además, así saldré bien en las fotos.

—No digas tonterías —protesta él—. Saldrías preciosa de cualquier manera.

Río y le beso, porque ahora puedo hacerlo cada vez que quiera. Todavía me resulta difícil de creer, pero es así. Siento unas manos sobre los hombros y me vuelvo hacia Johanna, que viene acompañada de Dae.

—¡Felicidades, pareja! —exclama la del 7, palmeándome la espalda—. ¿Quién lo hubiera dicho?

—Esa es una gran pregunta —dice Finnick, riendo—. No creo que nadie.

—De hecho, nosotras sí —señala Dae—. Y Haymitch. Claro, no contábamos con la boda, pero... Sí.

Johanna asiente para darle apoyo. Finnick y yo intercambiamos una mirada y reímos más. Quiero preguntar cuándo fue la primera vez que hablaron de ello, pero no sé si será lo mejor. Lo dejo pasar y, pronto, ambas se alejan a bailar con Katniss y Prim. Localizo a Violet junto a Nax y Jian; Zinnia está sentada junto a nana Yasmin. Me digo que iré con ellas en un rato.

—¿Sabes? —me dice entonces Finnick, mientras ambos retomamos el baile—. Aún me parece imposible que nos hayamos casado. Nunca pensé que esto podría hacerse realidad.

Me alegra comprobar que ambos nos sentimos igual de fascinados ante la situación. Asiento despacio.

—Pero se ha hecho realidad —respondo—. Ha pasado de verdad. Estamos casados, Finnick. —Río por lo inimaginable que hubiera sido algo así tan solo unos meses atrás—. Casados de verdad.

Finnick me besa. Me contempla con ojos brillantes. Creo que podría quedarme para siempre en ese día, en ese momento. Su expresión de pura felicidad, su sonrisa sincera, mi corazón a punto de estallar de alegría, nuestros pies moviéndose al ritmo de la música, nuestras manos unidas y todos los besos que podemos darnos. Irreal.

—Te amo —me susurra al oído, consiguiendo que se me erice la piel con ese simple gesto—. Ya te lo he dicho, pero te lo repetiré todos los días de mi vida. Nunca me cansaré de hacerlo. Te amo, Leilani.

Rodeo su cuello con mis brazos, volviendo el baile más íntimo, más nuestro. No puedo parar de sonreír. Es real, es real, es real.

—Y yo te amo a ti, Finnick.














Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro