39 | the approval

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng










TREINTA Y NUEVE
la aprobación







Es Finnick quien me despierta al amanecer, recordándome que tengo que ir a entrenar. Con desgana, me obligo a desperezarme y levantarme de la cama, mientras él me observa desde ésta con una sonrisa en el rostro. No digo palabra mientras me visto y peino, pero me despido con un beso y prometiéndole vernos a la hora del almuerzo.

Recorro con rapidez el camino hacia el ala del hospital, que por fin he memorizado. Ya desde el pasillo, llegando a la habitación de Katniss, escucho los insultos de Johanna.

—Creo que no puedo hacerlo —oigo protestar a la del 12.

—Sí que puedes. —Johanna suena furiosa, aunque su voz tiembla—. Las dos podemos. Somos vencedoras, ¿recuerdas? Somos capaces de sobrevivir a lo que nos echen.

Las espero fuera, sin querer interrumpir. Cuando salen, pocos minutos después, me fijo en que la piel de Johanna tiene un enfermizo color verdoso y que no para de temblar. Dejo que se adelante un poco y le susurro a Katniss:

—¿Le han quitado la morflina? —Ya he visto sus efectos en otros vencedores y el mono me resulta evidente en Johanna, pero quiero asegurarme.

—Sí —masculla—. Le daba de la mía, pero lo que me han puesto para curarme las costillas no puede mezclarse con la morflina. Tiene efectos secundarios peligrosos. Así que me la han quitado.

Miro preocupada a Johanna tan pronto veo que está diluviando fuera. Se queda blanca como el papel y casi deja de respirar. Recuerdo sus gritos cuando la torturaban en el Capitolio. No lo sabía en ese momento, pero me lo compartió tras nuestra llegada al 13. La empapaban y luego le daban descargas eléctricas. Me ha confesado que le cuesta mantenerse bajo el agua desde ese momento, incluso en la ducha. Yo, que llevo años lidiando con mi pánico a las superficies de agua, no he podido darle ni un solo consejo que le ayude. Aún no he encontrado nada para mí.

Katniss, que no sabe nada, solo dice:

—No es más que agua, no nos matará.

Johanna aprieta los dientes y sale a la lluvia. Le sigo, colocándome junto a ella.

—Es solo agua, no es él —le susurro—. Puedes con ello, ¿vale?

Johanna solo asiente. Al de pocos segundos de salir afuera, ya estamos empapadas. Aún así, realizamos los ejercicios y corremos ocho kilómetros de nuevo, pero Katniss tiene que parar otra vez, por culpa de sus costillas.

En el comedor, nos sentamos las tres con Finnick. Intento comer el cuenco de guiso de pescado y remolacha, pero apenas puedo tomar dos bocados. Me produce náuseas y a punto estoy de vomitarlo. Lo aparto tras unos minutos.

—No pasa nada —digo, al ver las expresiones de los demás—. Estoy bien. Es solo que no tengo hambre.

Finnick aprieta los labios.

—Cómete el pan, al menos —me sugiere. Termino por obligarme a hacerlo, sabiendo que sin comer no resistiré al ya de por sí horrible entrenamiento.

Por la tarde, nos enseñan a montar las armas. Sigue diluviando. Katniss y yo encajamos las piezas bastante rápido, pero Johanna tiembla demasiado como para hacerlo bien. Cuando York no mira, las dos le ayudamos como podemos. Termino por cogerle el ritmo y, aunque no es una actividad que me entusiasme, me alivia ver que hay algo del entrenamiento que se me da verdaderamente bien.

Después, tenemos clase de tiro. Es difícil acostumbrarse a la pistola, pero siempre he considerado que tenía buena puntería. Aunque disparar no es en absoluto lo mismo que lanzar cuchillos, acabo por progresar bastante en una sola sesión. Por supuesto, Katniss resulta ser la mejor del grupo, pero me alegra descubrir que estoy por encima de la media de éste.

—Al fin tenemos esa clase de tiro juntas, ¿eh?

Tardo un momento en entender a qué se refiere Katniss y acabo por reír.

—Tuvimos la de cuchillos —le recuerdo—. No la de arco.

—Hubiera sido yo mejor —responde ella, con una falsa expresión engreída.

—Indudablemente —contesto, sonriendo—. Pero yo gané en cuchillos. Y volvería a hacerlo.

Es el turno de Katniss de sonreír.

—No lo dudo.

A lo largo de la semana, cojo la rutina de ir todos los días a recogerlas a sus respectivos compartimentos. Katniss se mudó junto a Rosemary cuando se dio cuenta de que no podían seguir viviendo en el hospital para siempre. Fue la otra quien se lo propuso. Ante esto, a Johanna no le quedó más remedio que copiar la acción. Ahora, Dae y ella comparten uno y, aunque aún no sé cómo de bien van las cosas entre ellas, parece estar yéndoles bien por ahora.

