Capítulo 23

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"TE DI UN EMPUJÓN PARA QUE BRILLARÁS MÁS QUE EL SOL".

John me lanzó hacia el sofá y, con una pronta delicadeza, se subió arriba de mí. El susodicho rodeó sus brazos por debajo de mi cuello y comenzó a darme besos cortos. Delicados. Ladeó su cabeza de un lado a otro para obtener todas las panorámicas posibles de un roce estremecedor y una respiración espesa.

—¿Te... gusta... que te bese... de... esta... manera?

—Creo que... más de lo que me podría imaginar —susurré algo acelerada, mirándolo a los ojos.

John se mordió el labio inferior mientras nuestros cuerpos se rozaban. En un gesto virtuosamente sensual, comenzó a deslizar la yema de sus dedos por mi boca, luego por mi barbilla... Hasta llegar a mi cuello y apretarlo de una manera precisa para que él abriera su boca y envolviera a la mía. Por instinto, abrí más las piernas; mi vestido se subió y John se metió más a fondo.

Cerré los ojos e inhalé profundo, tratando de contenerme; pero era imposible. Aquel cuerpo caliente, sensual y con un aroma que congraciaba al olfato, me hacía sufrir de una manera jodidamente placentera.

Pellizcó uno de mis muslos y mordió el lóbulo de mi oreja, lo que hizo que mi cuerpo sufriera un pequeño temblorcito que le causó gracia.

Sonrió, divertido.

—¿Puedo bajar?

Accedí tragando saliva y mirando hacia el cielo, preparándome para lo que se venía, aguantando mis ganas de gemir cuando sus labios juguetones estaban más abajo de mi ombligo. Mis pechos subían y bajaban y mis piernas abiertas sabían lo que estaba a punto de pasar.

—Oh, John... —Apreté mis labios y solté una respiración por la nariz al ver como estaba allegando. Ya casi...

¡WE WILL, WE WILL ROCK YOU! —Retumbó la batería de manera ensordecedora— ¡Pequeños caracoles, a ensayar! —entonó Franco, divertido.

Un respingo salió de mí y, sin notarlo, me despegué del hombro de John.

Estaba soñando...

¡Pero qué demonios soñé!

Puerca.

Él parecía no entender mucho. Estaba despeinado, cálido y se fregaba los ojos con flojera.

Javiera se encontraba frente a nosotros con la boca abierta y con ganas de molestar. Cubrió una de sus manos con la manga de su sudadera gris como si hubiera visto el mayor chisme de la semana.

—Ok, ¿alguien me explica qué pasó aquí?                      

—¡Nada! Estuvimos... ¿ensayando? —respondí un tanto agitada.

—Uuuh... ¿Qué clase de ensayo?

John se rehusó a responder y, bajo un bostezo, estrechó su mano para que ella lo colocara de pie. Yo tomé rápidamente mi celular porque alguien me estaba llamando. Había olvidado que coloqué la canción hispana: "gasolina" como ringtone, así que todos me miraron extraño.

—¿Marcos? Espera, no te escucho nada —contesté y me coloqué de pie—. ¿Me escuchas? ¡Aló!

Decidí hacerles un gesto a todos que iba a hablar por teléfono afuera, así que me desplacé hasta la sala de estar, donde vi a Wells en la cafetería haciendo escándalo porque le estaban cobrando la pizza que John pidió a su cuenta descaradamente. 

—¿Me escuchas o no? 

¿Alóóó?

—¡Callie!

—Ahora sí te escucho. ¿Por qué me llamas? ¿Me extrañas, hermanito? 

—No. Quería decirte que la gata no quiere comer nada. Está deprimida —dijo. Estaba a punto de responderle, pero me interrumpió—. Además, me llegó una carta donde dice que nos embargarán la casa en tres días. Por favor asegúrate de ganar algo de dinero y me colaboras, ¿sí?

—¿Cómo que en tres días? Joder... ¿Pero no les pediste tiempo?

—Todos los días les pido tiempo. ¡Ya consigue dinero!

—Vale, está bien. Me aseguraré de que tengamos para fin de mes. Lo prometo.

—Eso espero, porque volveremos a vivir en la calle si seguimos así.

—¿Y tú no estabas trabajando en arreglar computadoras?

—Sí, ¿y? ¿Crees que me alcanza para pagar todos los gastos? Busca ya un trabajo. Te dejo. Nos vemos... cuando sea que te dignes a aparecer.

—¿Puedes llevar a mi gatita al veterinario?

—No tengo tiempo, adiós.

—¡Por favor! ¡Yo ya llegaré! ¡Es que no quiero que le pase nada!

Sentí por el teléfono que Marcos resopló con flojera.

—Joder, ya...

—¡También te quiero, hermano!

Colgué y cuando el reloj marcó mediodía en Ámsterdam, subí hasta mi habitación con pereza. Decidí que tomar una ducha era la mejor decisión que podía optar después de haber pasado una noche durmiendo en el suelo.

... Y mientras el agua recaía en mi cabellera negra con entusiasmo, me cuestioné en qué momento caí sobre el hombro de John y cerré los ojos. Tal vez fue después de estar hablando sobre OVNIS y cómo influyeron en la inteligencia humana.

No negaré que también pensé que el hecho de estar tan juntos y manosearnos por unos instantes, fue lo que provocó mis sueños calientes junto a él.

Puse el agua más fría aún para quitar mis pensamientos impuros de la cabeza.

(**)

Terminando mi ducha, envolví mi cuerpo en la toalla y salí hasta la habitación. Me senté en el tocador, pero para mi sorpresa, había una bolsa con cocaína.

Me sentí extraña... Observada.

Miré mi reflejo. Mi piel oliva, mis pecas, mis ojos aceitunados, mis labios pulposos y algo agrietados... Todo en mí se cuestionaba el porqué alguien querría que yo cayera en aquel juego. Y si bien yo había estado sin consumir, mi cuerpo manifestaba las ganas de alguna u otra manera. Yo aún no me consideraba dependiente, pero resultaba que era como tentar a un diabético con un pastel.

Era como cruzar la cuerda floja. Un paso erróneo para estar a punto de caer.

Molesta y con la nariz arrugada, tomé la bolsa y la lancé al retreta para posterior largar la cadena.

Quería ser fuerte.

(**)

Eran alrededor de las cinco cuando nos trasladamos al Ziggo Dome. Javiera organizaba todo como si fuera una máquina sobrehumana y nosotros simplemente ensayábamos y discutíamos de por medio por cosas tan básicas como la melodía de alguna canción. John era más de Hard Rock y Chris más de Rock clásico. A Alex parecía no importarle y yo luchaba por sonar más Indie como los Artic Monkeys.

Me encontraba en el tocador cuando recibí un mensaje. Miré de reojo al celular que estaba en la superficie y el logo de Instagram apareció. Arrugué el ceño al percatarme de que tenía escrito:  «Meredith Koch quiere enviarte un mensaje».

Tomé el celular y, con un instinto preocupado, lo abrí:

Me congelé.

Qué te vaya bien en el recital... ¡Besos!

5 segundos de un video.

Esa era... ¿yo? 

Por cierto, ¡Perdón por no mandarte el video completo!

Comencé a tamborilear mis dedos, a desesperarme. Estaba entrando en pánico, y mi pecho no hacía nada más que subir y bajar con rapidez. Comencé a jadear y a escuchar todo a distancia. Dios, ¡me sentía atrapada en un ascensor en medio de un incendio al no entender qué estaba sucediendo!

¿¿Qué significaba aquel video?? La respuesta era simple: lo que me llevó a mi muerte.

Oía ecos lejanos a mi alrededor. La risa de Javiera mientras jugaba con John; las voces de Alex juntándose con Oliver en el marco de la puerta para chismorrear y también el tamborileo de el lápiz de Chris que estaba sentado en el suelo.

Mis ojos se estaban humedeciendo y mi mirada estaba perdida, ¡completamente perdida! Aun así, no quería que alguien se diera cuenta, por lo que me ensimismé pensando en cuál era el juego que estaba jugando Meredith.

—¡Vamos preparándonos! Ya estamos a punto de salir... —Apareció Franco— ¡¡El público es un monstruo!!

Cierto, estaban eufóricos. 

Me quedé como un pasmarote, tensa. No sé cuántos minutos pasaron desde que me envolví en mis teorías, pero en un abrir y cerrar de ojos, el único que quedaba en el camarín, era Chris.

