CAPÍTULO 23

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Me paré en la vereda del hospital y tomé el celular entre mis manos con fuerza. Esto era algo difícil de hacer. Respiré hondo y procedí a abrir la casilla de mensajes. Entré al chat que tenía en mi mente y me dispuse a escribir un mensaje.

Marcus: ... — comencé a leer en voz alta a medida que escribía dicho mensaje de texto — Estoy en el hospital — no, no, mal, podría asustarse y pensar que me sucedió algo grave.

Borré el mensaje y luego de meditarlo un segundo hice otro intento.

Querido Marcus — me detuve antes de continuar con la redacción. ¿Querido? ¿Cuándo diantres lo llamé así?, volví a borrar — Marcus, te escribo este mensaje con el propósito de hacerte saber que... — ¡No! ¡Muy formal!

Apreté el botón de borrado reiterativamente con algo de frustración. Esta vez intenté escribir un mensaje que sonara más natural, algo más como la yo habitual.

Maldito patán, me embarazaste.

Lancé una carcajada y negué con la cabeza. No podía enviarle eso.

Luego de debatirlo por un momento, llegué a la conclusión que esto no era algo que se debía decir por mensaje, lo mejor era verlo en persona y contarle todo. Cara a cara.

Borré el mensaje que esperaba para ser enviado y miré la hora. Faltaba media hora para que pasara el autobús que me llevaría de vuelta a la universidad. Decidí no quedarme a esperar, pues, después de todo, la universidad no quedaba muy lejos de allí.

Un poco de ejercicio no me vendría mal.

Fue un gran error pensar eso. Mis pies dolían y me sentía sumamente cansada, tanto que tuve que detenerme en varias oportunidades para recobrar mis fuerzas.

— Diablos — maldije — ¿Desde cuándo me convertí en una ancianita?

Volví a encaminar mis pasos hacía la universidad intentando hacer caso omiso a la punzada de agotamiento que se quejaba en mis tobillos.

— Vamos, Diana, tú puedes. Sólo quedan tres calles más — me dije a mí misma y me sorprendí cuando descubrí a un pequeño niño mirándome con curiosidad con una paleta en la boca — ¿Qué? — le dije enfadada — ¿A caso te parece extraño ver a una persona hablando consigo misma?

El niñito se asustó por mi repentina reprimenda y cayéndose el dulce de su boca a la sucia acera, salió corriendo como si le hubiera hablado el mismo diablo.

— Mierda, creo que los niños no son lo mío — dije y me preocupé un poco — ¿Podré ser una buena madre?

Mi preocupación fue interrumpida de inmediato cuando llegué a la puerta de la universidad y mis ojos captaron algo que me hizo castañear los dientes.

Me escondí detrás del muro de la universidad, a una distancia prudente, donde mis ojos alcanzaban a ver la escena con perfección y mis oídos podían percibir la conversación con la claridad adecuada. Me sentía como una estúpida espía, pero si no me escondía, seguramente nunca sabría que sucedía con certeza.

— ¿Por qué no fuiste a buscarme? — preguntó la chica. Su voz no me sonaba de nada, pero su rostro tan simple me era tan familiar. Sabía que nunca la había visto en persona, estaba segurísima de eso, pero había algo en esas facciones promedio, que no la hacían ni linda ni fea, que me decía que no era la primera vez que la veía.

Ella frunció el ceño cuando el chico que estaba frente a ella no le respondió de inmediato, sino que la miró con algo de frustración, como si fuera algo que no pudo evitar a tiempo.

— ¿Por qué no fuiste por mí? — le cuestionó la chica esta vez enfadada.

— Sabes por qué — contestó él intentando sonar frío, pero había algo de vacilación en su voz.

Mis venas hirvieron con un sentimiento enfermo.

¿Qué mierda estaba sucediendo aquí? ¿no podía ausentarme de la universidad ni por una horita sin que alguna zorra quisiera arrebatarme a Marcus?

— ¡No actúes tan frío conmigo! O ¿Acaso ya no sientes nada por mí? —sentí que un frío quemante me consumió por dentro. Era miedo, y era ira. Mi sangre hirvió en un instinto asesino. Era tan familiar esta sensación de rabia, podía sentir como en mi interior mis demonios se agitaban para salir al exterior y hacer sus maldades de siempre, pero intenté mantenerlos a raya con todas mis fuerzas. ¡Recuerda, eres una nueva Diana!

— ¿Qué...? – Marcus se sorprendió cuando la suripanta se acercó peligrosamente a él y yo ya no pude mantenerme en mi escondite. Esta situación hizo que mis demonios internos, que creí enterrados, se agitaran más vivos que nunca.

Salí de mi escondite y me dirigí al maldito infiel con los ojos echando chispas. ¡Esto no se iba a quedar así! ¡Nadie me iba a ver la cara de tonta! ¡Y mucho menos frente a mis narices!... me interpuse entre ellos dos de manera algo brusca, pero logré alejarla unos pasos. Me prendí al brazo de Marcus y la miré como si estuviera viendo a una asquerosa cucaracha, y la verdad era que así la veía, era un insecto que sólo debía pisar.

— ¿Quién es ella... — dilaté el final de la pregunta para agregar un agudo: — amor?

Marcus abrió los ojos muy grandes y me miró como si fuera un ser fantástico que realizaba alguna locura fuera de lugar. O talvez, simplemente se sorprendió por mi aparición repentina.

— ¿Amor? – lo oí mascullar con voz queda. Pero se recompuso un segundo después y habló como persona normal y segura – Ella es Juno, una... — lo vi repensarse el calificativo correcto — amiga de España — vi como sus ojos temblaron con temor a mi respuesta, pero mantuvo su compostura como un campeón.

— Vine a ver a mi mejor amigo, ya que lo extrañaba un montón — intercedió de repente la cucaracha. ¿Acaso me estaba retando? Estaba loca si pensaba que iba a hacerme para atrás.

— Ah, ¿sí? — le pregunté con un tono irónico, ya que él era consciente de que ambos sabíamos que ella no era ninguna amiguita, aun peor, era una sucia ex.

Sentí mi sangre bullir con fuerza. Sentía que era una bomba de tiempo a punto de explotar. Conté internamente hasta tres y una vez, más serena, le envié una sonrisa gigante a la cucaracha, para que supiera que no me presentaba ninguna amenaza. ¡Aquí la única peligrosa soy yo!

Sí, sí soy peligrosa y ella lo sabría muy pronto si no desaparecía de mi vista. La quería a miles de kilómetros lejos de Marcus, y si era posible, en otro continente. Y sí no lo hacía voluntariamente, yo no tendría ningún problema de ponerle una restricción perimetral a mi manera, y de enseñarle a quien pertenece este hombre.

Una sonrisa tembló en mis labios y clavé mis ojos en esa cucaracha, mientras un deseo oscuro y familiar despertaba en mi interior.

Marcus pareció oler mi instinto asesino o talvez vio alguno de mis demonios intentando escapar, no lo sé, de lo único que estoy segura es que se percató de que la antigua Diana estaba comenzando a tomar protagonismo. Marcus me tomó por los hombros ocasionando que tuviera que dejar ir su brazo. Me miró fijamente y con una expresión seria me dijo:

— Con ella no. No pienses... ni se te ocurra hacerle nada.

Mi mandíbula casi tocó el suelo al escuchar semejantes palabras.

¿Mar-marcus? ¡¡¿Cómo era posible?!! No podía creerlo... nunca creí que él...

Mi sangre hirvió aún más fuerte que antes, ahora no era sólo una bomba, me sentía como un volcán que se activaba peligrosamente y amenazaba con erupcionar y llevarse todo a su paso. Di un paso atrás y lo miré como si pudiera asesinarlo.

— Eres un idiota — le recriminé — y ¡¡yo que estaba pensando en perdonarte!! — gruñí con enojo y me di media vuelta.

Marcus me tomó del brazo cuando me dispuse a marcharme, a huir del lugar, como siempre hacía. O talvez, sólo estaba huyendo de mis propios demonios.

— ¡No! – le grité y me desembaracé de su agarre con un manotazo.

— ¡No, tú! — me dijo y me envió una mirada enojada, pero yo no me quedé atrás, así que le fruncí el ceño aun con más fuerza — Tenemos que hablar. ¡Deja de huir!

Lo miré algo afectada. ¿Qué deje de huir? ¿Eso quería decir que trataba de decirme que era una cobarde?

— ¿Sabes?, a eso venía, a hablar, pero lo arruinaste — le dije intentando controlar los sentimientos que se arremolinaban en mi interior. El enojo no era lo único que sentía, también había vergüenza y algo de cobardía, ¿para qué seguir negándolo? — ¡Vete a la mierda! — le dije.

Le envié una mirada cargada de amenazas y cosas indescifrables a aquella sucia cucaracha y después de decirle: — ¡Y no te atrevas a detenerme! — a Marcus salí corriendo en dirección a mi habitación.

Cerré la puerta de manera veloz, como si Marcus pudiera detenerme de encerrarme en mi guarida, pero la verdad era que él no había venido detrás de mí, no, me había hecho caso y se había quedado junto a esa maldita cucaracha.

¡Maldito patán!, se supone que debías seguirme. ¡Idiota!

Me senté en mi cama sintiendo como un tornado de frustración me invadía por dentro, creando a su vez un revoltijo en mi estómago.

Corrí al baño a evacuar todo el líquido ácido que contenía mi estómago.

Cuando terminé me sequé las lágrimas que escapaban de mis ojos con el dorso de la manga de mi chaqueta. Me pregunté si esas lágrimas eran producto de la bilis que hacía picar mis ojos o por algo más.

Me acaricié el vientre con algo de resignación, mientras pensaba qué debía hacer ahora. Estaba lo suficientemente enfadada como para confesarle a Marcus lo de mi embarazo.

— No lo necesito, puedo encargarme de esto yo sola — dije para mí y para el niño que crecía en mi vientre —. No lo necesitamos — me corregí y más lágrimas volvieron a caer por mi rostro, y esta vez no me engañé, supe bien por qué o por quién lloraba.  

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