El Festival de la Diosa de la Muerte

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El trayecto del castillo a Ciudad Zafiro fue silencioso. 

Joanne no emitía ni un sonido, desde que su padre la asignó como aprendiz de lord Langley había estado cada vez más distante. Su hermano Brandon básicamente ni le dirigía la palabra. 

Los tres estaban en el mismo camarote pero nadie decía nada.

—¿Emocionada por el Festival Lunar, Elena? —preguntó Alicent, la esposa de Brandon. 

Elena había olvidado que ella estaba con ellos. La conocía de hace años, tenía el cabello castaño rojizo y los ojos color verde musgo característicos de su Casa, la antigua y orgullosa Casa Gardener, recordaba que poseía una gracia natural y elegante.

—Es lo mismo de cada año: Las mismas obras de teatro, las mismas canciones, los mismos torneos... las mismas tumbas.

—Creo que es un buen momento para celebrar de que estamos vivos, ¿no lo creéis, cariño? —dijo Alicent tratando de crear un ambiente alegre, no la culpaba por intentar pero sin Elys y sin Luna todo se sentía de cierta manera vacío en su interior.

—Sí, sí claro —respondió Brandon, vagamente.

—Sonreíd un poco Joanne, igual vos Elena. Cariño, no estés tan amargado, cuando regresemos al castillo os sacaré una sonrisa

—Por favor, tendréis tiempo de hablar de lo que hacen en la cama cuando lleguen, no tengo tiempo para escuchar esto —respondió Joanne, un poco enfadada.

Escuchó como su hermana se levantó y salió del camarote estrellando la puerta en el proceso. Elena sostuvo con fuerza el ramo de flores de amaranto que tenía entre sus manos, eran las flores favoritas de su madre.

—Iré a ver cómo está Joanne —mencionó Alicent—. Debe ser la sangre de luna lo que la debe tener un poco iracunda. Tienes suerte de que todavía no te ha llegado, Elena. Y supongo que igual extraña un poco la compañía de Trey.

Elena no respondió.

Ahora sólo eran Brandon y ella.

Desde el secuestro de su hermana Brandon había estado más ausente de lo normal. Siempre había sido una persona aburrida y tranquila. Sin ningún interés real en la vida, no era un peleador como Sander o alguien con increíble intelecto como Elys que a su corta edad dominaba a la perfección la lengua común de Castelia y lerassi. 

Era como si él no hubiera nacido con ningún talento digno de ser mostrado y admirado. Casi todo el tiempo se la pasaba encerrado en su habitación por días leyendo día y noche cientos de libros y pergaminos antiguos de la biblioteca. Casi todos eran acerca de los dioses y el origen del mundo, incluso varias veces que logró colarse en su habitación encontró manuscritos con varias palabras raras con símbolos raros. 

Logró reconocer algunas como el oro que tenía a un lado el dibujo de un sol y la plata representada como una luna creciente pero había docenas de otros que en su vida había leído y mucho menos visto.

—Un festival Lunar en honor a la Diosa de la Muerte, que irónico. Cómo si nuestras almas fueran un banquete servido irónicamente en bandejas de plata. Cuanta ironía, ¿no lo creéis? —Brandon rompió el silencio.

—¿Qué dices, hermano? —preguntó Elena.

—No te estaba hablando —respondió con desagrado.

—¿Entonces con quien hablabas? Joanne y Alicent salieron...

—Olvídalo, ¿acaso vuestras institutrices no os han enseñado a no cuestionar a vuestros hermanos y sobre todo a los hombres? Eso te acarreará problemas con tu futuro marido si no te sabéis comportar.

—No solicité tu estúpida opinión.

Escuchó como Brandon se levantaba y se dirigía hacia ella pero al final simplemente salió del camarote y dejó a su hermana ciega en la soledad.

Todo, absolutamente todo parecía sumamente irreal, como si fuera el sueño más profundo del cual no podía despertar. 

Extrañaba desde el fondo de su corazón a su hermano gemelo.

El tiempo pasó hasta que Joanne regresó a por ella.

—Hemos arribado, por favor Elena... —escuchó como su voz le temblaba—. Toma mi mano.

Su hermana mayor la guio todo el trayecto hasta el muelle. Podía oler el fuerte olor a pescado y a humedad, una fría brisa la heló hasta a los huesos pero a pesar del invierno inminente a lo lejos escuchó canciones y música. 

