𝒇𝒊𝒇𝒕𝒆𝒆𝒏

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(☆. 𝐶𝐻𝐴𝑃𝑇𝐸𝑅 𝐹𝐼𝐹𝑇𝐸𝐸𝑁 )

𝚎𝚕 𝚟𝚎𝚛𝚎𝚍𝚒𝚌𝚝𝚘 𝚍𝚎𝚕 𝚓𝚞𝚒𝚌𝚒𝚘.

Fue sorpresivo para los estudiantes de Slytherin ser despertados por su jefe de casa, el profesor Snape, en plena madrugada. Fueron informados de la nueva infiltración de Black en el Castillo y tuvieron que esperar, despiertos, por nuevas noticias, puesto que el Castillo volvía a ser rastreado. El profesor volvió al amanecer solo para informarles que habia vuelto a escapar.

Las consecuencias de la nueva infiltración fueron claras al día siguiente. Por cualquier sitio por el que pasaran se encontraban con medidas de seguridad más rigurosas. El profesor Flitwick les enseñaba a las puertas principales para que reconocieran una foto de Sirius Black. Filch iba por los pasillos, tapándolo todo con tablas, desde las pequeñas grietas de las paredes hasta las ratoneras.

—Esto ya está comenzando a ponerme los pelos de punta. —Admitió Blaise durante la hora de almuerzo.

—Creo que este asunto ya se les esta escapando de las manos al colegio —Dijo Ann—. Es la segunda vez que Black entra al colegio, ¿por qué el Ministerio no envía Aurores en refuerzos?

—Tal vez ninguno se atreve a venir. —Aventuró Theo.

—Pero ellos siguen las ordenes del Ministerio —Le rebatió Ann—. Deberían enviar algunas hasta aquí para la seguridad de todos.

—¿Me explican que son los Aurores? —Blaise, Ann y Theo la observaron por unos segundos, olvidando que ella no había crecido en el mundo mágico.

—Es el equivalente de la policía muggle.

De pronto el habitual murmullo de las charlas de estudiantes se hizo más fuerte. Ron Weasley acababa de entrar en el Gran Comedor y muchos de los estudiantes se acercaron a él para preguntarle, pidiendo detalles, lo que había ocurrido la noche anterior en su habitación cuando Black entró. El chico parecía una celebridad y a él parecía complacerle.

Dos días después el colegio seguía confabulando historias sobre como Black habia entrado, no una sino dos veces, al colegio, pero tal como la vez anterior, ninguna historia parecía creíble. Durante el desayuno las lechuzas del colegio entraron como flechas en el Gran Comedor, llevando el correo como de costumbre, y Alaska se sorprendió cuando una perteneciente al colegio se detuvo frente a ella para entregarle una carta. La chica rasgó el sobre:

Querida Alaska:

¿Te apetece tomar el té conmigo esta tarde, a eso de las seis? Harry y Ron también están invitados, los iré a recoger al castillo. ESPERENME EN EL VESTÍBULO. NO TIENEN PERMISO PARA SALIR SOLOS.

Un saludo,
Hagrid.

Así que aquella tarde, a las seis, Alaska se saltó el club de Encantamientos y se dirigió al vestíbulo, donde Hagrid los aguardaba ya. Harry y Ron llegaron a los minutos, y la chica pudo ver que las orejas del pelirrojo se coloraron cuando la vio allí. Ella actuó como si nada hubiera pasado.

—Bien, Hagrid —Dijo Ron—. Me imagino que quieres que te cuente lo de la noche del sábado, ¿no?

—Ya me lo han contado. —Dijo Hagrid, abriendo la puerta principal y saliendo con nosotros.

—¿Tú quieres saberlo, no Alaska? —Preguntó una vez más.

Alaska negó—. No me interesa.

—Vaya. —Dijo Ron, un poco ofendido.

Lo primero que vieron al entrar en la cabaña de Hagrid fue a Buckbeak, que estaba estirado sobre el edredón de retales de Hagrid, con las enormes alas plegadas y comiéndose un abundante plato de hurones muertos. Al apartar los ojos de la desagradable visión, observó un traje gigantesco de una tela marrón peluda y una espantosa corbata amarilla y naranja, colgados de la puerta del armario. El juicio se acercaba.

—¿Para qué es el traje, Hagrid? —Preguntó Harry.

—Buckbeak tiene que presentarse ante la Comisión para las Criaturas Peligrosas —Dijo Hagrid—. Será este viernes. Iremos juntos a Londres. He reservado dos camas en el autobús noctámbulo...

