La Encrucijada (Parte 1)

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Los marineros subían y bajaban por los altos mástiles y caminaban por los aparejos para arrear las velas rojas. Abajo los remeros jadeaban y se movían al ritmo unísono del tambor que resonaba por toda la cubierta.

Jerome se encontraba observando todo el espectáculo desde la cubierta. La madera crujía bajo sus pies mientras se inclinaban a babor. La isla conocida como la Encrucijada se encontraba frente a ellos. Con una manzana en mano se abrió paso entre la ajetreada tripulación para acercarse a la proa. En aquella ciudad del pecado se encontraba las respuestas que andaban buscando, con una mano acarició el mascarón de proa con forma de doncella y con la otra mordió la manzana. Su dulce sabor le dio la sensación de un buen augurio. 

El agua salada le respingaba en el rostro, miró al cielo despejado y murmuró una plegaria a los dioses; en especial a Arkos, el Dios de las Tormentas, el cual les había dado su bendición al  tener buen tiempo durante todo el trayecto. Ya llevaban cerca de dos semanas a bordo y sus pies le picaban de lo impacientes que estaban por pisar tierra. 

—¿Admirando la vista, no es así hijo? —le preguntó por sorpresa el capitán de la Viuda del Rey, Nero Nayar, al darle una palmada en el hombro. Un hombre robusto y corto de estatura pero tenía brazos musculosos. Siempre andaba vestido con la misma capa azul raída y remendada. El capitán era una persona a la que Jerome no le gustaría entrometerse. Aunque pareciera relajado y flexible con sólo una mirada toda la tripulación se ponía de pelos de punta y huían despavoridos a cumplir con sus órdenes. Era un hombre de temerse y respetarse—. Aquella vista te deja sin palabras la primera vez que la ves. Recuerdo la primera vez que llegué a la Encrucijada, fue hace tanto tiempo pero el recuerdo sigue fresco en mi mente como el barro húmedo. Tal vez el estar tanto tiempo en el mar hace que el barro dentro de mi cabeza siga mojado... ¿Y qué planean hacer al llegar a la ciudad? No muchas personas viajan de pasajeras a la Encrucijada.

—Supongo que ir a burdel o a una taberna. Él aguardiente que tienen aquí sabe de la mierda y no podrían tener un vino más aguado —se apresuró a comentar mientras daba otro mordisco. 

El capitán soltó una carcajada.

—Tienes toda la razón, hijo —le dio otra palmada en la espalda—. Debemos llegar antes del anochecer. No tiene caso que te quedes en la cubierta —El capitánmiró a su alrededor—. Aquí solamente estorbas.

Tiró el corazón de la fruta el mar y dio media vuelta para dirigirse al camarote que compartía con Sir Charles. 

—Una cosa más, Brune. Hay una taberna en el Muelle de la Doncella llamado La Isla. Habla con el cantinero, es un viejo conocido mío. Él te dará lo que buscas...

Paró en seco. ¿Cómo era posible que el capitán lo supiera? Habían utilizado nombres falsos desde que abordaron la embarcación y trataron de no hablar del secuestro de la princesa y que en verdad eran tres de los Trece Caballeros. 

—...él tiene contacto con varios líderes de compañías mercenarias. Estoy seguro que les puede conseguir un trabajo, un buen guerrero siempre es bienvenido con los brazos abiertos en las compañías —El capitán vio la cara de Jerome y prosiguió—: No son los primeros ni los últimos que deciden autoexiliarse para volverse mercenarios, no quiero preguntar que habrán hecho y no me interesa pero por la prisa que llevaban debió ser algo grave, ¿o me equivoco?

Una extraña paz lo invadió al escuchar tales palabras.

—Lo tomaré en cuenta y no, no se equivoca. Es algo grave.

