𝒔𝒆𝒗𝒆𝒏𝒕𝒆𝒆𝒏

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

(☆. 𝐶𝐻𝐴𝑃𝑇𝐸𝑅 𝑆𝐸𝑉𝐸𝑁𝑇𝐸𝐸𝑁 )
𝚗𝚘 𝚎𝚜 𝚞𝚗 𝚋𝚞𝚎𝚗 𝚏𝚒𝚗𝚊𝚕.

La euforia por haber ganado la Copa de Quidditch duró al menos una semana, y hubiera durado más si los exámenes no estuvieran tan próximos.

A medida que se aproximaba junio, los días se volvieron menos nublados y más calurosos, y lo que a todo el mundo le apetecía era pasear por los terrenos del colegio y dejarse caer en la hierba, con grandes cantidades de zumo de calabaza bien frío, o tal vez metiendo los pies al agua para refrescarse, o ver los fantásticos movimientos del calamar gigante por la superficie del lago. Pero no podían darse ese lujo.

Los exámenes se echaban encima y, en lugar de holgazanear, los estudiantes tenían que permanecer dentro del castillo haciendo enormes esfuerzos por concentrarse en sus libros y apuntes mientras por las ventanas entraban tentadoras ráfagas de aire veraniego. El profesor Snape les había entregado los calendarios de exámenes a cada uno de los estudiantes, y sus ánimos empeoraron al ver que toda la semana tenían exámenes.

Alaska nunca había necesitado estudiar, era algo que nunca había hecho y no estaba acostumbrada, por lo que todos los días terminaba con una terrible jaqueca luego de estar en la biblioteca repasando para cada clase.

Una tarde mientras estudiaba a fondo los temas de Herbologia, una lechuza entró por una de las ventanas que estaban abiertas. Fue inusual escuchar el inesperado aleteo a su lado, llevaba un sobre fuertemente atenazado en el pico.

Estaba esperando noticias hace días de Hagrid, y al fin las había recibido. En la carta le informaba que la apelación de Buckbeak se llevaría a cabo el día seis, justo cuando terminaban con todos sus exámenes. También decía que tendría lugar en Hogwarts y vendría alguien del Ministerio de Magia junto a un verdugo.

Alaska se sobresaltó ante esa idea, si traían a un verdugo a la apelación significaba que la Comisión de Criaturas Peligrosas ya tenían la decisión tomada, y nada de la apelación podría hacerlos cambiar de opinión. No le sorprendió pensar que aquella decisión había sido comprada por Lucius Malfoy, y Alaska no evitó echarle una mirada de menosprecio a Draco, que se encontraba a unas mesas de distancia estudiando Transformaciones junto a Pansy.

—¿Aún estás molesta con Draco? —Le preguntó Blaise a su lado, quien había notado que estaba mirando al rubio.

—¿Qué crees tú? —Le respondió la chica, guardando la nota entre las hojas de su libro, se sentía cansada—. No puedo creer que haya llevado esto tan lejos, ¡traerán un verdugo a la apelación! Eso es una burla, he estado trabajando tan duro para ayudar a Hagrid, pero nada de lo que digamos cambiará algo...

Lo peor de toda esa situación era que no tenía tiempo libre ni ocasión de visitar a Hagrid, puesto que las nuevas y estrictas medidas de seguridad no se habían levantado. La rubia tuvo que conformarse con quedarse allí en la Biblioteca, lamentándose por la posible pérdida del hipogrifo.

La semana de exámenes llegó antes de lo esperado, y el castillo se sumió en un inusitado silencio. Parecía que todos aprovechaban cualquier minuto para repasar sus apuntes o practicar algunos hechizos.

Los alumnos de tercero salieron del examen de Transformaciones el lunes a la hora de la comida, agotados y pálidos, comparando lo que habían hecho y quejándose de la dificultad de los ejercicios, consistentes en transformar una tetera en tortuga.

