43. Treinta Minutos

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Llegué a Brackley tras haber dormido durante todo el vuelo y el consecutivo trayecto de autobús.
En aquella zona de Inglaterra se respiraba la Fórmula 1; más de la mitad de los equipos de la parrilla agrupados en prácticamente cincuenta kilómetros a la redonda.
Todo giraba en torno a Silverstone.
La fábrica de Mercedes era inmensa, casi como una muralla futurista que contrastaba con la siempre clásica Inglaterra, en la que por unos momentos, llegabas a sentir que lo que pisabas, era en realidad suelo alemán.
La entrada contaba con tantas coronas de laurel como victorias de constructores tenía el equipo, lo sabéis, no son pocas.
En recepción, al parecer, me estaban esperando; una chica vestida de blanco impoluto me dedicó una amplia sonrisa mientras me pedía que me sentara en uno de los sofás negros que rellenaban aquella enormísima estancia.
Mi cabeza en realidad estaba muy lejos de Brackley, más en Italia que en otro sitio. Recordé a Kurt, diciendo que a mí me gustaban "los del caballito". Era cierto, Ferrari había sido siempre mi sueño, y en aquel momento, sentada en la fábrica de Mercedes, dudaba. Dudaba de todo; de cuál era mi sitio, de dónde prosperaría más, de dónde estaría más cómoda.
La pasión del Cavallino iba inclinando la balanza, cuando la voz grave de Toto Wolff me saludó, dándome la bienvenida a la que él consideraba su casa.
¿Podría llegar a ser también la mía?
Parecía rutinario; me dio dos besos y sonriendo me tendió un paquete de plástico.
-¿Qué es?
-La camisa del equipo.
Se rio al ver mi gesto, diferente de pronto por una mueca de sorpresa.
-Si quieres ver cómo es esto, tendrás que vivir la experiencia al completo, niña- sonrió.
Suspiré, cogiendo la prenda y dirigiéndome al baño más cercano, en el que me enfundé con velocidad en la camisa de Mercedes.
Me miré al espejo, incrédula. Me coloqué el pelo y respiré hondo.
Se me iba a salir el corazón por la boca.
Me temblaban los ojillos; pocas veces me había visto tan insegura.
Casi me abalancé sobre el pomo de la puerta, al empezar a ver que si permanecía allí mucho rato más no iba a verme capaz de salir a la acción.
Mientras buscaba al jefe de Mercedes con la mirada, me vino a la mente un viejo amigo; él siempre decía que llegaría donde quisiera, que era una máquina y solo necesitaba creer en mí. Sonreí, mientras una corriente de energía positiva me llenaba cada rincón del cuerpo.
Por si era poco luchar por mí misma, tenía claro que en mi camino, me acompañaba mucha gente; todos aquellos que habían creído en mí alguna vez, que no eran pocos, y a los que bajo ningún concepto, estaba dispuesta a decepcionar.
-Te queda mejor que el uniforme de Alfa Romeo.
-¿Y que el de Ferrari?- le pregunté a Wolff, sonriendo de lado, con la fingida ironía que habitualmente escudaba mis inseguridades.
-No me tires de la lengua- rio, colocando su mano sobre mi espalda para guiarme al interior de la fábrica.
Una nave industrial enorme se abrió ante mis ojos, blanca, tan pulcra como un quirófano, y con dos preciosos monoplazas en el centro, que casi hacían que todo orbitara a su alrededor.
Tuve que contener un suspiro de asombro, comparando en mi mente aquel lugar con la fábrica suiza a la que yo estaba acostumbrada. Toto se dio cuenta, y sonrió satisfecho, sabiendo que me sentía prácticamente como una niña en una juguetería.
Esperaba que me guiara por la fábrica, en una especie de tour, pero no fue así; él tenía ya pensados unos planes que iban a calarme mucho más hondo.
¿Qué hizo?
Dejarme libertad.
Sí, sí, como leeis, libertad para hacer lo que quisiera en una fábrica que no era la mía, o al menos, que no lo era por el momento.
Los empleados estaban al tanto de mi llegada, estaba claro, ¿cómo si no iban a incluírme en sus proyectos cuando yo simplemente pasaba por allí?
Nunca me había sentido tan solicitada, ni siquiera en mi propio equipo, acababa de llegar, y me tenían como una más, era jodidamente alucinante.
Cuando me asomé al departamento de aerodinámica, el olor de la resina que normalmente cubría la fibra de carbono me alcanzó los pulmones haciéndome toser. Tenían un alerón delantero en una plataforma en mitad de la sala, y esta giraba como los estantes de las tiendas de ropa caras, a una velocidad moderada, pero capaz de marearte si la mirabas por mucho rato.
-¿Puedo?- pregunté a un chico con bata blanca, que parecía ser el superior del departamento.
Él sonrió asintiendo, sin siquiera quitar la mirada del alerón.
Me agaché a la altura de la plataforma, tener una pieza tan importante de un Mercedes tan cerca me ponía la piel de gallina.
Posé mi dedo sobre el endplate derecho del alerón, forzándolo un poco para apreciar su elasticidad; la fibra de carbono era un material alucinante.
-¿Habéis pensado en abrir algo más los flaps?- pregunté, mientras mis dedos se iban deslizando por las diferentes secciones del ala.
El chico de la bata blanca me miró levantando una ceja -¿Cuánto?-.
-Tampoco mucho- suspiré, cerrando los ojos y respirando hondo para poder concentrarme -Tal vez con treinta minutos serviría-.
-¿Treinta minutos?
-Medio grado sexagesimal- aclaré -Es la medida límite de la progresión, el vértice de la parábola, el punto justo-.
Los cálculos del chico cuadraron, por supuesto que sí, y la simulación indicó un recorte en el tiempo, o lo que es lo mismo, un aumento en la velocidad.
-¿Desde cuando trabajas aquí?- sonrió el chico sorprendido.
-De hecho, no trabajo aquí- dije -larga historia-.
-Alguien con tanta precisión nos vendría muy bien...- suspiró, con una entonación que cuestionaba mi nombre.
-Mai.
-Nos vendría genial, Mai, así que piénsatelo.
Iba a decir algo cuando vi pasar a Toto por el pasillo, sonriendo mientras se colocaba sus gafas de pasta negras.
Salí corriendo, intentando alcanzarlo, pero él ya doblaba una de las curvas del complejo, caminando hacia otro pasillo.
Caminé a paso ligero hacia el lugar donde se había dirigido el hombre hacía un momento, y un estruendo similar a una explosión me hizo detenerme. Miré a los lados, y al no ver nada, continué caminando hacia el lugar del que procedía el ruido.
Casi me caigo de la impresión, cuando al entrar en una estancia, un panel transparente me dejó una panorámica de un enorme túnel de viento, en el que flotaba, casi por arte de magia, el monoplaza número 44 de Lewis Hamilton.
-Una pasada ¿no?- la voz del jefe de Mercedes me rodeó los hombros.
-Todo esto es una locura Toto.
Él sonrió, sabiendo lo convincentes que resultaban sus métodos.
-¿Qué me dices entonces? ¿Vas a quedarte con nosotros?

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro