Capítulo 27. Una grieta por la que mirar

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―Podríamos estar viviendo en un sueño.

Alcé la vista desde mi asiento. Shadow se balanceaba en un columpio improvisado entre los árboles.

―Ah ¿sí?

Pasé otra hoja de la libreta. Descarté el tercer garabato.

―¡Claro!

―¿Y quién está soñando?

―Yo, supongo.

Tracé un par de líneas. No me convenció, así que pasé a la siguiente página.

―Si fuera un sueño, podría hacer lo que quisiera ―dije―. Como dibujar. Pues ya que es tu sueño, podrías darme habilidades.

―Dibujar es complicado. Tengas o no práctica.

―Lo noto, lo noto.

Intentaba trazar la forma de las islas, y adivinar en qué parte del inmenso mar estaban. Pero era difícil cuando no podías ver el mundo desde arriba. Ojalá existiera una profesión para eso, pensé.

―¿Qué intentas dibujar?

―Los de Jashá hacen planos de sus construcciones, y son muy útiles incluso después para saber dónde han puesto cada sala. Pensé que si tenía un plano de las islas, o del mundo, se nos podría ocurrir algo...

Shadow bajó con suavidad y encontró asiento a mi lado. Sacudió unas hojas que caían desde el árbol sobre la libreta.

―A ver... ―comenzó―. ¿Has estado en cada rincón? ¿En otro país, siquiera?

Negué con la cabeza.

―¿Cómo piensas dibujar un lugar que no conoces?

―Es solo una idea general. Los sitios importantes.

―Si hubiera algo importante que buscar ―Señaló la libreta―. No estaría en los sitios importantes. Sería... Demasiado obvio, ¿no crees?

Me encogí de hombros. De todas maneras, era una idea sin sentido.

―Da igual, mejor lo dejo.

―Tu idea es buena ―dijo―. Tan solo tienes que pulirla. Quizá Ancor tenga algún libro sobre eso.

―¿Sobre ideas?

―Sobre pulir me parece más sensato.

Regresamos a la cabaña, que comenzaba a teñirse de alba. El Sol se pondría pronto, y con él se iría Shadow. Me gustaría saber qué hacía cuando estaba sola. ¿Dedicaba la noche a la compra? ¿Realizaba los encargos del emperador? ¿Dormía?

Caminamos hacia el interior. Ancor leía en el porche.

―¿Qué? ―dijo cuando notó nuestras miradas. Éramos un poco intensas.

―¿Podemos ver tus libros? ―preguntó Shadow.

―Ajá, sí ―continuó con lo suyo―. Pero no miréis la mesa junto a la cama.

Nos encogimos de hombros y entramos.

Su habitación podría pasar por una biblioteca con una cama extra y una cómoda. Tenía un escritorio lleno de papeles, plumas, y algún que otro libro que no se conformaba con las montañas a su alrededor. Fue un poco difícil caminar sin pisar algo.

―Este chico necesita que esos pájaros le hagan una buena limpieza ―dijo Shadow.

―Déjalo, ya ordenará cuando le apetezca.

Comenzamos a buscar un libro. No teníamos nada en mente más que el concepto, así que teníamos que mirar concienzudamente.

Con el paso de los minutos, me di cuenta de lo estúpido que era buscar un manual de ideas que no existían (o de pulir), así que me dediqué a encontrar una novela que me llamara la atención. Quizá alguna tendría dibujos del mundo, o algo con lo que inspirarme. Pero la mayoría de lo que leía eran recetarios, manuales de costura, alguna novela de misterio, y... ¿Quién escribiría estas cosas, a todo esto? Alguien con habilidades que compartir, y con el suficiente aburrimiento para sentarse a hacerlo de verdad. O alguien con mucha imaginación. O con problemas mentales. O todo a la vez.

Localicé una novela de fantasía. Esas son buenas, aunque me cuesta imaginar un mundo donde la gente se puede comunicar con un trozo de plástico, ni donde los caballos son de metal y en lugar de tirar de un carruaje, tienen ruedas de goma. Mucho menos, un mundo donde decenas de personas pueden volar sentadas. Soy consciente de que es solo fantasía, pero hay autores que deberían relajarse si no pretenden molestarse en explicar las cosas con un poco más de lógica.

―¿Por qué no querría que mirásemos aquí?

Shadow estaba frente a la mesita de noche. Tenía la superficie llena de libros y una vela consumida casi del todo.

―No lo hagas ―advertí.

―¿Hacer qué?

―Abrir el cajón. Es su privacidad.

―Oh, claro que no. Si tiene algo que ocultarnos, es problema suyo.

Ancor se sobresaltó cuando salimos dando zancadas.

―¿Qué es esto? ―dije.

Miró el libro que habíamos puesto sobre la mesa, junto al bol con cerezas.

―Os dije que no... Agh ¡para qué me confío!

Shadow leyó el título, que ahora que lo escuchábamos en alto, no tenía el mínimo sentido.

―¡Ya puedes explicarnos de qué trata y por qué lo escondías tanto!

―¡Es solo un libro de filosofía!

―De ¿qué?

Tomó el libro y se lo llevó al pecho, casi como si temiera que se lo fuéramos a prohibir. Eso jamás ocurriría. Solo lo prohibiríamos si fuera un peligro, y la filosofía no sonaba a peligro como lo hacían las palabras "lava", "veneno", "terremoto" o "asesino serial", así que no.

―No lo entenderéis ―respondió―. Habla de temas importantes.

―¿Qué temas? ―dijo Shadow.

―El origen del universo, la razón de la existencia de la raza humana...

―¡Y por qué no íbamos a entenderlo!

―... Porque está en otro idioma.

Nos miramos.

―Vamos, tú misma lo acabas de leer ―dijo Ancor―. Aunque bastante mal, no te has ni acercado ―añadió―. El abecedario es distinto, y...

―¿Es otro dialecto? ―dije.

―No. Otro idioma.

Evitó mi mirada, luego suspiró.

―De otro país.

―¿Dónde lo has conseguido? ―pregunté.

―... Por una amiga. Pero no os diré quién.

Shadow y yo volvimos a mirarnos. Ella puso las manos sobre las caderas.

―Pues tu amiguita tiene mucho que explicar.

―Si quiere ―añadí.

―Claro que no ―dijo Ancor―. ¡Vamos a ver! ¿Por qué iba a arriesgarme a que vayáis a cortarle la cabeza?

Nos miramos una vez más.

―¿Piensas eso de nosotras? ―dije.

―No es que sea mentira ―dijo Shadow―. Pero. Ouch.

―Ya, lo siento.

―Ancor, no vamos a hacerle daño. Pero queremos saber cómo consiguió un libro de otro sitio. ¿No está, como...? ¿Lejísimos?

―No trajo el libro ―explicó él―. Lo escribió aquí para leerlo cuando se aburría. Y me hizo una copia.

―¿En otro idioma?

―No, en su idioma. Dice que no le interesan nuestras novelas, aunque sigo pensando que un buen recetario...

―A ver ―interrumpí―. ¿Estás diciendo que ha cruzado el mar hasta llegar aquí, y se ha quedado?

―Eso no es asunto mío ―respondió él.

―Pero es tu amiga, le habrás preguntado ¿no?

―Sí.

―¿Entonces?

―Preguntadle, pues.

Shadow puso los ojos en blanco.

―¡Pero si no sabemos quién es!

―... Es la maquilladora. La del castillo de Diákora.

Alcé las cejas. Era cierto que su cabello era blanco como la nieve, algo muy poco común. Pero había algunos casos en Diákora de personas que el cabello les cambiaba de azul a blanco. A Airam, que tenía el cabello celeste, era probable que le cambiara al crecer al igual que a su padre (mientras que sus hermanos compartían el cabello azul oscuro de su difunta madre).

Volviendo al tema, ahora tenía sentido que no supiera de qué isla provenía la maquilladora. Llegué a pensar que sus ojos rojos eran porque era mestiza, como yo, y tendría sangre de Raímat. También creía que su piel blanquecina era cuestión de falta de hierro.

―No me digas, ¿ella?

―Sí ―suspiró―. Ya he hablado de más.

―No, no ―dije―. Gracias. Te prometo que traeremos más cerezas.

Agarré el brazo de Shadow, quien iba a robar una cereza pero se encontró con el bol vacío, y nos marchamos en dirección al castillo Diákora.

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