—La profesora McGonagall es tan dura con nosotros —Se quejaba Blaise, comiendo su plato abarrotado de comida—. Nos odia porque ganamos la Copa de Quidditch, creo que es inmaduro de su parte.

—Blaise —Dijo Alaska con fastidio, quitando la mirada de su libro—. ¿Puedes, por favor, dejar de quejarte? Estoy intentado estudiar.

—¿Y para qué? Eres la mejor en Encantamientos, no hay ninguno que no puedas realizar a la perfección. —Le recordó el chico.

—Lo sé, pero no tuve tiempo suficiente para repasar los vistos en la última clase.

Y volvió a concentrarse en su libro y los movimientos para cada uno de los hechizos. Ella siempre había sido buena en aquella asignatura, y Blaise tenía razón al decir que podía hacer todos a la perfección. Pero la final de Quidditch le había quitado mucho tiempo y no los repasó como ya era costumbre.

—Alaska, deberías comer algo —Le sugirió Ann, acercándole una bandeja de comida—. Te puedes sentir descompuesta.

—Aún tengo tiempo para comer, solo quiero terminar con este...

El timbre resonó por todo el Gran Comedor, indicando el inicio de otro examen.

—¿Ya es hora? No puede ser.

Se apresuraron en levantarse de sus asientos y mientras salían juntos del Gran Comedor pudo ver a Cedric de reojo, murmurando cosas para si mismo, probablemente repasando. La rubia llamó su atención y le deseo suerte antes de desaparecer por el pasillo, ella no quería ni imaginar lo nervioso que debía sentirse al estar rindiendo los TIMOs.

La clase volvió a subir hacia el aula de Encantamientos. El profesor Flitwick los separó a todos en pareja, Alaska quedó con Ann, y les pidió que realizaran una serie de Encantamientos que aprendieron ese curso, entre ellos los encantamientos regocijantes. Alaska logró hacerlos todos sin un grado de error y salieron de aquel examen con sonrisas en sus rostros.

Después de cenar, los alumnos se fueron inmediatamente a sus respectivas salas comunes, pero no a relajarse, sino a repasar Cuidado de Criaturas Mágicas, Pociones y Astronomía. Hagrid presidió el examen de Cuidado de Criaturas Mágicas, que se celebró la mañana siguiente, con un aire ciertamente preocupado. Parecía tener la cabeza en otra parte.

Para el examen había llevado un gran cubo de gusarajos al aula, y les dijo que para aprobar tenían que conservar el gusarajo vivo durante una hora. Como estas criaturas vivían mejor si se los dejaba en paz, resultó el examen más sencillo que habían tenido, y además les concedió a Alaska, Harry, a Ron y a Hermione muchas oportunidades de hablar con Hagrid.

—Buckbeak está algo deprimido —Les dijo Hagrid, inclinándose un poco, haciendo como que comprobaba que el gusarajo de Harry seguía vivo—. Ha estado encerrado demasiado tiempo. Pero... en cualquier caso, pasado mañana lo sabremos.

—Todo saldrá bien Hagrid. —Le aseguró Alaska, aunque ya no estaba tan segura de eso.

Aquella tarde tuvieron el examen de Pociones; Alaska pensó que no le pudo ir mejor. Le tocó realizar un antídoto para venenos poco comunes y logró realizar esta poción con completo éxito, los caparazones de chizpurfle le habían dado más trabajo de lo que acostumbraba para abrirlos pero, aún con este obstáculo, logró terminar antes que todos y ganarse una mirada de aprobación por parte del profesor.

Horas más tarde, a medianoche, se encontraban en la torre más alta para realizar el examen de Astronomía; se les indicó crear un mapa estelar desde sus distintas posiciones e indicar los nombres de cada una de las estrellas con una larga descripción de estas. Fue un largo trabajo.

El miércoles por la mañana tocaba el menos esperado, Historia de la Magia, en el que tuvieron que escribir todo lo que sabían acerca de la persecución de las brujas en la Edad Media y su efecto en la sociedad muggle respecto a la percepción de brujas y magos. Por la tarde de ese mismo día rindieron el examen de Herbología, en los invernaderos, bajo un sol abrasador.

Finalmente el día jueves había llegado, el último día de exámenes y probablemente el más agotador.

Primero tocó Defensa Contra las Artes Oscuras. El profesor Lupin había preparado el examen más raro que habían tenido hasta la fecha. Una especie de carrera de obstáculos fuera, al sol, en la que tenían que cruzar un profundo estanque de juegos que contenía un grindylow; atravesar una serie de agujeros llenos de gorros rojos; chapotear por entre ciénagas sin prestar oídos a las engañosas indicaciones de un hinkypunk; y meterse dentro del tronco de un árbol para enfrentarse con otro boggart.

—Alaska —La llamó el profesor, justo antes de que fuera su turno—. Ven un momento, por favor.

—¿Sucede algo, profesor?

—Bueno, sí —Dijo rascándose la nuca—. Debes saber que el profesor Dumbledore el profesor Snape han llegado a un acuerdo, ambos decidieron que no estás apta para enfrentarte a otro boggart, luego de los sucesos ocurridos en nuestra primera clase.

Alaska abrió la boca por la sorpresa, se sentía ofendida.

—Profesor, me he preparado las últimas semanas —Le explicó la chica—. Puedo hacer esto. —Insistió.

Pero a pesar de decirlo en voz alta, no estaba segura de que sus palabras fueran ciertas. Dudaba en poder enfrentarse a su pasado una vez más.

—No dudó de lo que eres capaz, pero ya está decidido y ninguno puede hacer algo al respecto —Finalizó Lupin—. Ya puedes comenzar.

Alaska no estaba conforme con aquel trato especial que estaba recibiendo, ella quería demostrar de lo que era capaz pero, como si pudiera leer sus pensamientos, el profesor Lupin le dijo:

—Y Alaska, si intentas enfrentarte al boggart tendré que reprobarte en el examen.

Le fue bien en el examen, probablemente obtendría la calificación máxima pero a pesar de las felicitaciones que recibió no se sintió bien con ellas. Se sintió insegura de sus propias capacidades, y eso era algo que nunca le había ocurrido antes.

Un buen plato de comida consiguió subirle el animo y por la tarde entró con confianza a dar el examen de Aritmancia, sin duda era una de las pocas asignaturas en la que debía esforzarse para comprender, pero eso la mantenía interesada. Al terminar tuvo que ir directamente al aula de Runas Antiguas. Este examen fue mucho más fácil para ella, incluso llegó a encontrarlo divertido, sabía que era buena que le habia ido excelente.

Alaska se tenía gran confianza para los exámenes en general.

El término de los exámenes significaba solo una cosa, descanso. Ella y Archer salieron juntos de su último examen y hablaban de lo mucho que les apetecía salir al lago negro, sentarse bajo la sombra de un árbol y disfrutar de un frio jugo de calabaza, mientras disfrutaban del día sin hacer nada en especial. Era algo que necesitaban. En su camino se cruzaron con muchos que caminaban a zancadas, riendo y bromeando, dirigiéndose hacia los terrenos del colegio y hacia una libertad largamente deseada.

Fue una lastima que las cosas no salieran bien para Alaska. Se encontraron con Harry, Hermione y Ron, quienes tenían una cara de tragedia.

—Oh no. —Murmuró la chica, sabiendo ya lo que había ocurrido.

—Ha perdido. —Le dijo Hermione con el labio temblando.

La nota de Hagrid que Hermione le entregó estaba seca esta vez: no había lágrimas en ella. Pero su mano parecía haber temblado tanto al escribirla que apenas resultaba legible.

Apelación perdida. La ejecución será a la puesta del sol. No se puede hacer nada. No vengan. No quiero que lo vean.