En ese tiempo, las tres mejoramos bastante, las costillas de Katniss se curan casi del todo y Johanna aprende a montar su fusil sola.

—Buen trabajo, soldados. —York nos felicita por ello, lo que me llena de orgullo y alivio.

—Creo que ganar los Juegos fue más sencillo —murmura Johanna cuando ésta se va, pero sé que se siente tan satisfecha como Katniss y yo.

Las tres estamos casi de buen humor cuando vamos al comedor. También mejora nuestro ánimo que nos den a cada una un enorme plato de estofado de ternera para comer. Nos sentamos en una mesa junto a Finnick, Dae, Zinnia, Gale y Delly, una chica refugiada del 12 que está ayudando a Peeta con su recuperación. Tomo asiento junto a Finnick, dándole un beso en la mejilla. Él toma mi mano; se ha vuelto un gesto bastante común entre nosotros y he de admitir que me gusta sentirle tan cerca, incluso cuando le tengo al lado. Aquel simple contacto me parece tan íntimo, incluso estando rodeados de otra gente, que me hace irremediablemente sonreír cada vez que Finnick busca mi mano con la suya.

—¿Qué tal el entrenamiento de hoy? —pregunta.

—Bien. Incluso nos han felicitado —digo, orgullosa—. Y tenemos la tarde libre.

—En ese caso —empieza, sonriendo—, ¿vamos a dar un paseo? Casi no hemos estado juntos esta semana. Necesito sentirme un poco querido, ¿no crees? —Me rio, no puedo evitarlo.

—Un paseo suena genial.

Comenzamos a comer y he de admitir que, para variar, el estofado está delicioso. Creo que es la primera vez que siento verdadero apetito en días. Disfrutamos del almuerzo mientras Finnick empieza a contar una historia absurda sobre una tortuga marina que se aleja con su sombrero. Katniss y yo nos reímos conforme ésta avanza, pero ella se calla de golpe y su expresión tan seria me hace girarme para seguir su mirada. Es entonces cuando mis ojos recaen en Peeta.

No he ido a visitarle aún, pese a haberle dicho que lo haría. Me lo han desaconsejado y, en parte, estoy aliviada por ello. No por el estado en el que él está, sino porque no se me ocurre ningún modo de ayudarle. Solo me veo capaz de traerle malos recuerdos, los de nuestro encierro en el Capitolio o los días en la arena. Sé que, gracias a Delly, Nax e incluso Rosemary, ha tenido avances, pero también que sigue bastante inestable.

Es precisamente Rosemary quien le acompaña, escoltado por otros dos guardias. No parece tan ido como cuando le vi, poco después de llegar al 13, sino más bien incómodo. Sujeta una bandeja de comida con dificultad, ya que lleva las muñecas esposadas. Rosemary lleva otra.

—¡Peeta! —dice Delly, que es la primera en recuperarse de la sorpresa—. Qué bien verte... fuera.

—¿Y esas pulseras tan monas? —pregunta Johanna, burlona.

—Todavía no soy del todo digno de confianza —responde Peeta—. Ni siquiera puedo sentarme aquí sin vuestro permiso —añade, señalando con la cabeza a sus vigilantes. Rosemary asiente con seriedad.

—Si preferís que busquemos otro sitio, lo haremos —asegura. Mira primero a Katniss, pero luego su mirada recorre toda la mesa.

—Por supuesto que podéis sentaros aquí, somos viejos amigos —dice Johanna dando unas palmaditas en el asiento que tiene al lado. Los vigilantes le dan permiso, así que él se sienta. Rosemary lo hace justo frente a él—. Peeta y yo teníamos celdas contiguas en el Capitolio. Y
Leilani la tenía al otro lado de Peeta. Estamos muy familiarizados con nuestros respectivos gritos.

No entiendo a qué viene eso, pero trato de seguir la conversación.

—Si, pasamos muy buenas horas ahí, sin duda —digo. Intento que suene sarcástico, pero me tiembla un poco la voz al final.

Los gritos de Peeta y Johanna no fueron los únicos que me hicieron escuchar en el Capitolio. Recuerdo la jaula de los charlajos. Las voces de todas las personas cuyas muertes pesan sobre mi conciencia. El agua subiendo dentro del cubo de cristal. Mis pulmones quemando, mientras trato de resistir unos segundos más. Finnick, inmóvil fuera, observándome morir sin hacer nada por evitarlo.

Me regresa todo tan de golpe que me cuesta un momento procesarlo. No noto mi respiración errática hasta que Finnick comienza a susurrarme al oído:

—Leilani, estoy aquí. Contigo. No es real. No pasa nada. Estás bien, te lo prometo. Estás bien.

Tardo unos segundos en lograr asentir y enfocar la vista. Ha debido ser solo un instante, o eso espero, pero todos los comensales me observan en silencio. Dae le susurra algo a Johanna, que parece genuinamente avergonzada. Zinnia me dirige una sonrisa que imagino que pretendía que fuera tranquilizadora, pero que resulta forzada.

—Lo siento —digo, pero Finnick niega con la cabeza.

—No pasa nada —murmura Katniss.

Los siguientes minutos transcurren en silencio. Intento continuar con la comida, pero he perdido todo apetito. Acabo apartando el estofado que me queda.

—Leilani —termina por decir Delly, animada—, ¿sabías que Peeta decoró tu tarta de boda? En casa su familia era dueña de la panadería y él hacía los glaseados.

Levanto la cabeza e intento sonreír, aunque creo que solo me sale una mueca. Lo sabía desde antes, pero creo que es innecesario decirlo.

—Gracias, Peeta, era preciosa.

—Es un placer, Leilani —responde él, asintiendo.

Aún siento cierto malestar. Sé que Finnick lo nota. Es por eso por lo que se gira hacia mí y me dice entonces:

—Si queremos que nos dé tiempo a dar ese paseo, será mejor que nos vayamos.

Asiento con la cabeza. Finnick recoge nuestras dos bandejas con una sola mano, mientras aún sujeta la mía con fuerza. En otro momento protestaría, pero ahora agradezco que no me suelte.

—Me alegro de verte, Peeta —se despide simplemente él.

—Pórtate bien con ella, Finnick, si no quieres que intente robártela.

Arqueo las cejas. Finnick y yo intercambiamos una mirada. Podría haber sido una broma, si él no hubiera sonado tan frío.

—Venga, Peeta —responde Finnick, como si nada—, no hagas que me arrepienta de haberte reanimado el corazón.

Sí demuestro alguna reacción ante aquello, no les da tiempo a verla, puesto que Finnick y yo nos marchamos al instante. Él deja las bandejas y ambos salimos del comedor, recorriendo en silencio los pasillos hasta que llegamos a un punto en que me detengo y me apoyo en la pared. Finnick me mira con ojos sombríos. Niego.

—Estoy bien —mascullo—. Solo me ha venido... todo muy rápido.

En la última semana, tan centrada como he estado en el entrenamiento, no he pensado tanto en el tiempo en el Capitolio. Incluso he dormido sin pesadillas. Pero la aparición de Peeta y el comentario de Johanna me ha hecho volver allí con demasiada brusquedad.

—Lo sé —susurra Finnick, acariciando con el pulgar el dorso de mi mano. Suspiro.

—¿Podemos salir en ese paseo? —pregunto. Finnick asiente; obtuvo permiso desde Mando para ir al exterior hace unos días, pero aún no hemos podido ir—. Vamos al bosque, entonces. No quiero estar aquí.

Solo nos dejan pasear a unas horas muy concretas, y no demasiado tiempo. Tan pronto como salimos al aire libre, pido a Finnick alejarnos de las ruinas. Los dos caminamos de la mano en silencio durante varios minutos.

—No pensaba que sería tan... así —comenta Finnick. Sé al momento que habla de Peeta.

—Ya. Y yo no sé por qué he perdido el control con tanta facilidad —murmuro—. Normalmente, puedo hablar de lo que pasó en el Capitolio como algo normal. Pero ver a Peeta así, y...

—No tienes que explicarlo, Leilani —dice Finnick—. No es tu culpa. Llegará un momento en que sea más sencillo, pero apenas han pasado unas semanas. Date tiempo.

—Lo sé. Pero ahora estamos en guerra. Y si quiero ir al Capitolio, tengo que controlar eso. —Guardo silencio, pensativa. Una idea desagradable aparece en mi cabeza. Antes de que a mi parte racional (o aterrada) la rechace, pregunto atropelladamente—: ¿No había un lago aquí cerca?

—Sí, pero... —Finnick me mira, sorprendido. Frunce el ceño.—. ¿Estás pensando en bañarte en el lago?

Asiento con la cabeza.

—S-si estoy contigo —mascullo—, te quedas cerca y no nos metemos a mucha profundidad, creo que podré hacerlo.

—No sé si es buena idea.

—Por favor, Finnick —le pido—. Tengo esa fobia desde hace más de cinco años. Ya es hora de superarla.

No me creo capaz de hacerlo. No quiero hacerlo ahora, pero me obligo a insistirle a Finnick. Si logro hacerlo, ¿empezará todo a ir mejor? ¿Podré controlar mis pesadillas, mis recuerdos, mis otros miedos? Quiero creer que sí.

—No, Leilani —dice entonces Finnick—. ¿Sabes por qué? Porque quieres hacerlo para demostrarle a él que puedes. Deberías hacerlo por ti.

—No quiero demostrarle a Peeta...

—Me refería a Snow.

Sus palabras caen como una losa. Agacho la cabeza.

—Yo...