Entró al camarote con la esperanza de encontrar despierto a Sir Charles pero solamente al abrir la puerta pudo escuchar sus ronquidos. Últimamente era lo único que hacía. Jerome suspiró, se recostó en la litera y pensó en todas las cosas que habían pasado. Tratando de recordar todo lo que había sucedido aquella noche. «Estoy seguro que ninguna persona sospechosa entró en el castillo —pensó—. Taché cada nombre de cada invitado a su entrada y salida. Tal vez hubieran entrado de polizones en los alimentos o escalando las murallas, no, imposible. Cada pensamiento es más estúpido en incoherente que el anterior» La información que había proporcionado uno de los cientos de espías de Lord Mikar daba a entender que la princesa abordó otro barco a un rumbo desconocido. 

El sólo pensar en eso hacía su corazón encoger. Conocía a la princesa básicamente desde que nació ya que estuvo presente el día de su nacimiento. Su padre y el rey que en el aquel entonces todavía un príncipe eran muy buenos amigos. Durante su infancia nunca entendió las razones de su padre para traicionar a su amigo con una guerra que terminó con su propia muerte. No se enteró de la verdad sino hasta años después supo el motivo de la llamada Rebelión de la Torre en el lecho de muerte de su tío. Una tonta razón para llevar a su padre cometer tal locura.

Entre los ronquidos del viejo caballero y el suave vaivén de la nave preparó las pertenencias que llevaba consigo para estar listo para desembarcar, no aguantaría otro día en el mar. Se colocó a Hermana Negra en el cinturón y escondió tres dagas en sus ropajes: Una en cada bota y la otra en un bolsillo oculto en su pantalón. 

«Hay que estar preparado para todo». 

Una vez que tuvo todo listo fue al camarote de John. Durante el tiempo que estuvieron en el navío el pelirrojo raramente abandonaba su celda, solamente lo había visto a la hora de las comidas y una vez en la cubierta observando por la borda el infinito océano azul. 

Tocó tres veces la puerta a la espera que le abriera, no hubo respuesta. Tocó otras tres veces, antes de que tuviera la oportunidad de tocar otra vez la puerta se abrió de golpe. 

Frente a él estaba postrado quien era considerado el caballero más guapo de todo Castelia con ojeras bajo los ojos, el cabello totalmente desaliñado con greñas que ya sobrepasaban las orejas, más pálido que la leche cuajada y con restos de vómito seco en los labios. 

—¿Qué queréis? —preguntó toscamente mientras se limpiaba restos de vómito.

—No me llames por ese título aquí —masculló, empujándole dentro del camarote—. ¿Habéis perdido la cabeza? Tenemos que mantener un perfil bajo. No hace poco creí que nos habían descubierto por un comentario que dijo el capitán. Tenéis que dejar de hablar como un noble. 

—¿Cómo lo acabas de hacer en este momento? —remarcó con una sonrisa burlona—. Que yo recuerde tu eres el noble y yo el campesino.

—El solo hecho de pedir dos camarotes ha llamado mucho la atención entre los tripulantes de esta nave y los he escuchado murmurar así que cuando salgamos de esta nave seremos Eren, Brune y Mint. ¿Entendiste?

—Vale pero a la próxima yo escojo los nombres. ¿No pudiste escoger unos, no lo sé, que sonaran menos falsos? —se mofó el joven. 

Aquellos ojos que parecían piedras preciosas lo hacían ver inocente, no, más estúpido... y misterioso. Dio media vuelta abrió la puerta y suspiró tratando de contenerse para no abofetearlo.

—Arribaremos antes del anochecer, prepara tus cosas —agregó antes de salir.

No logró escuchar su respuesta.

Regresó a donde Sir Charles y lo despertó. Le avisó que llegarían pronto, el viejo caballero le respondió con su típica cortesía pero se notaba claramente que algo le pasaba. Jerome no preguntó por que ya conocía la razón. 

Al salir la situación estaba mucho más tranquila y se sentó encima de un barril donde sabía que no estorbaría. El viento salado rosaba su rostro y el agua marina le pringaba la cara de forma ocasional. Escuchó el graznido de varias aves marinas que sobrevolaban encima de ellos. Él pensaba que no había un ser tan libre en el mundo como el que tenía el don de volar. Miró a babor y obersevó como las palas de los remos con sus coordinados movimientos se hundían en el mar y formaban blanca espuma.

Justo como lo predijo el capitán antes de la caída del ocaso se encontraban en la ciudad llamada La Encrucijada. 

Su tío le había hablado de ella en su niñez. Había sido fundada por refugiados del Imperio Lineo y poco después cayó en manos del Imperio Nirasari, tras su fragmentación logró su independencia y se convirtió en la mayor potencia marítima del mundo conocido, sólo tal vez rivalizando con la castelita que dominaba del Estrecho del Sol en las Puertas de Sangre; pero a pesar de aquello en toda su historia desde su independencia no ha entrado formalmente en ningún conflicto bélico ya que eso afectaría gravemente su economía basada principalmente en el comercio y la venta de esclavos a otras partes del mundo. 

«Encontrar información del paradero de la princesa en un lugar como este es como encontrar una aguja no en un pajar sino en un castillo hecho de éste». 

La entrada a la ciudad era un enorme puente conectado por dos inmensas torres de piedra gris; Jerome advirtió que ambas comenzaban a ser erosionadas por los elementos y que varias enredaderas y percebes se habían adueñado de la base de éstas, aún así no dejaban de ser impresionantes. Al pasar debajo de ésta un coro de cuernos anunciaron su llegada como si fuera la comitiva real. Una vez cruzaron se encontraron con una bahía y en la costa de ésta una hilera de varios puertos puertos, muelles y embarcaciones que se extendían de punta a punta. 

Era exactamente como su tío le había contado. La ciudad tenía dos murallas: La exterior que la conformaba el puente y las dos gigantescas torres y un muro que cubría varios kilómetros de costa al mar y la interior que abarcaba toda la bahía. Hasta los barcos con los mástiles más altos parecían diminutos en comparación de los muros interiores. Ahora ya sabía el porqué la ciudad era considerada inexpugnable.

—Nadie en el mundo conocido puede construir un barco tan rápido como aquellos muchachos—dijo el capitán a sus espaldas. 

Siguió el dedo y divisó a decenas de galeras situadas estáticas a lo ancho de la bahía, otras más amarradas a embarcaderos y otras más dentro de cobertizos con la proa asomándose de ellos. Los cascos de todas y cada una de ellas estaban pintadas del rojo carmesí de la sangre. Esbeltas y majestuosas. 

 —Lástima que tal vez ninguna de ellas logre alguna vez entrar en combate. Es un desperdicio, ¿no lo crees, hijo? —comentó el capitán como si hubiera leído su mente—. Pero el Consejo del Cruce sigue manteniendo la flota por si las moscas. Es una lástima pero al menos podemos gozar de la paz y tranquilidad y gracias a la paz ganarme un par de monedas para mi bolsillo.

—Paz y tranquilidad —repitió John que acababa de salir a cubierta—, son actos de perros que han olvidado como usar sus colmillos. Un pueblo nunca debe bajar la guardia ya que en cualquier momento esa paz y esa tranquilidad puede ser arrebatada por un loco.

—No lo pude haber dicho mejor, hijo —respondió con cierto desprecio como si las palabras de John lo hubieran insultado. 

En eso una gigantesca galera vino a su encuentro. A pesar de la impresión de que era lenta y torpe surcaba las aguas con gracia y elegancia, con su doble hilera de remos cada lado que se movían al compás de los tambores. En su doble mástil sus velas se asomaban eran amarillas y en ellas un grifo se alzaba imponente. 

—Un barco comerciante lerassi, son muy comunes últimamente. Vienen a contratar compañías de mercenarios y a comprar esclavos. 

—Ya veo, ciértamente es una nave impresionante —comentó Jerome, asombrado. 

 —Parece que es el final de nuestro trayecto juntos, caballeros —le dijo a los dos hombres—. Atracaremos en el Muelle Tortuga, allí los aduaneros revisarán las bodegas de la nave. Cojan sus cosas y váyanse. 

—Muchas gracias, Nero Nayar. Agradecemos su servicio.

—¿Es su primera vez en La Encrucijada, no? Les enviaré a uno de mis muchachos para que los guíe pero les costará tres monedas de plata más.

—Que sea una y es un trato —respondió la voz de Sir Charles a las espaldas del capitán.

—Dos.

—Una —corrigió el viejo caballero.

—Cuatro —masculló Nero.

—Una.

—Tres —respondió regresando a su oferta inicial.

—Una.

—Eres un hueso duro de roer, viejo —aceptó el capitán de la Viuda del Rey  a regañadientes. Mordió la moneda para asegurarse de su autenticidad—. Mi hijo los acompañará a la posada más cercana —gruñó, y gritó algo en otro idioma a un niño de no más de doce años—. Taiza los guiará.

El hijo del capitán era todo lo contrario a su padre: enclenque y muy alto para su edad, con una melena arenisca salvaje. El chico había pasado varias noches con Jerome jugando al zatranji. Un juego de estrategia en el que cada jugador comanda a un ejercito de piezas con el fin de derrotar al rey; cada pieza tenía sus propios movimientos predeterminados en la cuadrícula en la que se desarrollaba aquella batalla mental. Todas las veces que Jerome jugó contra aquel niño perdió pero al menos le ganó un par de veces a algunos marineros.

Una vez atracaron el capitán los echó del barco. Siguieron al hijo través de la penumbra del muelle pésimamente iluminado. Los tablones húmedos de madera chirriaban con cada paso que daban. No había ningún alma que los observara. 

—No falta mucho —dijo el chico—. La Puerta de la Sirena no está muy lejos.

Ninguno de los tres hombres respondió.

Al llegar a la Puerta de la Sirena se encontraron a un par de guardias armados con lanzas y con cascos adornados con un penachos.

—Los guardias no les interesa quien entre o quien salga de la ciudad siempre y cuando no te metas con ellos —comentó el hijo del capitán—. Una buena parte de ellos son mercenarios.

—No puedes dejar la seguridad de tu ciudad al servicio de hombres que no poseen ningún tipo de lealtad a ella —le respondió Sir Charles —. Ellos sólo son leales a una cosa: el oro.

—¡Pues que bueno que mi ciudad es la más rica en oro de todo el mundo! 

No hubo ni una respuesta por parte del caballero.

Mientras más recorrían las calles la vida en la ciudad cobraba vida gradualmente. El bullicio de un mercado cercano, los comerciantes y vendedores pregonando y recogiendo sus productos para regresar a sus hogares. En un tenderete vio peces vela, tiburones bebés, sacos de almejas y mejillones. En otro anguilas colgadas; varios vendedores recogían sus cosas para regresar a casa. Jerome nunca había visto tanto bullicio en su vida. El gentío pasaba y en algunas ocasiones ocupaban todo el ancho de la calle; una cantidad gigantesca de personas necesita una cantidad igual de edificios y construcciones. 

La gran mayoría de estos eran muy angostos, construidos de ladrillo y medían cuatro, cinco o hasta seis pisos. Ninguno tenía de paja y casi ninguna construcción de madera como las que abundaban en Castelia incluso en ciudades como Puerto Luna, Séptima o la capital, Ciudad Zafiro.

—¿Qué es aquello? —preguntó John señalando a una estructura de piedra que recorría encima de los edificios apoyada por varios pilares de piedra.

—¿Ah, eso? —respondió el joven, extrañado—. Es simplemente el acueducto de la ciudad que trae agua dulce de los manantiales de la montaña. No se me hace raro que nunca hayan visto uno, en Castelia toda su agua la consiguen de los ríos que recorren en todo el reino, ¿no? Un viejo legado de los dos Imperios.

—Estás en lo correcto —respondió Jerome fascinado por la arquitectura de la ciudad. 

—Aquí los dejo —les dijo sonriente—. No se preocupen por el lenguaje varias personas hablan Castelita o lo mastican. Fue un placer haber jugado contigo Brune, ninguno de los hombres de mi padre me había dado tanta batalla.

—El placer ha sido todo mío, regresa con tu padre antes que oscurezca todavía más —Se estrecharon la mano y Tazai se perdió entre la multitud. 

Los tres caballeros se encontraban frente a una construcción de varios pisos de altura. No había ninguna ventana que diera directamente a la calle.

—¿Qué estamos esperando? Entremos de una vez —protestó John.

Lo primero que se encontraron fue la sala común. 

Había fácilmente unas cuarenta mesas y tres cuartas partes de ellas estaban llenas por marineros, comerciantes, prostitutas, esclavistas y cambistas. Todos de diversas partes del mundo: Lerassi de piel cobriza; pálidos Hemerakis de ojos rasgados, chaparros Tho'itas de aspecto salvaje y piel morena, hombres barbudos y velludos que dedujo que eran corsarios de Vroik y Zin y hombres musculosos de piel aceitunada que debían ser de Roder. Era como tener a todo el mundo en una sola habitación.

 Cada grupo de gente hablada en su propia lengua pero a pesar de la cantidad de personas no pudo distinguir nadie hablando la lengua de Castelia. También percibió que el lugar no solamente era una posada, una fragancia dulzona impregnaba todo el ambiente y por si no era lo suficientemente obvio todas las meseras andaban con los pechos expuestos o con vestidos casi transparentes que no dejaba nada a la imaginación y unas cuantas otras en el vestido que vinieron al mundo. 

Sí, el chico los trajo a un burdel. 

Apenas entraron una chica pelirroja que no pasaba de los dieciséis años y que no vestía nada más que un falda dejando al aire sus pequeños pechos del tamaño de naranjas. «Recuerda tus votos Jerome, recuérdalos. Juraste no procrear un hijo» 

En ese momento las palabras de Sir Albert llegaron a su mente:

 —¡Juré no tomar esposa y no engendrar bastardos pero nunca juré no follar!

«Maldito Albert... No es el momento de pensar en aquello, mantente fiel a tus votos»

Jerome creía que había resistido la llamada lujuriosa pero la erección entre sus piernas decía otra cosa.

La pelirroja le agarró la entrepierna y Jerome la alejó dándole un empujón. Junta a ella la acompañaban dos putas más, un par de gemelas rubias de ojos verdosos. Pasaron de largo tratando de ignorar completamente a las tres muchachitas. El Decimotercero miró de reojo sobre su hombro izquierdo y vio que las gemelas rubias habían sido tomadas por un hombre barbudo y notó que las tres putas tenían un sello marcado en la piel como los caballos. Fue en ese momento que cayó en cuenta que todas las meseras en ese lugar eran esclavas sexuales.

Quitando el hecho que se encontraban en un burdel, el lugar no estaba del todo mal, la sala común estaba muy bien iluminada.  El trío de extranjeros se dirigió a una mesa solitaria alejada del bullicio para poder conversar en tranquilidad pero fueron interrumpidos por cuatro hombres que apenas los vieron se dirigieron a ellos dejando a las mujeres con las que estaban que no tardaron en ser tomadas por otros clientes.  Pregonaban algo en un idioma que ninguno de los tres conocía. 

Sus dedos se deslizaron en la empuñadura de su espada.

—No hablamos Nirasari.

Al ver la cara de desconcierto de los foráneos el que tenía un parche en el ojo se aclaró la garganta y habló: 

—Castelitas. Mi nombre ser Yazahke. Yo ser sargento de Amanecer Rojo —dijo el hombre del parche en un castelita algo masticado.

—No estamos interesados —interrumpió Charles al mercenario y trató de abrirse paso a través de ellos pero los hombres se interpusieron en su camino.

—¿Qué más hacer en el Cruce si usted ser no comerciante?

—Somos viajeros —respondió secamente John—. No tenemos tiempo para ustedes.

—Misma mentira yo encontrar de cada "viajero". Delitos del ayer no importar en el hoy. Joven del cabello de fuego. ¿Qué decir de unir a Amanecer Rojo? Cuando antes de tener la edad del anciano todo tu tener: mujeres, oro y gloria. Ser más rico que cualquier señor o rey de Castelia. Basta con que tener los huevos necesarios para tomar lo que querer.

El trío de Castelia hizo a un lado a los mercenarios y fue a sentarse a la mesa más alejada de todo el bullicio, de las putas y de los mercenarios de "Amanecer Rojo". Al ver que los ignoraron completamente les insultaron y gritaron, no sería un problema ya que lo hacían en otro idioma pero gracias al escándalo que ocasionaron las miradas se voltearon hacia ellos. 

Los tres hombres se colocaron las capuchas de sus para tapar sus rostros. 

—¿Y ahora qué? —preguntó refunfuñando John—.  Ya estamos en la Encrucijada, ¿ahora como encontraremos a alguien que sepa cual condenado barco abordó la princesa? ¿Vieron la cantidad de embarcaciones que había? ¡Será imposible saber cual de todos esos barcos tomó! ¡Y eso fue hace casi un mes!

Trató rató de no replicar ante el comentario. Hasta él sabía que encontrarla era básicamente imposible. Sir Charles que tenía sus manos juntas frente a su rostro, su expresión denotaba angustia. El estrés de todo los acontecimientos recientes lo habían envejecido drásticamente.

—Aunque me cueste admitirlo el pelirrojo tiene razón. No podemos ir preguntando a todas las personas en la calle si no han visto a una mujer albina. Además ninguno de los tres habla el idioma.

Sir Charles se levantó de la mesa, tomó las maletas de los tres y se dirigió con el hombre que estaba en la barra, parecía ser el dueño de la posada. En lo que el Segundo se fue dos prostitutas más se acercaron a los dos caballeros. Jerome con un gesto y  mirada seria le indicó a la negra que se fuera en cambio la que coqueteaba con John era mucho más melosa y no tomaba un no como respuesta. El pelirrojo estaba sumamente sonrojado, era claro que nunca había estado con una mujer antes. 

—Pobre chica, heriste sus sentimientos —se burló Jerome—. Quien sabe que le dijiste para que huyera despavorida con tanta prisa. ¿Acaso la amenazaste con alguna daga? Eso es caer bajo.

  —Cá...cállate.

—¿Alguna vez estuviste con una mujer? Recuerdo que la primera vez que tomé a una, fue cuando tenía unos trece años, tomé la virginidad de la hija del herrero de Torreblanca, creo que ella era un poco mayor que yo, si mal no recuerdo, pero lo que todavía está fresco en mi memoria es que ella tenía unos pezones tan pequeños y rosados, aún siento todavía su dulce sabor en mi lengua de vez en cuando. Eso sí, después que lo hicimos se obsesionó conmigo, creía que nos íbamos a casar, que la tomaría como esposa y toda esa fantasía de cuentos de hadas. Cuando le conté a mi tío me dijo que era normal que cuando un hombre toma la virginidad de una mujer ésta se enamore profundamente.

El pelirrojo de ojos dispares no contestó.

—Tomaré tu silencio como un no. ¿Cuántos años tenías cuando te nombraron el Decimosegundo? —preguntó haciéndose el loco.

—Trece...

—¡Trece! ¡Trece y con votos de castidad! Me sorprende que todavía no los hayas roto tomando en cuenta como te hierve la sangre a esa edad y con la cantidad de criadas y doncellas que mojaban sus calzones allá en Castelia con solamente verte —Jerome soltó una carcajada. 

—Eso nada más muestra lo comprometido que estoy con cumplir mis votos —Se llevó el puño derecho al pecho, a la altura del corazón—. Volverme el Decimosegundo Caballero cambió completamente mi vida.

—Como la de todos que alguna vez portaron con orgullo ese puesto... para bien o para mal—recalcó.

—¿Qué esperabas con pedirle al rey un puesto en su guardia real cuando era conocimiento público que los Doce ya estaban ocupados?

—El honor quizás, tal vez en el fondo yo no quería recuperar el honor de mi Casa si no ganar mi propio honor y reputación por mi mismo. Además cuando me nombraron mi primo Asniel todavía seguía vivo. Él sería el que hubiera continuado la Casa Whitetower pero el muy idiota murió siendo pateado por un caballo que trataba de domar, nunca fue muy listo.

—Y poco tiempo después que murió el rey nombró a tu hermana baronesa. A veces el rey ha llegado a ser cruel.

—No lo culpo, como tu me dijiste aquella noche... «Los pecados del padre pasan al hijo»

Antes que John pudiera responder Sir Charles asentó en la mesa dos jarras de cerveza negra y una llave, derramando un poco de la bebida en el proceso.

—Esta es la llave de la habitación. Se encuentra en el cuarto piso, tercera puerta a la izquierda.

—¿Sólo una llave? —preguntó John con mirada de disgusto. Sir Charles ni siquiera le respondió. Nunca había visto al Segundo de esa manera en los tres años que había estado sirviendo al rey junto a él.

—Iré a ver a un viejo conocido que tal vez nos pueda ayudar una vez que le haya explicado toda la situación si es que sigue vivo. La última vez que lo vi estaba hecho un desastre... En fin, no me esperen despiertos, llegaré al alba y con suerte con buenas noticias.

—¿¡Quién es esa persona!? ¿¡Y por qué no supimos de su existencia hasta ahora!? —gritó el Decimosegundo exigiendo respuestas.

—No lo consideré necesario. Bueno, me voy —respondió como si no fuera la gran cosa.

Jerome suspiró y dio un sorbo a le bebida. Eraespesa y burbujeante, justo como le encantaba y le dio un trago más profundo.

—Maldito viejo, nunca me dice nada. Siempre guardándome secretos y pensé que confiaba en mi, por eso me ofrecí a ayudarlo —murmuraba el pelirrojo.

—¿Dijiste algo? —preguntó, fingiendo que no lo había escuchado.

—Nada que sea de tu incumbencia.

—Oye, si vamos a tratar de rescatar a la princesa no debe haber secretos entre nosotros. Estoy igual de enojado con Charles que tú pero enojarnos no ayudará nada. Así que si tienes algo que decir soy todo oídos —Bebió el resto de su cerveza y justo cuando iba a pedir otra la pelirroja de la entrada le trajo otro cuerno de inmediato. Desde que llegaron no les había quitado el ojo de encima. 

La chica a su lado y le sujetó el brazo. Jerome le dio un trago profundo a su cerveza. De pronto una gran sed invadió su garganta, bebió otra trago profundo pero la sed no se iba. Pidió otra cerveza a una mesera que pasaba y en menos de un tris se la trajo. Bebió otro trago profundo pero la sequedad de su garganta no se iba. 

Trató de levantarse pero de pronto se sintió mareado y la prostituta pelirroja lo hizo sentarse de inmediato, mientras le acariciaba el cabello con una mano y la barba creciente con la otra. Comenzaba a sentir un tremendo calor, como si la sangre de su cuerpo fuera fuego puro, incandescente y salvaje. 

—¿Son de Castelia o estoy equivocada caballeros? —preguntó la chica con voz seductora. Jerome sentía como su hombría se endurecía en sus pantalones—. No muchas personas de Castelia vienen a estos lugares, ¿sabes? Pero de entre todos tu eres el más guapo que he visto y es que llevo trabajando aquí desde los trece.

—Sí,  somos de Castelia. Mi nombre es Brune, él es mi compañero Mint —respondió dando otra trago a su bebida, tenía mucha sed

Sir John por el otro lado estaba siendo igualmente acosado por la esclava melosa de nuevo. El chico no se iba a otro lado por que no tenía a donde ir.

—Brune... es un bonito nombre, lástima que no sea el verdadero. No me mires con esa cara cariño, no eres el primero ni el último que utiliza un nombre falso... Eso significa que tienes algo que esconder... —La chica comenzaba a acariciarle la pierna y a besarle el cuello. Jerome no podía alejarle así como así. Sería raro y llamaría mucho la atención que entraran a un burdel y no tomaran los "servicios" y si hacía que se fuera con brusquedad y la lastimaba se metería en problemas con el amo de la chica por lastimar su propiedad—. ¿Qué cosa habrás hecho, chico malo?

—No me has dicho tu nombre —dijo en lo que terminaba el cuerno de cerveza. 

Hacía semanas que no tomaba algo tan bueno. Pero no importaba que tan bueno estuviera el brebaje la sed no abandonaba su boca. Su cuerpo pedía a tragos algo de agua pero cada vez que pedía agua le traían otra bebida completamente diferente, como si no entendieran lo que decía.

—Mis clientes y mi amo me llaman Arena, aunque claro, ese no es mi verdadero nombre... Aunque por el precio adecuado puedo ser quien tu quieras —Su voz era como un tierno ronroneo, hipnótico e irreal—. ¿Por qué te resistes tanto? ¿No me digas que prefieres los muchachitos? No te preocupes, mi amo tiene a unos cuantos sólo hay que esperar que los desocupen.

—No... no es por eso —respondió incómodo por la pregunta. ¿Qué degenerado tendría sexo con otro hombre? 

«Solamente alguien enfermo haría eso» 

—¿O acaso no soy lo suficientemente joven para ti? Una de las más pequeñas te costará más, ¿sabes? Son mucho más gritonas pero sumisas.

Jerome no aguantó más y la besó mientras estrujaba sus pechos. Sus lenguas se fundieron. La boca le sabía a miel y a especias y su piel olía a flores y perfumes. Con la otra mano que tenía libre le agarró con fuerza las nalgas. Eran tan suaves y firmes. Cuando se separaron un poco de saliva le escurría por la comisura de sus labios. En eso otra "mesera" les trajo otro par de cervezas. 

Ambos las tomaron gustosos. 

Poco tiempo después se disculpó y fue a la parte trasera del establecimiento para orinar, una vez dentro cogió a la pelirroja que lo esperaba pacientemente en la mesa.  Durante el trayecto de las escaleras varios pensamientos corrían por su mente. Una parte de él no quería romper sus votos en cambio la erección entre sus piernas decía otra cosa. Hacía más de tres años que no compartía lecho con una mujer. Además John había desaparecido, no había nadie quien él conociera que pudiera reprenderlo por romper su voto de castidad.

Una vez en la habitación comenzaron a besarse aunque torpemente y su boca ahora sabía a cerveza de la que tomaron juntos y ya no olía a flores sino a sal y agua marina. Con dedos ágiles comenzó a desvestirla, tenía más ropajes de los que recordaba. Ella hacía lo mismo, los dedos con que desató los lazos de sus ropas eran diestros y hábiles.

Una vez los dos desnudos Arena con timidez todo lo contrario a como había sido hace rato succionó su hombría. Lo hacía demasiado torpe para ser una prostituta y en más de una ocasión le clavó un diente pero no se quejó. Cuando terminó ella escupió la semilla al piso y Jerome ya con la visión borrosa le acarició el cuello y su rostro y con ternura la cargó y la tendió en la cama. Mirándola a los ojos la penetró. En un principio fue difícil, era demasiado estrecha y lo recibió con gemidos de dolor que pronto se transformaron en placer. No había necesidad de que fingiera ser doncella pero lo hacía tan bien que no le importaba. Con ternura le besaba sus pequeños pechos y acariciaba su suave piel.  

Siguieron así hasta que Jerome perdió la conciencia.

Los rayos del sol lo despertaron. Sentía que le habían clavado cientos de agujas en su cara, contrabajo podía abrir los ojos. Los recuerdos de la noche pasada se le hacían completamente borrosos y confusos, no recordaba nada con precisión. En el momento que recuperó la vista y pudo ponerse de pie comenzó a vestirse. La cabeza le dolía. Era como si se hubiera caído de un caballo. Mientras se abrochaba la camisa miró de reojo a Arena, se encontraba de espaldas a él pero podía admirar su mata rojiza de cabello y su blanca espalda con cientos de pecas que la adornaban como si fuera una pintura. Buscó su monedero entre la ropa tirada en el suelo y sacó un par de monedas de plata para pagarle por sus servicios y unos peniques por las bebidas.

Una vez con las monedas en su mano fue a despertarla para que se fuera. No quería que John ni Sir Charles vieran que estuvo con una prostituta. Cuando le quitó el cabello del rostro Jerome dejó caer las monedas que tintinearon al tocar el suelo.

 «No, no puede ser, no puede ser, no puede ser, no puede ser. Tengo que estar soñando, estoy seguro que era ella... era ella...».

Arena no era la que se encontraba en su cama... Cuando abrió los ojos sus peores sospechosas se confirmaron. Nadie en el mundo tenía el ojo izquierdo verde como la esmeralda y el derecho azul como el zafiro.

—John... —murmuró Jerome, asqueado por lo que había hecho.  



















Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro