Capítulo 24. Y así fue como nos quedamos sin ideas

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Nuestro plan era sencillo: ayudar a Ancor y hacer que nuestras vidas fueran lo menos miserable posible. Lo que nos faltaba era el resto de partes clave para que un plan sea un plan, y lo que teníamos tampoco estaba yendo como la seda.

Así que fui a ver a mi familia. Necesitaba hablar con alguien que comprendiera lo que sentía, aunque fuera solo un poco.

Mientras me adentraba al bosque de Raímat más allá del primer pueblo, con sus hojas de tono rojizo, me pregunté qué iba a decir y cuál sería su respuesta. Aunque no pudiera contar con exactitud lo que ocurría, me servía con ser escuchada.

Dejé atrás el bosque y me monté en una balsa para llegar a la pequeña isleta. Había algo menos de neblina que de costumbre.

Pensé que vería a mi madre dibujando en el salón. Pero estaba vacío, así que me adentré en el diminuto pasillo para buscarla. A quien me encontré, sin embargo, sentado en uno de los viejos sillones de cuero de su despacho, fue a mi padre.

Leía frente al fuego con una copa de vino, y recordé las tardes de mi infancia en las que me unía con algún cuento infantil. Él los leía con voz suave, el resto del mundo en silencio, y muchas veces terminamos durmiendo hasta la hora de la cena.

Di tres toques en el marco de la entrada, con timidez. Tal y como hacía antes.

―Os habéis dejado la puerta entreabierta.

Él se sorprendió primero, luego me miró con una sonrisa. Se había dejado crecer la barba, y comenzaban a notarse unas prominentes entradas en su pelo.

―Alyssa, cariño. No sabía que vendrías.

―Ha sido un poco repentino, ¿no?

―No importa. Me alegra verte otra vez. Estás más flaca, niña. ¿Has comido bien? ¿Vas a quedarte?

Dudé en responder. Él leyó mi silencio y asintió.

―Lo siento ―dije.

―Ven, siéntate a mi lado. Antes recibí la visita de tu gato ¿sabes? Ha sido una grata sorpresa, como un augurio de que te vería pronto. ¿Cómo se llamaba?

―... Galletita.

Dejé cierta distancia entre nosotros. El calor que desprendía la chimenea me acarició la piel, y el olor a vino tinto e incienso me llenó de aún más recuerdos. Al final, decidí acercarme para observar el libro que sostenía.

Nada que el oro evite ―leyó él―. Contra lo que pueda parecer, es pura ficción. Me lo regaló tu madre.

No respondí.

―Aún te quiere ―susurró―. A pesar de que no habléis.

―Si me quisiera, me hubiera apoyado.

―Créeme, Alyssa, cuando te digo que reza por ti cada noche.

Me tragué aquellas palabras y las guardé en el fondo de mi estómago. Pensé en digerirlas a la hora de dormir.

―Hija ―llamó mi padre―. ¿Hay algo que me quieras contar?

―No lo sé. Bueno, claro. Pero no sé por dónde empezar.

―Por el principio.

―Vaya. Está bien. ¿Cómo conociste a mamá?

Miró al techo mientras esbozaba una de esas sonrisas, cuando te viene a la mente una anécdota que atesoras con el alma, pues habían llegado a acariciarse en su momento.

―Aunque no lo creas, fue ella quien dio el primer paso al escaparse de casa. Era la primera vez en su vida que salía de esta isla, así que no tardó mucho en perderse por el bosque. En aquella época, yo ayudaba a encontrar los ingredientes para el restaurante de mi padre, tu abuelo ―suspiró―. Qué tiempos ―dijo―. La encontré llorando a mares y la guie hasta el sendero correcto. Me declaro culpable de todo lo que ocurrió a partir de ahí.

Yo también sonreí.

―Aquel día no llevé una cesta llena de setas, pero sin saberlo había comenzado la mejor época de mi vida.

―¿A pesar de lo malo?

―No voy a mentirte, no fue un camino lleno de rosas. Los del pueblo hicieron lo imposible por separarnos, igual que tu abuela. En parte lo entiendo, tu abuela tenía miedo y los del pueblo tenían que enfrentarse a su propia burbuja. Pero el daño ya estaba hecho cuando aprendieron la lección. Los dos sufrimos mucho ―Me miró―. Pero valió la pena. No les quedó de otra que pasar página y dejarnos hacer lo nuestro. Quizá comprendieron que no le hacíamos daño a nadie.

―Pero ahora estás aquí. Atrapado, de todas formas. ¿No te arrepientes?

―No estoy atrapado, Alyssa. Puedo salir cuando yo quiera. Y he decidido que mi felicidad se encuentra entre el huerto y mi familia —rio. Era cierto, siempre le habían apasionado cultivar y la cocina.