—Desde que llegaste, has intentado demostrarle que eres capaz de hacer ciertas cosas —me dice, con voz suave—, ¿no es así? Quieres que vea que lo que él te hizo no te ha afectado. Que puedes seguir haciendo todo como si nada hubiera pasado. Nadar en el lago, llevar ese vestido en nuestra boda, pasar el entrenamiento e ir al Capitolio, puede que incluso estar conmigo.

Me tiemblan las manos. Niego.

—No es solo eso...

—Pero sí una gran parte, ¿no es así?

Me abrazo a mí misma. No le miro, pero termino por asentir. Sé que tiene razón, aunque no en todo. Intento justificarme.

—El vestido sí fue por eso —mascullo—. Quería... quería que él me viera con él, lo admito. Me lo había dado porque sabía que no podría llevarlo, así que...

—Así que te obligaste a llevar algo con lo que no te sentías cómoda el día de nuestra boda solo para vengarte de él.

No me lo reprocha, pero sus palabras me duelen igual. Porque son verdad.

—El entrenamiento no es por él —trato de seguir, aunque con voz débil—. Quiero ir con vosotros, de verdad. —Sigo temblando. Aún no miro a Finnick, pero sé que se acerca a mí. Sus brazos me envuelven. Apoyo el mentón en su hombro—. Y estar contigo, Finn, no es por...

—Sabes que en algunos momentos sí ha sido por eso, Leilani —murmura él—. No te culpo. Pero me duele verte obligándote a hacer cosas solo por él.

—Me intentó quitar todo, Finn —respondo, con voz rota—. Si no intento ver que falló...

—No te digo que no recuperes todo eso, Leilani —me interrumpe Finnick, acariciando mi mejilla—. Era tuyo. Tienes derecho a querer ciertas cosas, cierta normalidad, de vuelta. El problema es que lo haces por él. No por ti, no por Zinnia, por Violet, por Johanna, por mí... Solo tratas de demostrárselo a él.

Tiene razón, claro que la tiene. Se me escapa un sollozo, pero no dejo que vaya a más. Asiento.

—Quiero que hagas todas las cosas que crees que no puedes por ti, Leilani. —Finnick me estrecha con más fuerza—. No por ese hombre.

—Yo también quiero, Finn —respondo—. Pero... le tengo tan metido en la cabeza. Siento que aún tiene control sobre todo lo que hago, de algún modo. Y lo tiene. Influencia cada una de mis acciones, cada cosa que hago o pienso. No puedo evitarlo. No sé cómo quitármelo de encima. Quiero hacerlo, de verdad. Pero no sé cómo.

Está en cada aspecto de mi vida desde hace tanto que casi lo he olvidado. Su presencia solo ha crecido en los últimos años. Tengo que librarme de él.

—Quiero que muera —susurro, aunque sé que no será tan fácil que todo se acabe—. Se lo merece.

Por Jared. Por Annie. Por los otros tributos de mis Juegos. Por Rue y Thresh. Por Seeder. Por Chaff. Por Parry. Por Mags. Por los vencedores cuyas vidas arruinó. Por mi madre y por mi abuela, Noena. Por todos a los que ha matado en los distritos durante tantos años de gobierno. Por Peeta y Johanna, que sufrieron conmigo las torturas. Por Zinnia, Violet y nana Yasmin. Por Katniss, Dae, Haymitch, Beetee, Rosemary. Por Finnick. Por mí.

—Voy a ir al Capitolio y voy a verle morir, Finnick —susurro—. Y va a ser por mí. Porque necesito sanar eso. Nada de lo que haga a partir de ahora va a ser por él. Quiero intentarlo. Quiero una vida sin sentir que él observa cada cosa que hago. Sin miedo a eso.

—La tendremos —me asegura él, y entonces comprendo por qué Finnick. Lo ha sabido ver tan bien: él lleva un tiempo enfrentándose a aquello. Solo que yo no he podido darme cuenta hasta ahora.

Rompo el abrazo dando un paso hacia atrás. Miro a Finnick a la cara por primera vez desde que empezó la conversación. Tiene los ojos enrojecidos. Aún sujeta mi mano.

—¿Qué haremos? —le susurro entonces, animándole a echar a andar junto a mí. Tiro de él hasta que logro que me siga—. En esa vida. Después de que esto acabe. No quiero quedarme en el 13 eternamente. ¿Dónde quieres ir?

Finnick duda, antes de decir:

—Quiero volver al 4. Es lo que siempre he querido. No me imagino una vida lejos del mar. —Sus ojos verdes se vuelven hacia mí al momento—. Pero no tenemos por qué hacerlo, ya lo sabes.

Niego despacio, sonriendo.

—Hace ya un tiempo que nos imagino viviendo en el 4 —admito—. No me veo volviendo al 11. Ya no. Puede que algún día vaya, pero... Hace mucho que no es mi hogar.

