𝗧𝗥𝗘𝗦

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¿ como sobrevivir
a los bravucones ?

—Ojalá mamá viera lo que hice con las tablas —decía Miguel desde las afueras del vestidor, esperando a Cassidy—, pero si supiera dónde estoy ahora, me mataría.

—¿Por qué? ¿no le gusta que su hijo sepa defenderse? —le preguntó la chica desde adentro, asegurándose de hablar fuerte para ser escuchada.

—No le gusta la violencia. ¿Qué hay de los tuyos? —le devolvió la pregunta—. ¿Saben que estás acá?

—No, tampoco lo saben —Cassidy se vio en el espejo por última vez antes de salir al pasillo. Se había estado preparando para ir a la fiesta de Halloween en la escuela—. Creen que estoy en el estudio de ballet.

—Ah... —Pareció que Miguel había pensado en decir algo, pero en cuanto vio a Cassidy, su mente quedó en blanco.

—¿Qué? ¿Crees que es demasiado?

La rubia se mordió el labio, y al juntar sus hombros logró que las alas de hada que ella misma había confeccionado se hicieran más visibles. No había sido muy original en su disfraz, pero no se le había ocurrido nada más. Además, las hadas eran lindas.

—¡No, no es eso! —se apresuró a aclarar—. Ahora creo que mi disfraz no es del todo bueno.

—¿De qué es tu disfraz? —una mueca apareció en el rostro de Miguel.

Volvieron al espacio principal del dojo, donde Johnny revisaba unas facturas. El chico sacó de su mochila lo que debía ser su disfraz, aunque Cassidy lo confundió con un mantel. El atuendo incluía una máscara.

—¿Qué mierda es eso? —espetó en sensei al ver lo que Miguel estaba poniéndose.

—Mi disfraz de Halloween, lo hizo mi abuela —la rubia seguía analizando el atuendo, intentando descifrar de que se trataba—. Primero fue Deadpool, después, Spiderman, y, luego un superhéroe genérico.

—Sí, algo precario.

—No es tan malo. —intentó mentir la chica.

—No puedo dejarte ir así —dijo Johnny—. Si queremos que más gente se una al dojo, debemos cuidar la reputación. Tú estás bien Cassidy. —agregó, dándole una mirada de aprobación a su disfraz de hada.

—¿Qué es lo que sugiere?

—Tengo una idea.

El gimnasio de la escuela tenía un aspecto totalmente diferente al habitual. Estaba iluminado con luces tenues y ampolletas colgadas por los alrededores, algo de humo ambientaba el lugar y la música estaba en el volumen perfecto para bailar y poder charlar sin la necesidad de gritar. Cassidy y Miguel habían llegado algo tarde, y ya todos los estudiantes se encontraban en el centro del gimnasio.

—Entonces, ¿te encontrarás con alguna amiga?

Cassidy soltó una risa—. Eres el único amigo que tengo, Miguel. Si es que puedo llamarte de esa forma —aclaró—. Con el ballet no tenía tiempo para ir a fiestas o charlar luego de clases.

—No llevó mucho tiempo en la escuela, pero tengo dos amigos que puedes conocer.

Las cejas de Cassidy se elevaron y un vacío apareció en la boca de su estómago, por unos momentos había olvidado que Miguel era amigo de Eli, el chico que observaba por más tiempo del que debería. Se reprendió a sí misma, ¿cómo pudo olvidarlo?

—No quiero incomodar. —dijo ella, con el pulso extrañamente acelerado.

—¡No lo harás! —le aseguró Miguel—. Acompáñame, sé que les agradarás.

Siguió a Miguel por detrás, buscando a sus amigos con la mirada. Los encontró junto a una mesa con comida, de pie como si no encajaran en el lugar. Demetri estaba disfrazando de algún tipo de mago y Eli, por su parte, de cirujano. Cuando sus ojos se encontraron con los de él Cassidy deseo no estar allí presente, se sentía tan vulnerable cuando conocía gente nueva, lo odiaba.

—Mhmm, esqueleto —dijo el pelinegro—. Un clásico.

Ella se quedó a un lado, esperando el momento para presentarse. Mientras tanto, Eli frente a ella alternaba su mirada entre Cassidy y Miguel, casi en pánico, deseando saber porque la chica lo acompañaba.

—Gracias —respondió Miguel con una sonrisa— Eres hechicero, me gusta.

—¿Hechicero? —repitió—. Por favor, soy un nigromante.

—Yo creí que eras un mago. —comentó Cassidy entonces, con una leve sonrisa.

Los tres chicos dirigieron sus miradas hacia ella.

—Yo soy un hada, por si no se dieron cuenta —agregó ante la falta de respuesta de sus compañeros—. Demetri, ¿no? Yo soy Cassidy, Hawksley. Cassidy Hawksley.

