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Tewkesbury observaba sereno como Elizabeth y su madre tomaban el té. Apenas pudo sorber un poco de su taza esa mañana pensando en Enola y la punzada de dolor que le causó verla tan acongojada y al borde de las lágrimas. Era duro, porque en su posición no sabía cómo actuar. Hacía mucho tiempo que ninguno tenía contacto directo e ir a su casa había sido un gran desacierto.

Debería de estar enfadado; tal y como le dijo, debería odiarla, y no por el hecho de terminar lo que estaba apenas iniciando entre ambos, menos sin decir palabra (lo cual, de por sí, fue un golpe bajo); sino por abandonar su amistad, dando por sentado que él la olvidaría. Enola, en ocasiones, no parecía pensar en nadie más que en sí misma. Si no la conociera, afirmaría que es una egoísta y una arrogante. Pues para mala suerte de ella, o quizá también suya, estaba en su cabeza todo el maldito tiempo; se preguntaba qué hacía, cómo se vería, con quién estaría, la imaginaba riendo, hablando demasiado y en absoluto silencio. Era algo preocupante bajo esas circunstancias, no podía solo no importarle.

Pasaron días de su visita improvisada y recordaba a Enola muy claramente; no parecía tener fuerzas ni para iniciar una corta e irónica conversación y, en parte, fue culpa suya. No debió invadir su privacidad como lo hizo. ¿Cuándo se había vuelto tan indiscreto? Y sobre todo, tan frío con su trato.

—¿James? ¿Escuchaste lo que Lady Elizabeth acaba de decir?— Caroline parpadeó en su dirección.

Tewkesbury bien conocía las artimañas de su madre, siempre fingiendo no notar las cosas cuando en realidad, en su mente, estaba pensando mil formas distintas de abordarlo para que confiese y luego regañarlo por su comportamiento, al igual que su tío cuando solía visitarlos. No se tragaba sus excusas, era buena en eso de los interrogatorios; pero él ya no era un niño y no tenía que darle explicaciones si así no lo quería. Podía guardar sus pensamientos sobre Enola para él sin hacer partícipe a su madre; de lo contrario, ella actuaría. No necesitaba su insistencia a esas alturas.

Él se quedó en blanco, no enhebraba algo coherente que responder, porque era probable que se pusiera a hablar del clima cuando Beth hablaba del... « ¿De qué carajo hablaba?»

Se sintió un desconsiderado y mal educado.

Aclaró su garganta para que su madre lo sacara del apuro en el que ella misma lo metió, continuando con la conversación.

—Sobre...

—Sobre las desapariciones en Whitechapel—dijo ella, con más seriedad que hace un rato, en efecto muy molesta; aunque muy convincente, cómo si en algún momento le hubiese seguido el hilo—¿Tenías conocimiento de ello?

Lo primero que vino a su cabeza fue «No» Lo segundo, « ¿Cómo Elizabeth lo sabía?» Y lo tercero y no menos importante, «Enola lo sabía». Esa era una afirmación segura, pero centrándose en la pregunta del momento, negó.

Su mirada confundida buscó los ojos inocentes de Beth, quien se dedicó a evitarlo; parecía avergonzada, bebiendo de su té. Era posible que creyera que no le importaba en lo más mínimo lo que decía.

En parte, fue así por un momento. Luego, Tewkesbury se sintió terrible por ello. Preocupado buscó su mano libre; acariciándola de un modo protector y se acercó a ella con interés.

—No tenía idea... Pero, ¿Cómo te has enterado? ¿Estabas allí? ¿Estabas sola?

—No, no. Por dios, es un alivio que no. Jamás pondría un pie en ese lugar...Solo me lo contaron. Mi tío tiene prestamistas en esa zona. Me comentó hace poco. Es algo alarmante, pero las pocas personas que han logrado dar testimonio, dicen que se trata de mujeres de mal vivir; acompañantes nocturnas.

—Dios ampare sus almas—susurró Caroline, llevándose la taza de té a los labios—. ¿Pero qué esperaban? Es el destino para personas como ellas. No es más que... Gente de la peor clase. — soltó con desdén.

—Quizá no fue la manera correcta, pero quién haya sido, hizo un favor a la sociedad. No es bueno que mujeres así se vean en las calles; seduciendo a los hombres, disolviendo hogares, y las enfermedades...

Él soltó la mano de Elizabeth con disimulo, fingiendo acomodar su corbata. Guardó silencio sopesando las actitudes de ambas mujeres; bien conocía que su madre se empeñaba en ser desdeñosa y mal intencionada si así lo quería. Elizabeth era un mundo diferente en apariencia, pero al final, recibió la misma crianza. Ninguna podía hablar del mundo si nunca había salido de su burbuja, no podrían conocer la necesidad de los demás si no eran capaces de colocarse en sus zapatos. Justificaban su indiferencia con delicadeza y buena posición social.

La actitud de Tewkesbury tomó un giro inesperado, sintió amargura por sus comentarios y una fuerte decepción por su poca sensibilidad.

—Hay mucha gente que padece a diario, gente con muchas necesidades en ese lugar y en muchos otros aquí en Londres.

—Ellos eligieron vivir de ese modo, querido. Quizá no padecerían tanto si no tuvieran tantos hijos. Quizá, si hubieran pensado en su futuro...

—Madre—soltó admirado—, oye lo que dices. Suena como si no te importara.

—No puedes culparme por nacer con privilegios, James. Tú tampoco puedes compadecerte de personas que desearon ese modo de vida. Personas que se dedican a las profesiones más bajas, si así se les puede llamar. No esperan ser ayudados, ni tampoco esperan cambiar. Era cuestión de suerte que acabaran así, no se lo deseo a nadie; pero ¿Qué esperaban viviendo en las calles como animales?

