𝒏𝒊𝒏𝒆

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( ☆. 𝐶𝐻𝐴𝑃𝑇𝐸𝑅 𝑁𝐼𝑁𝐸 )
𝚝𝚛𝚊𝚞𝚖𝚊𝚜 𝚍𝚎𝚕 𝚙𝚊𝚜𝚊𝚍𝚘.

La clase de Defensa Contra las Artes Oscuras era, probablemente, la más esperada por todos. Después de los últimos fracasos que habían tenido como profesores, no tenían mucha fe en el nuevo profesor, y desean saber en qué categoría estaba. Inútil o un fracasado total.

Al comienzo de su primera clase se llevaron una gran sorpresa por parte del profesor. La mayoría de los estudiantes ya habían llegado al aula, estaban sacando sus libros y plumas cuando el profesor Lupin les dio una sonrisa vaga.

—Buenas tardes ¿podrían, por favor; meter los libros en la mochila? La lección de hoy será práctica —Alaska, Ann, Blaise y Theo compartieron una mirada de sorpresa—. Durante esta clase solo necesitaran las varitas mágicas.

—Nunca hemos tenido una clase práctica de Defensa Contra las Artes Oscuras. —Comento Alaska, mientras guardaban sus libros.

—Bien —Dijo el profesor Lupin cuando toda la clase estuvo lista—. Si tienen la amabilidad de seguirme.

Desconcertados pero con interés, todos los alumnos se pusieron en pie y salieron del aula con el profesor Lupin. Este los condujo por lo largo de un desierto corredor. Doblaron en una esquina y los condujo por otro corredor, hasta que se detuvo en la puerta de la sala de profesores.

—Entren, por favor. —Dijo el profesor Lupin abriendo la puerta y cediendo el paso.

En la sala de profesores, una estancia larga, con paneles de madera en las paredes y llena de sillas viejas y dispares, no habia nadie.

—Ahora. —Dijo el profesor Lupin llamando la atención del fondo de la clase.

Donde no había más que un viejo armario en el que los profesores guardaban las togas y túnicas de repuesto. Cuando el profesor Lupin se acercó, el armario tembló de repente, golpeando la pared.

—No hay por qué preocuparse —Dijo con tranquilidad el profesor Lupin cuando algunas de las alumnas dieron saltos hacia atrás, alarmadas—. Hay un boggart ahí dentro.

Todos quienes sabían que eran los boggarts, dirigieron miradas preocupantes hacia el armario.

—A los boggarts les gustan los lugares oscuros y cerrados —Prosiguió el profesor Lupin—: los roperos, los huecos debajo de las camas, el armario de debajo del fregadero. Él que está aquí se vino ayer por la tarde, y le pregunté al director Dumbledore si se podía quedar donde estaba, para utilizarlo en una clase de prácticas para los de tercer año. La primera pregunta que debemos contestar es: ¿qué es un boggart?

—Es un ser que cambia de forma. —Dijo Daphne, luego de levantar la mano.

—Exacto, y puede tomar la forma de aquello que más miedo nos da.

Ante esa afirmación, un frio cosquilleo recorrió la espalda baja de Alaska.

—El boggart que está ahí dentro, sumido en la oscuridad, aún no ha adoptado una forma. Todavía no sabe qué es lo que más miedo le da a la persona del otro lado. Nadie sabe qué forma tiene un boggart cuando está solo, pero cuando lo dejemos salir; se convertirá de inmediato en lo que más temamos. Esto significa que ya antes de empezar tenemos una enorme ventaja sobre el boggart. ¿Por qué, Zabini?

—Somos demasiados en esta habitación —Dijo Blaise con seguridad—. Le será difícil que forma tomar.

—Por eso, siempre es mejor estar acompañado cuando uno se enfrenta a un boggart, porque se despista. ¿En qué se debería convertir; en un cadáver decapitado o en una babosa carnívora? El hechizo para vencer a un boggart es sencillo, pero requiere fuerza mental. Lo que sirve para vencer a estos seres es la risa. Lo que tienen que hacer es obligarle a que adopte una forma que ustedes encuentren cómica. Practicaremos el hechizo primero sin la varita. Repitan conmigo: ¡Riddíkulo!

—¡Riddíkulo! —Dijeron todos a la vez.

—Perfecto, una vez más por favor —Pidió el profesor Lupin—. ¡Riddíkulo!

—¡Riddíkulo! —Volvieron a repetir a la perfección.

Draco estaba detrás de Alaska, y pudo escuchar con claridad el comentario que acababa de hacer.

—Riddíkulo, esta clase es ridícula.

—Bien, muy bien. Pero me temo que esto es lo más fácil —Les informó—. Como ven, la palabra sola no basta. Y aquí es donde entras tú... Se tomó un tiempo para pensar—. Parkinson.

