Estalla la bomba💣

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  —¡Hijo de...! ¡Te juro que lo mato! ¡Voy a cometer un crimen!—maldecía Nora alterada, recorriendo la habitación de un lado a otro como una bestia enjaulada.

—Por favor, Nora, cálmate —Vanesa trataba de aplacarla, pero tampoco ella se veía muy tranquila—. Lo que debe hacer Clau ahora es denunciarlo con la directora, y luego con la policía. ¡Lo que intentó hacer ese infeliz es horrible!

  Por suerte, Caterin y Melisa aún no habían llegado. Nada más echarme una ojeada, Nora intuyó que algo terrible me había sucedido. Sin poder reprimirlo por más tiempo, se lo conté todo desde el principio a Vanesa y a ella, quienes escucharon horrorizadas el relato. Eran los secretos los que me habían conducido a este espantoso desenlace.

—No, no puedo hacer eso —concluí, descendiendo la vista para evitar enfrentarme a sus caras.

—¡¿Qué?! ¡¿No estarás hablando en serio?! —exclamó Nora.

—Sí, sí estoy hablando en serio.

—Clau... —murmuró Vanesa con un tono lastimero que me hizo sentir aún peor.

—No, Claudia, escúchame —dijo Nora arrodillándose frente a mi cama para poner a la misma altura nuestros rostros—, sé que ahora mismo estás en shock, y que no ves las cosas claras; pero ese tipo abusó de ti.

—No, no llegó a...

—¡Pero lo intentó, Clau! ¡Eso es igual de grave! ¡No trates de minimizarlo!

—Voy a hablar con la directora para que lo expulsen del campamento —dije con voz temblorosa—. Pero no voy a hacer ninguna denuncia.

Nora me miró azorada.

—¡¿Vas a dejar ir a esa escoria sin que pague por lo que te hizo?!

—Nora tiene razón, Clau, no puedes dejarlo pasar.

—¡Ustedes no me entienden! —La voz se me quebraba al hablar—. No quiero hacer esto más grande de lo que es. No quiero que se enteren mis padres, ni nadie más.

Nora negó con la cabeza.

—Sí no lo denuncias tú, lo denuncio yo. Pero de que ese imbécil no va a salir de aquí caminando por la puerta ancha, no sale.

—La decisión es mía, Nora —sentencié en un tono más firme—. Y yo digo que esto solo se queda entre nosotras.

—¿Y qué le vas a decir a la directora, entonces? —preguntó Vanesa con expresión preocupada.

—Le diré que... Travis me agredió verbalmente. Eso incumple con una de las normas de convivencia en el campamento.

Nora soltó un bufido y se puso en pie.

—No puedo creerlo. ¡Lo estás protegiendo, Clau!

—No lo estoy protegiendo a él —dije esta vez mirándola a la cara—. Me estoy protegiendo a mí misma. Que alguien más sepa de esto solo va a hacer que me sienta peor. Yo solo... quiero que él se vaya.

  Sabía que estaba actuando mal. Había escuchado a lo largo de mi vida millones de historias de muchachas que habían pasado por una situación similar y se lo habían callado. Recuerdo haber escuchado esos relatos que salían a flote muchos años después y haber dicho "¡pero qué tontas ¿por qué esperaron tanto para decirlo?!" Así me sentía yo ahora. Como una tonta.

—De todos modos se lo vas a tener que contar a Melisa —hizo notar Nora.

  Escondí el rostro entre las manos.

—Ella no me va a creer, y si lo hiciera, me va a odiar.

—Clau, mírame —Nora había vuelto a acuclillarse frente a mí y me separó las manos del rostro—. Siempre te has mordido la lengua para no decir a las personas lo que realmente sientes por el miedo a lo que piensen de ti. Pero eso tiene que cambiar. Hazlo por ti y también por las personas a tu alrededor, que aunque les duela, merecen que les digas la verdad… Si la situación fuese al revés, ¿no preferirías que Melisa te lo contara?