—Su madre tiene razón, mi Lord. No todos necesitan de la buena voluntad de personas de bien. No la merecen...

—No puedo creerlo...—susurró enfadado.

—¡Querido, ya quita esa cara! No nos amarguemos pensando en eso, mañana es la celebración por tú cumpleaños. Lady Elizabeth me comentaba estar muy emocionada. ¿Por qué no nos animamos un poco? Hablemos de los preparativos.

—No, no me apetece en este momento. Ruego me disculpen, en especial usted, Lady Elizabeth. Madre...Saldré un rato.

—¿A dónde irás?

—Necesito tomar algo de aire.

—¡Perfecto! Tal vez quieras llevar a Lady Elizabeth para que conozca los jardines.

—No es allí a dónde me dirijo precisamente—ignoró la mirada de advertencia de su madre sin inmutarse—, pero tú los conoces igual de bien. Siempre puedes darle un recorrido.

Se sintió un verdadero patán con ambas, pero participaría en ese grupo que juzgaba a la gente, creyéndose perfectos y estando tan carentes de empatía.

No se molestó en tomar su sombrero. Lady Elizabeth vio como salía furioso del salón de té y tenía el presentimiento de que se dejó llevar por lo fácil que era seguirle el ritmo a Lady Caroline. Sin embargo, no era la primera vez que lo notaba así de tenso o perdido en sus cavilaciones. Lord Tewkesbury, la mayoría del tiempo, estaba como ausente. Era un tipo educado y reservado. Quizá se debía a la presión sobre él; joven, apuesto, un cargo muy importante estando en la cámara de lores. Era el blanco excelente de cualquier dama casadera.

Parecía que las tardes soleadas no lo acompañarían, cuando Tewkesbury pisó la acera notó lo sombrías que se veían las calles de Londres. Le hizo un gesto al cochero para que se alejara, no necesitaba que lo esperara y menos quería que supiera a dónde se dirigía. Se dijo que no tenía un rumbo específico, aunque parar cerca de Whitechapel no era, de seguro, ninguna coincidencia.

Caminó por las calles adoquinadas y maltrechas, notando las miradas curiosas y despectivas, algunas lascivas...

Rechazó a un vendedor charlatán con un gesto de la mano, mismo que escupió palabras con desdén:

—¿Qué podría conseguir alguien como usted por aquí? Llegará muerto al caer la noche.— rió como si se tratara de una broma.

Él se limitó a no seguirle la corriente, sin importar cuánta razón podría tener. Bien pudo haberle respondido que sabía defenderse con algo de jiu jitsu...Cosa irónica, se la enseñó Enola.

Para su suerte halló a un muchacho más allá, casi de su mismo porte, vestido decente; pantalones limpios y sin arrugas, camisa y chaleco, también un gorro gris que le sentaba bien. Tewkesbury lo escaneó de pie junto a un buzón. Se acercó sin miedo, contemplando la idea y rogando porque saliera bien. «Total, ¿Qué podría ir peor?»

—Te doy cinco peniques a cambio de tu ropa.

—¿Disculpe?—el muchacho dejó caer su puro al suelo y lo miró con confusión en su rostro lleno de pecas.

Tenía buen semblante y se notaba que no era de ahí. De hecho, tenía un ligero acento marcado. Podría afirmar que no tenían la misma edad, era posible que estuviese tratando con un muchacho de diecisiete años.

Quiso reír por ser esa su primera aventura solo, después de un tiempo.

—Necesito tu atuendo y te daré el mío a cambio más cinco peniques, si no haces preguntas serán seis.

Los ojos azules del inocente muchacho lo miraron con una pizca de desconfianza; pero eran seis peniques bienvenidos, sin importar qué.

—De acuerdo, hay una posada por aquí.

Él le dio una media sonrisa y le entregó el dinero, sin más.

—Un placer hacer negocios con usted.

Lo guió al baño de un viejo salón con mesas apolilladas, Tewkesbury sacó las pertenencias de valor como el reloj, los pasadores y la bolsa con dinero. Agradecía que no hubiese mucha gente merodeando o que les prestaran atención. Al salir, metió las manos a los bolsillos y caminó con la cabeza baja, solo mirando a los lados. Había niños llorando en las esquinas; lo más seguro era que tuvieran hambre, las pobres mujeres apenas podían alimentarlos estando casi en los huesos con una palidez fantasmal, llevando la ropa sucia o raída.

Comenzó a encontrar botellas de alcohol conforme se iba acercando a un amplio callejón con casas antiguas y de fachadas descoloridas; casi en la esquina de Brick Lane y Thawl Street . Le sorprendió hallar un sitio, el único con las puertas abiertas a esa hora, "The Friying Pan", donde solo hombres podrían entrar. Tewkesbury frunció el ceño con intriga y sin ser desidioso, se aventuró.

—Buenas tardes, caballero—el joven asintió en respuesta cuando el hombre mayor y de sonrisa amarillenta se presentó bajando el sombrero—, para servirle. ¿Viene por el show? ¿O prefiere otros servicios?— hizo la segunda pregunta como si estuvieran compartiendo un secreto. Tewkesbury no era un hombre de mundo, o de un modo más resumido, no tenía experiencia alguna en burdeles a diferencia de los hombres que conformaban su círculo, muy pocos y no tan discretos.

A pesar de eso respondió movido por la curiosidad. « ¿Con qué fin? Esa era una buena pregunta».

—Solo disfrutaré del Show, Gracias.

El hombre extendió la mano, esperando las propinas. Tewkesbury no se molestó en soltar un par de peniques. Suponía que eso esperaba. Erróneamente, soltó dos.

