22. 13 De Abril (Parte 1)

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-Oye Kev, una pregunta.
-Dime, bonita.
-Tú no estarás casado ¿no?
La risa de Kevin fue tan fuerte que tuve que bajar el volumen de la videollamada.
-Soltero y entero, preciosa- sonrió él, mostrándome sus manos por la cámara, efectivamente, sin anillo.
Estaba tumbada en mi cama de Suiza, en la fábrica de Alfa Romeo, hablando con el Danés por Discord.
Y todo porque la carrera de China se había cancelado por el virus ese que amenazaba con ser una pandemia global, a ver si iba a ser verdad que me iban a servir de algo todas las horas que le había echado al Fallout Shelter...
-Mai.
-¿Sí?
-Estás muy guapa
Una estupidísima sonrisa se dibujó en mi rostro.
-Voy en pijama, Kev.
-¿Y qué? ¿No puedes estar guapa con tu pijama de dinosaurios?
Me encogí de hombros riendo.
-Además, seguro que es de la zona de niños del Primark- apuntó.
-La talla 9/10, sí- reí comprobando la etiqueta.
Kevin sonrió -Eres mi metro y medio favorito-
Bajé la vista de la pantalla, sonrojada por completo como os podéis imaginar.
-Oye Mai, tengo algo importante que preguntarte- dijo cauto.
-Claro, dispar...- alguien llamando a mi puerta me cortó.
Le pedí al piloto de Haas un momento y fui a abrir la puerta.
-¡Muchitas Felicidades Maaaaaai!- gritó abrazándome la loca de Ryan una vez entró en mi habitación, con su crop top amarillo neón y sus leggings rosa fucsia.
La verdad es que me extrañó; me habían llegado felicitaciones de España; mis padres, mis amigos... Pero pensaba que en Suiza nadie se había enterado de qué pasaba el 13 de abril.
Cuando fui a decirle algo a Kevin, el chico ya había colgado la videollamada.
-¿Y esa carita nenita?
-No es nada- sonreí, sacudiendo levemente la cabeza.
-¿Era el rubito de Haas?
-Ahá.
-¿Sabe lo de tu cumple?
Negué con la cabeza -Por mí no se ha enterado-
-Qué tontita eres Maicita, cariño.
-No me gusta cumplir años, Ray.
-¿¡Cómo!?
-No sé, nunca me ha gustado...
-Pues prepárate la maletita cielín, yo voy a conseguir que te guste.
-Ray, no hace falta...
-Que prepares la maletita he dicho- fue directo, hasta cortante.
-¿Dónde vamos?
-Secretito.
Cuando Ryan se lo proponía podía llegar a ser realmente insistente, así que saqué la maleta del armario y la abrí sobre la cama.
-¿Qué me llevo?- le pregunté.
-La ropita más sexy que tengas.
-Yo no tengo de eso- reí mirándolo.
Ryan levantó una ceja suspirando -Mete lo que quieras entonces... -
Aunque se nos fue un rato haciendo la maleta, os aseguro que podría haber sido peor; yo quería llevar pocas cosas, no me gustaba llevar por si acasos, y Ryan quería que me llevara el armario entero.
-Coge el pasaporte eh nenita.
-¿Cómo? ¿¡ME VAS A SACAR DEL PAÍS!?
-Sí, para venderte a un proxenetita en Los Ángeles.
Mi cara debió ser un cuadro.
-¡Haz el favorcito Mai!- se quejó.
Abrí el cajón superior de la mesilla y saqué el pasaporte, dejándolo encima del escritorio.
-Voy a ir a por mi maletita, quedamos en cinco minutillos en la recepción.
-Vale.
-Te quiero ver ahí, no vale que te escapes, cariñito.
No pude evitar reír, le enseñé a Ray el dedo corazón y el chico se fue haciéndose el ofendido.
Saqué la cazadora vaquera del armario y me la puse, sin olvidarme de las gafas de sol. Justo cuando estaba a punto de salir por la puerta, volví a entrar para coger el cargador del móvil, que se me olvidaba en el enchufe del baño.
Llevaba todo.
Cerré mi puerta y me dirigí al destartalado ascensor que bajaba a recepción.
Inocente de mí, que confiaba en que Ray se iba a ajustar a los 5 minutos acordados...
Mientras lo esperaba, revisé una vez más que llevara todo, era una costumbre que había tenido siempre; comprobar innumerables veces que hubiera cogido todo lo que necesitaba.
Fallo.
Me había dejado el pasaporte encima del escritorio.
Miré al reloj y di por hecho que tenía tiempo de sobra mientras Ray volvía a hacer la maleta, se peinaba, se volvía a peinar, se cambiaba de ropa, se echaba máscara de pestañas y se peinaba de nuevo, así que cogí de nuevo el chirriante ascensor que me dejó en mi planta.
Abrí la puerta y me dirigí al escritorio con velocidad, allí estaba el pasaporte, justo al lado de una cajita de terciopelo y un ramo de flores.
Espera.
¿Qué coño era eso?
Cogí el ramo, eran rosas rojas, tan bonitas como si estuvieran recién cortadas, con los tallos rodeados por un sencillo papel de celofán, anudado con un lacito del que colgaba una pequeña tarjeta.
"Feliz cumpleaños, Mai"
Se me estaba ya escurriendo una lagrimilla cuando decidí coger la cajita que aún reposaba en el escritorio.
Estaba cubierta de terciopelo rojo, del mismo tono que las flores, y aquí donde me veis, se me estaba haciendo un mundo abrirla, no porque tuviera ningún cierre, sino por mí, porque por algún motivo, me daba cierto miedo.
-Estoy segurito de que te habías dejado el pasaportito, ¿a que sí?
La voz de Ryan asomándose por la puerta que sin querer me había dejado abierta me hizo dar un bote en el sitio, tratando en vano de esconder la cajita de terciopelo.
-Nenita, ¿pasa algo?
-No, nada- sonreí fingidamente.
-A mí no me engañas cielito, a ver, aparta- dijo el chico, abandonando su maleta bajo el umbral de mi puerta y adentrándose en mi habitación.
Joder Mai, mientes como el culo...
-Oh dios miíto- susurro él cuando vio el ramo -¿Ha sido Kevin? ¡Vaya zalamerillo!-
-No lo sé.
-¿Cómo?
-No sé de quién es.
-¿Has leído la tarjetita?
-No viene firmada- susurré, casi más queriendo no escucharme yo, y no que no me escuchara Ryan.
-¿Hay más?- me preguntó Ray, refiriéndose a los regalos.
-Ehm... no.
Los ojos de mi amigo se posaron sobre mí, como un detector de mentiras.
Suspirando, le entregué la cajita que tenía entre manos.
Joder, Ryan conseguiría hacer cantar hasta al mayor capo de la mafia...
-No la he abierto- le dije, intentando de nuevo no levantar mucho el tono de voz.
-¿Por qué?
-No sé... Es... raro.
-¿Raro? Cariñito, como no seas algo más clarita...
-Tiene... Una energía especial- susurré, confiando en que mi amigo no soltaría la carcajada más grande del siglo.
-Sabía yo que mis cartitas no se equivocan.
-¿Tus cartas? ¿Qué cartas?
-El tarot, cariñín, recuérdame luego que te haga una tiradita.
Claro, el tarot, la bola de cristal, el incienso... ¿Qué iba a ser lo siguiente? ¿La ouija? Todo aquello me sonaba a chino.
Salí de toda mi retahíla de agnosticismo cuando me di cuenta de que Ray me tendía la caja de terciopelo.
-Tienes que abrirlo tú, bichín.
-No quiero hacerlo, Ray.
-Venga...
Cerré los ojos con fuerza y respiré hondo, ¿cómo coño podía costarme tanto abrir una cajita?
Venga Mai, no lo pienses.
Y no lo hice, solo me dejé llevar por la locura que me estaba transmitiendo lo que quisiera que tenía en las manos. Pude abrir la caja sin esfuerzo, y me atrevería a decir que fue lo más satisfactorio que he hecho nunca. Sentía como algo realmente fuerte me recorría por dentro, algo que realmente no puedo explicar, algo que la ciencia no se atrevería a probar, algo como... una energía.
El terciopelo carmesí encerraba un anillo, precioso, plateado, que brillaba como la luna llena sobre el cielo más sombrío de todos. En el centro, sujetada por dos extremos que convergían en lados opuestos, la piedra más pura que he visto jamás se erguía coronando la joya. Era incapaz de dejar de mirarla, casi como si me estuviera hechizando, sentía la necesidad inminente de tocarla, de ponerme el anillo, de tenerlo más cerca.
En un momento dado, y justo antes de que esta especie de trance se rompiera en mil pedazos como lo haría el cielo en una tormenta, la luz del sol que se colaba por la ventana de la habitación iluminó por completo la piedra del anillo, y esta, como si de magia se tratara, se tornó de un azul clarísimo, el más puro que había visto jamás, y mi mente se perdió, viajó a la velocidad de la luz, hasta llegar al punto justo que pretendía evitar. La imagen que llevaba días intentando borrar de mi mente se abrió paso entre la mística confusión que estaba sufriendo, y supe que sí había visto un azul tan puro, que lo había tenido, probablemente más cerca de lo que muchos lo habían tenido. Mi vista posada en la piedra, se perdió en el azul reflejo de los ojos de Kimi, era como si realmente pudiera verlos, como si estuviera ahí.
Y ahí, con la mente en un lugar completamente distinto del que estaba cuando aquella locura había comenzado, cerré la cajita, casi como si se cerrara sola y mi mano únicamente la acompañara. Respiré hondo, intentando no pensar en nada, y miré a Ray.
Todo había vuelto a la normalidad, aunque nosotros sabíamos perfectamente, que lo que acababa de pasar no era precisamente normal.
-Vámonos Mai- por primera vez, la voz del chico sonaba intranquila, áspera.
-¿Qué hago con...?
-Métetelo al bolsillito, y antes de irnos pon las florecitas en agua- había vuelto al tono suave de siempre mientras salía de la habitación.

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