Discretamente, limpié una lágrima de mi mejilla e inhalé hasta llenar mis pulmones en un intento por mantener la calma. Lo miré a través del espejo, miré su silueta sentada en el piso escribiendo algo en su cuaderno con atención. Tras unos segundos, decidí despegar mi vista de él para abrir un cajón y limpiar mis ojos, pero la sorpresa que me encontré fue más devastadora aún. El pack perfecto para hacerme perder la cordura. Sí, se sentía como si se hubieran alineado los planetas, como si el sol se hubiera encontrado con la luna, como el nacimiento y la muerte de Mark Twain de la mano del cometa Halley. Sí querido lector, había droga.

Cocaína.

Y mi cuerpo me la había estado pidiendo con ansias.

No, no me hagas esto, no me traiciones así... Decía la Callie pequeña. 

—Bueno ya basta, ¿no? —Me di vuelta hacia él. Me atrevería a decir que me miró algo asustado, pero como era un muchacho no muy expresivo, solo me quedé con una perspectiva de un rostro indiferente.

—¿Basta de...?

—¡De dejar estas drogas por todos lados!

Y por primera vez, no reprimió su rostro de impresión, sino que se convenció a él mismo para sonar lo más sincero posible. ¿Había hecho una acusación muy grave? Tal parece que sí, porque dejó su cuaderno a un lado y se puso de pie. Abrió sus labios prestando gran atención en las palabras que saldrían de él.

—Explícame, porque no estoy entendiendo nada.

—La cocaína... ¿Tú la dejaste ese día en el mueble de mi habitación...?

—¿Y por qué según tú yo querría hacer eso? 

—¡No lo sé! ¡Pero basta! Te vi comprando de estas...

—¿Ese día que me seguías?

Tragué fuerte, así que continuó:

—La bolsa de cocaína es literalmente igual en todas partes, Callie... ¿Crees que alguien intenta que te drogues?

—Sí, creo que es justamente esa intención, Chris.

—Y piensas que soy yo. Vale. Genial.

—¡Pero entonces quién!

—¡Y yo qué sé! Lo último que se me pasaría por la cabeza es querer hacerte daño.

—¡Un minuto para tener a Feedback arriba del escenario! —anunció el presentador.

—Yo no soy, Callie.

—¿Por qué debería creerte?

—¡No sé por qué deberías hacerlo! ¡No lo sé, Callie! ¡Tal vez porque nunca ha estado en mis planes lastimarte!

—Joder, ¡Es que no te creo!

—¡Pero es que no puedo lastimarte si me pasan cosas contigo!

Abrí mis ojos como platos. Era mucho para procesar en un solo día. Estaba confundida, triste y con las emociones a flor de piel. ¡No podía pensar con claridad! Y tal parece que mi rostro se lo dijo todo, porque se resignó.

Crash...

—¿Sabes qué? Está bien. Olvídalo, ¿sí? —se lamentó—. Yo... no sé por qué dije eso... No quería hacerte sentir incómoda, perdón.

—Chris...

—No, no, todo está bien, de seguro. Solo te pido que no desconfíes de mí, ¿sí? —dijo dándose la media vuelta, pero, al parecer, aún le quedaban palabras por expresar—. No y ¿sabes qué? Ten en cuenta Callie, que tú tomas tus propias decisiones, no las personas que están a tu alrededor.

—¿Por qué me lo dices?

—Tú sabes por qué lo digo. Si alguna vez caes, será por ti. —Comenzó a alejarse—. Te veo en el escenario. Te aseguro que brillarás como siempre lo haces.

Tras una floja y resignada sonrisa, esa vez sí se dio la vuelta y se dirigió hasta el escenario.

Unas voces barbotearon nuevamente en mi cabeza después de que se fue:

¡Solo estamos jugando!

¿Te han dicho que eres hermosa?

No, solo tú.

—¡Cinco minutos para que se presente Feedback!

Cubrí mi cabeza con mis manos y cerré fuertemente los ojos. Comencé a hiperventilar, a realizar un abaniqueo mi rostro, a pasearme por todo el camerino como si no pudiera escapar. Lloré y, a cada instante, intentaba descifrar qué tan rápido latía mi corazón. Me asusté cuando mis manos se habían comenzado a adormecer.

Era una crisis de pánico.

Fue ahí cuando miré la bolsa. Sí, la miré. Al parecer creí que era mi única solución, lo único que podía hacerme brillar en el escenario y así olvidarme de todo y no sentir que era una completa inútil.

Muchos músicos lo hacían para rendir mejor... Tal vez funcionaba... Tal vez... 

Ustedes se preguntarán: ¿Por qué no abandona esto y se dedica a otra cosa? Porque cuando eres el protagonista no ves la vida de la misma manera que el espectador. Supongo que todos tomamos decisiones que para otros parecen no ser la mejor solución, ¿no? Antes de ellos, yo no tenía nada. Y lo que me pasaba, no tenía mucho que ver con la banda.

Volviendo a mis crisis de pánico, estaba desesperada, demasiado desesperada. Yo quería tener la voluntad, la quería tener, pero el hecho de abstenerme a las drogas o no tener mucho acceso a las metanfetaminas, me tenían los nervios a flor de piel. Quería drogarme, lo necesitaba con ansias. 

Estaba pálida, mis ojos tenían unas bolsas con tonalidades violáceas a su alrededor y mis labios se secaron como si no hubiera tomado agua en días. Tomaba aire por la boca tratando de mantener la calma, pero no. Mis manos temblaban y emanaban un sudor frío. 

Vamos, tú puedes... No la necesitas...

No, sí la necesitas...

¡Que no...!

¡Que sí...!  Es la única manera. 

Entonces la abrí.

Vi como el polvo se cernía por el escritorio dejando una sutil montañita blanca que te decía en todas sus letras que era tu solución. Podía ser tan adictiva con tan solo mirarla. Jadeé de pena con el mismo ritmo que fabricaba líneas con una tarjeta.

No, no quería hacerlo, pero estaba a punto de colgar los zuecos.

Lo hice.

Sollozando enrollé un billete, cubrí un lado de mi orificio nasal e inhalé tan fuertemente que la nariz me sangró al instante. No sabía si con una había estado bien, porque no sentí nada, absolutamente nada más que ardor en la zona.

Me limpié las lágrimas.

Pero segundos después comencé a sentir calor, mucho calor. Estaba alerta, reaccionando a todos los estímulos. Los gritos del público afuera se acentuaban por cien, por mil. Me sentí con personalidad, con confianza. En serio, como si fuera la reina del mundo. Había soberbia en mí. 

No tenía un efecto que yo dijera que me cambiaría por completo, solo me sentía... plena. 

Me paré del taburete, pero tropecé con un cable. Curiosamente, en el marco de la puerta se dejaba ver a una persona que me estaba mirando y sonreía por aquello.

De manos cruzadas y con una vista que incitaba a todas las criaturas del infierno, estaba él.

Franco.

Y lo que me dijo fue: 

—Ahora ve a brillar.


La teoría de Gastrell:

"Estoy seguro de que en la escena del crimen hay más de un involucrado"

Detective Sofía Rymer y relato la señorita Laudrie, ama de llaves. 

—Ese día del crimen, ¿usted le abrió la puerta al asesino?

—Sí, lo hice, jovencita.

—Luego le abrió la puerta de la habitación de Callie Morgan.

—Así fue. Es eso correcto. 

—¿Usted sabía quién era el asesino?

—Yo no sé quién era el asesino. Venía con una máscara y jamás me dijo su nombre. Tal vez ni siquiera era un chico. 

—Está insinuando que la persona que mató a Callie Morgan... ¿era una chica?

—No lo sé, aunque era una persona alta, más de un metro setenta y cinco. 

—Vamos a ver, ¿por qué usted encubriría a un asesino? no lo entiendo. Está usted en este momento a sus setenta años tras las rejas... ¿Qué pretende, señorita Durán?

—Mi clienta se rehúsa a responder —intervino su abogado.

—Bueno, entonces explíqueme usted por qué su clienta está encubriendo al asesino.

—Porque tiene miedo. A ella la amenazaron y le dijeron que matarían a toda su familia si no decía nada y ella tiene un nieto que ama. No va a arriesgar la vida de su gente a cambio de una chica adicta a las drogas que no era ningún aporte a nuestra sociedad, ¿no?

—Entonces hubo un soborno. 

La señora asintió. 

—El asesino buscó información sobre toda mi familia... —La señora limpió su nariz con un pañuelo. 

—¿Alguna característica física importante del asesino?

—No vi nada, le juro. 

—Prometo colocar resguardo policial a su nieto si coopera.

—Mi clienta se retirará ahora. Gracias por la comprensión, detective... O mejor dicho "practicante" —sonrió forzadamente.

Le estreché la mano y él la recibió con gentileza.

Definitivamente todo se estaba colocando más confuso. Se me hacía difícil pensar el cómo el asesino —o asesina— pudo haber sobornado a esas dos personas de una manera magistral.


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