El armario volvió a temblar.

—Bien, Pansy —Prosiguió el profesor Lupin—. Empecemos por el principio: ¿qué es lo que más te asusta en el mundo?

—Las Quimeras. —Dijo mientras caminaba al frente, viéndose insegura de haber dicho su miedo delante de todos.

—Un miedo razonable —Comentó el profesor—. De acuerdo, quiero que piensen en como hacer que haga el ridículo ¿sí? —Pansy asintió—. ¿Listo? ¿Eres capaz de verlo mentalmente?

—Lo veo. —Aseguró Pansy.

—Entonces, cuando el boggart salga de este armario y te vea, adoptará la forma de una momia. Entonces alzarás la varita, así, y dirás en voz alta: ¡Riddíkulo!, concentrándote en lo que pensaste. Si todo va bien, el boggart-quimera tendrá que ponerse o hacer lo que pensaste.

El armario tembló más violentamente.

—Si a Pansy le sale bien —Añadió el profesor Lupin—. Es probable que el
boggart vuelva su atención hacia cada uno de nosotros, por turno. Quiero que, ahora, todos dediquen un momento a pensar en lo que más miedo les da y en cómo podrían convertirlo en algo cómico...

La sala se quedó en silencio. Alaska no necesito pensarlo para saber en que podría convertirse en boggart, pues ese pensamiento estaba siempre presente y no era algo que podía olvidarlo. Y es que, a pesar de que los años hayan avanzado, la chica no creía haber superado aquel miedo. Tampoco estaba segura de poder enfrentarse al boggart.

—¿Todos preparados? —Preguntó el profesor Lupin.

Ella aún no estaba preparada, pero dudaba que un par de minutos más la ayudaran a estarlo. Todos los demás asentían con la cabeza y se arremangaban las mangas de las túnicas. Su solución era fácil, mantenerse fuera del alcance del boggart.

—Nos vamos a echar todos hacia atrás, Pansy, para dejarte el campo despejado ¿de acuerdo? Después de ti llamaré al siguiente, para que pase hacia delante y así hasta terminar... Ahora todos hacia atrás, así Pansy podrá tener sitio para enfrentarse a ella.

Todos se retiraron, arrimándose a las paredes, y dejaron a Pansy sola, frente al armario, con la varita en riste.

—A las tres, Pansy —Dijo el profesor Lupin, que apuntaba con la varita al pomo de la puerta del armario—. A la una... a las dos... a las tres... ¡ya!

Un haz de chispas salió de la varita del profesor Lupin y dio en el pomo de la puerta. El armario se abrió de golpe y apareció una criatura con cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de dragón, una Quimera; había vuelto hacia Pansy su rostro y comenzó a caminar hacia ella, muy despacio, con la cola moviéndose de un lado a otro y gruñendo suavemente...

—¡Riddíkulo! —Gritó entonces Pansy.

Se escuchó un chasquido como de látigo y la cola se movió violentamente hacia adelante, logrando que los pies de la Quimera se enredaran en ella, cayó de bruces y al golpear el suelo con un cómico sonido, se convirtió en un pequeño gato desorientado.

Hubo una carcajada general. El boggart se detuvo, confuso, y el profesor gritó:

—¡Nott, adelante!

Theo se acercó de manera tensa, el gato se volvió hacia él y con un chasquido, donde había estado la Quimera se encontraba ahora un hombre alto vistiendo una larga túnica negra que cubría si rostro por completo, se lograba apreciar un rostro podrido hasta los huesos. Intentó acercarse al chico, pero este levantó la varita antes de que lo hiciera.

—¡Riddíkulo! —Gritó de lleno.

Los pies del hombre quedaron fijos en el suelo, sus brazos y piernas se convirtieron en madera y el boggart se habia convertido en un gracioso espantapájaros.

—¡Puddeator! —El profesor señaló a Ann.

La castaña tomó el lugar de su amigo y con un ¡Crac! El boggart se convirtió en un mago de aspecto rudo, que sostenía a una mujer, debilitada hasta el borde la muerte, con la punta de la varita incrustada en su cuello.

—Su madre. —Le susurró Blaise.

Desde su lugar Alaska pudo escuchar un leve gemido de dolor y Ann levantó la varita con la mano temblorosa.

—¡Ri...Riddíkulo!

Se oyó un chasquido y de la varita del mago explotaron serpentinas y apareció un cartel de felicitaciones, mientras ambos se levantaban y abrazaban como si fueran amigos de toda la vida.

Fue un instinto, mientras Ann se acercaba Alaska se apresuró en intentar esconderse con el cuerpo de Draco, pero el profesor ya había decidido.

—¡Ryddle, es tu turno!

