Capítulo 25

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

D MÍ NACE LA TEORÍA, D MÍ NACE LA MALDAD, D MÍ NACE LA AMBICIÓN, D MÍ NACE LA VERDAD.


Tanto Derek como Dylan ya me habían hecho esa calidad de propuesta. Pero, querido lector, no te asustes, después entendí que se lo decían a cualquier muchacha que encontraran vulnerable. Yo no era la excepción.

—¿Y? ¿Qué dices? Una noche conmigo y te cuento todo. —Remojó sus labios rosados con ganas—. Sí o no.

—¿Cómo sé que no me mientes?

—Porque podré ser muchas cosas, pero mentiroso no soy.

—No creo solo en vagas palabras. Cualquiera puede decir lo que se le plazca y ajustarlo a su conveniencia. Es gratis.

Entonces se acercó mucho más a mí e hizo notar que andaba trayendo una navaja bajo su manga. 

Oh, oh. 

¡Santa María madre de Dios!

Sus amigos continuaban riendo por lo bajo y comenzaron a acercarse.

¡Pero es que la muerte me perseguía por todos lados! 

Ahogué mi temor hacia mi garganta seca. Traté de mostrarme valiente, firme; pero los nervios me traicionaban. Lamenté el hecho de que Dylan no atraía al mundo por ser un chiquillo que encantaba al mundo con su arte, sino por su actitud demandante y por comportarse como un completo idiota con la dicha de la influencia.

Eso sí, había alguien capaz de enfrentarlo.

Alguien capaz de poner en duda su liderazgo.

Alguien capaz de enrojecer sus pómulos después de provocarle una humillación.

Ese alguien, era una chica.

—¡Oye, idiota!

Dylan juntó las cejas y se dignó a mirar hacia atrás. Cuando lo hizo... ¡Recibió un spray de gas pimienta en sus ojos! ¡Tssss! ¡Directo a la córnea!

—¡Oh, maldita perra! 

Sus amigos comenzaron a ponerse agresivos, a reaccionar, pero Javiera amenazó con lanzar de ese mismo gas pimienta si daban un paso más.

Fuck off, Koch!

—¡Ni se les ocurra acercarse, malditos gallinas o les lanzaré de este mismo gas! And I don't give a shit!

La rubia me echó una ojeada rápida y después devolvió la vista a los chicos. Tras un golpe de adrenalina, les lanzó el gas. ¡Tsssssss!

—¡¡Corre!! —exclamó—. ¡¡Rápido!!

Ay, ay... 

Comenzamos a correr por la acera. Salimos disparadas de aquella universidad entre jadeos y nervios. ¡Muchos nervios! Mis zapatillas de tela sonaban con la misma cadencia que los insultos que nos llovían a medida que nos perseguían. Éramos rápidas... ¡Pero ellos también!

Get the hell out, bitch! —exclamaban.

Agudicé la vista hacia atrás y lo único que vi era como aquellos chicos y su metro ochenta estaban casi a una patética distancia. Ni yo ni Javiera teníamos la fuerza ni el tamaño para enfrentarnos a un grupo de hombres impredecibles. Para empeorar las cosas, mi cansancio era evidente. Estaba hecha una piltrafa y apenas había pasado la media cuadra.

—¡Vuelve, zorra!

—¡¡Nos van a alcanzar, Callie! ¡¡Correeee!!

—¡¡Lo... lo sé!! —dije, fatigada.

Corrimos y corrimos por la Hope Street cuando de pronto vimos a un autobús pasar por el asfalto. 

—¡Allí! —Apunté y le alcé la mano al conductor para que pudiéramos subirnos—. ¡¡Pare!! ¡Aquí!

El chofer solo disminuyó la velocidad, lo que nos obligó a dar un brinco hacia arriba. Nos sujetamos del caño y, finalmente, terminamos por mandar a tomar por culo a los peligrosos muchachos que se fueron quedando atrás.