—Sí —dijo Demetri—, sabemos quién eres —y miró a Eli por unos segundos—. La bailarina de ballet, eres conocida en la escuela.

—Eso supongo —la mirada de Cassidy recayó en Eli, quien la miraba, pero no decía nada—. Y tú eres Eli. —agregó con tono de pregunta, a pesar de saber exactamente quien era él.

—Sí.

Fue lo único que dijo, y Cassidy sintió que el ambiente comenzaba a volverse incomodo.

—Entonces, ¿eres un doctor?

—Un cirujano plástico —le corrigió—. Arreglo labios.

—¿Y qué hay de las narices? ¿también las arreglas? Podrías mejorar la mía —siguió hablando la chica, apuntando la desviación de su tabique—. Lou Martinni, me lanzó su zapatilla de ballet cuando conseguí el estelar de Giselle, fue un desastre. Sangre por todos lados y mi nariz nunca volvió a ser la misma.

—Tu nariz es perfecta —dijo de forma rápida, casi impulsiva. Pareció arrepentirse de inmediato, se veía nervioso—. Digo, no tiene nada de malo. Es una nariz corriente, como todas.

El corazón de Cassidy volvió a palpitar con fuerza contra su pecho, pero de una forma agradable, no eran nervios de los malos.

Miguel decidió tomar el control de la situación. Les explicó a sus dos amigos que Cassidy se había unido a su dojo y gracias a eso se conocieron de forma oficial, agregó también que tenía unas piernas muy fuertes, aunque para sus amigos les pareció un comentario innecesario.

Estuvieron casi una hora charlando, conociéndose mejor en aquel rincón del gimnasio junto a las bebidas. Hablaron de temas al azar y sin sentido, sus clases favoritas, lo que harán durante las vacaciones de invierno, sus hobbies y gustos. Cassidy creía que era la primera vez que mantenía una conversación con chicos de su edad sin mencionar técnicas de ballet o los celos por las habilidades de alguien más. Aquella parecía ser una verdadera conversación de adolescentes.

Eso le gustaba, le agradaban aquellos chicos. También le parecía curioso que fueran tan buenos amigos cuando sus personalidades eran tan diferentes entre sí.

—Entonces, ¿el plan es quedarse junto a la ponchera toda la noche? —indagó la rubia, terminando de beber su vaso con ponche.

—¿Algo más que quieras hacer?

—Bueno, no lo sé —miró a Demetri—. Nunca había venido a una fiesta.

—¿Qué tal si nos presentas a tus amigas? Tienes amigas, ¿no? —Cassidy negó ante la pregunta del pelinegro, quien se vio notablemente decepcionado—. Perfecto.

—¿No quieren bailar? —preguntó, separándose de su lado y poniéndose frente a ellos—. A mí me gustaría. ¿Alguno quiere acompañarme?

Ninguno le dio una respuesta, pero Cassidy no era tonta y tampoco despistada. Vio como los ojos del cirujano se agrandaban y miraba a todas partes, menos a ella. Durante el poco tiempo que estuvieron hablando notó que era algo callado, tímido tal vez, por lo que no iba a presionar. Podría divertirse por su cuenta.

—¿Van a dejar ir a chica bailar sola en una fiesta? —Cassidy negó—. Bueno, ya saben porque no tienen novias.

—Estás diciendo —la detuvo Demetri antes de que se alejara— que, si diéramos el paso de invitar a una chica a bailar, ¿se convertirían en nuestras novias?

—Básicamente —afirma ella—. Sobre todo, si les gusta bailar.

—¿A ti te gusta bailar? —le preguntó entonces Eli, dando un pequeño paso hacia ella, olvidando por un momento que solía ser una bailarina de ballet.

—Me encanta bailar.

Cassidy finalmente se alejó hacia la pista de baile cuando entendió que Eli no daría el siguiente paso. No estaba molesta, al contrario, era una gran oportunidad de volver a disfrutar de su cuerpo y fluidez, de cada parte de su cuerpo danzando a la par de la música. Tal vez sólo habían pasado dos días sin practicar ballet, pero aquello era una eternidad para la chica. Luego de tantos años de entrenar sin descanso, el baile ya formaba parte de su rutina habitual.

No estuvo segura de cuanto tiempo había estado disfrutando de la música junto a los demás estudiantes, pero cuando tuvo los intenciones de volver con los chicos, no los encontró por ninguna parte de la escuela. Supuso que se habían ido luego de sentirse aburridos.

Ella también volvió a casa cuando ya no encontró nada divertido que hacer. Y a pesar de estar volviendo a las once de la noche, creía que había sido un gran logro personal, no creyó que estaría allí por tanto tiempo. Si no hubiera sido por Miguel, seguramente se hubiera ido de inmediato. Estaba agradecida con el chico, la incluyó en sus planes sin pensarlo dos veces.