—Si se anima a otro tipo de servicios, ellas estarán encantadas de atenderlo...Solo son cinco peniques, pero por ser usted tan amable, puedo reducirle el precio a solo tres.

—Le haré saber.

Siguió con toda la confianza, notando a muchos hombres en sus propios asuntos, fumando un puro o bebiendo como si no existiera un mañana. Horrorizado y asombrado buscaba un lugar donde sentarse mientras las mujeres se acercaban en prendas más ligeras, algunas sin nada en la parte superior; misma razón por la que sus mejillas se enrojecían y desviaba la mirada en reiteradas ocasiones. Pidió un vaso de ginebra, siendo lo único que había ahí.

Cuando el tipo de la barra le dijo que eran solo tres peniques, él comparó con el precio de un vaso de ginebra con la oferta del hombre en la entrada. « ¿Tan poco era el valor que le daban a una mujer a cambio de su honor?»

No se atrevió a dar un sorbo; jugando con el vaso entre sus dedos. Notaba, además, que era muy joven entre otros asistentes. Comenzó a perder el interés de la razón por la que escapó de casa y su dolor de cabeza; Enola Holmes, convirtiéndolos en un tema muy aparte. En ese instante, si era más específico, estaba rogando por no hallar a nadie conocido. El show ya había dado inicio y estaba una fila de mujeres con un vestuario corto y llamativo bailando coordinadas. En un descuido, se fijó en el extremo izquierdo del escenario y sin poder creerlo se dio cuenta de algo lamentable.

—¿Sarah?—susurró estupefacto. «¿Qué demonios hacía allí?» Supuso que buscar trabajo en una situación como la de ella era complejo, pero no al grado de...Prostituirse sonaba como algo terrible, pero era triste. Saber que mujeres jóvenes y bellas no tenían más opción que vivir de sí mismas para poder llevar algo a sus hogares.

Pero Sarah era una mujer inteligente, no solo se valía por su belleza. Tuvo la oportunidad de platicar con ella antes siendo Cicely.

El show terminó, y tan pronto como eso sucedió, corrió con el hombre de la entrada otra vez.

—La quiero a ella.—dijo sin rodeos, apuntando a Sarah, de espaldas a ambos.

—Oh, no, no...Claire no está en el negocio. Escuche, la pobrecita quiere ser actriz, tiene talento y entretiene al público, es nueva...Los clientes que puede observar llevan aquí un buen tiempo, conocen la mercancía y saben que chicas no pueden tocar. Tiene a su disposición a otras muchachas, más jóvenes, más lindas...

—No me interesan otras chicas, quiero esta. Le daré una libra si tenemos un trato. —Tewkesbury notó el brillo en los ojos de aquel viejo usurero, no le sirvió que entrara en el papel del pobre hombre indignado y preocupado.

—No lo sé, mi señor...Trataré de convencerla.

—Quiero un sí. Es una mujer, ¿No? ¿Qué tanto le importa?— sonó frío e insensible, él mismo se estremeció por el poco tacto que empleó en su demanda.

—Está usted en lo cierto—tomó la libra que posaba afrente a él, arrancándola de entre los dedos del joven—. Acompáñeme.

Lo siguió hasta el pequeño cuarto al que llamaban camerino, no cabían ni tres chicas y el resto formaba fila tras la puerta.

—No todas son aspirantes a actrices, la mayoría solo son putas que trabajan por, con lo mucho, seis peniques. Si es que tienen suerte.

Tewkesbury tragó pesado.

—Y...¿Nadie aquí ha pensado en otras formas de...ganarse la vida?

—Como se nota que es un poco ingenuo, mi señor—se burló, ganándose las risas de algunas mujeres indiscretas que escuchaban la conversación—. Aquí no es tan fácil ganarse la vida. ¡Claire Smith!— llamó una vez que logró abrir la puerta, Sarah salió de allí cohibida y vestida aún con su atuendo de colores brillantes. Desconcertada miró al hombre y luego su boca se abrió con sorpresa cuando chocó con los ojos oscuros de quien lo acompañaba.

—Lord Tewkesbury.— parecía que no emitió ruido alguno por el murmullo tan bajo que salió de sus labios.

El hombre tiró de su brazo para llevarla a un rincón con Tewkesbury pisándole los talones.

—Más te vale tratar bien a este cliente y no negarte, pagaron muy bien por ti.

—¡Oiga! pare la plática y déjenos solos, solo dígame en donde está la habitación.

Lo que en verdad quería decir era que no la tratara de ese modo, pero tanto Sarah como él mismo estaban aún bajo un trance por lo extraño del asunto.

La persona que identificó como dueño del bar los condujo a uno de los cuartos en el fondo, era lo más privado que podrían encontrar. Se quedaron solos después de cerrada la puerta y no encontraron más que una cama a medio arreglar y una lámpara.

Tewkesbury notó a Sarah temblar y se acercó con cuidado, regresando a su expresión compasiva y quitándose el abrigo para colocárselo en los hombros. Sarah dio un paso atrás, pero él negó en respuesta, no intentaría nada.

—Tranquila.

—¡¿Qué hace aquí?! ¡¿Por qué así?!

—Sarah, no es mi intención asustarla, no quiero nada de usted. Me ha sorprendido en realidad haberla encontrado en un lugar como este, si está buscando trabajo...Yo podría ayudar. ¿Pero esto? ¿Es por lo que sucedió en la fábrica Lyon?

—Lord Tewkesbury—suspiró con alivio y cerró los ojos—, santo Dios, yo...creí que...No importa. Estoy bien, es algo temporal. Estoy encubierta.—apenas balbuceó en voz baja.