—¡Tomen, idiotas! —Se burló Javiera y les levantó el dedo medio—. ¡Perdedores!

Retomé el aire. Necesitaba un inhalador urgente. 

Pensé en ese momento que debía cambiar las drogas por practicar algún deporte. Pero el sentido común no se me daba. 

—Ahora sí explícame qué fue lo que pasó con Dylan. ¿Pasaste y te estaba acosando o... hay algo más? —me preguntó, aún tomándose del caño de la entrada del autobús. Su cabello rubio se movía hacia un lado. 

—Si te cuento... ¿Puedo confiar en ti? Es sobre Meredith, y ella es tu prima.

—Puedes contarme lo que sea —aseguró—. Lo que sea.

Entonces le solté todo.

—... Sooo... Ella te mandó un video donde no sabes qué significa realmente. 

—Sí.

—Bien, hablaré con Meredith y te ayudaré, ¿sí? No será una tarea fácil, pero veré que puedo hacer.

Asentí, agradecida. Con seguridad podía decir que su voz sonaba sincera en ese momento y revelarle eso a alguien se sintió liberador. Definitivamente, todo lo que me estaba pasando, no era al azar y, por todo lo que aprecié, Dylan lucía sorprendido al verme. Necesitaba cuanto antes dar un significado para que la ansiedad no volviera de una forma tan despiadada. Después de mi primer encontrón con la cocaína, había tenido cambios de ánimo brutales y serios problemas de autoestima. Tal acertijo alumbraba mis ganas de consumir nuevamente.

Volví a pensar que solo estaba siendo paranoica. 

—Gracias por ayudarme, en serio.

—Entre mujeres nos ayudamos, siempre. A... excepción de algunas, ya sabes. Meredith, pff.

—¿Qué va a pasar cuando vuelvas mañana a la universidad y lo veas nuevamente?

—Conozco a Dylan. Si se sobrepasa, me las arreglo, siempre. Es un idiota. —Se acercó para susurrarme algo al oído—. Es cáncer.

—Déjame adivinar... Te apasiona la astrología, ¿verdad?

—¿Cuándo estás de cumpleaños? 

—18 de diciembre. Mañana, de hecho.

—¡Todo el sentido del mundo! ¡Sagitariana!

Le regalé una sonrisa contagiosa. Ella y su entusiasmo siempre me hacían soltar una que otra carcajada.

—¡Oh! —ahogó un grito entusiasta—. ¡Patrick Freedman se va de viaje!

—Eeeh... —reí nerviosamente— ¿Genial?

—¡Mañana Chris y John tienen casa sola!

—Sigo sin entender...

—¡Que podemos hacer tu fiesta de cumpleaños en la finca!

—No creo que sea buena id...

—Mañana a las ocho. ¿Estás dispuesta a una fiesta con los Freedman, Callie Morgan?

(**)

Y aquí vamos de nuevo. 

Todo esto se resume en:

1.- Como se imaginarán, me entusiasmó la idea y terminé aceptando. ¿Qué podría salir mal? Todo pero bueno. 

2.- Tuve que decirle a Marcos que había una gran torta, de otra manera, no hubiera accedido a ir.

3.- Me coloqué un jeans suelto con muchos bolsillos de color negro y una remera dorada ajustada. Obvio con zapatillas porque ni en broma usaría con tacones molestos. No, no y no.

4.-Que, lógicamente, mi asesino estaría ahí, entre todos ellos.

5.-Y que era mi cumpleaños, motivo suficiente y no menos importante para ir. Y en honor a la verdad, existía la clara posibilidad de que me encontraría con drogas, así que fue la guinda para mi pastel.

Estaba a punto de partir, pero miré a mi hermano con cara de Poker. Sin lugar a dudas era un muchacho muy friolento.

—Pareces mono de nieve —le hice saber. 

—Al menos no pasaré frío como tú.

—Al menos mostraré mi outfit.

De cinco libras, jaja. 

—Está nevando afuera, plonker. Después te coges un resfriado y andas: ¡Ay, me moriré! ¡Estoy sufriendo! ¡No puedo respirar por la nariz, ayuda!

Aunque es irónico, muchas veces resultaba ser la introyección de mi padre. 

Me incliné para dejarle comida y agua a Dolly. No me tomó mucha importancia, porque se aferraba a enmarañar un ovillo rojo. Acomodé su cadena y coloqué mi número de teléfono en esta misma por si se perdía. Olfateó la comida, pero la ignoró. Yo no sé de dónde habrá sido esa gata, pero tenía gustos carísimos.

Ya en la entrada de nuestra casa, abrí la puerta y me percaté de que había una caja de regalo en la alfombra de afuera.

Estimada Callie, feliz cumpleaños. Te traigo este presente como muestra de mi cariño. Sé lo mucho que te gustan y espero que te quede bien. Te quiero amiga y te extraño un montón. Ya volveré y pasaremos todo el día juntas. Siempre contigo.

PD: Supe lo de Mía. Olvídate de esa canalla. Cuando la vea la agarraré de las mechas. 

Atte. Sera Montgomery.

Entusiasmada, comencé a abrirlo: era chaqueta de mezclilla negra acompañada por una caja de bombones de menta. Decidí sacar mi abrigo y colocarme aquel regalo. Quedaba tan magnífico como oír la voz de Alex Turner. Me sirvió para ir hacia la fiesta. 

...Y por ahí por las siete treinta, el nieto de nuestra vecina, la Señorita Laudrie, nos fue a dejar en su auto hasta allá.

Como era de esperarse, la casa tenía ese aire gélido, de terror. Sin ninguna duda parecía una película de esas donde los adolescentes se emborrachan y terminan muriendo, pero aun así a nadie le interesa porque están muy alcoholizados como para notarlo. La gracia de aquel cliché es que la protagonista siempre sobrevive, pero meh, en la vida hay excepciones.

Cuando avanzamos por el ripio, contemplé una cantidad considerable de gente. Eran jóvenes, punks, rockeros y uno que otro hombre mayor que se había colado. Gran parte de la multitud se lanzaba hacia la piscina con entusiasmo y los otros rodeaban a la mesa de ping pong para darse un buen trago. Apenas estaba comenzando todo y la música ya estaba a todo su potencial. Si así era el comienzo... ¿qué pasaría después? Muchas cosas. 

—Te das cuenta de que están celebrando tu cumpleaños solo para drogarse, ¿verdad? —gritó Marcos en mi oído después de que nos bajamos del auto.

—Quizá a ti te hace falta emborracharte un poco, ¡a ver si con eso se te va el malogro! —vociferé avanzando. Él me siguió, hastiado.

Sorpresivamente, y de un segundo a otro, mi hermano se ocultó detrás de mí como una anciana tratando de esconderse de un abuelo enamorado. Claro que no era un anciano como tal, sino que era Alex aproximándose hacia nosotros.

—¡Qué haces idiota! —musité entre dientes a la misma vez que dejaba una sonrisa a la vista de Alex.

—Escondiéndome, ¿qué no ves?

—¡Pero por qué te escondes de Alex, si es un amor!

Alex lucía así: Pantalones de mezclilla rotos y una sudadera verde musgo. Su cabellera plateada siempre se encontraba desordenada y los párpados hinchados. Todo ese vestuario, lógico, siempre acompañado con una sonrisa entusiasta y juguetona. Aunque en el fondo era un muchacho de ojos tristes. 

Me dio un cálido abrazo de cumpleaños. Lamentablemente, se dio cuenta de que Marcos no quería hablar mucho, así que se resignó con una lánguida sonrisa para después retroceder a conversar con un grupo que estaba cerca de un árbol.