A pesar de sus deseos, se acercó hacia el boggart, sintiendo una ardiente angustia aparecer en su pecho y extenderse hasta su garganta. Se detuvo temblorosa frente al ser, que estaba borrosa mientras se convertía. Pensó en correr, salirse de la clase y obtener detención, probablemente era su mejor opción, pero ya era demasiado tarde.

Alaska creyó que su miedo era demasiado fuerte, y por eso el boggart había cambiado de manera tan extrema, pero tal vez solo había sido una mala jugada de sus recuerdos. La sala de profesores pareció oscurecerse y, como si estuviera iluminado, apareció una vieja cocina a leña que se encontraba encendida. En el siguiente par de segundos, que para la chica parecieron minutos interminables, nada paso y todos los presentes se habían quedado en completo silencio, o tal vez ella no podía sentirlos.

Fue entonces que sucedió, mientras la respiración de Alaska se agitaba un trapo cayó desde el cielo de la habitación, justo sobre la cocina. El trapo se encendió de inmediato y el resto sucedió en un parpadeo. El fuego ya se había expandido por toda la habitación, aislándola en el centro mientras las llamas crecían y se acercaban a ella, tal como aquella vez.

—No, no, no... no, no... —Murmuraba Alaska de manera histérica, con la voz rota y sus ojos nublándose por las lágrimas que se acumulaban.

Su cuerpo comenzó a arder, sentía que su nuca, cuello y hombros quemaban y el terror la consumió. Intento escapar mientras se quitaba la túnica y se arremangaba las mangas de la blusa, podía sentir como el aire comenzaba a faltar y la temperatura seguía aumentando.

—Esto no es real... no está sucediendo de nuevo...

Viejos recuerdos atacaron su mente. Gritos de auxilio que se apagaban poco a poco, el ruido de las sirenas acercándose, aquel enfermizo olor. Todo volvía a ser real. El dolor, aquella sensación de ardor intenso en la parte superior de su cuerpo, el deseo y la súplica de que aquel sufrimiento acabara. Todo estaba ahí, fresco, como si hubiera sucedido ayer.

—... escucha mi voz —Como un susurro se escucho entre todo el caos—. Alaska, concéntrate en mi voz y abre los ojos, estas a salvo aquí. Alaska...

Fue entonces que se dio cuenta. Tenía los ojos cerrados con fuerza y sus manos estaban tras su cuello, al volver a estar consciente de sus acciones observó que se encontraba en una esquina de la sala, sentada en el suelo con las piernas apegadas a su cuerpo y el profesor Lupin estaba frente a ella con un semblante de preocupación. La sala de profesores había vuelto a su iluminación natural, el boggart había desaparecido y la clase entera se encontraba a unos pasos de ella, observándola.

—¿Te encuentras mejor? —Consultó el profesor intentado tener su atención.

Pero los ojos de Alaska se habían dirigido hacia Draco, al igual que los demás la estaba observando con el ceño fruncido, preocupación y lo peor, lástima. Sus ojos ardiendo ante las nuevas lágrimas que se asomaban, el temor había sido opacado por la vergüenza que sentía de su misma.

—Dejame ayudarte. —El profesor Lupin se levantó y le ofreció la mano.

La rubia primero llevó sus manos a su rostro, que se se encontraba húmedo y sólo aceptó la ayuda del profesor porque aún sentía sus piernas débiles.

—Si estás de acuerdo, te acompañaré a la Enfermería y...

Pero no era lo que ella quería. Sin mirar al profesor intentó recuperar la compostura y avanzó con paso firme por el aula, le dejaron la salida libre y salió de aquel lugar sin dirigirle la mirada a nadie.

Las clases aún se estaban llevando a cabo en todo el Castillo, por lo que el baño más cercano que encontró estaba vacío por completo.

A pesar de ser producto de su imaginación aún podía sentir su piel ardir, y sin importarle que alguien pudiera entrar se quitó la blusa, dejándola caer al suelo, y quedó en camiseta.

Frente al espejo podía observar sin problema el aspecto de sus quemaduras producto al fuego. En el área de los hombros, clavículas y la parte superior de sus brazos la piel era mucho más pálida, sin color, y tenía una extraña textura. Por supuesto esas quemaduras se repartían por todo su cuerpo, pero esas áreas eran las más visibles y las que siempre intentaba ocultar de la mirada ajena.

Su mirada recorría cada centímetro de su cuerpo y, una vez más, sintió disgusto de su propio cuerpo y de si misma. Por no poder superar su pasado y haberse expuesto de tal manera ante sus amigos y compañeros de casa y año. Sus manos se apoyaban en el lavabo e inclinó su cabeza para evitar mirarse, su cuerpo completo estaba temblando y, por primera vez, sintió el deseo de terminar con todo, sintiéndose incapaz de seguir aguantando todas las miradas, los murmullos y los rumores.

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