Cassidy creyó que nada podría arruinarle ese día. Eso hasta que entró a su casa. Se encontró a sus padres allí, su madre sentada en el sofá con expresión afligida, y su padre de brazos cruzados de pie junto a ella. Algo malo ocurría.

—¿Le ocurrió algo a Reece?

Fue lo primero que se le cruzó por la mente cuando vio sus expresiones. Miles de escenarios donde su hermano perdía el control de uno de sus aviones y caía miles de metros hacia tierra firma.

—¿Dónde has estado?

—¿Qué? —soltó ella, confundida—. ¿Reece está bien? —volvió a preguntar.

—Tu hermano está bien —respondió su madre poniéndose de pie—. Tú eres lo que nos preocupa.

—¿Dónde has estado? —repitió entonces su padre, esta vez con una expresión de demanda.

—Se los dije, hoy había una fiesta en la escuela —les recordó Cassidy extrañada por la actitud de sus padres—. Lo saben hace días, incluso les deje el folleto en el refrigerador.

—No nos pediste permiso para salir.

—Cuando se los comenté no dijeron nada al respecto.

—Eso fue porque no preguntaste. —la actitud de su padre ya comenzaba a parecerle exasperante.

—Esto es ridículo. —exclamó con un bufido de gracia.

El hombre levantó la mirada ante aquella risa, fastidiado por aquel ruido. Y por la expresión en el rostro de su hija.

—¿Qué está pasando contigo, Cassidy? —le cuestionó, atravesando la sala para llegar frente a ella,

—Sólo fui a una fiesta de la escuela, papá. No entiendo porque están arlando tanto escandalo —eesopló—. Estoy intentando hacer amigos ¿sí? Tener una vida normal.

—¿Una vida normal? ¿desde cuando te ha interesado eso a ti?

—Pues ahora me interesa. Ya me cansé de mi vida— le dice, alzando la voz—. Estoy harta de vivir encerrada en la academia ¡Sólo quiero una vida! Y ustedes...

Las palabras quedaron en suspenso. La sala había quedado en silencio, únicamente se escuchaba el eco de la bofetada a mano abierta que le había dirigido su padre a Cassidy y el chillido de sorpresa que su madre había soltado. Madre e hija habían quedado petrificadas en su lugar ante el acto realizado por el hombre, quien parecía el único que se movía.

—No vuelvas a alzarme la voz —espetó con su mano aún en alto—. No en mi propia casa.

Cassidy podía ver que los labios de su padre se movían, pero no escuchaba ni una sola palabra de lo que decía. Su primera reacción fue llevar sus manos hacia la zona impactada, que parecía doler, casi le ardía. Luego comenzó a alejarse lentamente de su padre mientras su vista se nublaba por las lágrimas que comenzaban a acumularse.

No sabía que era lo que su padre estaba diciendo, pero tampoco no le importaba. Escapó hacia el único lugar seguro de la casa, su habitación. Sentía el palpitante ardor en su mejilla izquierda, y fue hacia el espejo de su baño luego de cerrar la puerta con seguro. Entonces, en su reflejo pudo ver un rasguño sobre sobre su pómulo. El anillo de matrimonio de su padre le había producido la herida.

Cassidy rió ante el espejo, mientras las lagrimas comenzaban a brotar. Le parecía irónico que el objeto que demostraba el amor entre sus padres hubiera sido participe de un acto de odio. Sí, odio, porque la chica no encontraba ninguna otra explicación para lo que acababa de ocurrir.

No se permitió seguir llorando. Secó las lágrimas que aún corrían por su rostro y enderezó su postura. Haría lo que siempre hacia luego de ser castigada por su profesora en los ensayos de ballet: lo haría mejor. Cassidy no iba a permitir que su padre volviera a poner una mano sobre ella, ni a gritarle. Y si para eso debía enfrentarse a él, aprendería a defenderse. Y seria la mejor en ello.

Cuando se despertó a la mañana siguiente ya no sentía más aquella insaciable necesidad de que sus padres volvieran a prestarle atención o se preocuparan por ella, no, eso ya había quedado en el pasado. Lo único que Cassidy deseaba ahora era que la dejaran en paz. Que ellos se enfocaran en sus trabajos y ella en su vida.

Sin embargo, parecía que el resto de su vida también comenzaba a escaparse de su control. Cuando Miguel le dio las noticias en la biblioteca no pudo evitar molestarse.

—¿Es todo? ¿No más karate?

Cassidy pareció desmoronarse sobre la silla que se encontraba vacía frente a Miguel.

—Creo que no.

—El Sensei no puede hacer esto, no puede cerrar el dojo —dijo entonces la chica, sintiéndose desgraciada—. Debe seguir por al menos dos meses.