—Eso es bueno —Comentó Alaska—. Creó que la defensa que hemos preparado será más que suficiente para probar la inocencia de Buckbeak. Todo irá bien, Hagrid.

—Eso espero...

Hagrid les sirvió té y les ofreció un plato de bollos de Bath, que parecían algo duros, pero nadie los aceptó.

—Tengo algo que comentarles. —Dijo Hagrid, sentándose entre ellos, con una seriedad que resultaba rara en él.

—¿Qué? —Preguntó Harry.

—Hermione —Dijo Hagrid—. Sé que esto no te concierne Alaska, pero quería invitarte también, después de todo has hecho mucho por mí estos días.

—¿Qué le pasa a Hermione? —Quiso saber Ron.

—Está muy mal, eso es lo que le pasa. Me ha venido a visitar con mucha frecuencia desde las Navidades. Se encuentra sola. Primero no le hablan por lo de la Saeta de Fuego. Ahora no le hablan por culpa del gato.

—¡Se comió a Scabbers! —Exclamó Ron de malhumor.

—¡Porque su gato hizo lo que todos los gatos! —Prosiguió Hagrid—. Ha llorado, ¿saben? Está pasando momentos muy difíciles. Creo que trata de abarcar más de lo que puede. Demasiado trabajo. Aún encontró tiempo para ayudarme con el caso Buckbeak. Por supuesto, me ha encontrado algo muy útil y junto a la ayuda de Alaska creo que ahora vamos a tener bastantes posibilidades de ganar el juicio.

—Nosotros también tendríamos que haberte ayudado. Hagrid, lo siento. —Balbuceó Harry.

—¡No los culpo! —Dijo Hagrid con un movimiento de la mano—. Ya sé que han estado muy ocupados, los he visto entrenar día y noche. Pero tengo que
decirles que creía que valoraban más a su amiga que a las escobas o las ratas. Nada más —Harry y Ron se miraron ofuscados—. Sufrió mucho cuando se enteró de que Black había estado a punto de matarte, Ron. Hermione tiene buen corazón. Y ustedes dos sin dirigirle la palabra...

—Si se deshiciera de ese gato, le volvería a hablar —Dijo Ron enfadado—. Pero todavía lo defiende. Está loco, y ella no admite una palabra en su contra.

—Ah, bueno, la gente suele ponerse un poco tonta con sus animales de compañía —Dijo Hagrid prudentemente.

Buckbeak escupió unos huesos de hurón sobre la almohada de Hagrid. Alaska tuvo que reprimir las ganas de devolver la comida.

El resto de la tarde hablaron sobre el caso del hipogrifo, la chica le resolvió las ultimas dudas que Hagrid tenía al respecto y luego charlaron sobre la final de Quidditch hasta que Hagrid se dio cuenta que ya era muy tarde y debían volver al Castillo.

Cuando Alaska volvió a la sala común un grupo numeroso de gente se amontonaba delante del tablón de anuncios.

—¿Alguna buena noticia? —Preguntó sentándose junto a Theo.

—Hogsmeade el próximo fin de semana. —Le dijo el castaño.

—¡Eso significa que al fin podremos visitar la Casa de los Gritos! —Proclamó Blaise con emoción—. Me acompañaras, ¿no es así Lasky? Me lo prometiste.

—Lo haré, mientras no te acobardes.

El sábado por la mañana se encontraron con un día agradable, con un poco de brisa. En Hogsmeade visitaron algunas de las tiendas siguieron caminando, subiendo la cuesta que llevaba a la Casa de los Gritos, el edificio más embrujado de Gran Bretaña. Estaba un poco separada y mas elevada que el resto del pueblo, e incluso a la luz del día resultaba escalofriante con sus ventanas cegadas y su jardín húmedo, sombrío y cubierto de maleza.

—¿Qué crees que haya dentro? —Preguntó Blaise, apoyado en la valla.

—Probablemente este vacía —Dijo Alaska—. ¿Quieres intentar entrar?

El moreno se vio espantado por siquiera pensar en la idea y Alaska se rio de su expresión.

—Ya vámonos —Pidió Blaise, fastidiado—. Theo y Ann deben estar esperando por nosotros.

—Sabía que eras un miedoso —Dijo Alaska mientras bajaban la cuesta. Blaise se sujetó de ella luego de haber resbalado por el barro—. ¡Ten cuidado!