Eso le levantó un poco el ánimo y sonrió ligeramente.

—Los palanquines para los príncipes ya están preparados —escuchó la voz del anciano Sir Duncan.

—Entendido. Su Alteza Real, por favor seguidme para que la lleve a vuestro palanquín —le dijo la voz de Sir Sebastian, su nuevo guardián.

—Creí que iría con mi hermana.

—Pedí especialmente un palanquín solamente para mí, hermanita. Necesito despejar un poco la mente. Espero que comprendas.

—¡Si no quieres estar conmigo sólo dilo! ¡No te escudes con esa falsa cortesía! ¡Sé que soy una carga para ustedes!

—Si es así como piensas, tal vez al final sí eres una carga para la familia —respondió la voz de Brandon.

Nadie dijo absolutamente, nadie la defendió. 

Elys lo hubiera hecho... 

—Sebastian, llevadme a mi palanquín... por favor —susurró al borde de las lágrimas.

—Como ordene, Su Alteza Real.

El palanquín era cómodo como siempre, tenía las mismas almohadas pero no las mismas personas. 

Elena rompió en llanto, extrañaba a Elys, extrañaba a Luna, extrañaba a Sander, extrañaba que Joanne la acompañara y odiaba con todo su ser a Brandon. Lloró en silencio para que nadie de afuera pudiera escucharla, nadie era digno de escuchar su sufrimiento. Una desventaja de tener los ojos blancos como los campos níveos del invierno son que al llorar se enrojecen con la misma facilidad que la nieve después de una cruenta batalla.

Durante el trayecto empezó a recordar los buenos momentos que pasó al lado de su hermano antes de perder la vista. 

El Festival Lunar siempre había sido su favorito, en todas partes del reino se celebraba. Los niños vestían ropajes negros y se pintaban la cara jugando a ser los hijos de la diosa de la muerte, los que ayudan a recolectar las almas de los vivos. Al contrario de muchas culturas que había escuchado o leído la Castelita tenía una gran fascinación por la muerte y un profundo respeto, en cambio en Astagar era repudiada y temida.

De pequeña solía vestir de negro para cada festival lunar junto con su hermano pero esta vez se decidió por un vestido amarillo con adornos rojos. Sería mucho mejor si lo pudiera ver, ya que hace tres años toda su vida se tornó en un profundo y perenne color negro.

El palanquín se detuvo.

Con la manga de su vestido trató de secarse las lágrimas y respirar profundamente para tranquilizarse. 

Tenía que tratar de demostrar compostura.

—Su Alteza Real, hemos llegado —le informó Sir Sebastian.

—Gracias. No lo había notado, pensé que el palanquín se detuvo nada más porque sí —respondió sarcásticamente o al menos eso intentaba.

Sir Sebastian no contestó.

Ninguno de sus hermanos le dirigió la palabra mientras subían las escaleras para ingresar al Templo que se encontraba lleno de gente. La guardia de la ciudad había logrado abrir un pasillo para que pudieran ingresar. Todo el tiempo estuvo sujetada fuertemente al brazo fornido de Sir Sebastian. Alicent hablaba alegremente con Brandon pero éste parecía no corresponderle de la misma manera. En ningún momento escuchó la voz de Joanne, tal vez se debía al fuerte bullicio que había por parte de los plebeyos. Ellos gritaban alabanzas que tanto había escuchado en el pasado que se volvieron monótonas.

Todos ingresaron al templo a excepción de la guardia de la ciudad que se quedó apostada fuera. Dentro de este no había nadie salvo los acólitos. Sir Albert acompañaba a Joanne y Sir Jacob y Sir Emile a Brandon y Alicent. 

Todo era sumamente silencioso.

—¿Están aquí para presentar vuestros respetos, no? —preguntó una voz que no conocía.

—En efecto, ¿dónde está el gordo del sacerdote? —respondió Brandon.

—No se encuentra en este momento, Su Alteza Real. Por favor, seguidme.

Siguieron a aquel hombre hasta las criptas de la familia Crystal. El lugar donde todos los reyes Crystal yacían junto con sus reinas. Conforme más se internaban la atmósfera era cada vez más pesada, el olor a humedad impregnaba todo el lugar y la temperatura descendía gradualmente. 