  Era cruelmente cierto. Yo, que siempre consideré la empatía como una de mis virtudes, no había tenido en cuenta los sentimientos de Melisa. Nunca había pensado en ella, sino en mí. En todo momento me había movido el instinto egoísta de salvar mi imagen frente a ella. Y ahora afrontaba las terribles consecuencias de mi silencio.

—No tengas miedo Claudia —La voz dulce de Vanesa me sacó de mi infierno interior—. Nunca perderás una verdadera amiga por decirle lo que realmente sientes, siempre que sea por su bien.

   Dos gruesas lágrimas se escaparon de mis ojos. Nora se sentó a mi lado en el colchón y me abrazó con fuerza, mientras la cálida mano de Vanesa sujetaba la mía, imprimiéndome un superpoder único que ningún supervillano podría destruir jamás.

                              ***
                                     
  Unos minutos después llegó Melisa a la habitación, sin compañía. Nora y Vanesa me dedicaron una última mirada de ánimo y nos dejaron solas.

  —¿Ya estás mejor? —preguntó ella nada más verme.

  Tardé en darme cuenta de que se refería a mi excusa de que me dolía la cabeza.

—¡Ah sí! Estoy mejor, gracias.

  El corazón me empezó a latir con fuerza. ¿Cómo introducías este tipo de conversación? “Estoy bien Melisa gracias, por cierto, tu novio trató de propasarse conmigo en el baño, por segunda vez”. La situación era surrealista.  

  —Oye —interrumpió mi flujo de conciencia—, ¿Travis no ha venido por aquí?

  Me quedé paralizada. Ella se explicó:

—Es que me dijo que se iba a quedar por esta zona mientras yo iba al estadio, pero no lo he visto desde que volví y no contesta mis mensajes en el chat.

  No pude aguantar más.

—Melisa, necesito decirte algo.

—¡¿A mí?! —Mi tono grave pareció alarmarla—. Sssí, claro.

Me levanté de mi cama y dejé caer mi cuerpo sobre el colchón de Caterin. Ella se sentó en el suyo frente a mí.

—Claudia, me estás asustando —dijo con una media sonrisa nerviosa.

    Si había algo peor que vivir esa pesadilla, era tener que revivirla. Le conté cómo su novio me había interceptado en la fiesta del cosplay; cómo había tratado de besarme a la fuerza en aquella ocasión y cómo Erik había llegado a tiempo para salvarme. Le conté, sin muchos detalles, el horrible episodio del baño, y cómo su novio había intentado ir más lejos esta vez, y las palabras monstruosas que había dicho sobre ella y sobre Caterin.

   Melisa estaba hecha trizas. Le temblaban las manos y repetía una y otra vez como queriendo convencerse a sí misma “Esto no puede ser cierto, no puede ser verdad”.

  Le tomé ambas manos en un intento inútil por transmitirle mis fuerzas.

—Él… —decía con la voz congestionada— tiene muchos defectos, demasiados… Y yo se los perdonaba porque estaba enamorada de él, pero esto… esto... —La falta de aire le impidió continuar.

Quería consolarla, pero no encontraba las palabras.

Por más que luchaba por controlarlo, Melisa se deshizo en un mar de lágrimas.

—No quisiera creerme lo que me contaste —dijo entre sollozos y convulsos hipidos—. Pero sé que no me mentirías sobre algo así… Esto es una pesadilla, tiene que ser una pesadilla… He estado con un monstruo todo este tiempo… Lo siento, Claudia… de verdad, lo siento. Dios mío... no puedo...

—No es tu culpa —dije secándome las lágrimas—. Quien cometió el error fue él, no tú.

En ese instante, una figura no deseada irrumpió en la habitación. Y yo sentí como si de pronto succionaran todo el aire de mi cuerpo. No me podía mover.
Travis nos miró a una y a otra con los ojos aún enrojecidos por el spray, luciendo como un demonio de ojos rojos.

  —¡Melisa, mi amor! —se dirigió hacia ella jadeando—. No le creas nada de lo que dice. Caterin la obligó a decirte esa mentira.

—¿Y cuál se supone que sea esa mentira? —lo desafió Melisa poniéndose en pie y tratando de controlar las lágrimas—. ¡Respóndeme! —espetó entre dientes—. ¿Cuál es la mentira que supuestamente Caterin le obligó a decirme?… digo… si es que Caterin hubiese sido tan tonta de contarte su plan.

Él no pudo argumentar nada, solo se limitó a pedirle perdón con una expresión de derrota.

—¡Vete! —pronunció ella con rabia.

—Mi amor, por favor… —le suplicaba él intentando tomar su mano.

—¡Lárgate! ¡¿No me estás escuchando?!¡De aquí! ¡Y de mi vida! ¡Y esta vez te... juro por mi vida... que será para siempre!

—Ya la escuchaste, vete de aquí.

Quien pronunció esta última orden fue Erik, que había entrado en la habitación seguido de Vanesa ayudada por Nora.

   No. No podía ser que ellas le hubiesen contado la verdad a Erik, cuando yo les había suplicado que no lo hicieran. Sentí que una enorme piedra caía en mi estómago. Quería desaparecer. Fundirme con las paredes.
 
—No metas las narices donde no te llaman, maldito nerd —le respondió Travis con desagrado.

Erik forzó una sonrisa:

—Te recuerdo que esto es un campamento para nerds. Quien sobra aquí eres tú.

Al ver que Travis no movía un músculo, Erik reiteró la orden entre dientes. Sus manos estaban cerradas en puños.

—¡Fuera de aquí o te saco a la fuerza!

Nora intercedió.

—Erik, está bien, nosotras podemos con esto. Tú espera afuera a que venga la directora.

—No las voy a dejar solas con este cafre.

—¡Erik, confía en mí! —Nora presionó.

Él la miró por unos segundos, después a mí, y luego a Travis con una expresión amenazante, sopesando si acatar o no el ruego de mi amiga. Finalmente relajó los puños y le dirigió una última advertencia a Travis, que sonó muy extraña viniendo de él.

—No quiero hacer una escena en este cuarto, así que voy a esperar afuera unos segundos. —Su voz sonaba contenida—. Pero si no sales, te juro que entro a sacarte por las malas, hijo de puta.

  Le dedicó una mirada cargada de resentimiento y se obligó a abandonar la habitación.

  En cuanto Erik salió, Nora se volvió hacia el demonio de ojos rojos, y sin pensarlo dos veces le pegó un puñetazo en la cara.

—¡Nora...! —Vanesa ahogó un grito.

Melisa intentaba poner distancia entre Nora y Travis, más para proteger a mi amiga que para defender a su novio, pero este último ni siquiera se inmutó.

Yo observaba la escena sin poder mover un músculo, como si solo pudiese contemplarla a través de una pantalla.

—¡Sal voluntariamente de la habitación, imbécil! —lo amenazaba Nora, vencida por la ira.

  Travis soltó una risa burlona ante lo que consideraba una pobre amenaza.

—¿O si no qué? —provocó—. ¿Ustedes cuatro me van a sacar a patadas?

—Vuelve a contar, cabrón —dijo Caterin, que acababa de atravesar el umbral de la puerta—. Somos cinco.

Travis rio con más fuerza. Su carcajada siniestra lo hacía lucir como el auténtico Light Yagami sin necesidad de un disfraz.

—Por supuesto. La marimacha no podía quedarse atrás.

Caterin esbozó una sonrisa ácida.

—Si te refieres a que tengo más “pantalones” que tú, pues sí, digamos que soy una marimacha. Y si no sales ahora mismo de aquí, esta marimacha te va a dar el puñetazo que se ha aguantado por cinco años ¡Fuera!   

  El demonio seguía inmóvil en su sitio.

—¡Travis! —lo llamó Melisa—. Si al menos una pizca de cariño me tienes, vete. Sal de mi vida para siempre.

Él la observó con expresión dolida por unos segundos que parecieron horas. Tenía el labio partido y la sangre brotaba de la herida. Acto seguido, posó su vista en cada una de nosotras, dedicándome una especial mirada de odio, y volvió a centrar  sus ojos en la que fue su compañera por cinco años. Intentó una vez más disculparse, pero Melisa se mantuvo firme.

  El demonio de ojos rojos bajó las manos derrotado y salió de la habitación envuelto en un aura de furia y venganza.

  Tras el caos de voces y gritos, logró primar en el interior de la cabaña un sanador silencio.

                              ***
   La directora del campamento dispuso que Travis fuera escoltado directamente a la ciudad por el personal de seguridad. Aunque la noticia de su expulsión se esparció como pólvora por todo el campamento, la causa solo la conocíamos nosotras, y prometimos que no saliera de este círculo.

   Nora y Vanesa, aunque a regañadientes, habían respetado mi decisión de guardar silencio. Ellas habían ido a buscar a la directora mientras yo hablaba con Melisa. Solo le habían dicho que yo había tenido un problema con Travis, sin especificar nada. Erik estaba en su despacho en aquel momento, y había salido hecho una furia a buscar al novio de Melisa.

  A pesar de los intentos de la directora por sonsacarme la verdad, yo me mantuve firme en que Travis solo me había insultado. Sé que era una inmadurez de mi parte, pero no tenía fuerzas para nada más.

Solo me quedaba esperar a que la herida interna acabara cicatrizando con el tiempo.

                               ***

  Había caído la noche sobre el campamento. Las luces de los focos en el borde del lago alumbraban a Caterin y a Melisa, que sostenían una profunda conversación sentadas sobre un pequeño muelle.

  Vanesa, Nora y yo las observábamos desde lejos, a las afueras del despacho-habitación de la directora.

—Me alegra que por fin arreglaran las cosas entre ellas —dijo Nora con un suspiro cansado, sentada en uno de los peldaños del porche—. Hoy en la actividad se peleaban por la mínima tontería.

Esta última semana la tensión entre Caterin y Melisa había aumentado mucho por causa de Travis. No me extrañaba que sus diferencias hubiesen vuelto a salir a flote durante la dinámica de los superhéroes.

—Por cierto, ¿cómo les fue hoy? —pregunté para quitarme algunas cosas de la cabeza.

—Terrible —confesó Nora—. Nuestro equipo quedó casi último. Ni Caterin ni Melisa ponían de su parte y para colmo teníamos un integrante menos que el resto de los grupos.

Bajé la cabeza. Si tan solo hubiese ido a la actividad de hoy, nada de esto hubiera pasado.

Nora pareció captar mi línea de pensamiento porque trató de sonar más optimista.

—Pero Vanesa recibió una medalla de superheroína por idear la mejor estrategia de combate, aunque su equipo esta vez no le haya hecho justicia.

—No fue la gran cosa, de verdad —dijo Vanesa con timidez.

—No seas modesta, claro que lo fue —concluyó Nora.

  Me alegraba por Vanesa. Su inteligencia y su capacidad para sopesar las posibilidades antes de tomar decisiones apresuradas la hacían la líder perfecta.

—Aunque Claudia fue la mayor heroína hoy —añadió Vanesa tras el silencio—. Te enfrentaste a un villano y le hiciste frente también a una amiga —Hizo un gesto con la cabeza en dirección a Melisa—. Ambas cosas en mi opinión requieren el mismo valor.

  Agradecí su comentario. Recordar el episodio como una historieta de superhéroes en la que yo acababa derrotando al villano, hacía que la horrible sensación que me embargaba se disipara un poco.

Miré a Caterin y a Melisa. Por primera vez en mucho tiempo sentía que me había quitado una enorme carga de los hombros. Contarle la verdad había sido algo… purificador.

   Era como si se hubiese roto una barrera de cristal que me aislaba del mundo exterior.

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