—Los veo luego, chicos.

—Joder.... Eres un maldito insensible.  

—No me gusta involucrarme tanto con los miembros de tu bandita. No me dan buena espina. 

—Bueno, si vas a estar con cara de culo, no me hables mientras esté aquí. Yo vine a divertirme, adiós. 

Avancé y lo dejé atrás. 

Limpié mis mejillas con las yemas de mis dedos. En ese entonces, mi piel se tornó un tanto grasa y con algo de acné. Curiosamente, ese pequeñito sudor se incrementó cuando vi a toda esa gente beber y meterse pastillas por la boca. Me acerqué hacia la gente que estaba bebiendo alrededor de la mesa de ping - pong y le eché un vistazo a un muchacho ebrio. Miré para todos lados con cierto disimulo... Y ¡Plash! A la velocidad de la luz, robé de la cartera de su pantalón una bolsa con pastillas.

Me dirigí hacia la casa para drogarme un poquito. Solo un poquito como para despertar. 

Abrí la puerta y la música de los Arctic Monkeys aumentó el doble de su volumen. 

Me vi obligada a forzar los ojos porque el lugar estaba eclipsado. La luz artificial se tinturó de un azul oscuro, misterioso. No había nada más que gente bailando y regalando besos bajo ese difuso alumbrado. Observé y comencé a avanzar bajo el ritmo de: why you only call me when you're high?

Vislumbré una escalera y, a medida que iba subiendo, me iba encontrando con cuadros de fotos de los Freedman.

La primera era de su familia, claramente fingiendo ser una feliz.

Seguí subiendo y escruté la segunda: Papi Patrick cazando una jirafa.

Le tomé una foto con mi celular mirando para todos lados. Podía servir. 

La tercera era de John y Chris de pequeños en la playa. John le había arrojado un balde con agua y Chris salía llorando.

Y la cuarta, ya en el segundo piso, era del propio Chris cursando la adolescencia mientras abrazaba a un niño mucho más pequeño que él. Ladeé mi cabeza y la analicé con atención. ¿Quién era ese niño y por qué se parecía tanto a ambos?

—Ese era Kai. —Apareció Chris y se afirmó en la pared. Me estrechó un clavel rojo—. Feliz cumpleaños, Callie.

Titubeé un poco, pero no pude evitar recibirla con una sonrisa genuina. Me había sentido mal tras haberlo culpado de algo que no era verdad. No cabía duda que él se sintió algo incómodo con mi acusación, incluso creí que me odiaría después de lo que me dijo y que yo solo me limité a prevalecer en silencio. Sentí miedo, yo no quería perderlo, no quería perder al chico más parecido a mí que vi jamás.

—Gracias, Chris.

Sostenía una especie de brocheta pequeña sobre sus labios y jugaba con ella.

—Kai... era... tu hermano, ¿verdad? 

—Sí, era. 

Agaché mi mirada sin saber qué decir. Apenas reconoció que su hermano (por circunstancias que yo desconocía) ya no estaba, su semblante se volvió gris, incluso melancólico. Mordió su labio inferior con cierta frustración. Y, pese a que era callado y que siempre tenía un rostro de no expresar sus emociones, entendí su dolor.

—¿Sabes por qué murió Kai? —me preguntó. Negué con la cabeza así que decidió continuar— Murió por un ataque cardiaco. Él encontró unas pastillas que yo tenía en un frasco de dulces. Las había dejado ahí para que mamá no las encontrara, pero como te imaginarás, ese día mi mamá no fue quien entró a la habitación.

Iba a entreabrir mi boca nuevamente, pero me interrumpió.

—Jamás buscaría drogarte si mi hermano murió por esa razón, Callie. Si tú buscas tu camino, no será por mí o por alguien más. Libre albedrío, ¿no? —sonrió y, al igual que su hermano, se le formó un hoyuelo firme y coqueto.

—¿Todo bien entre nosotros entonces? —pregunté, olfateando la rosa.

Sorpresivamente, aquel chico de cabello despeinado y de vestuario oscuro se acercó a mí, lentamente. Agaché mi vista y lo que sentí fueron sus suaves y demandantes labios en mi mejilla. Me había besado tan pronto como me había soltado.

—Tú y yo nunca estuvimos mal. 

—Lo sé. —No dejé de mirarlo a los ojos. 

—Aunque si no me crees, puedo invitarte a una carrera en moto. —Bajó las escaleras y yo lo seguí.

—¡La otra vez perdiste!

—Te dejé ganar, que es diferente.

—¡Mentiroso!

—Pero Callie, soy experto en andar en moto. Tú no. ¿Cómo carajos me ibas a ganar? 

—Bueno..., era demasiado genial para ser verdad... —resoplé, profundo. 

—Me debes mucho. La primera vez que te vi le pagué al guardia para que no te sacara del lugar. Pero ya me lo habías compensado con tu caída. La verdad es que no tuve idea cuál era tu espalda y cuál era tu cuello. Parecías un caracol.

Oh, damn! —reí un poco avergonzada—. Sácalo de tu mente, ¿sí? 

Tras darme cuenta de que nuevamente estaba bajando, recordé que quería usar las pastillas.

—Oye, por cierto, yo iba a ir al baño, de inmediato vuelvo.

—No, nada de ir al baño. —Colocó una mano en mi espalda para dirigirme hasta el patio—. Ven conmigo.

Lo primero que aprecié fue la enorme cantidad de gente que alzó los brazos para lanzar challas y expresarme un: «¡¡feliz cumpleaños!!» de manera entusiasta. Me quedé pasmada, incluso colorada. Yo solía ser alguien muy vergonzosa y, pese a que era bastante impulsiva, también tenía mi lado tímido. Me limité a sonreír de oreja a oreja con nerviosismo. 

Y es que jamás me habían celebrado un cumpleaños de esa manera... 

—¡Y aquí está la cumpleañera! —exclamó Alex, ebrio con el micrófono—. ¡Qué pase Callie Morgan al escenario! Happy B'day, Call!  Happy birthday to you —comenzó a cantar, pero desafinaba—, Happy birthday to you, Happy birthday to youuuuu!!!

—¡¡Cállate, Alex!! —gritaban unos por ahí.

Mientras cantaba, me subí tímidamente al escenario. La vista era fascinante con todos esos chicos que coreaban mi nombre, pese a que no me conocían un carajo. Me sentí querida, y en ese momento, agradecí que me hayan brindado aquella celebración. Lenta y armoniosamente, esos cuatro chicos se estaban convirtiendo en mi familia.

—¿Algo que quieras decirnos, Call? —preguntó Alex estrechándome el micrófono.

—Bueno... —reí tímidamente.

—¡Un aplauso!

El rubio me abrazó. Pero en esta historia todo lo que tiene de bonito, también tiene la capacidad de transformarse en un calvario de manera inmediata. ¡Ka-boom!

M y D estaban en el mismo lugar que yo.

Y el otro D también hizo su aparición.

De manera ralentizada, Meredith, Derek y Dylan se acercaban hacia la fiesta.

Pude ver desde el escenario sus increíbles y formados cuerpos. La pelirroja se posicionó en el medio, envuelta de carácter y cuero curtido. Su cabellera se movía con la misma sincronía con la caminata del chico de chaqueta con tachas, Dylan; que, de manera imponente, caminaba como un rey junto a su socio: Derek Dunoff.

Yo estaba en peligro si M y D estaban juntos.

Mientras Alex seguía animando el show, yo opté por bajarme del escenario, rápidamente y asustada. Lamentablemente, me encontré de inmediato con Dylan. Mi rostro se paralizó al verlo tan cerca. Él sonreía con astucia. ¿Qué traía conmigo y por qué decidía atormentarme de esa manera?

