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Se encontraba inquieta, dudosa y nerviosa por diversas razones que no sería capaz de explicar. Sus pies se movían de aquí a allá, caminando en círculos una y otra vez, tantas veces que Mina creía que en cualquier momento podría hacer un agujero en la madera del suelo.

Avanzó tan sigilosa -o así le pareció a Sana-, que ni siquiera la menor se percató cuando la mayor rodeó su cintura con sus brazos, deteniendo cualquier movimiento. Fue ahí que reaccionó, había caído en un pequeño trance y ahora estaba cayendo directo a la realidad.

—Amor, no te preocupes, estarás bien.

¿Bien? ¿Cómo podía decirle que estaba bien? De ninguna forma humana estaría bien o en lo más mínimo preparada para conocer la familia de su alfa, mucho menos conociendo su tan mala suerte. ¿Y si arruinaba todo? ¿Y si se caía y hacía el ridículo? ¿Y si resultaba en un total caos y no querían volverla a ver, por lo que no podría invitarlos a su futura boda y el nacimiento de sus futuros hijos, así como a sus cumpleaños?

Un beso en su nuca fue aquello que hizo que dejara de viajar al futuro y formar escenarios que fueran lógicos, jamás sucederían. Un segundo beso paró en su pómulo, y luego todo su torso fue girado por las manos de la mayor, quien deseaba encarar a su pequeña novia que no podía evitar comparar con un shiba asustado.

—De verdad, les agradarás. Eres un amor, a cualquiera le caerías bien.

—Menos a la señora del 4b—murmuró, recordando a esa vieja vecina que ahora parecía detestarla, solo porque las había escuchado en más de una ocasión durante sus celos. Ciertamente Sana era ruidosa, a eso sumándole una alfa que parecía gustarle la rudeza durante sus celos, la pobre anciana no deseaba verlas ni en pintura.

—Bueno, tiene sus razones, señorita— pellizcó su vientre y Sana le dio un ligero golpecito por las cosquillas. —Fuera de ella, todos te quieren.

—Pero, ¿Qué hay de...— ni siquiera pudo terminar porque los labios de su pareja estaban silenciándola. Si dejaba que siguiera mencionando personas, jamás irían a casa de sus padres, y quizás ese había sido el plan de la castaña desde un inicio.

Casi debe llevársela a rastras, consideró cargarla en su hombro pero para evitar molestias Sana optó por hacer caso y dejar los pucheros de niña berrinchuda que no desea salir para subir al auto, cruzando sus brazos en demostración a su aún vigente protesta.

Con un par de besos más se le pasaría, pensó Mina. Terminó siendo cierto cuando tardaron un poco más en arrancar el vehículo, el sabor de los melocotones del desayuno aún permanecían en los labios de ambas, por lo que fue difícil separarse.

El camino fue lo suficientemente largo como para repetirse 100 veces que nada saldría mal, pero a Sana le hizo falta decirlo un par de veces más porque apenas pisar el porche de la residencia se sintió desfallecer. ¿Sería muy tarde para fingir un infarto?

Un suspiro salió de la alfa, tocando el timbre al ver que su pequeña y tímida omega no era capaz de hacerlo. Esperaron en silencio, silencio que sólo hizo estragos en la menor, poniéndola a interrogarse qué tanto tardaría si salía corriendo hasta su departamento si comenzaba ahora mismo.

La puerta se abrió, sacándola de sus pensamientos y también un poco de onda, sorprendida y confundida por encontrarse con alguien conocida del otro lado de la entrada.

¿Nayeon?

—Oh, Sana, llegaron. Hola, tía Mina— saludó con naturalidad, y la última mencionada hizo que ingresaran a la residencia, sacudiendo las hebras de su sobrina para despeinarlas en saludo.

— ¿Tía Mina? — nadie parecía tener la intención de explicarle, por lo que tuvo que hacer el esfuerzo por sí misma de procesar la información.

Ahora las miradas y risitas discretas de Nayeon al hablar de Mina tenían mucho sentido. 

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