5. ¡Coño! ¡Es Él!

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En la recepción me mandaron a uno de los edificios aledaños, con una credencial colgada del cuello y una tarjeta que serviría de llave para mi habitación.
La verdad es que el cuarto que me facilitaron era pequeñito, digamos... ¿acogedor? Pero quitando el escritorio, la cama y el armario, no tenía absolutamente nada de mobiliario, eso sin hablar de lo soso que quedaba todo blanco, parecía un hospital. El baño estaba bien, era pequeñito también, pero funcional, no necesitaba más.
Abrí la maleta y saqué el par de cosas que me había llevado tras considerar imprescindibles; primero saqué el oso de peluche que me regalaron de pequeña, ese de colores tan vivos que siempre me había encantado, y al que de lo viejito que estaba, mi madre había tenido que coserle la cabeza varias veces, para que su pobre niña no se traumatizara. Justo debajo del oso, un tubo de cartón protegía otra de mis mayores joyas; un póster de Fernando Alonso en su mejor época, ojo, ¡Firmado! Lo coloqué en la pared, en la zona del escritorio, y pasé mis dedos por la firma del campeón, suspirando.
Alonso era uno de mis referentes en el mundo del motor, era culpa de mi padre, para él Fernando había sido siempre como un dios.
No me había dado tiempo a sacar nada más de la maleta cuando llamaron a la puerta; una chica rubita me trajo el uniforme de trabajo, debería llevarlo todos los días mientras estuviera en horario laboral. Lo saqué de la bolsa en la que venía, estaba realmente emocionada, como si aquello me acercara un poco más al sueño del que tanto os hablo.
Lo primero que me probé fueron los pantalones; eran negros, algo anchos y de un tejido al que no estaba acostumbrada. Tenía con ellos el problema que tenía con todos; me quedaban bien de la cadera y de largo, pero en la cintura me sobraba tanto que se hubiera podido sacar otro pantalón. La parte de arriba era bonita, un polo bicolor, con la parte de arriba blanca, y la inferior roja, me quedaba bien; quien hubiera sido había acertado en mi talla.
Estaba mandándole a mi madre una foto de como me quedaba mi nuevo uniforme cuando alguien aporreó mi puerta desde el pasillo. Si que iba yo a estar solicitada...
-Menos mal que me abres, cariño- dijo Ryan aún sin mirarme y sin aliento, como si hubiera llegado corriendo -Oh, tú también te lo has probado ya- suspiró al mirarme -la verdad es que me parece horrible-
-Yo no lo veo tan mal- sonreí, mirándome.
-¿Mal? ¡Está fatal! No va nada con mi tono de piel... ¿Y con mi pelo? ¡Qué horror!
-A ver, Ryan, como tu piel es tan blanca como la otra mitad del polo, la parte roja te va bien.
-Bueno, sí, supongo que sí.
-Y el pelo siempre se puede teñir.
En qué momento se me ocurrió decir aquella última estupidez... En menos de media hora, habíamos conseguido un tinte del mismo rojo que el polo y estábamos en el baño de Ryan tiñéndole el pelo.
Aquello era una locura.
No os podéis imaginar la cara del jefe cuando lo vio, menudo cuadro...
Yo claro, me descojonaba, mira que apenas conocía a Ryan de nada, lo justo para darme cuenta de que era un chico genial. Tal vez no muy normal, pero con muy buen corazón.
Después de que entre el recién pelirrojo y yo convenciéramos a Frederic Vasseur de que el color del pelo de su nuevo ingeniero de pista, no influiría en su trabajo (lo que nos costó un buen rato), decidió que era momento de la primera toma de contacto con los pilotos. Trabajaríamos juntos todo el año, y era conveniente que hubiera una buena relación.
Ryan y yo estábamos nerviosos perdidos en la sala de conferencias cuando el tipo de la capucha negra entró.
Sí, el que me había empujado.
Y se quitó la capucha.
Y mi amigo y yo tuvimos que contener un gritito de sorpresa/emoción.
-Es Kimi Raikkonen- me susurró Ryan, golpeándome la pierna sin parar, como si se hubiera quedado en shock.
-Es Kimi Raikkonen- le susurré yo abriendo mucho los ojos.
En finlandés nos echó una mirada de esas suyas que te hielan hasta la última gota de sangre del cuerpo, levantó una ceja, y golpeando la mesa se fue a buscar a alguien.
-¿Lo has visto?-me preguntó Ryan.
-Joder que si lo he visto...
-Está bueno ¿eh... ?
-Joder Ryan, más que en la tele.
-Ay cariño, la que nos espera.
-Pero es un poco rancio... - me quejé.
-Bueno... Depende para qué lo quieras no hace falta que hable- rió.
Abrí mucho los ojos y la boca mirando al chico, mientras golpeaba su brazo amistosamente.
-No me mires así, nena, y cierra la boquita, a ver si te va a entrar alguna cosita que no quieras.
-¡Ryan!- me reí.
Las carcajadas se nos cortaron en seco cuando Frederic (o como Ryan lo llamaba, la bola 8 del billar), hizo su aparición en la sala junto a los dos pilotos de la escudería; Kimi Raikkonen y Antonio Giovinazzi.
Me vais a permitir que me salte la aburridísima reunión de equipo que tuvimos, y para compensar, os la voy a resumir.
Parte 1: Giovinazzi era muy majo y Kimi un borde.
Parte 2: Giovinazzi iba a trabajar con Ryan y Kimi conmigo.
Estaba jodida.
Después de la reunión, la bola 8 del billar nos pidió que nos separáramos en las parejas de trabajo, para que fuéramos empezando a mirar datos y más datos; en unos días volaríamos hacia Australia, y tenía que estar todo a punto.
Cuando me quedé a solas con Kimi, el ambiente podía cortarse con tijeras, pero ojo, no unas de estas de niños, de punta redonda, sino unas bien grandes.
Él no ponía de su parte, y yo estaba tan nerviosa que los temblores de mis manos no me dejaban ni escribir.
-¿No podían haberme mandado a alguien más inútil todavía?
Aquellas palabras me destrozaron por dentro, me hundieron por completo.
¿Iba uno de mis ídolos de siempre a acabar con mi sueño antes siquiera de que empezara?

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