Creyó escuchar en algunos momentos el musitar de ratas, eso hizo que su piel se erizara.

—Hemos llegado, háganme saber cuándo hayan terminado.

Sir Sebastian acompañó a Elena hasta la tumba de su madre. 

Era la primera vez que la visitaba sin la compañía de su hermano. Eso la entristeció y comenzó a llorar en silencio, extrañaba a Elys, a Luna, a Sander y a su madre. Cada uno de sus hermano a excepción de Nate habían perdido a su madre, eso eran de las pocas cosas que tenían en común.

La madre de Luna y la de Brandon fallecieron al momento del parto. Nunca las conocieron. La madre de Sander y Joanne falleció poco después de dar a luz; y la suya, Lady Marem su vida fue arrebata hace cuatro años por unos bandidos. 

De alguna manera todos estaban conectados más allá de la sangre que corría por sus venas, estaban conectados por el dolor y la falta del tacto materno.

—Hola mamá... Esta vez vine sin Elys, él está en Leras conociendo a su futura esposa. Padre sigue igual de gordo que siempre, últimamente se le ve un poco más cansado... y Luna desapareció, ha sido un duro golpe para todos. Sé que la querías como a una hija, espero que esté bien... y si ya se reunió contigo... por favor, cuida de ella. Cuida de ella, por favor. Guíala en el otro mundo... por favor.

Las lágrimas que caían directamente de su alma, del vacío de su corazón. Con mucha ternura y delicadez dejó el pequeño racimo de flores.

—Llevadme a la tumba de Lady Orea, por favor.

—Entendido, Su Alteza Reañ.

Era la primera vez que la tumba de la madre de Luna no era visitada el día que las almas regresaban al mundo de los mortales y Elena sintió que era su deber rezar una plegaria por el bien del alma de Luna y de su madre.

Cuando terminó su pequeña plegaria dejó el resto de las flores en la tumba de la madre de Luna para que no se sintiera sola, para que recordara que todavía alguien la extrañaba. El pensar de ser olvidada después de la muerte hizo que una singular lágrima recorriera su rostro de porcelana.

—¿Os encontráis bien, Su Alteza Reañ? —preguntó Sir Sebastian algo que era más que evidente.

—Sí, me encuentro bien. ¿Podemos retirarnos? Hace mucho frío aquí abajo.

—A vuestras órdenes.

Sir Sebastian escoltó a Elena junto la compañía de uno de los acólitos de vuelta a la superficie, varias veces estuvo a punto de resbalarse por los fríos y resbaladizos escalones pero por gracia de los dioses eso no sucedió y pudo mantener su compostura. 

Todos volvieron a subirse a sus respectivos palanquines y se dirigieron a la plaza central de la Ciudad Zafiro para poder observar el torneo, más bien, escuchar el torneo. 

Al llegar a la plaza tomaron su lugar en los asientos de honor al lado del asiento del rey, el cual estaba ausente. Las canciones, la música y las conversaciones se podían escuchar por todo la plaza en espera al inicio del torneo, numerosos caballeros y señores se habían reunido al igual que infinidad de plebeyos.

El bardo encargado de cantar especialmente para la familia real recitaba "Dos caballeros y una doncella" cuando su hermano Brandon lo interrumpió para dar inaugurado el torneo.

—Saludos a todos, soy Brandon be Crystal, el Primer Príncipe de Castelia y Segundo en la línea al sucesión de trono. Mi padre, el rey, se encuentra indispuesto el día de hoy por lo tanto daré como inaugurado el Torneo en Honor del Festival Lunar en honor a la diosa Laila. A los competidores les deseo la mejor de la suerte —su voz sonaba diferente, inspiraba respeto y fuerza—. ¡Daremos inicio con nuestro ya tradicional torneo donde guerreros de todo el reino se enfrentarán para demostrar quien es el mejor!

Al terminar esas palabras los vítores se alzaron entre el público.

El torneó inició primero con el de arquería que terminó sumamente rápido, quedando ganador Sir Jonquil Greengrass, el líder de la compañía de arquería "El Corazón de Dios", al servicio de la Casa Pryde.