Alaska ayudo a su amigo a recuperar el equilibrio mientras reía. Por instinto miro a un lado. Draco subía por la cuesta a unos metros de distancia acompañado de Crabbe y Goyle. La brisa la ayudo a escuchar parte de su conversación.

—... en cualquier momento recibiré una lechuza de mi padre. Tengo que ir al juicio para declarar por lo de mi brazo. Tengo que explicar...

Momentos después se reunieron con Ann y Theo en las Tres Escobas, que no estaba tan repleto como la última vez que lo visitaron, bebieron unas deliciosas cervezas de mantequilla disfrutando de su día libre. Pero la alegría acabo cuando volvieron al Castillo.

Mientras se acercaban a su sala común una lechuza se les aproximo y Alaska tomó la carta que tenía. El pergamino estaba húmedo y las gruesas lágrimas habían emborronado tanto la tinta que la lectura se hacía difícil en muchos lugares.

Querida Alaska:

Hemos perdido. Me permitirán traerlo a Hogwarts, pero van a fijar la fecha del sacrificio.
A Buckbeak le ha gustado Londres.
Nunca olvidaré toda la ayuda que nos has proporcionado.

Hagrid.

Sus amigos se dieron cuenta de que algo andaba mal cuando Alaska tuvo que parpadear repetidas veces para detener las lágrimas que se acumulaban en sus ojos. Ella había tenido la esperanza de que su defensa iba a ser suficiente.

—Lasky, ¿qué sucede?

Pero ella no respondió, se guardo la carta en el bolsillo de la túnica. Su unica opción ahora era apelar.

—¿A dónde vas?

—A la biblioteca. —Le respondió mientras se alejaba.

—Pero cierra en una hora.

No le importó, aprovecharía el tiempo al máximo.

Las medidas de seguridad impuestas a los alumnos después de la segunda intrusión de Black impedían que visitara a Hagrid por las tardes. La única posibilidad que tenía de hablar con él eran las clases de Cuidado de Criaturas Mágicas.

Hagrid parecía muy deprimido por el veredicto.

—Todo fue culpa mía —Les decía a Alaska, Harry, Ron y Hermione—. Me quedé petrificado. Estaban todos allí con sus togas negras, y a mí se me caían continuamente las notas que Alaska me dio y se me olvidaron todas las fechas que me habías buscado, Hermione. Y entonces se levantó Lucius Malfoy, soltó su discurso y la Comisión hizo exactamente lo que él dijo...

—¡Todavía podemos apelar! —Dijo Ron con entusiasmo—. ¡No te des por vencido! ¡Estamos trabajando en ello!

Volvieron al castillo con el resto de la clase. Delante podían ver a Draco, que
iba con Crabbe y Goyle, y miraba hacia atrás de vez en cuando, riéndose.

—No servirá de mucho, Ron —Le dijo Hagrid con tristeza, al llegar a las escaleras del castillo—. Lucius Malfoy tiene a la Comisión en el bolsillo. Sólo me aseguraré de que el tiempo que le queda a Buckbeak sea el más feliz de su vida. Se lo debo...

Hagrid dio media vuelta y volvió a la cabaña, cubriéndose el rostro con el pañuelo.

—¡Miren cómo llora!

Draco, Crabbe y Goyle habían estado escuchando en la puerta.

—¿Habían visto alguna vez algo tan patético? ¡Y pensar que es profesor nuestro!

Alaska se dirigió hacia él con paso firme, sin saber que haría exactamente cuando llegara pero no tuvo que pensarlo por más tiempo. Hermione llegó antes y le dio a Draco una bofetada con todas sus fuerzas.

Todos los presentes se quedaron atónitos en el momento en que Hermione volvió a levantar la mano.

—¡No te atrevas a llamar «patético» a Hagrid, estúpido cerdo malvado.

—¡Hermione! —Dijo Ron con voz débil, intentando sujetarle la mano.

—Suéltame, Ron.

Hermione sacó la varita por lo que Draco se echó hacia atrás. Crabbe y Goyle lo miraron atónitos, sin saber qué hacer.

—Vámonos. —Musitó Draco.

Y en un instante, los tres desaparecieron por el pasadizo que conducía a las mazmorras.

—¡Hermione! —Dijo Ron de nuevo, atónito por la sorpresa.

—Yo le hubiera dado un golpe en la nariz. Pero eso estuvo bien, lo merecía.

Y Alaska se separó del trio de amigos para dirigirse a su proxima clase, aun afligida por el destino de Buckbeak pero alegre de que al fin alguien hubiera callado a Draco.

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