Hagrid.

Un nudo se formó en la garganta de Alaska al leer la nota y sus ojos ardieron de pronto, había tenido esperanza. Creyó que podrían salvarlo.

—Ya no hay nada que hacer. —Les dijo Alaska, despidiéndose de Archer y alejándose por los pasillos.

El hecho se llevaría a cabo a la puesta de sol y gracias a las medidas de seguridad no tenían permitido salir. Pero aún tenía otra opción. Luego de ganar la Copa de Quidditch el profesor Snape se había comportado más decente de lo usual con los miembros del equipo, podía ir con él.

El despacho estaba lúgubre y poco iluminado como de costumbre, algunas partes de los estantes estaban vacíos y la chica vio que varios de los frascos estaban abiertos a lo largo de una mesa con un caldero hirviendo.

—¿Otra vez esa poción? —Dijo Alaska, con una voz más ronca de lo que esperaba.

—¿Sucede algo? —Le preguntón Snape de inmediato, levantando la mirada de su poción para observarla.

—Sí, necesito permiso para ir a visitar a Hagrid —Le explicó Alaska, controlando las emociones que aparecían al pensar en Buckbeak—. Es algo importante y...

—No necesito explicaciones, puedes ir —Le dijo el profesor—. Si dices que es importante, te creo. Ante cualquier inconveniente le explicare al profesor Dumbledore que tenías mi permiso.

—Agradezco su ayuda profesor.

Alaska no esperó más tiempo para salir de las mazmorras con prisa. No esperó al término de la cena, no le importaba saltarse la comida, caminó por los terrenos del Castillos hasta la cabaña de Hagrid, no fue necesario llamar a la puerta pues lo encontró en el huerto, junto a las calabazas, pasando tiempo con el hipogrifo; Hagrid estaba pálido y tembloroso.

—¡Alaska! —Dijo Hagrid levantándose—. Te dije que no vinieras, deberías estar cenando.

—Quería hacerte compañía, es un momento difícil y no deberías estar solo.

—Aun así, no puedes estar afuera del Castillo a estas horas. Las reglas...

—El profesor Snape me ha dado permiso y prometo irme cuando sea la hora.

Hagrid le sonrió, realmente complacido por su compañía. La invito a entrar a la cabaña, donde no lloró ni se arrojó a su cuello, no parecía saber dónde se encontraba ni que hacer; resultaba más trágico verlo de esta forma. Tampoco estaba dispuesto a hablar sobre lo ocurrido en la apelación, por lo que Alaska no dudo en entretenerlo con una charla sobre los exámenes que acababan de terminar y sobre la final de Quidditch, donde Hagrid le confesó que esperaba que Gryffindor ganara, pero alabó su modo de jugar.

Una hora después se sobresaltaron cuando alguien llamó a la puerta. Hagrid tardó en contestar creyendo que podría tratarse del director o alguien más; cuando por fin lo hizo, miró a su alrededor; pálido y tembloroso, en busca de la persona que había llamado.

—Somos nosotros —Susurró alguien en la oscuridad—. Llevamos la capa invisible. Si nos dejas pasar; nos la quitaremos.

—No deberían haber venido —Dijo Hagrid, también susurrando—. Ninguno de ustedes.

Pero aun así se hizo a un lado, y ellos entraron. Hagrid cerró la puerta rápidamente y Harry se desprendió de la capa, dejándose a la vista de todos. Hermione y Ron también estaban allí.

—¿Alaska? —Dijo Ron con tono de sorpresa—. También estás aquí.

—Vine a ver a Hagrid, al igual que ustedes.

—Pero ¿cómo saliste del Castillo sin que te vieran? —Cuestiono Hermione, intrigada.

—No tuve que esconderme, el profesor Snape me ha dado permiso para salir.

Hagrid volvió a hacerse presente en la habitación.

—¿Quieren un té? —Invitó Hagrid.

Sus manos enormes temblaban al tomar la tetera.

—¿Dónde está Buckbeak, Hagrid? —Preguntó Ron, vacilante.

—Lo... lo tengo en el exterior —Dijo Hagrid, derramando la leche por la mesa al llenar la jarra—. Está atado en el huerto, junto a las calabazas. Pensé que debía ver los árboles y oler el aire fresco antes de...

A Hagrid le temblaba tanto la mano que la jarra se le cayó y se hizo añicos.

—Yo lo haré, Hagrid. —Le dijo Hermione, levantándose de inmediato para limpiar el suelo.

—Hay otra en el aparador. —Dijo Hagrid sentándose y limpiándose la frente con la manga.

—¿No hay nada que hacer, Hagrid? —Preguntó Harry sentándose a su lado—. Dumbledore...

—Lo ha intentado —Respondió Hagrid—. No puede hacer nada contra una sentencia de la Comisión. Les ha dicho que Buckbeak es inofensivo, pero tienen miedo. Ya saben cómo es Lucius Malfoy... Me imagino que los ha amenazado... Y el verdugo, Macnair, es un viejo amigo suyo. Pero será rápido y limpio, y yo estaré a su lado.

Hagrid tragó saliva. Sus ojos recorrían la cabaña buscando algún retazo de esperanza.

—Dumbledore estará presente. Me ha escrito esta mañana. Dice que quiere estar conmigo. Un gran hombre, Dumbledore...

Hermione, que había estado rebuscando en el aparador de Hagrid, dejó escapar un leve sollozo, que reprimió rápidamente. Se incorporó con la jarra en las manos y esforzándose por contener las lágrimas.

—Nosotros también estaremos contigo, Hagrid. —Comenzó Harry, pero Hagrid negó con la despeinada cabeza.

—Tienen que volver al castillo. Les he dicho que no quería que lo vieran. Y tampoco deberían estar aquí. Si Fudge y Dumbledore te pillan fueran sin
permiso, Harry, te verás en un aprieto.

Por el rostro de Hermione corrían lágrimas silenciosas, pero disimuló ante Hagrid preparando el té. Al agarrar la botella de leche para verter parte de ella en la jarra, dio un grito.

—¡Ron! No... no puedo creerlo. ¡Es Scabbers!

Ron la miró boquiabierto.

—¿Qué dices?

Hermione acercó la jarra a la mesa y la volcó. Con un gritito asustado y desesperado por volver a meterse en el recipiente, Scabbers apareció
correteando por la mesa.

—¡Scabbers! —Exclamó Ron desconcertado—. Scabbers, ¿qué haces aquí?

Agarró a la rata, que forcejeaba por escapar; y la levantó para verla a la luz. Tenía un aspecto horrible. Estaba más delgada, se le había caído mucho pelo, dejándole amplias lagunas, y se retorcía en las manos de Ron, desesperada por escapar.

—No te preocupes, Scabbers —Le decía Ron—. No hay gatos. No hay nada que temer.

De pronto, Hagrid se puso en pie, mirando la ventana fijamente. Su cara, habitualmente rubicunda, se había puesto del color del pergamino.

—Ya vienen...

Alaska se dio rápidamente la vuelta. Por la ventaba podían observar a un grupo de hombres que bajaba por los lejanos escalones de la puerta principal del castillo. Delante iba Albus Dumbledore y a su lado iba Cornelius Fudge. Tras ellos marchaban el viejo y débil miembro de la Comisión y el verdugo Macnair.

—Tienen que irse —Dijo Hagrid al que le temblaba todo el cuerpo—. No deben verlos aquí... Márchense ya.

Ron se metió a Scabbers en el bolsillo y Hermione tomó la capa. Alaska le dio un ultimo abrazo al semigigante, con un sentimiento de culpa por creer no haber hecho lo suficiente para salvar la vida del hipogrifo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro