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Mejor me duermo otro rato para poder verte otra vez
Y baila lento flor morada
Que me recuerdas a mi amada.

Hansi estaba sentado en la tercera fila, justo en el borde del pasillo, con una vista despejada hacia el altar donde, en cuestión de minutos, su hijo, Pablo, se casaría con Jude Bellingham.

A su alrededor, los murmullos de los invitados resonaban como un eco lejano, mientras él mantenía la mirada fija en Jude.

Vestido con un elegante traje blanco, su futuro yerno parecía más radiante que nunca, una luz serena envolviéndolo como si el propio universo hubiera decidido bendecir ese día.

Hansi dejó escapar un suspiro profundo, su querida Anna, el amor de su vida, llevaba años fallecida, pero había días como aquel en los que su ausencia pesaba más que nunca.

El suave sonido de la música de cuerdas llenó el aire, marcando la entrada de Pablo al altar. Al verlo caminar hacia Jude, Hansi no pudo evitar que su corazón se encogiera.

Aquella escena de amor, de un futuro compartido, le recordaba de forma dolorosa a su propia boda. Él también había estado así, parado ante el altar, con los nervios y la felicidad embotellados dentro de su pecho, esperando que Anna llegara para completar su mundo.

—Papá.—La voz de Pablo lo sacó de sus pensamientos.

Gavi estaba junto a él, aún no había subido al altar. Por unos momentos, ambos se quedaron en silencio. Pablo le miraba, como buscando en su rostro un atisbo de aprobación, de la fuerza que siempre había sentido de su padre.

Era un momento grande, más de lo que había imaginado. Pablo, después de su larga y dolorosa recuperación, tras su lesión en los ligamentos cruzados, había pasado por más de lo que cualquier joven debía soportar. Las críticas, los momentos oscuros, las dudas… Todo aquello había estado a punto de aplastarlo. Pero ahí estaba, entero y feliz.

—Estás increíble.—Le dijo Hansi, su voz cargada de emoción.

—¿Tú crees? —Respondió Pablo, con una risa nerviosa.

—Pensé que nunca llegaría este día… Después de todo lo que pasó.—Hansi asintió, su mirada suave.

—Yo tampoco lo imaginé, hijo, pero has luchado por esto, tú y Jude… Han superado más que muchas personas en toda su vida. Y ahora estás aquí, no podría estar más orgulloso.

Pablo sonrió, pero había un brillo en sus ojos que delataba el peso de sus emociones. A lo largo de los meses de recuperación, había habido momentos en los que él mismo había pensado en rendirse, en dejarlo todo.

Pero cada vez que estaba a punto de ceder, Jude estaba ahí. Su amor, su paciencia, su fe en él habían sido su ancla, y ahora, después de todo, estaban a punto de unirse para siempre.

—No sé si podría haberlo hecho sin él.—Admitió Pablo en voz baja, mirando a Jude al otro lado del altar.

Hansi le dio una palmadita en el hombro.

—Eso es lo que hacen las buenas personas. Se quedan contigo en los momentos difíciles. Yo lo sé bien.

En ese momento, el recuerdo de Anna se coló entre ambos, como una sombra amable. Hansi recordó su boda, aquel día soleado en que ella caminó hacia él, radiante, con una sonrisa que iluminaba su mundo.

Al igual que Pablo ahora, él también había estado nervioso, pero Anna lo calmó con su mera presencia, con la certeza de que su amor era lo único que necesitaban para enfrentar el futuro.

—Anna estaría tan feliz por ti.—Dijo Hansi suavemente, su voz quebrándose un poco.

—Ella… Siempre supo que serías un hombre fuerte, que tendrías a alguien a tu lado para cuidarte, tal como lo hice yo con ella.

Pablo lo miró, sus ojos reflejando la misma tristeza que compartían. Anna había sido el pilar de su familia, y aunque habían pasado varios años desde su partida, el vacío que dejó seguía presente.

Pero en días como ese, Hansi podía sentir su presencia, su amor que no se había desvanecido, sino que vivía en su hijo.

—La extraño, papá.—Confesó Pablo.

—Me habría gustado que estuviera aquí.

—Yo también, hijo.—Respondió Hansi con un nudo en la garganta.

—Pero de algún modo, lo está, la veo en ti. La veo cada vez que sonríes, cada vez que te levantas después de una caída. Ella está aquí, Pablo. Y te aseguro que hoy está más orgullosa que nunca.

La música cambió de tono, señalando el inicio de la ceremonia. Pablo respiró hondo y se giró hacia el altar, preparado para caminar hacia Jude. Pero antes de irse, se detuvo un momento más junto a su padre.

—Gracias, papá.—Dijo Pablo, su voz un susurro cargado de tanto amor y cariño.

—Por todo.

Hansi asintió, pero no dijo nada. Sus ojos lo dijeron todo. Miró a su hijo caminar hacia Jude, cada paso firme y lleno de propósito. El altar parecía brillar con la luz que emanaba de ellos, una pareja que había enfrentado el dolor y había encontrado la manera de ser felices, juntos.

El gran momento llegó cuando Pablo y Jude se tomaron de las manos, sus ojos fijos el uno en el otro. El intercambio de votos fue breve, pero las palabras que pronunciaron estaban llenas de una profundo amor que solo ellos comprendían plenamente.

Y luego, el primer baile. La suave melodía llenó el salón cuando Pablo y Jude tomaron el centro del escenario. Se movían lentamente, con gracia, envueltos en una burbuja que parecía excluir al resto del mundo. Hansi los observaba desde su asiento, con una leve sonrisa en los labios.

Los movimientos de Pablo, suaves y seguros, le recordaron otro baile, en otro tiempo, con otra persona. Anna y él habían bailado de la misma manera en su boda. Recordaba cómo ella reía, cómo le susurraba al oído que lo amaba, que nunca lo dejaría. Y aunque el tiempo había demostrado que no siempre se puede cumplir esa promesa, su amor seguía tan presente como el primer día.

—Baila lento, flor morada.—Susurró Hansi, sus ojos anegados en lágrimas.

—Que me recuerdas a mi amada.

Para él, Pablo era su "flor morada", un reflejo del amor que había compartido con Anna, la prueba viviente de que su amor no había desaparecido. Al verlo bailar con Jude, entendió que, aunque Anna no estuviera físicamente allí, su amor seguía vivo, no solo en su hijo, sino en los momentos felices que Pablo aún tendría en su vida.

Hansi cerró los ojos por un instante, permitiéndose recordar, permitiéndose sentir la presencia de Anna una vez más. La música seguía, suave, eterna, y en su mente, volvió a estar con ella, bailando, como si nada hubiera cambiado.

—Anna, los ves, ¿Verdad?—Murmuró para sí mismo, dejando que las lágrimas cayeran libremente.

—Lo hicimos bien. Él es feliz.

Y aunque su corazón estaba lleno de nostalgia, también estaba lleno de paz.

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