—¡¿Encubierta?!

—Baje la voz, se lo ruego—abrió los ojos alarmada—. Es solo por unos días hasta que vuelva a haber otra alerta por asesinato...Se está tornando peligroso al caer la noche, el caso se ha complicado con dos víctimas; lo único que he podido averiguar al respecto es que a esta última la llamaban Poppy. Enola quiso hacerlo en algún momento por su cuenta, pero no se lo recomendé bajo ningún medio, así que acepté ayudar; conozco la zona, ella, al igual que usted son extraños aquí.

—Tarde—Tewkesbury tomó asiento en el borde de la cama y la miró a los ojos, preocupado el triple desde que mencionó el nombre de Enola—, ahora necesito saber más al respecto. ¿Cómo es eso de que Enola quiso hacerlo? No entiendo.

—Sabe cómo es, cuando algo le entra en la cabeza es...

—Imposible sacarlo. Sí, lo sé de primera mano. Pero ninguna de las dos debería estar aquí.

—Estoy acostumbrada a esto. Enola, por otro lado, es intrépida. Si lo hiciera, no tendría de qué preocuparse—tomó asiento junto a él y colocó una mano en su hombro, dejando una palmada suave—. Sabe lo que hace, es detective; es muy buena en su trabajo.

—Lo es. Solo no estaba enterado de nada. Me siento un completo ignorante.

—Son amigos, tal vez no se lo dijo porque no quería preocuparlo. ¿Cómo terminó en este lugar?

—Necesitaba salir de casa—pasó una mano por su cabello; sintiendo la fatiga de dos días sin dormir atacar su cuerpo—, acabé aquí...Ni idea de cómo, supe que hay zonas de la ciudad donde no todo va en orden y si nadie toma precauciones, entonces eso me corresponde. Con gusto lo hago, pero ha sido una realidad muy dura y distinta. Enola...me mencionó algo ligeramente la última vez que conversamos. Ella y yo no hemos tenido la oportunidad en un largo tiempo; años, para ser más exacto.

—No tenía idea—su semblante decayó, entristecida por ambos—. Enola es una buena chica, la mayor parte del tiempo suele tomar decisiones con la cabeza y olvida que tiene un lado sensible como cualquier otra persona; pero para con ella misma. Hace a un lado sus sentimientos con mucha facilidad...Pero no creo que lo haya sacado de su vida sin esfuerzo. La última vez que los vi pensé que ustedes...

—Para nada. Ella fue clara cuando se alejó.

—Tenía miedo. Es normal. Alguna vez estuve en su lugar. Admitió que le gusta, ese ya es un gran paso.

—Quizá fue muy rápido—bajó la cabeza, apenado—. Con todo lo que está sucediendo, no puedo evitar no pensar y preocuparme...La invité a mi celebración de cumpleaños, sin embargo creo que será solo un intento fallido. No esperaba más que verla, Sarah, incluso eso es extraño. Estaba tan molesto, aún lo estoy; pero olvidar es difícil. Conocí a una joven, Lady Elizabeth, y ella es fantástica, ¿Sabe?

Sarah asintió, conociendo bien lo que era no poder abrir las puertas de su corazón por segunda vez, menos con otra persona.

—No se trata de forzar las oportunidades, se trata de tomarlas cuando estés listo.

—No lo sabrás si no encuentras a la persona correcta.

—¿Qué pasa si la encontré, pero ella no es para mí?

—Lord Tewkesbury, un dicho de mi madre solía ser: Si algo es para ti, va a volver de mil formas distintas; si no lo hace, entonces es mejor dejarlo ir. El universo a veces actúa de un modo que no logramos entender; nos quita cosas y también nos las da. No lo hace todo más fácil, eso depende de uno mismo. Tal vez, antes de desistir, debería conocer lo que ella siente.

—¿Cómo? Atravesar sus capas es tan complicado como cortar el mármol. Ni siquiera sé si estoy preparado para descubrirlo ahora. Lo que quiero no importa si no me encuentro capaz para hacerlo realidad.

—Ella es una mujer inteligente, usted también, y sabe a la perfección que un caso; el que sea, siempre será importante. Tiene en sus manos algo de gran magnitud, ¿Qué mejor que ayudar?

—Detesta que me entrometa.

—¿Y cuándo no lo ha hecho?—sonrió.

—Parece sencillo...pero estoy tan molesto, me he alejado tanto de ella, justo como quiso. A vece miro atrás y son dos personas distintas.

—Piénselo...y si cree que es mejor extender sus miras a otras opciones, entonces hágalo, pero con la certeza de que no quiere a mi amiga en su corazón. Tampoco permitiré que sufra.

—Le aseguro, Sarah, no más que yo— Tewkesbury se colocó en pie y sacó de su bolsillo dos libras para extendérselas—. Por favor, cuídese. Sabe que no tiene que hacer esto si no quiere, sé que ayuda a Enola, pero no me gustaría saber que alguien más...ya sabe.—miró a su alrededor con obviedad.

—No—negó, agitando la cabeza reiteradas veces, causando que su cabello rojo fluyera sobre sus hombros y contra sus mejillas rojas por el maquillaje—, no puedo aceptarlo. Es demasiado dinero. Es más de lo que gano en un mes.

—Es por eso que se lo doy, le estoy pagando por...permitirme un momento de su tiempo.

—Dios...—los ojos se le volvieron acuosos por la emoción y al mismo tiempo sintió ligera vergüenza—, con esto Bessie y yo podemos costearnos un mejor lugar para vivir y tendríamos para comer un mes.