De ahí siguió el de combate cuerpo a cuerpo, se prolongó mucho tiempo, sobre todo el combate final entre el Noveno, Sir Albert Fox y Sir Ryonel Gladstone quedando como ganador el Noveno Caballero a pesar de su gran masa corporal quedó prácticamente ileso cosa que no sucedió con Sir Ryonel que terminó con el brazo roto por lo que pudo escuchar debido a un fuerte golpe del mazo de batalla de Sir Albert. 

De pequeña disfrutaba mucho los torneos, sobretodo el desfile colorido de blasones y banderas de todo el reino pero desde que perdió la vista la duración de estos se tornaba una aburrida y cruel tortura.

—He aquí el poder de uno de los Trece Caballeros de la Mesa Redonda, lo mejor de lo mejor del reino —exclamó su hermano felicitando a Sir Albert. Los aplausos y vítores se escucharon en todo el lugar  que opacaron los gritos de dolor de Sir Ryonel—. ¡Qué nadie nunca duda de estos magníficos caballeros que con su propia fuerza podrían vencer a un dragón!

No tardó mucho para que las justas comenzaran, Elena se moría de hambre así que ordenó a uno de los criados que se encontraban allí que le trajera algo de comer. Le trajeron pastel de cereza con glaseado y vino tinto para tomar, aunque todavía era joven su padre le dejaba tomar una copa de vez en cuando.

—¡Que empiece la primera justa! —exclamó su hermano.

Las trompetas y tambores sonaron al igual que el grito y los vítores de todos los presentes.

—La primera justa se llevará a cabo entre Sir Corry Dustyn y "El Caballero Estrellado".

El público que comenzaba a murmurar.

—¿Quién es él? —preguntó Elena a Joanne.

—No lo sé, un caballero misterioso que por alguna razón no quiere mostrar su rostro.

—¿Cómo es su blasón?

—Nunca había visto uno similar: un águila bicéfala de sable sobre un campo azul con cinco estrellas doradas, tal vez sea un caballero errante.

Elena se quedó pensativa, en todos sus años atendiendo a torneos esta era la primera vez que escuchaba de un caballero misterioso. Sonaron las trompetas y la justa dio comienzo. 

El indistinguible sonido de las lizas rompiéndose y el acero retumbaron en sus oídos.

—Sir Dustyn venció al caballero misterioso. Parece que lo obligará a quitarse el yelmo, desde un inicio se veía muy débil para ser un caballero y eso se cumplió. Basta con ver que pudo ser derribado a penas en la primera liza —comentó Alicent—. Aunque claro, mejores jinetes han caído por otras cuestiones y factores pero no de una manera tan patética como éste.

La princesa ciega sentía una inmensa curiosidad de saber la identidad del caballero misterioso. 

El público comenzó a reír como si no hubiera un mañana.

—Tiene que ser una broma —murmuró Joanne.

—Esto es bastante hilarante y patético —comentó Alicent al borde de la risa—. Ese chiquillo tratando de jugar a ser caballero, ya veo por qué lo nombraron escudero del Decimotercero.

Elena se estremeció.

«Maldito seas Steven, eres un completo idiota, idiota, idiota, idiota. ¿Cómo se te ocurre hacer semejante estupidez?», pensó Elena y sin titubear llamó al Decimoprimero.

—Sir Sebastian, llevadme con Steven, por favor —ordenó al caballero.

El caballero la acompañó hasta donde estaba Steven, en un instante todo el mundo se calló. 

—¿Estás bien? —preguntó Elena acariciándole suavemente el rostro.

—Sí... Su Alteza, estoy bien —respondió con dificultad, sus palabras se quebraban al igual que su orgullo.

Sir Sebastian ayudó a Steven a levantarse, Sir Corry ya había dejado el lugar para prepararse para su siguiente encuentro.

—Este chico logró anteponerse a las adversidades y hemos aquí observando su valentía. ¡Un aplauso para Steven Silverwing! —exclamó.

Al principio comenzó con un par de palmadas entre la multitud para finalmente convertirse en una ovación.

—Gracias... —susurró el joven escudero con voz quebradisa.

Elena y Steven se dirigieron a la enfermería escoltados por Sir Sebastian para atender las heridas de éste pero un evento inusitado impidió que eso fuera.

—¡El Castillo de Cristal se está incendiando! —gritó una voz.

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