Desde otro ángulo, Meredith divisaba desde lejos, mordiendo una cereza. Derek, por otro lado, parecía no importarle porque se reunió con Oliver.

—Bonita fiesta, al igual que tú —dijo acercándose hacia mi oído—. ¿Ya pensaste lo que te dije?

—¿Pasa algo? —interrumpió Marcos carraspeando su garganta. Por ese tono un poco más grave, lo interpreté como si quisiera imponer respeto.

Dylan solo negó con su cabeza y se rió como si le hiciera gracia. Fue un poco disfrazado de ironía. Volvió a repasarme con la mirada y luego optó por integrarse a la fiesta.

—Te veo luego... —finalizó, divertido.

Tragué saliva, muy nerviosa. 

—¿Estás bien? Estás... pálida.

—Sí, estoy bien... Es solo que...

—¿Él te molesta o algo?

—No lo sé, no me quiere decir.

—¿Qué cosa no te quiere decir? 

—¡No sé te digo! 

—¿Por qué siempre andas metida en cosas raras? —exhaló— Iré por unos doritos. Trata de no meterte en problemas. 

—¡Qué yo no tengo la jodida culpaaa! —regañé. Terminé por alejarme un poco de tanta gente, empujando a cualquiera que se me cruzara por el camino.

Por casualidades de la vida, mis pasos furiosos llegaron hasta la alberca. Me sentí más aliviada porque ya no estaba al lado de tanta gente. Pero claro, tenía que lidiar con otro problemas: personas esnifando cocaína.

Por supuesto que aquella escena llena de adicción y de personas cuyos rostros gozaban de la plenitud al probarla, me hacían confundirme. ¿Era esa la panacea? En ese momento si lo era. Después de la primera vez, no hacía más que sentirme increíblemente decaída y malhumorada, como un zombie. Por aquel entonces, no parecía tan terrible volver a probarla. Y, como era un poco ingenua, me dije a mi misma que sería la última vez que lo haría. Solo eso y nada más. Aunque era obvio que me estaba quemando por dentro tan solo verla.

Comencé a morderme las uñas y a prestar atención a cada detalle, como, por ejemplo: la rapidez con la que el polvo subía por sus orificios nasales y como el resto se cernía en el aire. La cabeza de aquellos sujetos se sacudía con deleite y siempre terminaban por mirar al cielo y agradecer semejante deseo cumplido. Se fregaban la nariz con el dedo y colocaban un rostro orgásmico, increíblemente placentero. Lucían firmes, confiados y, en honor a la verdad, esa era la mejor parte, el hecho que estabas completamente consciente y que te atropellaba la seguridad. Nada mejor que esa droga te premiara con autoestima (pero que te castigara con dependencia y un tabique nasal perforado).

Empecé a tronarme los dedos.

Me acerqué.

—¿Quieres, honey?

Juro que empecé a producir más saliva. 

Asentí, quedando a centímetros de la alberca.

Era solo un poco... "No me iba a hacer daño".

Un poco y ya est...

John me empujó para que cayera a la piscina. 

Caí profundo, tan profundo, que, por un instante, pensé en quedarme así, por lo que ahogué la respiración. Yo quería saber qué se sentía estar al borde de la muerte, quería descifrar cómo se percibía el hecho de estar al límite, el tocar fondo. Quería ver si el dolor se iba. Creo que lo mejor que rescaté de ese momento tan efímero, fue que luché para llegar a la superficie. Yo no quería morir. Creo que jamás fue mi intención en ese entonces.

Solté el aire cuando mi cabeza salió a flote. Mis piernas y mis brazos comenzaron a moverse para no hundirme. Y, echando un vistazo a mi alrededor, pude apreciar como más gente se lanzó, arrojando toda esa agua en mi cara. Traté de enfocar para buscar a John. Cuando lo vi fruncí el ceño. 

—Feliz cumpleaños, Caliope.

—¿Y esto te parece que es un buen regalo de cumpleaños? 

—Pues te saqué la estúpida idea que tenías en mente, ¿no es así? 

Me sonrió y se largó. 

Con mi cuerpo empapado y a un ritmo lento y torpe, me fui nadando hasta la orilla para impulsarme fuertemente hasta la superficie. 

Lo que él no sabía, es que yo iría tras él.

Pasaron unos lamentables minutos donde me vi acorralada por personas que querían conversar sobre música y recitales. Avisté para todos lados sin prestar atención, pero lo había perdido de vista. Tras una larga y poco amena charla, me separé del grupo y me fui tras él.

Subí corriendo las escaleras con el cuerpo empapado y me desplacé por el oscuro y misterioso pasillo bajo moonlight de Chase Atlantic. Aquella luz azulina no me dejaba ver con atención, pero cierto alumbrado proveniente de una habitación, me hizo deducir que era la de John. Lo supe porque tenía esa puerta llena de estampados de los Rolling Stones. 

Apenas di un toque, la puerta se abrió.

Su habitación correspondía a una de un chico de diecinueve años. Era un tanto desordenada, de paredes oscuras y posters pegados a esta misma con bandas de rock británicas.

Olía demasiado bien, fresco, a bosque. 

Pero no había nadie.

—¿Se te perdió algo? —John apareció detrás algo indiferente mirando su celular. 

Cuando no respondí alzó la vista hacia mí. 

—¿Qué? —Se encogió de hombros. 

—¡Vine a que me des una maldita explicación del por qué demonios me lanzaste al agua!

Guardó su celular en el bolsillo trasero y ahora sí me estaba prestando atención. 

—¿No te gustó? 

Yo solo me limité a mirarlo, enojada, pero la verdad era que estaba algo agradecida por haber distraído a mi mente. 

—Bueno, mínimo pásame ropa, ¿no? Ya me dejaste mojada. 

Él se miró las zapatillas para luego esbozar una casi imperceptible sonrisa mostrando su hoyuelo. Para mí sorpresa, pasó hacia su habitación y yo lo seguí. Se dejó caer en su cama, relajado; colocó un brazo detrás de su cabeza y prendió la TV.

—De ahí, saca la que quieras.

Lo miré durante unos segundos, dubitativa, pero después simplemente saqué del closet una remera gris lo suficientemente holgada para que me agradara. Apenas la coloqué en mis manos, el aroma que emitió me hizo alborotarme un poco. 

—¿Dónde está el baño para cambiarme? 

—No tengo baño acá en la habitación... Hay uno afuera, pero no querrás ir. Frank, El vecino, acaba de vomitar ahí —confesó sin mirarme. Tal parece que estaba enfocado en el canal de asesinos seriales.

Mmm... Te gustaban mucho esos programas, ¿eh? 

—Bien, entonces cúbrete.

Él giró los ojos y terminó por colocarse una almohada sobre su rostro.

Pasaron unos minutos, pero como aquel muchacho era algo impaciente, decidió apurar:

—¿Ya te cambiaste? No es por ser insistente, pero estar con un cojín sobre mi cara no es que sea uno de mis pasatiempos favoritos. Digo... Hay cosas peores, pero...

—Ya, listo —exhalé—. Puedes seguir mirando... lo que sea que estén dando.

Su sudadera me quedaba hasta un poco más abajo de los muslos. 

Él apenas liberó sus ojos, me buscó con la mirada y diseñó en su cara un poco de rigidez. Analizó con su vista mi cuerpo de arriba hacia abajo, tenso. De inmediato mis mejillas ardieron como si hubiera salido a trotar. 

Joder... No sabía si era el olor a roble, su cuerpo tendido en esa cama o el simple hecho de estar en su habitación lo que precisaba mi inquietud.

—Te queda bien.

—¿Gracias? 

—Te lo regalo si quieres.

—¿De... verdad?

—Ajá —articuló mirando a la tele... Aunque nuevamente se atrevió a girar su cabeza hacia mí, curioso y serio a la vez.

—Bueno, vale, te lo agradezco. Eeeh, yo... iré abajo entonces.

—Vale.

—Okey. 

—Ajá. 

—¿Me puedo quedar contigo? —solté.

Estaba siendo sincera en ese entonces. Yo no quería bajar sabiendo que solo estaba con ropa interior bajo esa sudadera. De todas formas, me avergoncé y vi imposible aquella escena teniendo en cuenta el historial que teníamos. ¿Me podía quedar a solas con John Freedman sin querer ir corriendo hacia él y besarlo? ¡Claro que no! Apenas mi vista se posaba en él, no podía hacer caso omiso de mis impulsos.

—Digo... Olvídalo. Yo... no sé por qué dije eso —vacilé retrocediendo hasta su puerta.

—Callie, espera.

—No, olvídalo, sigue viendo tu programa, yo, yo me voy.

—Hey... Callie.

Desaparecí del lugar hasta perderme en el oscuro y azulino pasillo vacío. Me fui algo colorada y frustrada. ¿Que si acaso me podía quedar en su habitación? ¡Qué clase de pregunta era esa, Dios! ¡Qué vergüenzaAaaA!

—Callie, joder, aguarda un poco. —John salió de su cuarto para avanzar hacia el pasillo.

—Qué... pasa. 

Lo seguí con la mirada hasta que quedó en frente a mí. Asustada, no hacía más que inflar mis pechos con ansias.

—Quédate en mi habitación.

—Olvídalo, John, fue... No sé por qué dije eso.

—No, en serio, puedes quedarte. Quédate. 

—Será mejor que... que me vaya. 

Opté por bajar las escaleras, pero apenas di un paso al costado, él tomó suave y decididamente de mi muñeca para negar mi escape. Abrió sus labios para hablar, aún con su cálida mano sujetándome.

—John...

—¿Sabes qué? Yo no sé si tú quieres fingir esto, pero yo no. —Se tomó una pausa para acercarse un poco más y decir—: Es que joder; me has estado dando vueltas en la cabeza todo este maldito tiempo, Callie. Te aseguro que esta mierda me está torturando como no tienes ni puta idea. Así que no, no me da miedo decir que en este preciso momento quiero besarte y verte jodidamente desnuda. Y si tú no quieres, entonces no hay problema. Yo solo me cansé de mentirme a mí mismo.

Mis cejas se juntaron y comencé a respirar por la boca. Estaba asustada, tensa y confundida a la vez. "Si tú no quieres entonces no hay problema". No era mi caso, porque moría por hacerlo. Y estaba a punto de pasar.

Resulta que él se había posicionado frente a mí con una respiración espesa y con unas mejillas enrojecidas. Estaba esperando mi respuesta, esperando a que  yo diera algún indicio, alguna señal para dar el siguiente paso. Al contrario de los besos anteriores, este fue el que más me tomó por sorpresa y, a la vez, el que más impulsó hacia él. Tal vez fue el momento, el hecho de haber estado en su habitación... O simplemente que ambos queríamos expulsar toda esa tensión acumulada de una maldita vez. Y, sí, claro que lo hice. Esta vez no hizo falta decir una palabra más, solo me bastó con colocarme en puntillas, poner mis manos en sus mejillas y estampar mis labios contra los de él.

Dicho y hecho, él tomó de mi cintura con ambas manos y, bajo una firmeza imperiosa, me atrajo duro hacia su cuerpo y correspondió a mis labios con debilidad.

Y bueno, también de manera decidida y desesperada, me estrelló contra la muralla.


Nota de autora: Tengo una pregunta: ¿confían en John? 

Nos vemos en el siguiente capítulo un poco... ardiente. 







Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro