back in the games. part 9

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LA INUNDACIÓN
de vuelta a los juegos. parte 9







Estoy empapada de sangre. La noto, viscosa, en mis manos. También en el gran corte que tengo en el muslo. Mis ropas están llenas de ella. Algunas gotas me han golpeado el rostro. Jadeo por la conmoción.

La del 2 no emite un solo sonido. Con los ojos muy abiertos, pero completamente inmóvil, me deja en claro que, si no está muerta, lo estará pronto.

El cañonazo retumba en la arena.

Retrocedo cojeando, horrorizada. Sintiéndome repugnante. Ahí estoy, frente al cadáver de la chica que acabo de matar. Trago saliva.

«Rosemary».

Me giro hacia ella, con la esperanza de poder hacer algo por salvarla.

Un hilillo de sangre le cae por la barbilla. Me arrodillo a su lado con esfuerzo debido a la herida. Se la limpio con una toalla limpia que ella llevaba en la mochila, sin querer mancharla con mis manos, y ella me sonríe trémulamente.

—Podrías haber ganado. —Jadeo aún más. La voz me tiembla. No soy capaz de mantener la vista fija en el rostro de la niña. En sus ojos, veo que ella ha aceptado lo innegable: va a morir—. ¿Por qué?

—Tú me salvaste la última vez —responde ella, con dificultad—. Podrías haberme dejado morir. No lo hiciste. T-te lo debía. —Una lágrima rueda por su mejilla—. Romperé mi promesa. D-dije que volvería, pero...

Veo el sufrimiento en su rostro. Le duele, mucho. Y yo no puedo hacer nada por ayudarle con ello.

—Has sido muy fuerte —susurro, acariciándole el pelo, sosteniendo su mano—. Lo siento mucho, Rosie.

No sé lo que me impulsa a llamarle así. Nunca antes lo he hecho. Pero sentirla muriendo entre mis brazos cambia muchas cosas.

Ella ríe débilmente.

—Gracias por quedarte —murmura, volviendo la vista al cielo—. Es bonito estar acompañada.

Se apaga despacio. Siento cómo su vida se escapa mientras yo la sostengo, le acaricio el pelo rubio, trato de aliviar aquellos últimos momentos. Sé que cada respiración le duele, como le pasó a Jared. Sufro al recordarlo.

Cuando el cañonazo suena, dejo escapar un amargo sollozo.

Se ha ido. Contemplo sus ojos ciegos con dolor, antes de cerrárselos suavemente. Murmuro un «lo siento».

—¿Leilani?

Me giro con brusquedad hacia Annie, que me observa horrorizada a pocos metros. Tras unos segundos de duda, me aparto del cadáver de Rosemary. Me pongo en pie, con especial esfuerzo, y me vuelvo hacia la del 4, jadeante.

—Annie —susurro.

Ella contempla la escena, muy despacio. Se le ve más pálida y ojerosa que la última vez. Su cabello pelirrojo está hecho un desastre; sus ojos verdes van de una dirección a otra, sin detenerse, mientras examina el lugar. Los dos cadáveres que hay allí.

Entonces, suelta un agudo chillido, da media vuelta y echa a correr.

Observo el lugar por el que se ha ido, perpleja. La duda me invade. Aprieto los labios y me digo que no he hecho tanto por encontrarla como para dejarla ir ahora.

—¡Annie, espera!

Tras gritar aquello, echo a correr, como me es posible, tras ella.

—¡Déjame! —chilla ella en cambio. No la veo entre los árboles, pero sigo el sonido de su voz—. ¡Para, vas a matarme, igual que has matado a ellas, igual que mataste a Robert!

—¡Yo no maté a Robert! —grito, con la rabia palpable en mi voz—. ¡Robert nos traicionó! ¡Mi hermano murió por él!

Annie chilla. Sé que mis palabras no han hecho ningún bien.

—¡No quiero hacerte daño, Annie! —añado, tratando de suavizar el tono de voz—. ¡Para!

Ignoro por cuánto tiempo se prolonga la carrera. La herida abierta me dificulta el correr, de modo que cojeo lo más rápido que puedo tras la del 4. Punzadas de dolor me recorren la columna constantemente, pero no me detengo.

Annie sigue gritando y corriendo y yo hago lo mismo, tras ella. Llega un momento en que la del 4 comienza a reducir la velocidad.

Mientras corro, no dejo de preguntarme qué haré ahora. Es obvio que las opciones son asesinar o ser asesinada. Pero no quiero matar a Annie, solo no quiero quedarme sola. No es como pasó con los del 1, no es como con Reyna. O eso me digo yo.

¿Realmente quiero ganar estos Juegos? ¿Realmente puedo volver al 11 tras esto y continuar con mi vida?

Las dudas me asaltan. Casi me hacen frenar. No me siento preparada; ni quiero ganar esto. Sé buena parte de lo que conlleva ser vencedora.

No quiero vivir una vida así.

Miro mis manos manchadas de sangre. Así estarán por el resto de mis días. Se me escapa un nuevo sollozo. Freno en seco.

No quiero vivir como una vencedora.

—Leilani.

Annie está inmóvil, sentada en el suelo, con la espalda apoyada en un tronco. Me giro a mirarla, en silencio. No la hubiera visto si no hubiera pronunciado mi nombre.

—Annie —susurro. La observo, a mis pies. No llevo armas. Ella tampoco.

Me dirige una mirada que me asusta. Una mirada vacía, ida. Apoyo la espalda en un tronco cercano y me deslizo hasta quedar sentada en el suelo, frente a ella. Mi herida sigue sangrando, pero ignoro el dolor, convenciéndome de que puedo controlarlo.

Asiento despacio.

—¿Y ahora qué? —le pregunto.

—No lo sé —admite—. No quiero seguir con esto.

—Yo tampoco —susurro.

Sus manos tiemblan. Las mías permanecen inmóviles, cerradas en puños. Llenas de sangre. No puedo dejar de mirarlas. Annie tampoco.

—Quedamos tú y yo —dice.

—Lo sé.

—Tienes que matarme —añade.

Ni siquiera le miro a la cara: me limito a negar con la cabeza.

—No ganarás si no lo haces.

—No me importa no ganar. No quiero matarte. —Dirijo la vista a ella—. ¿Por qué no me matas tú?

La idea parece asustarla. Se apresura a negar con la cabeza. Suspiro.

—Pues no sé qué haremos entonces —admito—. No nos van a dejar a las dos. Lo sabes. Pero no quiero...

Un rugido que parece salir de lo más profundo de la tierra resuena y nos hace ponernos a ambas de pie con brusquedad. Miro a mi alrededor, sin comprender: todo tiembla. Me aferro con fuerza al árbol más cercano, mientras veo algún que otro caer a no demasiada distancia. Annie y yo chillamos y nos apartamos de un gran roble que se desploma a pocos metros de nosotras.

La palabra «terremoto» aparece fugazmente en mi cabeza. Están provocando uno; nunca he vivido uno en el 11, pero he leído sobre ellos.

Pero, si esto es el final de los Juegos, no será solo el terremoto. Deben tener algo planeado. Algo...

Un gran estruendo resuena en la arena y me pone la piel de gallina. El aterrador rugido furioso hace que a punto esté de soltar un chillido. Mis ojos se vuelven hacia Annie, que parece incluso más pálida. Su mirada verde mar viene a mí.

—La presa —susurra—. Se ha roto.

Mientras el agua nos engulle, pienso en que ni siquiera sabía que había una presa.

La fuerza de la corriente me pilla desprevenida y me atonta. Mi cuerpo es arrastrado con fuerza, mientras soy zarandeada de un lado a otro. Hago lo posible por contener el poco aire que he llegado a coger antes de ser atrapada por el agua.

Me hundo, me hundo y me hundo.

Trato de mover algo: piernas, brazos... Pero cada movimiento, además de increíblemente complicado, parece no hacer nada contra la corriente. El pánico me invade, mientras el agua solo me arrastra más y más lejos.

Los pulmones comienzan a arderme. Me golpeo contra árboles sin descanso, pero fracaso en mis intentos de aferrarme a ellos creyendo que, tal vez, pueda escalar por el tronco hasta la superficie. Las manos, no obstante, se me resbalan una y otra vez.

Magullada y desorientada, sintiendo que los pulmones me estallarán de un momento a otro, comprendo que mi momento ha llegado. Voy a morir ahogada: por lo que he oído, es lento y doloroso. Muchos tributos prefieren suicidarse antes que eso. Pero yo no tengo ningún arma conmigo que me permita acelerar el proceso.

Las dolorosas punzadas que siento en el costado parecen ser un preludio del sufrimiento que me aguarda. Lloraría de dolor, si no lo estoy haciendo ya. No lo sé. Los oídos me pitan.

Esta es mi muerte.

Entonces, unos brazos me rodean por la cintura. Alguien tira de mí hacia arriba. Me pregunto si el aerodeslizador ha venido a recoger mi cadáver: no es posible que yo lo sienta, ¿no?

Nunca me he planteado qué hay tras la muerte, pero lo hago ahora.

Tomo una honda bocanada de aire al salir a la superficie: la tos me sobreviene e incluso escupo agua. Me aferro con fuerza a la rama sobre la que me sueltan. Como si mi vida dependiera de ello, porque así es.

Annie me observa, empapada, casi con incredulidad.

—¿No sabes nadar? —exclama, entre jadeos.

La pregunta casi resulta cómica en la situación en la que estamos. Trato de sonreír, pero se me escapa una mueca. Annie sube a una rama superior y me tiende la mano para que vaya con ella: ambas escalamos, con cierto esfuerzo por mi parte debido a la herida de la pierna, hasta la copa del árbol al que la del 4 me ha traído.

—En el 11 no hay muchos sitios en los que se pueda nadar... —mascullo—. Además, no he tenido tiempo nunca para eso.

Ambas permanecemos, inmóviles, sosteniéndonos a las ramas. El agua brama con fuerza bajo nosotras y sé que esto no ha hecho más que empezar.

Una solo debe vencer.

—¡Mira allí! —grita Annie, señalando una figura que se mantiene a flote en mitad del agua.

Parece un cervatillo que trata inútilmente de no ser arrastrado por la corriente. Entrecierro los ojos al notar algo extraño en el agua a su alrededor, pero entonces desaparece bajo el agua.

Algo la arrastra bajo el agua, mejor dicho. No trato en comprender a los causantes. Mutos.

Trago saliva y miro a Annie, sintiendo el pánico en mis facciones. Es el final, me temo.

—¿Y ahora qué? —me pregunta ella débilmente.

No sé responderle. Agacho la cabeza hacia la brava corriente. Las rodillas me fallan y me quedo fuertemente sostenida de la rama, pero a punto de caer.

—Supongo que ganas tú —mascullo, tragando saliva.

Ella me tiende una mano para ayudarme. Se la aparto de un manotazo.

—¡No! ¿No lo entiendes? —Sonrío irónicamente—. Aunque me ayudes a subir, moriré por la herida de la pierna. Es imposible que esto no se me infecte. Incluso si aguantáramos aquí días...

Señalo mi pierna, empapada en sangre. Aún así, Annie me agarra y me sube de nuevo.

—No puedes hacer nada, Annie —murmuro casi cansada. Solo quiero acabar con esto—. Has ganado.

—No —responde, negando con la cabeza.

—¿Cómo que no?

Ella me mira con sus grandes ojos verdes y me doy cuenta de que están llenos de lágrimas. Como los míos.

—Nunca sería capaz de soportar todo lo que conlleva ser vencedora. Tú sí. Has hecho lo que hacen los vencedores. Has sobrevivido. Eres fuerte. P-podrás...

—Pero Annie, tú... —intento decir.

Ella niega frenéticamente.

—No quiero, no quiero. —Hay un tono de histeria en su voz—. No podría pasar por todo esto. Y-yo...

—Annie, piénsalo —susurro. Resbalo nuevamente de la rama y me sostengo como puedo—. Te lo mereces tanto como yo. Nadie merece morir. Y yo no quiero...

Pero ella niega nuevamente.

—Gracias por todo —murmura, y sé que no podré hacerle cambiar de idea—, Chica Cereal.

Trato de agarrarla, impedirlo. Ella me aparta con facilidad.

—Mereces ganar, Chica Cereal —insiste, casi histérica—. Yo no soy lo suficientemente fuerte como para soportarlo; tú, sí.

No puedo decir más. Annie salta.

Grito y me lanzo también, dejándome caer desde la rama, incapaz de ponerme en pie para zambullirme. Regreso al agua que sé que me engullirá y me matará en pocos minutos, si no lo hacen los mutos antes.

Diviso a la perfección cómo un tentáculo arrastra a Annie bajo el agua tan pronto como me hundo en ésta. Chillo, dejando escapar burbujas. Trato de extender mi mano hacia Annie.

Ella no quiere la vida de vencedora. Pero yo tampoco.

Intento llegar a ella, sujetarle, ayudarle de algún modo. No quiero, no quiero, no quiero. Pero no puedo alcanzarla.

Otro tentáculo horrible me sujeta. Chillo bajo el agua ante el dolor que me produce en la pierna. Estoy aterrada, pero me aterra más lo que puede esperarme en el Capitolio. Fuera de la arena.

«Que sea rápido, por favor», ruego. Duele, mucho. Probablemente lloraría si no estuviera bajo el agua: ésta se me mete en la boca y vuelve todo peor. Me estoy ahogando.

«Lo siento, Jared», pienso. Sé que él quería que yo ganara. Pero no puedo, no puedo. No quiero salir de aquí, dejarle atrás. Si me quedo aquí, en la arena, con él, si todo termina aquí...

«¡Acaba ya!», quiero chillarle al muto que trata de asesinarme. Distingo la borrosa silueta de Annie, su cabellera pelirroja. Ella también se está ahogando, las dos lo hacemos. ¿Realmente nos matarán a ambas? ¿Se quedarán sin vencedor?

Entonces, el tentáculo que sostiene a Annie se aleja. Observo con horror cómo la del 4 se queda completamente inmóvil: su cuerpo flota, inerte, mientras la corriente le arrastra.

El tentáculo que me estrangula me deja libre y comprendo que todo ha acabado.

Escucho el cañonazo retumbar incluso bajo el agua. Grito y más y más burbujas escapan de mi boca.

Y yo me ahogo.

No puedo llegar a la superficie, no soy capaz de respirar. Los pulmones me arden nuevamente y no hago más que ser arrastrada por la corriente.

«Igual morimos todos», pienso débilmente. «Igual no hay vencedor en estos Juegos».

Lani, Lani, Lani.

Escucho la voz de mi hermano llamarme. Se me escapa un sollozo, porque ¿qué puede significar eso, si no es el final?

«Se acabó». Ya no queda nada.

Lo último de lo que soy consciente es de que la pinza del aerodeslizador me recoge y me saca del agua, mientras la voz de Claudius Templesmith resuena a través de toda la arena, anunciando el fin de los Septuagésimos Juegos del Hambre.

Anunciando mi victoria.












mini maratón 3/4

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