—Lo merece más que al tipo que me permitió verla. Gracias por informarme sobre el caso y, de todos modos, si desea un trabajo más ameno, quizá podamos acordar horarios. Sé que no es muy buena con los remedios y la botánica. Casualidad, supongo, me gusta también.

—Lo tendré en cuenta.

—Hasta pronto, Sarah.

Lord Tewkesbury abandonó el lugar como si le fuera habitual, no se molestó en hacer un solo gesto al dueño del lugar. Ya tenía lo necesario, información, y aunque no era tan vasta como esperaba, le servía. Enola seguía siendo un enigma; el problema era que no sabía si estaba dispuesto a tratar de resolverlo, había dudas flotando en su mente, pero una cosa era clara, iría a verla a su oficina.

Una mano en su antebrazo lo detuvo con fuerza al cruzar la acera, y cuando volteó notó la mirada acerada de Sherlock; quien parecía entre el enfado y la intriga.

—¿Sherlock Holmes..?— asombrado como la primera vez, pero sosteniendo su mirada con la misma determinación.

—Tewkesbury... Debo admitir que no esperaba que fueras tú la persona que vería llegar a ese lugar.

—No comprendo de qué hablas.— frunció el ceño.

—No te hagas el desentendido conmigo, Tewkesbury. ¿Un burdel? ¿Con Sarah Chapman? Si no supiera que mi hermana está detrás de esto, lo tomaría muy mal. Pero sé que Enola no se ha comunicado contigo en un tiempo, ¿Qué demonios hacías ahí?

—Podría hacerte la misma pregunta, ¿Me estabas espiando?

Sherlock lo soltó, el joven se había armado de valor o tenía una seguridad envidiable. El detective pensó en lo primero, conociendo sus antecedentes. Lucía más seguro de sí mismo que cuando era el joven delgado, tímido e inocente.

—No a ti, a Sarah. Al parecer ella y mi hermana se traen algo entre manos, es un caso confidencial; seguro entiendes. Pero no es por eso que te seguí.

—No estuve ahí por lo que puedes suponer, tampoco estoy en la obligación de darte explicaciones; pero solo porque te respeto, Sherlock, diré que tuve que salir de casa. Me dirigí hasta aquí porque necesitaba conocer esta realidad con mis propios ojos y si quieres saber más, habla con Sarah Chapman. De seguro ella podría, quizá, darte respuestas. Pero no creo que a Enola le agrade esa idea.

Sherlock no podía imaginar que en algún momento, Tewkesbury escuchó su conversación en casa de su madre. No podía imaginar que hubiese podido entrar por la jodida ventana.

El hombre asintió, poco convencido; pero iría a por Sarah Chapman. L esperaría al acabar su turno.

—Te estaré vigilando, Tewkesbury.

El Marqués de Basilweather sentía una profunda admiración por Sherlock Holmes, pero luego de oírlo en casa de Enola antes de presentarse esa noche, decidió que no podía tenerlo en un pedestal.

Continuó sin despedirse y se dirigió a la oficina de Enola. Todavía recordaba donde quedaba. Subió al último piso y allí, no para su casualidad, encontró a Edith y sus reclutas. Podía pasarlas de largo, pero en su lugar sonrió y alzó la mano en saludo. Todo parecía tan casual, como si fuera algo de todos los días. Debía de ser raro para ella, había pasado más de un año cuando Tewkesbury sintió que solo fue ayer cuando iba caminando nervioso con campanillas en sus manos y Sherlock abría la puerta. Y allí, tras el marco, se encontraba Enola. Bella y rebelde, negándose a toda propuesta.

Ni siquiera escuchó el saludo de Edith o se percató de las miradas curiosas de las mujeres que estaban allí. Por primera vez en mucho tiempo, sintió los mismos nervios que le hacían sudar las manos y le escarapelaban el cuerpo.

Podía verla a través del cristal leyendo el diario; una y otra vez cuando de seguro ya lo había leído antes, buscando notas de su madre como si fueran a aparecer en un mensaje oculto.

Era inevitable no pensar que Enola no era el ser más fascinante a sus ojos, aun cuando debería tener otros intereses, aun cuando debería realmente alejarla de sus pensamientos. Estaba por completo fuera de sus manos.

Abrió la puerta sin siquiera tocar, tomándola por sorpresa por segunda vez; exaltándola y logrando que bajara los pies del escritorio y que cerrara el diario de golpe.

—Tienes que dejar de invadir mi espacio de esta manera, aparecerte así no es apropiado.— Enola apenas había encontrado un puñado de palabras coherentes. Se podía apreciar la estupefacción en su mirada.

Tewkesbury la admiraba tan inocente, como si fuera un día cualquiera y cayera ahí a modo de visita; Enola fingiría que no lo esperaba, cuando en realidad ha pasado toda la hora observando a la puerta y él habría tardado por no saber escoger un nuevo ramo de flores para ella...

—Solo fueron dos veces, relájate. No hay necesidad de ponerse tensos.— giró a medias para cerrar las persianas; logrando que el lugar se viera mucho menos iluminado.

Enola sintió un escalofrío recorrerle la espalda, le temblaba el cuerpo solo de pensar en estar a solas con él y los recuerdes de aquella noche cuando se coló en su casa no la habían dejado en paz. Se fijó bien en su apariencia « ¿Dónde rayos estaba su ropa? No venía vestido como...bueno, como Lord Tewkesbury marqués de Basilweather» Su cabello estaba algo más desordenado y su ropa era más informal. Lo único que conocía era esa sonrisa ladeada; estaba divertido por algo, pero sus ojos no expresaban lo mismo.

No dejaba de verlo estaba mirando de pies a cabeza y Tewkesbury era consciente de ello a pesar de la ligera oscuridad.

—No me relajo nada, tendré a Edith sobre mí interrogándome toda la noche.—advirtió entre dientes.

—¿Te preocupa?

—Me molesta de sobremanera, gracias por preguntar.— apretó los labios en un intento de sonrisa cargada de sarcasmo. 

—Tranquila, no hay nada de lo que debas preocuparse a menos que pienses que en realidad sucedería algo...Entonces, tal vez, si tendrías mucho que explicar. Para tu suerte, Enola, yo dudo que algo así llegue a pasar. 

Las mejillas de Enola se tornaron rojas en cuanto él guiñó con toda confianza. Detestaba que eso pasara, no había perdido una pizca de su personalidad coqueta y esa sonrisa arrebatadora que odiaba; porque odiaba que la dejara en ese estado, como alejada de la maldita realidad.

—Te has convertido en un ser despreciable.

—¿Por qué te pongo nerviosa?— tomó asiento en la silla libre junto a su escritorio.

—Y porque te tomas atribuciones que no deberías.

—Entonces no niegas lo que digo— apuntó con el índice y burlándose sin penas—. Pero no te exaltes, solo soy un caballero, no me aprovecharía de la situación aún si tuviera muchas ganas de hacerlo. 

—¡¿Qué situación, idiota?! ¡Aquí no está pasando nada! ¡Y claro que lo niego! Me parece descortés llegar sin avisar y que además interrumpas mi paz de ese modo.

—Te alteras demasiado.

—Tú te relajas demasiado—suspiró, mirándolo desde su posición a brazos cruzados junto a la puerta—. ¿Emocionado por verme, mi Lord? He notado el cambio particular desde hace un par de días cuando se apareció en mi casa sin mi consentimiento; podría jurar que no estaba muy contento de verme en aquel parque la otra vez.—también reprochó con altanería.

Tewkesbury no perdió detalle de su delicada barbilla alzada y como fruncía sus labios aparentando estar enfadada. Ella seguía sus movimientos cuando él se inclinó hacia adelante para observarla más a detalle.

—De hecho, a mí me pareció mucho más curioso haberte hallado en el mismo banco, en el mismo lugar, a la misma hora como aquella vez que confesaste estarme vigilando con esa patética excusa de que exista algún peligro cerca.

—El tono irónico no te queda bien. —entrecerró los ojos.

—A ti no se te da mentirme.

—¿Has venido a amargar mi tarde, James?—fue capaz de pronunciar sin mostrar una sola emoción en su rostro, misma técnica que Tewkesbury decidió usar a su favor.

La situación de pronto tomó un matiz distinto; más pesado y menos divertido para él. Notó las hojas esparcidas sobre el escritorio, los libros apilados en el mueble cerca de la ventana en completo desorden y tazas de té por todos lados; incluso halló una bajo su asiento.

—A saber cómo estás, Enola Holmes. Ya que has sido tan cordial que no me ha llegado ninguna carta haciéndomelo saber en un tiempo. 

—No creí que te importara.

—Hay algo llamado consideración.—dijo con seriedad. 

—Tú no hiciste lo mismo tampoco, señor moral.

— ¿Ah,no? Recuerdo algunas flores, cartas...Quizá no fueron suficiente para tí, pero  tienes el diario, creo que la gente habla de mí lo suficiente para mantenerte informada.

—¡Ja!.. No me interesa, Tewkesbury. Aunque creí que tenías a la prensa bajo control. ¿Tú?¿En verdad te sientes bien con eso?

Eso lo dejó pasmado. «¿Qué con él? Nada en absoluto, su opinión de acuerdo a lo que decidiera publicarse o no, se volvía nula, lo sabía. Se lo había dicho de mil maneras y había intentado de todo para que no fuera así; pero sin resultado. ¿Acaso a Enola le podría interesar como se sentía con eso cuando ni siquiera le interesó cuando se lo escribió en una de sus cartas?»

La vio observar por la persiana y luego alejarse con rapidez. De seguro Edith seguía espiando o escuchando, por lo que ella  se aproximó y tomó de su brazo; arrastrándolo hacia el otro extremo de su oficina sin medir su distancia.

«Tal vez olvidó esa charla sobre espacio personal» Pensó él.

—Aquí está bien, gracias—Tewkesbury respondió—. Sobre lo otro, supongo que no hay más remedio que acoplarme a todo aquello que decidan contar sobre mí. Las personas que me importan saben cómo soy. Estoy con ellas todo el tiempo, a diferencia del resto de la ciudad...

Enola no quiso suponer que ella era parte del resto, solo pudo atinar a ser lo más indiferente posible. Falló. 

—Claro, como Lady Elizabeth. ¿Cómo está ella? Por cierto. ¿Ya planeaste como pedirle matrimonio?

—Todavía no—contestó a la pregunta con la pura intención de alterarla—, pero lo he pensado hacer durante la celebración de mi cumpleaños. ¿Qué opinas?

Eso la descolocó. «¿Acaso la estaba retando?» Para Tewkesbury podría ser muy simpático decirlo, no importaba si carecía de ánimo su tono. Para Enola fue el detonante que cesó el ritmo en su corazón; en su enmarañada cabeza no paraba de reprocharse si lo que oyó fue claro y en vez de solo preguntar, prefirió actuar por acto reflejo. Su mano no fue a parar suave sobre la mejilla del Lord, por el contrario, fue una estruendosa bofetada que dejó su palma ardiendo y causó que sus ojos se cristalizaran por el enojo.

Tewkesbury, lejos de alterarse, respiró hondo. «Bien, lo merecía por imbécil, ¿Pero cómo no iba a notar que estaba jugando? ¡Por Dios, se supone que lo conocía bien! Hablar de compromiso era un tema serio, demasiado.No se lo soltaría tan a la ligera si es que por alguna circunstancia llegase a suceder» «Pero no jugó cuando le pidió que se casaran años atrás mientras charlaban bajo la sombra de un árbol... de una forma deliberada, espontánea y real. En su mente así era, no le importaba si ella reía y declinaba con diplomacia para luego besar su mejilla».

La miró y notó por como respiraba que su pulso volvió a recuperar el ritmo, asustada por su propia reacción; en silencio, pero ardiendo de ira, tristeza e impotencia. Él mismo se encontraba desconcertado, molesto e irritado; pero a la vez encantado por la pasión que Enola reflejó en sus ojos.

Se acercó despacio hasta reducir la distancia entre sus cuerpos; atrayéndola por el mentón con algo de brusquedad, dejando que la piel tersa rozara la aspereza de sus manos, que sus respiraciones pesadas se mezclaran y fue imposible no mirar sus labios y desearlos con cada partícula de su ser. Enola dejó que sus propias pestañas acariciaran sus pómulos con pesar, no quería verlo. Estaba bajo un trance que lo hacía actuar de un modo irracional donde la única certeza que tenía era que seguía queriendo a Enola sin importar el tiempo de por medio. Tenía una voluntad demasiado frágil. O, a lo mejor, solo era frágil cuando se trataba de ella. 

—¿Q-qué haces?— balbuceó la joven. 

Tewkesbury sintió el labio inferior de ella temblar bajo el toque atrevido de su pulgar; el cuál fue decayendo poco a poco. Colocó con cuidado un rizo rebelde tras su oreja; rozándola con cuidado, disparando el calor en su vientre hasta que se sintiera insoportable. Enola lo miró a los ojos, notando como estos estaban oscuros. Nunca se había sentido tan abrumada y deseperada por el contacto masculino; era un hecho que no lo esperaba del marqués.

—No tengo idea—confesó sin vergüenza alguna—, pero créeme que no estaba en mis planes.

Sin embargo, le gustaba. Tewkesbury estaba embelesado con sus reacciones y quería descubrir qué más podría lograr rozando aquí y allá.

—Por supuesto que no—quiso alejarse, pero él la tenía atrapada justo contra la pared, sin salida, y sus fuerzas se perdieron en cuanto el toque de su mano izquierda fue a parar a su cintura; aferrándose a esta con firmeza. Enola se preguntó a qué se debía ese magnetismo que la obligaba a desear más de él. Era su fin, si es que no le esperaba uno peor—. No creo que a Lady Elizabeth le entusiasme la idea de casarse sabiendo que su futuro prometido está sin un chaperón encerrado en una oficina a punto de...—se cortó, formándose un nudo en su garganta.

—¿A punto de qué, Enola? ¿De que te besara?—susurró cerca de sus labios. Lo haría solo para demostrar que por primera vez podía tener el control de sus sentimientos, aunque supiera muy bien que ella todavía podía tenerlo rondando alrededor de su mano. 

—Estás cobrando tu venganza, ¿Verdad? Es eso...— chilló cuando su espalda tocó el muro tras de ella. 

—No soy rencoroso, no debería serlo; pero a veces pensar me es inevitable, temo decir.

—Un gran problema para ti, seguramente.

—Más de lo que crees— su pecho subía y bajaba al mismo ritmo que el de él, no le fue difícil fijarse en su cuello elegante y el escote sutil de su vestido—, pero si es igual para mí, entonces también lo es para ti, ¿No es cierto?

Enola no soportó un segundo más sin notar que estaba ardiendo,  hizo uso de toda su resistencia para poner distancia entre ambos; dejando a Tewkesbury en ese rincón mientras ella buscaba un maldito pañuelo. Lo último que quería era acabar llorando frente a él otra vez, pero dadas las circunstancias...

—No te he visto en casi tres jodidos años, así debió quedarse. Tú siguiendo tu camino con esa mujer hacia el altar y ejerciendo tu título. No conmigo, no yo. Tenemos planes muy diferentes, Tewkesbury. No iba a arruinar eso. No deberías estar aquí, no me mires como si  quisieras algo más, porque sabes que no es lo adecuado.

Para él fue inevitable no soltar una risa amarga. 

—¿Para mí o para tí? Porque siempre has tenido esta idea errónea de que puedes decidir, controlar y disponer por los demás; pero no en mí sentimientos. Yo estaba dispuesto a dejarlo, Enola. No quería a nadie ni a nada más que a tí.

—Mírate, eres...malditamente perfecto. Todo el mundo te adora, todo el mundo te quiere, todas esas...mujeres desearían estar contigo. Solo tienes que elegir la opción más atractiva y ya está. No puedes culparme por tomar el camino correcto...

—Me importaba un carajo, pero a tí no te importó mandar lo nuestro a la basura— se quitó el chaleco, comenzando a ahogarse dentro de ese lugar. Enola lo dejó tomar aire, estaba realmente decepcionado, enfadado...Era complicado verlo así y lo peor es que estaba en lo cierto. Para su sorpresa cambió el tema—. Vine hasta aquí porque estoy casi tan preocupado como tu hermano, encontré a Sarah en un club para caballeros.Complicado de explicar pero, ¿Por qué no me mencionaste lo de los asesinatos?

—¡¿Club de caballeros?!— soltó sin terminar de asimilar sus palabras, siendo lo único que se le quedó en mente. Abrió los ojos de par en par como si fuera irreconocible e inconcebible la idea de que él frecuentara ese tipo de sitios de mala muerte, tanto que olvidó el detalle de su hermano. No podía imaginarlo rodeado de tantas mujeres esperando algo más que dinero. ¡Porque, vamos! Él era apuesto, por desgracia— ¡¿Qué rayos, Tewkesbury?! ¡¿Un burdel?!¡Maldita sea! — tuvo la intención de golpearlo otra vez.

Él pudo soltar una carcajada por el hecho de que Enola estuviera tan alterada y furiosa; más su experiencia con ello lo obligó a reaccionar distinto. Ya pasó por algo similar y ella nunca escuchaba. 

—Te dije que era complicado de explicar—colocó ambas manos sobre sus hombros, ocasionando en ella un colapso al notar el efecto relajante que tenía en su cuerpo; controlándola, apoderándose de su sentir—, pero tiene que ver mucho con lo que dijiste ese día en tu casa. Lo de no conocer otras realidades no es más que la verdad. Necesitaba saber a qué te referías con ello, no basta con huir sin rumbo. Personas necesitan de nuestro apoyo. Ver a Sarah me desconcertó.

—¿Hablaste con ella?— preguntó con preocupación y él negó. Solo así, Enola respiró con alivio—. Es por los asesinatos, no he podido dar con una sola identidad. Es en verdad frustrante e indignante que nadie sea capaz de reconocer a dos mujeres del barrio. O peor, que nadie sepa reconocer que la vida de las personas es valiosa, que no por su modo de llevarla merecen no ser respetados. Es un modo trágico de morir.— comentó angustiada.

—Podría ayudar, si me lo permites.

—¡No! Prefiero tus narices fuera de esto.

—¿Qué te preocupa? Trabajamos en otros casos antes.

—Y casi mueres. — le quiso espetar, pero fue mesurada. Antes, lo primero que apareció en su cabeza fue la sensación de estar a punto de perderlo.

Tewkesbury la recordaba acariciando su cabeza, deslizando los dedos por entre su cabello oscuro, paseando por los bordes de su mandíbula, viendo sus ojos con alivio, volviéndolo a besar en el interior del taxi ; recordaba sus labios como si los acabara de probar, su movimiento suave, su sabor dulce, lo ligeros que se sentían y la adrenalina que lo consumía como la pólvora antes de explotar. La recordaba tomando su mano con seguridad y recostando su cabeza contra su pecho; envolviéndose con su calor cuando él pasaba una mano sobre su cintura y la atraía más cerca si podía.

—Creí que había nacido para pelear. — bromeó, arrancándole una sonrisa muy a su pesar.

—No veo la manera en cómo podrías.

—Porque tengo algo que tú no.

—¿Y eso es?

—Una coartada. Ven mañana a mi celebración y sabrás de lo que hablo.

—No gracias, paso.— se retiró, pensando en tener que soportar a la educada señorita Elizabeth sobre él. «Incómodo».

—He invitado a los cargos más importantes de aquí; médicos, empresarios...Personas con poder y un alto grado de estudios. Enola, piensa que uno de ellos podría ser tu objetivo, no solo un par de cargos importantes, tendrías a la nobleza a tu merced.

—Muy atento de tu parte, pero prefiero ir sola en esto.— no pasaría por la vergüenza de decirle algo sobre su supuesto compromiso con Lady Elizabeth. Sería humillante.

Tewkesbury lo sabía, sabía a plenitud que ella no diría una palabra de lo que en verdad quería decir porque tenía la barra del orgullo demasiado alta.

Humillante era para él tener la certeza de que si ella diera el mínimo indicio de interés, dejaría todo con tal de estar a su lado.

Asintió, sin remedio.

—La oferta sigue en pie, por si cambias de opinión.

Tomó su chaleco y ella supo que estaba a punto de retirarse, así que lo detuvo antes de que abriera la puerta; tomando su mano y sintiendo a través de ello como se tensaba otra vez.

—Tewkesbury, espera—se acercó, se inclinó hacia él buscando el lugar donde le había pegado para acariciarlo con infinita ternura y evidente bochorno. Enola perdió la mirada en sus labios, los cuales permanecían aguardando sin que ella lo supiera. Él podría tomar las riendas de ese asunto  otra vez si quisiera; excepto que no se atrevió—. Que tengas un feliz cumpleaños, bobo. No lo había dicho en un buen tiempo...

«Sonaba igual de bien».

Para sorpresa de Enola, él contra todo pronóstico, pasando por encima de sus propios parámetros, tomó su mano para besarla con devoción.

Ella no podía hacerse a la idea de cómo él era capaz de besarle la mano con tanto fervor cuando estaba en su mira proponerle matrimonio a Lady Elizabeth. 

«Jodido infierno, sonaba terrible».

Lo revivió como aquel instante cuando él regresó a casa, decidido a ocupar su puesto en la cámara de lores. Admirada de lo que ningún hombre había hecho nunca con ella; hacerla parecer valiosa, frágil y perfecta.

—Es difícil odiarte todo el tiempo, Enola.

—Yo nunca lo hice, mi Lord.

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Holaaaa. Antes que nada, disculparme si hay errores ortográficos; otro día sin dormir y seguro no lo noté jjj. Segundo, este cap lo quise hacer de la perspectiva de Tewkesbury. Si bien no se habló de cuando salió de la habitación Enola más adelante. Por último, y no menos importante, Jack el destripador. Oh sí, es el misterio de esta trama que me va perfecto con los tiempos; por si hay alguna Poppy Nichols que reconozcan de por ahí. Los hechos fueron ocurridos en agosto pero bueh, es un fic.

Dato: descubrí un par de desgracias historicas en el día de mi cumpleaños y hasta ahora nada bueno. ¿Estará maldito el agosto 31?
Nos leemos!!!

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