Capítulo 52

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Narra Chloe:
Mira, de la carrera de Mónaco mejor no hablamos, porque menudo desastre...
Yo, con mi Red Bull, sin puntuar, sin acabar la carrera. Era una frustración inmensa, y es que yo era la única culpable.
Había tenido el accidente de mi vida.
Sí.
Pero también había tenido la oportunidad de hacer un carrerón, y la había desaprovechado totalmente.
Los chicos trataban de ayudarme, de darme ánimos, hasta Horner trató de hacerme sentir mejor.
Yo seguía sentada en mi box, con el mono y el casco puestos, viendo como los mecánicos desmontaban mi pequeña joya, que había quedado destrozada, y cómo los ingenieros revisaban la telemetría de Max (la mía no, porque tenía poco de lo que aprender, la verdad).
No sé cómo había pasado, me despisté, no estaba a lo que tenía que estar, y en una curva un poco mas técnica...
Mierda.
Era un desastre, un jodido desastre...
-Horner me ha dicho que viniera a verte- me dijo alguien, que se había parado delante de mí.
Levanté la cabeza, y a través de la visera del casco, vi unos brillantes ojos azules.
El chico me tendió la mano para ayudarme a levantarme.
-Enhorabuena por tu podio, Seb, siento no haber estado allí para verlo- le dije cuando me quité el casco.
Él sonrió de lado, y colocó su mano en mi cintura.
-¿Quieres hablar del accidente?- me preguntó.
Me limité a negar con la cabeza.
-¿Te apetece que salgamos a cenar?- preguntó.
-No me apetece salir, lo siento bonito.
Era cierto, solo tenía ganas de encerrarme en la habitación de mi hotel, llorar dos mares y medio, e hincharme a helado de chocolate.
Seb cogió mi casco, y lo dejó sobre una mesa que había allí al lado, me abrazó por la cintura colocando las manos en mis riñones y apoyó su frente sobre la mía.
Notaba nuestras respiraciones mezclarse.
Yo también lo abracé, lo necesitaba, me era imprescindible aquel apoyo.
-Gracias Seb.
-No me las des, tonta.
Me acerqué al chico y besé sus labios con cuidado, casi con miedo de que aquel momento tan bonito pudiera romperse.
Él siguió el beso con tanta ternura como siempre, acercándome aún más a su cuerpo.
Pese a lo mal que estaba, me sentí bien, segura, protegida, querida...
Qué falta me hacía que me demostraran amor.
Cuando nos separamos, el chico retiró una lagrimilla que se resbalaba por mi mejilla.
-Chloe.
-¿Sí?
-Vamos, te llevo al hotel para que descanses- me sonrió, dándome la mano.
Después de hacer una llamada, Seb condujo hasta el hotel, y me acompañó a mi habitación.
-Pasa, bonito.
-¿Segura que no quieres estar sola?
-Segura, tonto- cogí su mano y tiré de él hacia dentro.
Apenas llevábamos unos minutos en la habitación cuando llamaron a la puerta.
-¿Quién será?- pregunté.
El chico sonrió -Yo sí lo sé-
Levanté una ceja, ¿a qué se refería?
-Abre, bonita- pidió él.
Me levanté de la cama, donde estaba sentada, y abrí la puerta, para encontrarme con un repartidor de mi pizzería favorita.
Me dio la caja con la pizza, que ya estaba pagada, dijo.
Yo estaba flipando.
-¿Seb?- le pregunté con una sonrisa de oreja a oreja cuando cerré la puerta.
-La he pedido de 4 quesos, ¿te gusta?
-Es mi favorita- no podía parar de sonreír.
Dejé la caja sobre la mesa y abracé al chico con fuerza, dándole lo que creo que fueron millones de besos en la cara.
Él sonrió -Me gusta verte así-
-Tú me haces feliz, Vettel.
-Me vas a hacer llorar, Chloe- dijo, bajando la mirada al suelo.
Puse mi mano en su barbilla, para que me mirara a los ojos.
-Te quiero Seb- susurré antes de besarlo.
Me encontraba realmente a gusto con él, no sé, era como una conexión especial, la misma que habíamos tenido desde el primer día.
Nos habíamos acabado la pizza, y estábamos tumbados encima de la cama, mirando al techo, en silencio.
-Chloe- sus palabras rompieron el silencio.
-¿Sí?
-Vente conmigo a Italia.
-¿Qué?- no pude evitar reír.
-Sí- se rió él también -Mañana salimos hacia Maranello, vente conmigo-
La verdad es que necesitaba despejarme, no tenía planes hechos, y estar con Seb me haría bien.
-¿Y tu jefe qué va a opinar?- le pregunté, sacándole la lengua.
-Binotto te adora.
Yo sonreía como una auténtica boba.
-Entonces, supongo que... Nos vamos a Italia- me reí.
Con él todos los planes eran así, improvisados y geniales, Seb era una persona espontánea, y tal vez esa era una de las cosas que más me gustaba de él; que no tenías que decirle que estabas mal, no tenías que decirle qué te apetecía hacer, o cómo, porque él lo sabía, de alguna forma lo intuía, y siempre estaba ahí cuando hacía falta, con el plan más loco que se te pudiera pasar por la cabeza, o el más simple del mundo, pero siempre el perfecto.
-¡Sí!- exclamó Seb besando mi frente, y levantándose de la cama de un salto -Te enseñaré mi oficina allí, y te llevaré a un restaurante que te va a encantar- se le veía tan ilusionado como a un niño, y aquello me arreglaba el corazón.
Cuando estábamos empezando a quedarnos dormidos, alguien aporreó la puerta desde fuera.
Me levanté a abrir, y con los ojos abiertos como platos, dejé pasar a Max.
-Lo he dejado con Laia- dijo con voz temblorosa.

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