—¿Dos meses? —le preguntó el latino.

—Fue el pago que me pidió por adelantado.

—Quizá sea lo mejor —comentó Demetri—. Te aumentaba la confianza.

—¿Y eso no es bueno?

—Sí.

—No —contradijo Demetri—. ¿Qué te deja la confianza además de un ojo morado y mochila en la basura?

—¿Autoaceptación? ¿satisfacción personal? —enumeró Cassidy.

—Bueno —habló Eli de forma entrecortada—, me pareció genial cómo te enfrentaste a Kyler.

—¿Estás loco? —exclamó el pelinegro—. Una pregunta, ¿cuál es el mejor superpoder?

—La superfuerza.

—Volar.

—Mal —les dijo Demetri a Cassidy y Miguel—. La invisibilidad. En segundo lugar, más lejos, la supervelocidad para huir rápido.

—¿Tus poderes de preferencia se basan en puedes utilizarlos para huir de tus miedos? —la chica no entendía su razonamiento.

—En esencia, sí.

—¿No es mejor usarlos para superar tu miedo? ¿para defenderte? —sugirió ella.

—¿Defenderte de quién?

Cassidy no había visto a Kyler acercarse hasta su mesa hasta que fue demasiado tarde y ya tenía una mano sobre Eli, justo sobre su nuca. Estaba levemente inclinado y todo aquello provocó que el cuerpo del castaño se tensara por completo.

Los tres chicos comenzaron a guardar sus pertenencias para intentar huir.

—Ya nos íbamos. —comentó Miguel.

La rubia los imitó. Se pusieron de pie pero antes de que pudieran alejarse lo suficiente, el asiático había agarrado a Eli por el cuello, impidiendo que se alejara.

—¿Adónde vas? —cuestionó, obligando al chico a girar. Kyler agarró mentón de Eli con fuerza—. Mira a este fenómeno.

Él y su amigo soltaron ruidos de disgusto al observar la cicatriz bajo la nariz de Eli.

—Carajo.

—Aléjate de él, Kyler. —exclamó la rubia.

La mirada del chico se desvió hacia ella, analizó su vestimenta, aquel día Cassidy vestía una falda morada. Una sonrisa ladina apareció en su rostro, soltó a Eli y se acercó a ella.

—No me digas que ellos son tus nuevos amigos. ¿Por qué una chica tan atractiva como tú se juntaría con estos bichos raros?

—Porque son buenas personas —respondió sin dejarse intimidar— y no me interesa relacionarme con idiotas como tú.

Kyler resopló—. Solías ser genial, Cassidy. A los chicos y a mi nos encantaba asistir a tus recitales para ver tu trasero en esas mallas rosas. —de forma sigilosa el chico había dirigido su mano hacia atrás, y sin que ella lo esperara dio un fuerte apretón.

Miguel estaba dispuesto a acercarse y defender a su amiga, pero ella fue mar rápida. Le dio una fuerte bofetada y lo empujo, lejos de su espacio personal.

—Vuelve a tocarme y te romperé el brazo.

El asiático cambió su expresión. Ya no se estaba divirtiendo, al contrario, el golpe de la chica no solo lo había dejado en vergüenza frente a su amigo, lo había hecho molestar. En vez de dirigir su ira hacia Cassidy, Eli fue el escogido. Kyler lo había pillado sonriendo por lo que sucedió, así que volvió a agarrarlo de la mandibula, esta vez con más fuerza.

—¿De qué te ríes tú, fenómeno? —su disgusto era notable—. Mierda. Cassidy, ¿ves esto? No, no puedes ver de esa distancia, ven aquí.

Kyler agarró a la chica por el cuello e hizo que se acerca a Eli, más cerca el uno del otro de lo que alguna vez habían estado. Cassidy estaba al tanto de los problemas de autoestima del chico, y también del problema que tenia con su cicatriz. Y a pesar de que ella no encontrará que fuera nada de otro mundo, prefirió evitar mirar directamente, para no incomodar a Eli, quien, por su parte, miraba a la punta de sus pies. Sintiéndose demasiado avergonzado.

—¿Qué opinas? ¿Crees que alguna chica besaría a esta mierda? Dios, es asqueroso.

La paciencia de Cassidy estaba llegando a su límite. Le repugnaban las personas que utilizaban el físico para burlarse de otros, era algo tan bajo y que dañaba demasiado. Y sabía que sí no decía nada, Eli estaría aún más afectado.

—Yo lo besaría —espetó ella con seguridad—. Lo besaría con gusto. Mientras que preferiría cortarme las piernas yo misma antes de tener que hacer algo contigo.

Con rapidez la chica levantó su brazo y le enterró el codo al chico en el ojo, quien los soltó a ambos a causa del dolor.

—Ahora vete antes de que te deje el otro ojo morado.

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