Miré de nuevo el libro. Agaché la vista. La alfombra tenía los colores desgastados por el paso del tiempo.

―¿Por qué no me acepta, entonces?

―Quizás aún tiene que sanar algunas heridas ―respondió―. Pero ¿sabes qué? Si tú eres feliz trabajando en el castillo, que así sea.

―Me han despedido ―confesé―. Me acusaron de robar unas joyas.

―¿Y lo hiciste?

―¡Claro que no!

―Claro que no. ¿Qué pruebas tienen?

―Me vieron en la escena, pero yo trataba de atrapar al verdadero culpable.

Volví a pensar en Shadow. En su sonrisa. Apreté los puños sobre mi regazo.

―Ya veo ―Mi padre asintió―. ¿Piensas apelar?

―No estoy segura.

―Mereces algo mejor que ese trato, hija.

―No lo sé. Era lo único por lo que luchaba. Ni siquiera hice amigos, aunque estuve rodeada de gente. Pero extraño a mis compañeros.

―Seguro que eran personas maravillosas. Vale la pena ser querido, aunque a veces uno no se quiera a sí mismo. Aunque pienses que no te lo mereces, o que no es para ti.

Por algún motivo, lo que me vino a la mente cobró vida propia. Salió por mis labios sin pedir permiso, y a día de hoy aún no me perdono por crear aquellas expectativas.

―Ojalá pudiera enseñarte en quién me he transformado. Sé que estarías orgulloso.

Pero entonces lo pensé dos veces. ¿Lo estaría? ¿Lo estaba yo, siquiera?

―Querida. Has sido mi mayor fuente de orgullo desde que naciste.

Pues sí que lo estaba, sí. Vaya.

Me ofreció una copa de vino. La rechacé con un gesto de mano.

—¿Sabes? —dijo—. A veces estoy a punto de prepararme para entrenar y luego me acuerdo de que hace años que eso terminó. Por un momento, se me olvida que hace tiempo que me superaste.

Apoyé la cabeza en su hombro. Me llegó un aroma a frutos del bosque y vino.

—Pero no me entristece —continuó—. Aunque a veces note tu ausencia, es un recuerdo de que alcanzaste tu objetivo. Has llegado tan lejos...

—Vas a hacerme llorar.

Él volvió a reírse.

―Conmigo puedes, ya lo sabes.

—¿Y si quiero probar algo nuevo?

—¿Qué te lo impide, aparte del miedo que noto en tu voz?

—¿La ley?

—... Sé más específica.

—Solo quiero ver algo nuevo ―dije―. Algo que aquí no me puedan ofrecer. Es decir. Me gustaría conocer el mundo.

—Pues coge un barco, y rema lo más rápido que puedas.

No estaba segura. Por algo estaba prohibido salir de Kafyra. Incluso si remaba lo suficientemente fuerte, ¿hacia dónde debía ir? ¿Qué me esperaría ahí fuera, además de la incertidumbre y el peligro?

Pero aquí no solo tenía de eso. También tenía gente buscando mi cabeza, un viejo lanzando maldiciones, y una asesina como compañera de viajes. Aunque mi padre no sabía la mitad de eso, sabía lo suficiente para entender que algo en mí necesitaba más.

A cada aventura en la que me sumergía, mayor era la sensación de que tenía todo muy visto.

Sin embargo, la respuesta de mi padre me infundió cierta confianza. En el fondo prefería detenerme, pero era consciente de lo infeliz que era una vez me sentía atrapada.

No es que le gustara la idea de que mi vida estuviera en peligro (a mí tampoco me hacía gracia). Seguramente él también rezaba junto a mi madre. Pero es que, por el otro lado, también detestaba la idea de que viviera una historia larga y desdichada. Además, si ya me buscaban para arrestarme ¿qué clase de futuro me aguardaba en las islas?

Me rodeó con un brazo, y encontré comodidad en su hombro.

—¿Alyssa?

Giré en el último escalón, antes de entrar al botecito para regresar al sendero del bosque. El cielo comenzaba a teñirse de un naranja intenso, y las copas de los árboles me esperaban teñidas de melosidad, aguardando un frío cruel.

Mi padre me observaba con cierto remordimiento.

—No quiero que te pase nada malo ―dijo.

—Lo sé.

—Pero que nada te detenga, tampoco. Siempre estaré aquí si algo sale mal. Siempre estaré a tu lado —Dudó un poco—. Y... —Desvío la mirada— Te quiero, hija. Abrígate al volver.

—Yo también te quiero, papá. Nos vemos pronto. 

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