Finnick me observa, en silencio. Se me escapa una débil risa.

—Una vida en el 4 —continúo—. ¿Qué me dices?

Veo cómo una sonrisa va formándose poco a poco en sus labios. Tira de mí para acercarme más a él y rio cuando me besa.

—¿Eso es una promesa? —pregunta.

—Lo es.

Durante los días siguientes, Johanna, Katniss y yo entrenamos en la Manzana. En las profundidades del 13 han creado una réplica de una manzana del Capitolio. Allí, en pelotones de ocho personas, nos entrenamos con simulaciones.

Una parte de ti sabe que es falso, que no vas a morir. Cuando escuchas el sonido de una mina explotando, tienes que tirarte al suelo y fingir que estás muerto. Por otro lado, todo parece también muy real. Hay soldados enemigos disfrazados de agentes de la paz y las bombas de humo crean confusión. Incluso nos gasean en una ocasión. Katniss, Johanna y yo somos las únicas que nos podemos las máscaras a tiempo. El resto del pelotón se queda inconsciente durante diez minutos.

El equipo de grabación, que está formado por Cressida, su ayudante Messalla y los dos cámaras, Castor y Pollux, nos graba mientras entrenamos. Sé por Finnick que también le graban a Gale, a Dae, a Rosemary y a él cuando entrenan. Es para una serie de propos en la que muestran cómo entrenan los rebeldes.

Incluso Peeta empieza a venir a entrenar, siempre acompañado por dos guardias y, en la mayoría de las ocasiones, Rosemary. Katniss dice, y yo estoy de acuerdo, que si por una pelea con Delly empieza a hablar solo, no es muy inteligente enseñarle a montar un arma. Al parecer, después de que Finnick y yo nos marcháramos del comedor, la conversación se volvió una discusión, especialmente entre Delly y Peeta, que llevó a éste último a comportarse casi de modo similar a sus primeros días en el 13.

Plutarch dice que es para las cámaras. Tienen material de mi boda y nuestros entrenamientos, pero muchos se preguntan qué hay de Peeta. Dice que si consiguieran alguna toma buena con Katniss, sería fantástico. Solo hace falta que parezcan felices, no que se besen, claro. Katniss se larga, dejándole con la palabra en la boca. Me parece la mejor respuesta posible.

Trato de aprovechar el poco tiempo libre que tengo. Estoy con Finnick cuando que no tengo nada que hacer, ya sea en Defensa Especial, en nuestro compartimento o paseando. También salgo con Zinnia y Violet al bosque, donde nos entretenemos buscando plantas curativas y comestibles que luego entregamos al 13. Es una vieja costumbre que hemos rescatado. Incluso nana Yasmin, que aún no regresa a nuestro distrito, nos acompaña un día.

También soy testigo de los preparativos para las tropas, que vivo con bastante nerviosismo. En pocos días, se marchan al Capitolio. Aún no he conseguido autorización para ir con ellos y si los demás se marchan y yo no puedo ir...

Inesperadamente, York nos dice unos días después que nos ha propuesto a Johanna, Katniss y a mí para hacer el examen que nos permitirá ir al Capitolio. Las tres vamos de inmediato al lugar que nos indica. Son cuatro pruebas que ya hemos practicado: una pista de obstáculos que evalúa la condición física, un examen escrito de tácticas, una prueba de habilidad con las armas y una situación de combate simulado en la Manzana. No deberían costarnos demasiado esfuerzo.

Las primeras las hacemos sin apenas problemas, pero cuando llega la última, empiezo a preocuparme. Según escucho, entras solo en el simulador, cosa que no hemos hecho en los entrenamientos. El lugar está diseñado para atacar los puntos débiles de cada uno. Pensar en eso casi me hace reír histéricamente. ¿Mis puntos débiles? Tengo cientos de ellos. A saber qué usan contra mí...

Otros dos aspirantes pasan antes que nosotras. Johanna entra la tercera y Katniss va después. Les deseo suerte y espero con impaciencia mi turno. No quiero que llegue, pero por otro lado, solo quiero que pase ya. Casi me devuelve a los Juegos, los días anteriores al inicio de estos y al propio tiempo en la arena. La sesión privada con los Vigilantes, las entrevistas, el Baño de Sangre. Sé que no es lo mismo, pero no dejo de encontrar similitudes. Para cuando por fin me llaman, he pensado tanto en lo que puede pasar que ya ni sé qué estrategia seguir.

Tan pronto como entro, escucho a un bebé llorando. Mi primer instinto es correr hacia él. Me trago mi inquietud e ignoro el sonido. Sé que es una trampa. Mantengo mi pistola preparada y avanzo lentamente por las calles desiertas. Algo cae a mis pies y tan solo tengo un segundo para ponerme la máscara antes de que la bomba de gas estalle.

El humo me hace perder la mayor parte de la visión. Escucho un disparo y me tiro al suelo. Me arrastro junto a un coche y desde ahí asomo la cabeza. Veo varias figuras y reconozco los uniformes de los agentes de la paz. Les disparo y caen al suelo.

A mi alrededor, comienzan a sonar gritos por todas partes. Me quedo inmóvil. No son como los de los charlajos, sino que suenan más bien como grabaciones. Trago saliva y aprieto los nudillos en torno a la pistola, resistiendo así el impulso de taparme los oídos. Me pongo en pie como puedo, aún a cubierto. Lo que los del 13 quieren ver es si consigo aguantar o si me rindo. No voy a dejar que puedan conmigo. Quiero ir al Capitolio. Tengo que demostrarles que soy capaz de ello. Así que aprieto la mandíbula y corro hacia mi objetivo. Disparo a tantos agentes como aparecen en mi campo de visión. Algunos subidos a un tejado, otros que salen de callejones. Al llegar al objetivo, salgo de la Manzana y me apoyo en la pared: lo he conseguido.

Un soldado me felicita, me pone un sello en la mano y me dice que vaya a Mando. Pregunto por el examen de Garnet y me dicen que también lo he aprobado. Puedo ir al Capitolio. Miro el número de pelotón: 451. La unidad de tiradores. Lo he conseguido. Doy las gracias al soldado y me dirijo rápidamente hacia Mando.

Un hombre llamado Boggs es quien me recibe y me señala al resto del pelotón: Finnick, Dae, Katniss, Rosemary, Gale, cinco más que no conozco. El alivio me inunda. Katniss choca los cinco conmigo; me sorprende no ver a Johanna allí, pero asumo que habrá sido asignada a otra unidad. Luego, iré a buscarla a su compartimento. Finnick me recibe con un beso en la mejilla.

—Sabía que lo conseguirías.

Dae y Rosemary me saludan con alegría. Me cuesta creer que estemos todos en el mismo pelotón, pero por otro lado me alivia ver que es con ellos y no desconocidos.

Plutarch Heavensbee se coloca frente a un panel ancho y plano que hay en el centro de la mesa. Explica algo sobre lo que nos vamos a encontrar al llegar a nuestro destino. Pulsa un botón y se proyecta en el aire una imagen holográfica de una manzana del Capitolio.

—Por ejemplo, esta es la zona que rodea uno de los barracones de los agentes de la paz —explica—. Tiene su importancia, aunque no es el objetivo crucial. Sin embargo, mirad.

Plutarch introduce un código en un teclado y empezamos a ver luces al momento. Es una combinación de colores que parpadean a distintas velocidades. Frunzo el ceño. Si significan «peligro», como imagino, están por todas partes.

—Cada luz se llama vaina. Representa un obstáculo, cuya naturaleza puede ser cualquier cosa —continúa, y esas palabras me inquietan— desde una bomba hasta un grupo de mutos. No os equivoquéis, sea lo que sea estará diseñado para atraparos o mataros. Algunas llevan montadas desde los Días Oscuros, mientras que otras se han desarrollado a lo largo de los años. —Maravilloso. Pensaba que nos enfrentaríamos a agentes de paz, que sería mayormente combatir. Todas esas trampas me hacen pensar que es algo muy distinto—. Si os soy sincero, yo mismo creé algunas. Robé este programa cuando nos fugamos del Capitolio, así que es nuestra información más reciente y no saben que lo tenemos. Sin embargo, es probable que hayan activado má vainas en los últimos meses. Os enfrentaréis a esto.

Casi sin darme cuenta, avanzo y me acerco al holograma. Katniss también se acerca y toca con la mano una luz verde que parpadea muy deprisa. Alguien más se une a nosotras. Sé quién es sin necesidad de mirarle: Finnick. Muy pocas veces le he visto tan tenso. Dae es la última en seguirnos, con mirada muy seria. Los cuatro vencedores. Solo un vencedor vería lo que yo he visto: la Arena, llena de vainas controladas por los Vigilantes en los Juegos. Los dedos de Finnick acarician un resplandor rojo. Su otra mano busca la mía. Le cojo la mano y la aprieto, buscando algo de calma.

—Damas y caballeros... —empieza él, en voz baja. Pero Katniss responde casi chillando.

—¡Que empiecen los Septuagésimo Sextos Juegos del Hambre!

—Y que la suerte esté siempre de vuestra parte —concluyo yo, en tono sombrío.

El rostro de Rosemary es el primero que veo. Observa muy seria el holograma. Lleva sin verse en una arena desde los doce años. Me pregunto qué supondrá para ella volver tras tanto tiempo. Tras tanto entrenamiento. Tras «morir» en sus propios Juegos.

Fuerzo una débil risa al ver las expresiones del resto de miembros del pelotón. Katniss se vuelve hacia mí, imitándome, como si compartiéramos una broma. El objetivo es simplemente enmascarar la verdad: que somos vencedoras, enfadadas, que han perdido casi todo y cuentan con unos cuantos traumas. Y esto es solo un nuevo viaje a la arena. Pero, si queremos ir, no podemos delostrarlo.

—Ni siquiera sé por qué te has molestado en hacernos pasar a Finnick, a Leilani, a Dae y a mí por el entrenamiento, Plutarch —comenta Katniss.

—Sí, ya somos los cuatro soldados mejor equipados de los que dispones —añade Finnick en tono engreído, aunque me aprieta la mano con fuerza.

—O, al menos, los que mejor saben a lo que se enfrentan —dice Dae, aún contemplando el mapa.

—No creáis que no soy consciente de ello —responde el antiguo Vigilante Jefe, agitando la mano con impaciencia—. Venga, volved a la fila, soldados Odair, Demeter, Chung y Everdeen. Tengo que terminar la presentación.

Retrocedemos hasta nuestros puestos sin prestar atención a las miradas de curiosidad que nos lanzan. Finjo estar prestando atención mientras Plutarch sigue hablando, pero en realidad no puedo dejar de pensar que, esta vez, me he ofrecido voluntaria para los Juegos. Una tercera vez en la arena. No puedo creer que sea a esto a lo que vamos a enfrentarnos, pero no me permito dudar ni un instante. He luchado por estar aquí. Voy a seguir adelante con ello.

Si todo esto era una prueba, los cuatro la pasamos. Cuando Plutarch termina y se acaba la reunión, a Katniss le dicen que nos quedemos un momento. Me preocupo, de modo que les pido a Finnick y Dae que le esperemos fuera. Ambos asienten.

—No le irán a decir nada, ¿no? —pregunto, pensando en cómo Katniss reaccionó ante la imagen de las vainas. Dae niega.

—Creo que será lo mismo que nos dijeron a Finnick y a mí —aclara Dae—. Nos saltaremos el corte militar. Quieren que se nos reconozca.

—Bueno, yo ya lo traigo hecho —comento, esbozando una mueca. Ambos ríen, aunque son risas tensas. Mi cabello ya va creciendo, hasta el punto de que la pelusilla que cubre mi cabeza ya parece verdaderamente pelo, apenas mide unos milímetros. Tan corto que aún ni se me forman rizos.

Mientras aguardamos, ignoramos el hecho de que nos acaban de decir que iremos a una nueva arena. Cuando Katniss sale, le pregunto si ha pasado algo y me asegura que todo va bien. Es entonces cuando los cuatro nos quedamos unos minutos en silencio.

—¿Qué les voy a decir a Zinnia y Violet? —susurro finalmente.

—Nada —responde Katniss, negando—. Eso es lo que mi madre y mi hermana oirán de mí.

—Y mi hermano —asegura Dae, frunciendo el ceño—. No puedo creer... No puedo creer que realmente vayamos a volver a pasar por algo así.

—De todos modos, no serán como los Juegos de verdad —responde Katniss, aunque suena como si estuviera intentando convencerse a sí misma—. Sobrevivirá más gente. Estamos reaccionando mal porque..., bueno, ya sabéis por qué. Todavía queréis ir, ¿no?

—Claro —responde Finnick—, quiero destruir a Snow tanto como tú.

—Por supuesto —asiento, apretando la mano de Finnick.

—No será como las otras —afirma Katniss—. Esta vez Snow también jugará.

—Eso es lo mejor de todo —comenta Dae, tratando de sonreír—. Por una vez, no es él quien dirige todo.

Antes de que podamos continuar, aparece Haymitch. No ha venido a la reunión y no parece preocupado por la perspectiva de enfrentarse a otros Juegos precisamente. Es otra cosa la que le inquieta.

—Johanna ha vuelto al hospital —nos dice.

—¿Está herida? ¿Qué ha pasado? —pregunta Katniss rápidamente. Dirijo la mirada a Dae, que no aparta los ojos de Haymitch, esperando a las noticias.

—Fue en la Manzana. Intentan sacar a relucir las posibles debilidades de los soldados, así que inundaron la calle.

Comprendo al instante lo que ha pasado. Se me escapa un suspiro. Ni Katniss ni Finnick parecen entender qué pasa, pero Dae sí. Le veo apretar los puños.

—¿Y? —pregunta Katniss.

—Así es como la torturaron en el Capitolio. La empapaban y después le daban descargas eléctricas —explica Dae en voz baja—. ¿Qué ha pasado exactamente?

—En la Manzana tuvo algún tipo de flashback. Le entró el pánico y no sabía dónde estaba. Han vuelto a sedarla.

Los custro nos quedamos en silencio, sin saber qué hacer. Me arrepiento de no haber intentado ayudar a Johanna con su problema. Podría haber intentado buscar alguna solución, o eso me digo. Sé que me engaño a mí misma. No he podido hacer nada para ayudarme con mi propio problema con el agua en años. No sé qué podría haber hecho para ayudar a Johanna. Aún así...

—Deberíais ir a verla, sois lo más parecido a amigos que tiene —dice Haymitch—. Será mejor que vaya a contárselo a Plutarch; no le va a gustar. Quiere que en el Capitolio estén todos los vencedores posibles para que las cámaras los sigan. Cree que quedará bien en televisión.

—¿Vais Beetee y tú? —le pregunta Katniss.

—Todos los vencedores jóvenes y atractivos posibles —se corrige Haymitch—. Así que no, no vamos. Nos quedamos aquí.

Haymitch se marcha en busca de Boggs. Me vuelvo hacia Dae, que parece estar deseando echar a correr hacia el ala del hospital.

—Ve tú —le digo—. Nosotros iremos después, ¿vale?

Finnick asiente. Katniss también. De modo que la del 8 se marcha tras dedicarnos una sonrisa tensa. Katniss me asegura que irá a ver a Johanna tan pronto como haga algo, así que la vemos irse en dirección opuesta. Me vuelvo hacia Finnick.

—Otra arena.

—Estoy harta de ellas —mascullo.

—Yo también —asiente él—. Pero no será como la arena de verdad. No habrá solo un vencedor. Saldremos de ella. Todos. —Nos abrazamos, aceptando lo que nos espera—. Saldremos de esta juntos —repite.

—Ojalá sea verdad.

—No digas eso —protesta, echándose hacia atrás—. Suenas como...

—Como antes del Vasallaje, ¿no? —completo, negando—. Puede ser. Pero no es igual. Los dos lo sabemos.

Asiente despacio.

—¿Vas a ir a ver a Zinnia y Violet?

—Ahora no —respondo—. Si me vieran, sabrían que algo va mal. Prefiero esperar. Dejar que la noticia se asiente. No puedo decirles que voy a otros Juegos.

Bastante les costó aceptar que iría al Capitolio. Si les hablo de las vainas, de las posibles trampas... No puedo hacerles eso. No ahora.

Visitamos a Johanna más tarde. A pesar de las drogas que le han dado para dormirse, tiene los ojos muy abiertos, fijos en el techo. La entiendo. Yo muchas noches también tengo miedo de dormir. La realidad ya es bastante horrible. Las pesadillas la hacen aún peor. Incluso aunque Dae, sentada en una silla a su lado, sujeta su mano, parece negarse al sueño.

—Hola —saluda Finnick suavemente.

Ella nos mira.

—Esto es un asco —es lo primero que nos dice.

Está muy pálida y sus ojos brillan por las lágrimas contenidas. Me duele verla así, porque Johanna jamás se muestra tan vulnerable. No puedo imaginar cómo debe sentirse para estar dejando que la veamos así.

—Lo sabemos —respondo, acercándome a ella. Sujeto su otra mano—. Créeme que lo sabemos.

Ella asiente.

—Así que has pasado la prueba —dice, haciendo un débil gesto hacia Dae—. Y el Sinsajo también, por lo que he oído.

—Sí. Vamos al Capitolio —susurro, pero no le cuento nada sobre el holograma que nos ha enseñado Plutarch. Basta una mirada hacia Dae para saber que ella tampoco lo ha hecho. Creo que es lo más correcto. Katniss lo ha dicho: no le contará nada a su familia. Decido seguir su consejo.

—Lo mataréis, ¿verdad?

—Eso es tarea de Katniss —le recuerda Finnick—. Pero lo hará. Sé que lo hará.

Ella asiente con la cabeza.

—Quiero ir.

—Johanna...

—Quiero ir. Quiero matarlo. Quiero verlo morir.

Le cae una lágrima por la mejilla. Se la seco con delicadeza.

—Y morirá —le aseguro—. Sé que quieres ir, pero estarás mejor aquí, Johanna.

Ella hace una mueca.

—En el Capitolio no va a haber una inundación. Podré con eso.

Niego con la cabeza.

—Johanna, todos aquí nos preocupamos por ti —le aseguro, sujetando su mano—. Eres como una hermana para mí. Necesito que estés bien. Quédate aquí. Te prometo que me aseguraré de que seas testigo de la ejecución de Snow. En persona o grabado, pero lo verás morir si eso es lo que necesitas, Johanna. Te lo juro.

Ella asiente lentamente. Sus ojos están llenos de lágrimas.

—No quiero que os vayáis y me dejéis aquí.

—Cuidaremos unos de otros —le asegura Finnick, dirigiendo una mirada a Dae—. Llevamos mucho tiempo haciéndolo. Vamos a terminar esto juntos.

Ella asiente, despacio. Aprieta con más fuerza mi mano y la de Dae. Sonríe trémulamente.

—Gracias.














capítulo largo sabiendo que quedan solo 5 para el final jeje

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro